Jóvenes terraplanistas: la generación Z en el epicentro de la desinformación

La generación Z es la más susceptible de caer en la desinformación, al tiempo que parece perfectamente consciente de los riesgos. Una paradoja que puede resolverse con credulidades totales o relativismos absolutistas, y peligrosos.

Estadísticamente, los taxistas son quienes sufren más accidentes automovilísticos. La primera vez que uno escucha el dato lo pone en duda. ¿Cómo pueden ser los padres e hijos de El Fary, los que planchan las posaderas frente al volante recorriendo sin descanso las urbes, quienes sufran más percances en las carreteras? Es un sinsentido. Si la profesionalidad viene de la práctica, entonces los jinetes de esos albinos carros motorizados deberían regatear, zigzagueando el desastre, como un Lamine Yamal en estado de gracia. Pero la vida gusta de rebozarse en las contradicciones. Por eso los taxistas serán geniales conductores, pero también son quienes más horas pasan a los mandos del acelerador. Y la tendencia a la entropía hace que sean los que se encuentren con el mayor número de matracos desustanciados, de despistados vehementes encarados al móvil o de alevines con pocas tablas, en su recorrido. Lo cual, inevitablemente, los hace sensibles al riesgo.

Un reciente estudio realizado por la ONG Common Sense, ha demostrado que los individuos pertenecientes a la generación Z (1997-2010) se tragan las trolas a puñados. Los jóvenes de entre 15 y 26 años tienen una dieta diaria muy rica en desinformación. Mucho más que la de sus mayores. Dirán las malas lenguas que esto se debe a su falta de visión. A la perspectiva social erosionada de la que hacen gala. Pero la respuesta atiende a la trillada navaja de Ockham. Sencillamente, al igual que los taxistas se la pasan conduciendo y por eso tienen más accidentes, la generación Z es la más dependiente de la información y la comunicación digitales, lo que la expone a ser mayor víctima de la infinita ristra de mentiras de la red. La pesadilla no está -todavía- en sus limitaciones mentales, sino en el abrevadero del que recogen la actualidad. Una charca demasiado sometida a los movimientos de distracción masiva, por la que se alcanzan precozmente unos ‘arrabales de senectud’, que diría Luís Antonio de Villena.

No obstante, este bisoño grupo es altamente consciente del problema. Según el mismo estudio, más del 50% de los encuestados tiene dudas sobre la honestidad de las grandes tecnológicas. Una tesis que también alcanza el psicólogo social, Jonathan Haidt, quien realizó su propio estudio llegando a conclusiones similares sobre la conciencia de hostilidad de las redes y los canales online, en la que se engloba la citada manipulación informativa, pero también la ansiedad, la depresión, la depredación sexual, la sextorsión o la dismorfia. Datos que quedan sobradamente arropados cuando, al ser el grupo de estudio interrogado sobre cuáles serían los productos que ojalá nunca se hubieran inventado, los porcentajes son los siguientes: Instagram (34 por ciento), Facebook (37 por ciento), Snapchat (43 por ciento), y las plataformas más lamentadas de todas: TikTok (47 por ciento) y X/Twitter (50 por ciento). Vamos, que aunque los Z sean las víctimas privilegiadas de la mentira y la deformación de la realidad, también comienzan a cargar un spray de pimienta mental con el que prevenirse, al menos, de aceptarlo todo como algo saludable o verídico.  

Por desgracia, este aparentemente sano escepticismo posee un doble filo. Y es que si la fuente de conocimiento cotidiana de los jóvenes (una media de unas 4 horas al día) está largamente cargada para ellos de potenciales manipulaciones, el resto de las fuentes de información, de rebote, también. Lo cual incluye, no sólo medios y organizaciones oficiales, sino cualquier relato que no se alinee con su apetito.

