Aunque en materia tecnológica la inteligencia artificial (IA) generativa esté copando la mayoría de los titulares desde hace varios meses, actualmente están teniendo lugar dos debates interesantes en paralelo, especialmente en el mundo anglosajón, relacionados con las redes sociales. El primero va sobre TikTok, centrado en consideraciones geopolíticas y de ciberseguridad, amenaza con prohibir completamente la plataforma debido a la falta de garantías que ofrecería en materia de protección de datos y a las sospechas de espionaje. La aplicación ya ha sido proscrita, entre otros, para miembros del congreso norteamericano y funcionarios de la Comisión Europea. Uno de los momentos clave fue la audiencia del CEO de ByteDance (compañía matriz de TikTok) ante el Congreso estadounidense el pasado 23 de marzo.
El segundo debate tiene como objeto el profundo deterioro de la salud psicológica de los jóvenes en los últimos años, en la que parece cada vez más evidente que las redes desempeñan un papel fundamental. El diario Financial Times, poco propenso al alarmismo, publicó hace unas semanas un artículo titulado Los smartphones y las redes sociales están destruyendo la salud mental de los jóvenes, apoyado en numerosos gráficos que describen un aumento vertiginoso de los síntomas de malestar y la caída en picado del sentimiento de satisfacción vital entre los adolescentes desde principios de la década pasada.
A la vista del impacto que las redes sociales están teniendo en los jóvenes, ¿no tendría sentido considerar estos dos debates de manera unificada? ¿Podría esto llevarnos a prohibir no solo TikTok, sino las redes en su conjunto, a los menores de edad? Consideremos aquí algunos argumentos a favor de esta medida.
MODELOS SIMILARES
Aunque TikTok lleva ya varios años siendo la aplicación más utilizada entre los jóvenes en Estados Unidos, parece que, al sector tecnológico del país, acostumbrado a ser líder indiscutible en tecnologías de gran consumo, le cuesta todavía digerir que una aplicación china consiga más que sus competidores de Silicon Valley lograr el objetivo que todas comparten: retener la atención de sus usuarios. O, dicho de otra forma: ser lo más adictiva posible. Las 25,7 horas que los usuarios pasan de media en TikTok cada mes se alejan cada vez más de las 16 horas de Facebook, las 7,9 de Instagram y las 7,8 de WhatsApp, según The Network EC.
La realidad es que el modelo de TikTok no difiere especialmente del de Instagram, Facebook o Snapchat. Todas aprovechan los avances en neurociencias y ciencias cognitivas y desarrollan algoritmos que se apoyan en el conocimiento cada vez más profundo de sus usuarios para que pasen el mayor tiempo posible usándolas. En palabras del director del Center for Humane Technology, Tristan Harris, las redes sociales son plataformas en las que la IA y las personas se conectan con el objetivo de determinar el siguiente contenido que deben mostrar para maximizar la probabilidad de que el usuario quiera visualizar el siguiente y se quede enganchado.
EPIDEMIA DE ENFERMEDADES MENTALES
En mi libro Anestesiados llamo “la edad de la tecnología digital líquida” al periodo iniciado en 2007, en el que nos relacionamos con la tecnología mayoritariamente a través de un smartphone, y como consecuencia, elegimos menos cuándo queremos conectarnos y cuándo no. Este proceso de “fusión” ha sido acompañado de un deterioro asombroso y acelerado de la salud mental de los jóvenes.
La psicóloga norteamericana Jean M. Twenge, que ha dedicado toda su carrera a analizar el cambio entre generaciones, nunca había observado una ruptura tan abrupta como la que se ha producido entre la generación Y (los millenial) y la generación Z (nacida entre 1997 y 2010, y que ha crecido desde una temprana edad con los smartphones y las redes sociales). A partir del año 2007 (en el que salió el primer iPhone), el comportamiento y el estado general de los adolescentes presenta una ruptura muy marcada. La Z es una generación menos interesada en la autonomía, más casera, menos sociable.
Esta propensión de los jóvenes a interactuar menos con los demás en el mundo offline no tendría por qué ser preocupante si lo vivieran bien, pero la realidad no es así. La sensación de soledad entre los adolescentes se disparó en torno a un 50 % nada más entre 2007 y 2015. Y a partir de 2012 (año en el que la tasa de penetración del smartphone superó los 50 % en EEUU) se apunta lo que se puede considerar una auténtica epidemia de enfermedades mentales.
Esta afirmación podría parecer excesiva si no se apoyara en datos demoledores que describen la situación de los jóvenes, desde preadolescentes hasta jóvenes adultos. A lo largo de la década 2010, incluso antes de que TikTok entrara en juego, las depresiones y los casos de anorexia se han más que duplicado entre los universitarios, mientras que la ansiedad ha aumentado un 134%. Según los últimos datos publicados en febrero por el Center for Disease Control and Prevention (CDC) de EE. UU:
- Un 57% de las chicas adolescentes se han sentido deprimidas en el último año (un 36% hace una década).
- Un tercio de ellas ha considerado seriamente suicidarse.
- Los casos de automutilación se han multiplicado por 2,2 en la última década.
- Un 14% ha sido forzado a mantener relaciones sexuales (+27% desde 2019).
