Han asomado partidos muy raros en estas elecciones europeas y se ha armado la marimorena. De entre todo el rosario bíblico de opiniones y gacetillas, para mí hay un meme que define en sólo cuatro imágenes esta nueva singularidad. Al meme le pasa hoy como a las viñetas de El Roto, Forges o Peridis. Cuando son buenos, te sobran el resto de lecturas. Ocasionalmente, una imagen vale más que mil palabras. Pero no me lo oirán decir muy fuerte. Ya tengo el tejado harto de piedras.
El cuadríptico en cuestión presenta un personaje marciano, andrógino por lo feúcho, echando una papeleta a una urna en la que ha dibujado un pene. Un falo grueso de escroto nórdico. En la siguiente viñeta, entre rabioso y puerilmente risueño, el bicho esgrime la actitud de quien ha llevado a cabo una provocadora trastada. El voto, lo sabe, no valdrá para nada. Pero ha dicho lo que piensa. Se ha quedado a gusto y con el orgullo en ristre. Cambio de clima. El rebelde de pupitre está en casa viendo el televisivo recuento de votos cuando asoma su papeleta. En ella se ve dibujada la lustrosa polla, fina y franca, sin arterias. La composición remata con el bromista escupiendo su vasito de té helado ante la aparición trajeada en un mitin de su contundente, a la par que sencillo, dibujo del boniato. El fervoroso miembro aparece vitoreado por las masas, sobre el titular: “El candidato Polla gana las elecciones”.
Intuirán por donde voy elogiando la viñeta. Lo bizarro ha asaltado las esferas del poder político. Hasta una coña puede tornarse, inesperadamente, en realidad. Podría, a cuento de esto, seguir la facilona estela habitual. Juzgar este viraje como una consecuencia del empanamiento popular. Tildar de lerdos iletrados, de fracasados vitales o reaccionarios contra el sentido común a los electores. Mucho me temo que es sustancialmente más complejo. Suele decirse que no hay malos alumnos, sino malos profesores. Por la misma regla, no creo que haya malos gobernados, sino gobernantes mediocres. Eso, y que las reglas del juego, la partida presupuestaria en educación -al ritmo de la comparativa- se ha malversado pudriendo los cimientos.
Desde la pandemia, España ha multiplicado por veinte sus datos en materia de ansiedad y depresión, como aseguraban Alfredo Pascual y Carlos Prieto en un reciente artículo sobre la bomba electoral de Alvise. Por veinte, han leído bien. Más de la mitad de la población se reconoce atacada por la ansiedad, mientras que en datos anteriores la cosa no superaba el 2%. La ansiedad, lo saben quiénes la sufren, te vuelve muy cínico. Es como un latoso dolor oprimiéndote el pecho, al que se encuentra escaso alivio salvo en el estallido. La descompresión llega desde el éxtasis, y este no suele ser conciliador. Piensen en el doctor House y su pata chula. Cuando apretaba el suplicio estaba dispuesto a atizarse un martillazo en la mano con tal de deslocalizar la tortura. Eso, o se hartaba de vicodina.
La reacción putativa frente a semejantes palanganas de ansiedad, descreimiento e impotencia, se encarna en el auge de los histriones. Ellos dicen ser el alivio, el opioide, aunque no representen más que el hematoma en otra parte del cuerpo. De Alvise ya se está hablando (pinkfloyd presente inclusive) todo lo posible. Y siempre en su beneficio, siendo como es una incendiaria celebrity digital, con propuestas trufadas de macarrismos populistas. Él es la consecuencia de la crisis de seducción en los partidos y medios de comunicación tradicionales. Un traspiés que empieza a mascar la tragedia del golpe, alumbrada por dinámicas generales de polarización electoralista, discursos amigo-enemigo y una caprichosa apuesta de los ciudadanos digitales que han homologado su condición de consumidores a la realidad que los rodea, eligiendo la más conveniente para sus idiosincrasias. Al fin y al cabo, tienen varias “verdades” donde elegir en la información que les asalta desde plataformas y comunicadores.
Bien lo sabe, o al menos debe intuirlo, el chipriota Fidias Panayiotou, de quien no se está hablando más en España por su naturaleza foránea. Fidias es un youtuber que cuenta con 2,6 millones de seguidores. Realiza entrevistas, se pega buenos viajes y hace retos como vivir 10 días en un aeropuerto o no comer en 30 días o gastar 10 mil dólares en el país más barato del mundo. Vamos, que salvo tener la cara trabajada como si gastara 40 tacos (tan sólo tiene 24 años) y lucir un talante francamente campechano, tampoco es la divina papaya. Llevar a cabo pruebas de World Guinness Record, grabarlos y monetizar las visualizaciones de la hazaña, es una hoja de ruta habitual en la red social. Personalmente, lo conocí hace tiempo por abrazar en un video a Elon Musk. Creí que entrarían en combustión espontánea. No hubo chanza.