Uno de los grandes problemas de advertir sobre el valor positivo de la desconfianza, es que este cinismo tiene la mala costumbre de infectarlo todo. Si los adultos ya nos revelamos poco sensibles a las reflexiones que exigen los matices, no digamos los infantes. Un grupo que se rinde a los maniqueísmos por pura supervivencia, y que sucumbe a la tentación del rebaño con extrema facilidad. Contando esto último con que, como destacó un estudio sobre Pensamiento Crítico del instituto IO Investigación, realizado en 2022, el 77% de los españoles seguiría a la masa independientemente del borreguismo que descargue. Y sólo un 22% piensa que la diferencia es un valor positivo.

En vista de esto, nos encontramos con dos vertientes. Por un lado, postadolescentes crédulos que caen en la desinformación más rastrera. En aquella que se nutre, vía redes sociales y otros canales online, de la sangre, convirtiendo a sus receptores en auténticos crápulas salivando por la morcilla. O deseosos los informadores, como sanguijuelas, de chupar toda rabia o vulnerabilidad de quienes caen en sus mentiras.

Por otro, pubers descreídos con la capacidad de dudar de esa desinformación, que terminan convencidos de que cuanto se les informa es falso y, en consecuencia, se refugian en teorías descabelladas, a veces extremas o fanáticas, reflejo de su relativismo absolutista. Ambas bifurcaciones -por supuesto, aquí exageradas- dominadas, además, por una tentación orgánica, nacida en la matriz de su falta de experiencia y de las tendencias naturales patrias (recordemos el estudio antes mentado) a la actitud de manada y la seguridad en la decisión de la masa.

Puestos a ejemplificar a base de clichés, tendríamos, en primer lugar, grupos de jóvenes zagalas que creen a pies juntillas toda la marabunta de fango existente sobre brebajes, y pócimas que capaces de hacerlas parecerse a los filtros que usan obsesivamente en Instagram. Y, en segundo, jóvenes mandriles quienes, dudando de la información politizada y polarizante que les llega sobre el feminismo, acaban tragándose las tesis INCELS sobre un Reich matriarcal deseoso de la eugenesia feminista. Ambos frentes hipotéticos, recordemos, igualmente cabalgados por la presión de grupo y el miedo a la marginación tan característico de la juventud.

De sostener Hamlet hoy un cráneo fosforescente, con lucecitas estroboscópicas y altavoz incluido, no diría «ser», sino «creer». Porque he ahí el actual paradigma: «creer o no creer, esa es la cuestión». Un interrogante que los avances de la IA en deep fake y generación de contenido no dejan de engordar.

Sin embargo, hay luz al final del túnel. Lo mismo que dejamos de tragarnos el timo de la estampita y, con el tiempo, estamos cada vez mejor preparados para esquivar el phishing telefónico, lograremos que los Z eduquen el oído y la mirada para dudar con acierto. Avances como la ley de IA de la UE, aprobada el años pasado, el desarrollo de herramientas de verificación, la demanda de alertas populares antes información dudosa y una inversión activa en educar el pensamiento crítico, a través de la culturización, son mecanismos que permitirán a quienes ya están construyendo el futuro no hacerlo con cimientos de papel higiénico. Si bien es cierto que los recientes acontecimientos internacionales, como la elección presidencial de lunáticos megalómanos con felpudo turco de rebajas, o el giro hacia una liberalización caótica de la bilis en redes sociales por parte de sus gerifaltes, no vaticinan un sendero fácil, no hay como chapotear en el lodo para confirmar su peste. Una suerte de aceleracionismo, que nos devuelva al redil de la razón ante la visión de la degradación. Eso o, como augura el tecnólogo Ray Kurzweil, alcanzaremos la Singularidad (transhumanismo total)en una década, tornando inútil estos debates. Quizás en unos años, igual que le dijo la Serpiente a Eva: «Eritis sicut dii» y, más pronto que tarde, todos seremos dioses. Seres potencialmente incorpóreos y cosmológicos a los que les importará un pimiento lo que le pase al mundo. Que, visto así, no suena tan mal.

Sobre la firma

Galo Abrain

Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.