EL VÍNCULO ENTRE LAS REDES Y EL MALESTAR
Apoyándose en el periodo más reciente desde 2019 hasta ahora, el reconocido psicólogo de la Universidad de Nueva York (EEUU) Jonathan Haidt establece en distintos trabajos (que prevé publicar en su futuro libro Kids In Space: Why Teen Mental Health is Collapsing) que el auge de las redes y el malestar de los jóvenes no solo han sido fenómenos simultáneos sino que existe una relación de causalidad entre ambos.
No se trata únicamente de comparar esta generación con la anterior sino de observar lo que ocurre en el propio seno de esta generación. A mediados de la década pasada, un análisis del Monitoring the Future Survey ya mostraba una fuerte correlación entre el tiempo pasado detrás de una pantalla y la depresión: los que pasaban 10 horas o más a la semana usando las redes tenían una probabilidad un 56% más elevada de no sentirse felices. Desde entonces, se ha mostrado cómo la probabilidad de padecer de depresión y de intentar suicidarse aumenta casi linealmente con el uso de dispositivos conectados.
El año pasado, Haidt fue llamado a declarar ante el Senado de EEUU, donde presentó de forma muy didáctica la abundancia de datos que sostienen que las redes sociales son las principales culpables de este fenómeno. Aunque existen más estudios al respecto en el mundo anglosajón que en otros lugares, el hecho de que esta tendencia sea observable en la mayoría del mundo apunta también hacia una causa común.
¿Por qué? Las redes constituyen un terreno de competición social abierta 24/7 en la que los usuarios se ven incitados a competir entre sí. El cerebro adolescente es especialmente vulnerable ante la presión social fomentada por ellas. El llamado FOMO (Fear of Missing Out o miedo a perderse algo) contribuye no solo a enganchar a los usuarios sino a estar en un estado permanente de alerta. Se imponen cánones estéticos artificiales que son en parte responsables del deterioro de la autoestima, etcétera.
LA INEFICACIA DE LAS SOLUCIONES INDIVIDUALES
El objetivo de la mayoría de estas plataformas es, literalmente, ser irresistibles. La cantidad inmensa de datos que recaudan sobre sus usuarios les permite modelizar su comportamiento, detectar sus debilidades cognitivas y predecir cada vez mejor lo que piensan, desean o elegirían ante una situación u otra. Sí, consiguen cada vez más leer nuestra mente. Esto les otorga un poder considerable sobre sus usuarios, no solo para mantenerles enganchados, también para condicionar sus opiniones y comportamiento. Uno puede temer las consecuencias de esta influencia, intensa y sostenida en el tiempo, iniciada en una edad temprana.
Esperar de la educación que resuelva este problema es obviar que estas plataformas también establecen una relación asimétrica con los padres. En su conjunto, estos no están siendo capaces de contener la situación incluso cuando son conscientes de sus riesgos. Ni siquiera son capaces de aplicar el límite de 13 años fijado unilateralmente por las propias plataformas.
RAZONES LEGÍTIMAS PARA PROHIBIR LAS REDES A MENORES
Algunas de las medidas que China ha tomado para afrontar estos retos incluyen la limitación del acceso a videojuegos a tres horas por semana y la limitación de Tiktok a 40 minutos al día. A priori, este tipo de normativa puede chocar en Occidente, donde no estamos acostumbrados a que el Estado intervenga de esta manera en asuntos considerados privados. Pero ¿cómo actuar ante una tecnología que, precisamente, daña la libertad de los jóvenes y afecta su salud mental?
En realidad, existen muchos servicios o ámbitos que se prohíben a los menores, tales como los casinos, las webs pornográficas y la venta de alcohol y tabaco. Tales restricciones nos parecen legítimas porque consideramos que existe una asimetría demasiado importante entre el menor y un producto o servicio. Se considera que no es libre de actuar ante él y, por tanto, se le debe proteger. También se restringe el acceso a determinados servicios por una cuestión de salud pública, y porque dejar su acceso en manos de los padres, podría conllevar perjuicios irreversibles. Ambas consideraciones parecen aplicarse perfectamente al caso de las redes sociales.
20 AÑOS DE REDES SOCIALES
Aunque las generalizaciones siempre llaman algunos matices, los datos resultantes de dos décadas de redes sociales permiten afirmar que su balance para los jóvenes es muy negativo en términos de salud mental. Sin embargo, en Occidente parece que solo con el auge de una plataforma china se ha empezado a hablar en serio de ello, como si la culpable fuera ésta.
Por supuesto, preocupa el hecho que TikTok se desarrolle desde una dictadura como la china y ofrezca una seguridad dudosa en cuanto al uso de los datos personales. Por tanto, resulta lógico, por razones de ciberseguridad, que se prohíba su uso desde dispositivos profesionales oficiales. Sin embargo, este problema constituye la punta del iceberg y los gigantes de Silicon Valley se refugian en él para desviar la atención. La realidad es que existen razones de fondo para prohibir no solo TikTok sino las redes en su conjunto entre los menores de edad.
Como sucede en otros debates en torno al despliegue digital, no actuar rápidamente es aceptar un statu quo impuesto por la industria tecnológica sobre la sociedad en su conjunto. Es imperativo retomar el control democrático sobre el despliegue tecnológico.
*Diego Hidalgo es autor de ‘Anestesiados’ y experto del Instituto Hermes.