El gran apagón de Microsoft: ¿ha probado a reiniciar el mundo?

La Big Tech sufrió un apagón que pagaron un inmenso número de compañías y ciudadanos. Una buena razón para repensar nuestra dependencia de los monopolios en los sistemas operativos.

No resulta muy conveniente, a nivel de estructura, dejar caer todo el peso de lo que se erige en un único pilar. Si al titán Atlas le diera ahora una ciática tremebunda, se caería el mundo a través del vacío universal más allá del tiempo y de la vida. Habría que contratar, como mínimo, tres titanes más para sostener la tierra. Así, al menos, si a alguno de ellos le atiza una ruptura de menisco, los otros pueden sustituirlo en su pesada carga.

Microsoft se ha convertido en un monolítico Atlas para muchas entidades internacionales. Hay una dependencia un tanto brutal de los sistemas operativos de la compañía, derivada de la concentración de poder que ostentan estos productos en el mercado. No se explica de otra forma que el reciente apagón del jueves 18 de julio dejase colgadas a tantas entidades internacionales. Algunas de carácter básico, como la banca, los sectores de la salud, los medios de comunicación o la aeronáutica.

Que en Cataluña los servicios del 061 y el 112 tuvieran que pisar el freno ante la caída de Microsoft, o se retrasasen 39.000 vuelos internacionales y se cancelasen 4.400 (de los cuales 400 fueran nacionales a cargo de la compañía Aena), da fe de la magnitud del problema. Eso por no hablar de algunos sistemas de pagos digitales que también se quedaron en un peligroso stand by. Viendo como vamos rindiendo al olvido el dinero en metálico, es fácil imaginar el espeluznante desbarajuste caótico que supondría ver capada nuestra capacidad de funcionar con transacciones digitales.

Este terror -y no uso la palabra a la ligera-, cabría derivarse de un acto deliberado de ajusticiamiento contra el sistema. Una magnificada cachetada a cómo vivimos en este turboconsumo cafre y desnortado. Eso, al menos, nos daría un móvil y una responsabilidad de protección mayor. Igual que sucedió en 2017 cuando el ataque de ransomware de cifrado Wannacry secuestró 300.000 ordenadores, dejando en bragas a sus víctimas. Aunque, en este caso, no hubo un ápice de ética o moral, salvo la del enriquecimiento.

Sin embargo, el planchazo se originó por algo tan tonto, y tan normal a la vez, como un error humano. Si en un instante millones de ordenadores padecieron síntomas cercanos al flat line, rezando sus usuarios por esquivar la llamada “pantalla azul de la muerte” (mensaje de error de Windows cuando se queda colgado como un piojo), fue sencillamente por un error de código en la actualización del antivirus Falcon, de la empresa CrowdStrike. Un software con un diseño de arquitectura ligera y sencilla, amplificada con IA en la nube, por el que compañías tan coagulares como la de Bill Gates y Paul Allen sienten predilección.

Vaya, que no es como si suprimiendo los ideales apocalípticos de una pandilla de chalados, o instando a naciones, digamos, peleonas, a ser más responsables, se pudiera resolver el problema. El fallo es consustancial a la raza. Casi tanto como nuestra habilidad para confiarnos dando lugar a él. Ahora, tal y como Windows monopoliza la administración de vida y empresas, una sencilla metida de pata y, ¡fiesta!, bienvenido sea el Pánico.

Vale que, a pesar de todo, el organigrama internacional no está gestionado por completos patanes. Las infraestructuras críticas, las más vitales, dependen del sistema operativo Linux, no de Windows. Con lo cual, el resbalón es menos catastrófico de lo que lo hubiera podido ser de haberlo sufrido el software del pingüinito. No obstante, se trata de una clamorosa llamada de atención para que revisemos cómo está montado el tenderete, y si no será que estamos depositando demasiada confianza, y poder, claro, en los hombros del titán Microsoft.

Desde el departamento de relaciones públicas alegan ¿cómo no?, que pelillos a la mar. Que el tozolón afectó a menos de un 1% de los dispositivos (lo que corresponde, cuidado, a 8,5 millones) y se resolvía borrando los archivos que contenían la actualización para los doctos y audaces, o, más mascado, con una herramienta de recuperación disponible en el control de descargar de Microsoft. Vamos, que no fue para tanto, y que el billón de dólares en pérdidas sufrido por la entendida es el presupuesto habitual de la cena de empresa de la compañía. Gastos superfluos, vaya.

A CrowdStrike, en cambio, el error sí le ha salido caro. Da igual cómo lo maquillen. Con el apagón, CrowdStrike sufrió un desplome en sus acciones de un 11,10% (véase, para los analfabetos en bolsa, una auténtica barbaridad) del que no se ha recuperado. Y, por lo que sea, que Microsoft haya delegado recientemente las culpas en la Unión Europea, a razón de un acuerdo de 2009 por el que las herramientas de protección antimalware de terceros tenían que tener acceso al kernel (el «núcleo» del sistema operativo), no ha tamizado el golpe reputacional.

De todas formas, el salto de fusibles de Microsoft podría haberse absorbido mejor de existir estrategias más robustas. O, incluso, poniéndonos -como diría con sorna un conservador republicado- socialistas, de existir una colaboración mayor entre los proveedores de software.

Sea como fuere, alguien si se lo ha pasado teta con la metida de gamba. Y ese es Elon Musk, quien no dudó en compartir en X un meme donde un caballero aparece en posición de maja vestida fumando, bajo el emblema de la red social, mientras contempla desde lo alto una ajetreada playa aderezada por pantallazos de esa ya citada blue screen of death, que surge cuando Windows se queda tostado. La desgracia de unos, la alegría de otros, suele decirse.

Lo queramos o no, la meritocracia y el libre mercado competitivo en los dominios de los sistemas operativos son un espejismo sahariano. Por el momento, no parece que vayamos a ver un nuevo amanecer de pluralidad en el sector. Aunque de los errores se aprende. Quizás alguna de las entidades que sufrieron las consecuencias de un sencillo archivo de 40 kb malogrado, espabilen y revisen los términos de su dependencia con el gigante del cuadríptico. Con suerte y gracias al susto, no sea sólo Elon Musk quien saque tajada. Y el resto, pobres criaturas a merced de los designios tecno-divinos de las Big Tech, no suframos en carnes las consecuencias de sus patinazos. A Atlas, en fin, habrá que buscarle, si no ayuda, al menos competidores.

Sobre la firma

Galo Abrain

Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.

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