La simulación se nos está yendo de las manos. Hemos alcanzado el Everest de la locura, hasta el punto de poder afirmar, con rotundidad, no estar en Matrix. Ni siquiera a un arquitecto omnipotente se le hubieran podido ocurrir las majaderías que nos salpican. Y de ser, efectivamente, personajes NPC en un videojuego de seres cosmológicos enganchados a la pubertad granujienta que les corresponda, hemos desbordado las fronteras de nuestro código. Igual que esos bustos de píxeles anormales que comienzan a comportarse autoaversivamente en las misiones de la consola, donde se los ve darse cabezazos contra una pared, o quedarse levitando, estáticos, sobre un precipicio. Estemos entrando en barrena -siento el catastrofismo-, y voy a dar explicaciones.
Hay cierto sentido en la adhesión a los vídeos chorras. Los de gatitos encantadores, sin ir más lejos. Esos peluches andantes de ojos claros le derriten a uno el corazón, por muy galvanizado que esté de amargura. Lo que ya no tienen tanto sentido es el auge bestial que están viviendo los detractores de la costosa autonomía femenina, a la que se acusa de un libertinaje espiritual que condenará a las féminas independientes a una vejez solitaria rodeada de michis. Para estos defensores de la pureza y la autorepresión sexual de las mujeres, se avecina un futuro lleno de viejas de los gatos, como el personaje de los Simpson. Y en ese discurso, vaya, lo de los felinos pierde su ternura inicial.
Esto de los gatos parece que toma una forma declarada de podredumbre vital cuando sacos de testosterona colérica, como Jota Vallenilla, del podcast Red Pill, gasta los bemoles de decirle a una de sus invitadas, llamada Gracia: “sola y con gatos y con vino, será tu destino”. Todo porque la contertulia alegó, respecto a los videos de Roro Bueno -ya hecha plastilina del magreo -, que a ella el pensamiento de los hombres, en general, como masa simiesca, le daba igual. Es uno de los incontables ejemplos de faltas de respeto cutres, de lefadilla púber con perfume a misoginia, que están salpicando las redes sociales.
En cuanto al fenómeno tradwife español, llamado Roro, considero que se puede aplicar una doctrina de análisis similar a la de casi todo el contenido de la red. “Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”, decía Quevedo, y dudo mucho que Roro cumpla con el rol de mosquita muerta y voz de pito hormonada de sus videos. Me cuesta creer que la influencer haya diagnosticado una liquidez en las relaciones amorosas, y haga campaña activa con su ejemplo, delante y detrás de las cámaras, forjando lazos emocionales alejados de los encuentros rápidos, superficiales; chascos.
Roro, a mí no me la cuelas, no hay una creencia activa en ti contra el revanchismo aislacionista y resentido de quien ha encontrado en la misantropía, y el egoísmo, la horma de su vida. Detrás de tu exhibicionismo hay perras. Punto. Algún espabilado de las muchas marcas que te pagan una morterada por hacer acto de presencia en tus videos, te diría hace meses que la polémica es tu mejor aliada. Que cuanto más te odien unos, y te defiendan otros, más te van a ver los dos. Al tiempo que, por supuesto, cuanto mejores sean tus cifras de visitas, mejores serán las de tu facturación a las marcas que quieran asomar en tu contenido.
En fin, ¿para qué engañarnos? El/la iluminada que aconsejó así a la influencer estaba totalmente en lo cierto. Es un negocio, el de Roro, que se nutre obesamente de la polarización virulenta actual. Chapó por el olfato y aguante de esta buena esposa, quien además debe aprovechar la cresta de la ola antes de que, como siempre ocurre, el mundo la olvide. Mal por quienes se centran en criticarla, o adorarla, a la luz de su contenido y de ese aspecto de Meg Griffin maqueada tras una liposucción, sin darse cuenta de que es una estrategia de negocio. ¿Acaso United Colors of Benetton hace campañas salpicadas de diversidad porque realmente creen en ella? Baf, milonga. Si a la empresa textil le saliese rentable poner a sus modelos gabardinas de las SS y gorros nazis homoeróticos, lo harían. Sin pestañear. Buscar una integridad ideológica en el mercado es una ficción absurda. El dinero no tiene bandera y quien le reza tampoco patria. Un aforismo presente en el código genético de casi todos los creadores de contenido. Sean del signo que sean.
