«Quien no llora, no mama». El refranero como guía definitiva para triunfar en las redes

He tenido una revelación. Quien pone en práctica en las redes sociales los refranes castizos desvela un atajo al éxito. Por ejemplo, influencers como By Hermoss, han comprendido que: “quien no llora, no mama” y facturan el aforismo obscenamente.

¿Cuántas veces habré oído, de boca de mi madre, mis difuntas abuelas y otros agentes de la sabiduría popular, la expresión: “el que no llora no mama”? La sapiencia de estos refranes me ha caído siempre como un yunque. Son aforismos incontestables. Transparentes como la progenie de un cristalero. Dan fe de que las máximas de la vida, como si habláramos de empedrados metafísicos que serpentean próximos a las más titánicas verdades, llevan entre nosotros desde los inicios de la civilización.

Hagan una breve revisión de todos cuantos conozcan. Igual que en una película de José Luis Cuerda, verán que no hay ni uno que cojee. Incluso en este tiempo de belicismo digital. Suenan, ya saben, a verdad pura y manifiesta. Lo que quizás se les había escapado, y aquí abro una ventana de oportunidad -Ramoncín, vigílame los derechos de esta idea- es que la manera más molona y eficaz de triunfar en las redes sociales es materializar dicho refranero. El saber castizo como guía para el nuevo mundo.

Así es, no miren mis palabras con esa cara de moscardones empachados. ¿Acaso “a quién madruga Dios le ayuda”, no viene a traducirse en: “el primero en publicar algo en redes, recibe palanganas de atención”? Díganselo al iluminado original que decidió, en España, grabarse jugando a videojuegos y colgar el resultado en YouTube. Fue un niño-rata rubio de aura pajillera y ahora, el golfofiera, gana millones y vive en Andorra. Anda que no supo olerse la tostada y aferrarse a otro buen refrán, pues: “la fortuna pasa por cada puerta una vez y no diez”. Nieguen la mayor, si les parece.

Volviendo al aforismo lacrimal, recientemente regresó a mi memoria de queso gruyer -hablando de tradiciones, debería priorizar antes los proverbios que los carajillos- el video de una periquita que lloraba cual magdalena de Proust, larga y angustiosamente, porque su iPhone se descargaba. Si despistan la anécdota, sólo me queda concretarles que la susodicha joven, conocida en Tik Tok como By Hermoss, se grabó durante varios minutos haciendo una particular interpretación de La Llorona, de Chavela Vargas, debido a que su nuevo móvil se descargaba muy rápido, y se estaba viendo obligada a usar un dispositivo antiguo. Por si el drama no fuera ya digno de un guion de Eugene O’Neill, Alicia, nombre tras el superheroico alias By Hermoss, se descolgó por una tienda donde se ofrecieron, mira tú qué desgraciados y maleducados, a devolverle el dinero.

Pero Alicia no quería su lana sucia. Sus duros pútridos. Con voz melindrosa y palabros del orden de “jolines”, la influencer reclamó otra solución. No la tuvo. Así, en el video, salpicadas sus mejillas por acuosas motas saladas y el rímel dispuesto a iniciar una corrida hasta sus labios, aseguraba incluso haber sufrido la mirada tosca y juzgona del empleado… ¡Menuda ignominia! ¡Qué desfachatez! Un pibe se pasa el día enmarronado de cara al público, plantado frente a un buffet de entremeses de mala educación, y resulta que no está de humor para aguantar pijadas. Ay, semejante falta de compromiso en el servicio, señores… En el McDonald, si no sonríes aunque te estés quemando con el aceite de la freidora, te ponen de patitas en la calle

Pues bien, Alicia ha protagonizado, o reafirmado, mejor dicho, un nuevo episodio de mi teoría -Ramoncín, en serio, ten los papeles listos- de la materialización de los refranes para el triunfo. Concretamente de dos. Su original “quien no llora no mama”, bien encarnado en la anterior anécdota, y otro clásico: “más vale pájaro en mano, que ciento volando”. Ya les digo, en un mundo tan complicado, la simpleza de los clásicos es de lo más efectiva.

“El contenido triste, es el que más atrae”, declaró By Hermoss en una entrevista para un podcast. Y ahí, oigan, es donde nace la magia. Alicia llora mucho y, como mama bien, decide quedarse con ese pajarito sollozante entre las manos. ¿Al mal tiempo buena cara? ¡Para nada! La jeta siempre torcida, el semblante victimista y una predisposición ininterrumpidamente quejumbrosa. Hay que inspirarse en C. Tangana. Llorar en la limo. Que si bien el dinero no da la felicidad, como dijo Groucho Marx, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, y ya puestos a deprimirse, mejor hacerlo ahí que en un cuarto de escobas compartido.