En una onda menos politizada, más frívola y persignada en el espectáculo que nuestro patrio Alvise, Fidias logró en las pasadas elecciones europeas el 19,6% de los votos chipriotas. Se convirtió así en la tercera fuerza más votada de su país. La noticia, pillada así, a las bravas, suena delirante. Pero hablamos de un Estado con apenas 1 millón de habitantes. Menos de la mitad de los suscriptores que pilota el youtuber, coreado en su patria como una auténtica star internacional. Si Schwarzenegger gobernó california y Reagan fue presidente de Estados-Unidos, ¿qué no conseguirá la fama en un pequeño país como Chipre?
Las redes sociales son a la política de hoy lo que el cine de acción fue a la de los años 80. Y ahora las masas no están a la merced del Hollywood del tío Sam, sino de cualquier avispado con desparpajo comunicativo, ambición y habilidades digitales que sepa ondear con gracia la batuta. Eso, y una generación joven (la mayor parte del electorado tanto de Alvise, como de Fidias) que no ve con entusiasmo ni su presente, ni su futuro, y se resigna a mitologías oportunistas dando fe de que la política (más a más la europea) se la toma a cachondeo. Total, dirán muchos, si a peor no podemos ir. No existe otra posible justificación, salvo el hartazgo y la desmotivación, para elegir a un candidato como Fidias, que votaba por primera vez (teniendo 24 años) y asume, con pecho de gallo, ser un neófito sin idea de política. Por no tener, no tiene ni programa, salvo la promesa de ir aprendiendo de la mano de sus “seguidores”. Ojo, que no sus votantes, sus seguidores. Si esto no es un cambio del tablero de juego, que venga Kissinger y lo vea.
El poder de las redes estaba harto machacado ya antes de estas elecciones europeas. Recordemos a Trump en 2016, y sus tejemanejes con Cambridge Analytica, demostrando que un candidato podía hacer ingeniería social masiva susurrándole a cada grupo lo que deseaba oír en su beneficio. Adaptando y desdoblando indefinidamente su mensaje, que ya ha abandonado el único y gran eslogan de las marquesinas. Al Trumpetín charlatán le han seguido en su dinámica candidatos como Georgia Meloni o Javier Milei, quienes con sus millones de seguidores en TikTok o X, entendieron que los mensajes cortos, agresivos, alérgicos al establishment partitocrático eran un imán de votos más efectivo que grandes campañas analógicas, y la tradicional carrera de mítines urbanos con discursos soporíferos. En el cosmos de las redes la pérdida de concentración es un hecho y dominar los aforismos afilados un atajo al paseíllo directo a la poltrona.
Una actividad vertiginosa en redes para un político es instalar una ventana multidimensional en cada hogar. Puede asomarse regularmente, dejar un regalito en forma de reflexión, un recado de información (verificada o no) y presentarse igual que un ánima benévola participando de la cotidianidad ciudadana. Una presencia elegida, por si fuera poco. Pues siempre resiste el espejismo de creer que lo que nos asalta en redes sociales es arbitrario, o una decisión premeditada. Y nada más lejos de la realidad.
Los seguidores de Alvise, de Fidias y de los muchos políticos que, sin duda, saldrán a relucir como candidatos independientes con el sólo auspicio de la redes sociales, no han votado a un político. Han elegido a un comunicador al que consideran cercano, amigable, como si se presentara un adinerado vecino con el que coinciden diariamente en el ascensor. Alguien que les habla directamente, sin tamizar sus ideas por muy brutas y taberneras que resulten. Y eso, en una circunstancia donde la distancia entre los electores y el panteón político se siente cada vez más ancha, atravesada una buena parte de la ciudadanía por el virus de la inmediatez y la incredulidad, es el caldo de cultivo idóneo para que productos “puros”, sin ensuciar por la institucionalización y sus desfalques, brillen atractivos a pesar de su insustancialidad. O sus peligros…
Los partidos políticos -y los medios de comunicación, ya de paso- tienen la obligación de reactivar su poder de seducción en la ciudadanía. La evolución digital está destronando su monopolio de la atención. Y cuanto más crea la ciudadanía que la democracia es un cachondeo, con menor seriedad elegirá a sus representantes. A este paso, ver al candidato Polla a la cabeza de unas elecciones se materializa francamente plausible.
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.