Sin embargo, el algoritmo parece tener antojo de estos panfletos de la mujer lechuguina, y predispuesta a la subrogación de las necesidades masculinas por contrato de género. Es de suponer que se trata de un efecto derivado de la polémica. Una vez logrados eficaces y agradecidos avances en la liberación sexual y relacional de las mujeres, jugar en dirección contraria apela a algunos, e indigna a otros. La fricción genera calor. En este caso, dinero. No seré yo quien niegue que el pejigeruismo pequeño burgués de una parte del feminismo ministerial, cansino, bombardero, panoli, destinando impuestos a discursos contra los penes y a favor del satisfyer, no hayan avivado cierto rencor en los zagales. La victimización de la mujer y el envilecimiento del hombre por costumbre no parecen el camino más apropiado si el horizonte es una igualdad asumida. Dicho esto, usar el delirio oportunista de una caterva de funcionarios y opinadores espabilados para justificar una vuelta a los roles decimonónicos, tampoco se revela digerible. Un regreso a clichés de vena rancia y cretinizada que parecían haberse podrido. Resulta, sin embargo, que sólo se habían perfumado de ambientador sin llegar a tirar de la cadena.
Siguiendo con Jota Red Pill, el pieza destacó, hace no mucho, que una mujer promiscua es una mujer desvalorizada; material de segunda mano. El pimpollo no usó la palabra sucia, entiendo para evitar la censura, y el término mancillada, seguramente porque ni siquiera lo conocía. Habló pues de body count, porque así lo habrá escuchado de boca de sus gazmoños de referencia. Cuando creíamos haber superado los pristinos y casposos axiomas que comparaban al hombre golfo con una llave maestra, porque abre todas las puertas, y a las mujeres ligeras de cascos con una cerradura de mierda, porque la abren todas las llaves, llegan estos cachorrines edípicos a revivirlos.
Y ni tan siquiera lo hacen desde una distancia creativa. Lejos quedan los escritos valorables en forma, aunque no en fondo, lo mismo que las producciones musicales o cinematográficas. Invocan, los jóvenes leones de escroto masivo, la revalorización de los organigramas tradicionales a través de discursos directos, vociferantes, como aullidos impunes frente a una cámara. De vez en cuando, incluso auspiciados por el espejismo de la diversidad a través del formato tertulia en redes. Y hablo de una pluralidad de voces vaporosa, insustancial, porque, a la hora de la verdad, lo que más se escucha, lo que más se comparte, lo que más se promociona, son los arrebatos rancios y falleros del menú.
Quizás lo más paradójico de esta explosión de esteroides neuronales -creciditos e hinchados, pero con poca fuerza- sean los argumentos respecto a su bendita iluminación. Para ellos, Matrix existe. Lo mismo que los NPC que mentaba yo al inicio de esta columna, salvo que resultan ser todos aquellos que nieguen sus leyes del talión, la doctrina ultraliberal y el individualismo cacique que pregonan. Forocoches y Yahoo! Respuestas, siempre han sido los reinos de la barbarie, hasta alcanzar un saboroso humor negro, gracias al anonimato. Seguramente, una de esas pocas ocasiones en las que leer a peña de incógnito resulta ventajoso para no tomarse nada en serio.
La llamada manosfera, en cambio, pone orgullosa cara a sus limitaciones mentales, achicando la vergüenza que antes podían ocasionar pensamientos tan carcas. Aviva así la admiración, y la proyección, de los críos sugestionables por los cráneos privilegiados del movimiento. Testas con las sienes rapadas que hablan tanto de triunfo y de machaque físico y de enriquecimiento y de ostentación y de exhibicionismo, y da la sensación de que se lo creen tanto, que hasta resultan convincentes. Me recuerdan a una frase de Hannah Arendt: “La mentira a menudo parece mucho más plausible y atractiva que la realidad, porque el mentiroso tiene la gran ventaja de saber de antemano lo que la audiencia quiere escuchar”.
John Sistiaga, en un episodio del mes pasado del programa Otro Enfoque, se carea con algunos de los cabecillas de esta creciente colmena virtual, así como con los afectos en carnes de sus discursos. Merece la pena verlo. Al saltar los créditos, la sensación no es la de estar ante una tendencia pasajera. En cualquier sociedad, todo parece liviano y frívolo hasta que estalla. Emerge una responsabilidad colectiva de evitar esta efervescencia retrógrada, si a lo que aspiramos es a una sociedad igualitaria. Una res pública de respeto, alejada de la inanidad, de la brutalidad y del aplauso ciego a los mamarrachos que parecen defender nuestros intereses, aunque sólo se hagan cargo de los suyos. Conciencia crítica, de verdad, de la que funciona contra uno mismo. De ser necesario, incluso avivando la vergüenza propia y el amor ajeno.
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.