La pifia más gorda agazapada tras la actitud de Alicia no sólo es la urticaria mental que provoca su apoteosis de la tontería. También se revela peligrosa la sádica voluntad de sus fans por verla como geisha por arrozal, y el consecuente beneficio que By Hermoss desentierra de esos barros. Su trabajo consiste en estar triste, o al menos fingirlo, para darle al público lo que pide. Una explosiva mezcla de papanatismo victimista y teatro del absurdo.

Dicho esto, creo que la influencer le echa más estulticia al asunto de la que padece. Seguro. Y lo hace a la gloria de su provecho. Porque, admitámoslo, es tan exagerada su interpretación, que hipnotiza. Su oposición al refrán: “la ropa sucia se lava en casa”, frotando la roña delante de casi un millón de personas, es un striptease. Un metafórico, y sí, atractivo, desnudo integral de la tontería. En Tijuana, de madrugada, se paga por cosas menos sórdidas.

La boutade máxima, a mi juicio, la pirueteó el mes pasado, cuando subió un video explicando una situación de acoso que, según ella, había vivido en el Parking de Príncipe Pio, en Madrid. Al parecer, Alicia fue seguida por dos maromos de noche, hasta el punto de sentirse realmente insegura. Una situación, no hace falta ni decirlo, asquerosa que sabemos sufren muchas mujeres cotidianamente. Y por eso cabrea más todavía que, al poco tiempo de subir el video de su relato, By Hermoss tuviera los ovarios tan gordos de subir otro clip, publicitando un curso de L’Oreal París sobre el acoso callejero. Por supuesto, cobrando.

Decir que tiró de imaginación en cuanto al acoso sería tener mala baba. Pero, volviendo a los refranes, “cuando el río suena agua lleva”. Fuera verdad o no, flaco favor le hace a la defensa de su causa abriendo el bolsillo para enriquecerse con un drama, aquí sí, de verdad horroroso, en circunstancias que apestan a oportunismo.

Yo creo que si una persona vive una situación extrema, una real y desastrosa, que vaya mucho más allá de tener un móvil defectuoso, lo primero que hace no es colgar un video relatándolo. Con los nervios a flor de piel y el cuerpo trémulo, casi mudo del susto, vas a la policía y denuncias.

Otra cosa es que, como le sucedió a la influencer Carla Galeote, mires por la ventana, y veas a tu vecino sexagenario atizándose la sardina desde la seguridad de tu hogar. Ahí, quizás, bajo el influjo de la infinita estupidez que nos atiza, sí veas propicio sacar tu teléfono y grabarte (en este caso, también al arrugado onanista) para llamar la atención. Siguiendo la línea de mi empresa refranera, a Galeote le recomiendo: “Vista larga y lengua corta, y huir de lo que no te importa”, que más que para triunfar en redes, le hubiera venido de lujo para esquivar la posible condena por injurias que se le viene encima.

El problema, yéndonos a una tónica general, amarra en el siempre gelatinoso puerto de la verdad. Tan subjetiva en las declaraciones delante de una cámara, como presumible de ser creída. Porque, saltando la ficción, nos hemos acostumbrado a creer todo lo que vemos, y a relajar la desconfianza si alguien, quien sea, nos cuenta hechos traumáticos o morbosos mientras se graba. Los lloriqueos, encima, excitan. La red está llena de dacrifílicos. Sádicos que se emocionan con las lágrimas, bien sea para meter el dedo en la llaga, y hurgar, o para acudir, en plan salva patrias, con la careta de la empatía. Da igual. Ambos codician el drama telenovelesco.

Las redes sociales, como la fama, empujan partes de nosotros que, en otras circunstancias, enterraríamos. Y hay que tener cuidado con la información que se recibe, dudando de ella por instinto, sin rendirse al sentimentalismo y el espectáculo. Por captar la atención, y monetizarla, el personal está dispuesto a hacer salvajadas de calibre antiaéreo. Porque ya lo dice el refranero, con el que conviene acabar esto: “Quien de otro se fía, ya llorará algún día”. Y esta vez, no hace falta que lo aclaré, sin cobrar como By Hermoss.

Sobre la firma

Galo Abrain

Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.