Hagan juego. Por @RhizomatikaLab

Vuelven los bingueros. Javier Milei y el quilombo en el casino

Criptopayasos y defensores de la “¡libertad carajo!” invirtieron en una criptomoneda recomendada por el presidente Milei. La confianza les salió rana y ahora están arruinados. De su desgracia podemos sacar valiosas lecciones, y un idea de cómo funciona hoy el dinero.

Es una fiera desatada. El dolor preña sus ojos igual que si la muerte hubiera cobrado su deuda con un ser amado. Es joven. Demasiado para proferir amenazas tan claras a un jefe de Estado. Pero la arrogancia es tan adicta a la irresponsabilidad como a la torpeza. En el video-selfi que protagoniza sale sin camiseta; trémulo de desesperación. Abdominales de El club de la lucha y perilla de metalero, cachimba en mano que lanza contra la puerta del garaje, berrea igual que Marlon Brando se desgañitaba por Estela en Un tranvía llamado deseo. Salvo que él, en este caso, llora por su dinero. Lo ha perdido. Se le han ido los millones al garete y la culpa, dice, es de Javier Milei.

El protagonista de este sonado video es el influencer estadounidense Ape. A Ape sólo lo conocían en su casa y en los círculos de las criptomonedas hasta la semana pasada. Aun así, gozaba de un grueso colchoncito de dígitos en su cuenta bancaria. En los tiempos de la satisfacción Nesquik, instantánea, no hace falta ser Julio Iglesias para acumular millones. Basta con hacer el burro, ser un bendito y estar cargado de suerte. Por eso, Ape pudo invertir un millón de euros en una criptomoneda pregonada como genial por el presidente Javier Milei en Twitter (X).

La susodicha $LIBRA, sin embargo, no es ni siquiera una criptomoneda. No es Bitcoin. No es Ethereum. $LIBRA es solo un token creado dentro del blockchain de la plataforma Solana. No tiene garantías de valor real o estabilidad. Es un ‘memecoin’. Un chiste que te puede hacer rico. Sí, Ape invirtió una fortuna en billetes del Monopoly.

¿Y cómo perdió semejante morterada el criptopayaso de Ape? Con una versión mejorada del timo de la estampita. La añeja triquiñuela convertida en golpe multimillonario. Milei, con su tweet, hizo estallar el valor de los tokens, con unos 40 mil ‘incautos’ -término propio del timo- que invirtieron en $LIBRA a colación de la seguridad que les dio el ‘cómplice’ Milei. Llegando a alcanzar los 4.000 millones de valor, el token, con aspecto de un sobre repleto de jugosos billetes, pasó en menos que canta un gallo a no valer un pimiento. Los pocos ‘listos’ que sabían desde el principio la jugada, retiraron su inversión cuando el memecoin estuvo en su cenit. El mismo momento en que la estafa se desveló y los ‘incautos’ -quienes en esta actualizada versión de la engañifa también fueron los ‘tontos’- se dieron cuenta de que habían pagado por un sobre sin nada dentro. Ricardo Darín, en la película Nueve reinas, aplaudiría de admiración.

Pocas cosas han cambiado esencialmente en lo referente a las estafas. La avaricia rompe el saco. Ciega. Desnorta. Sigue haciendo cometer auténticas estupideces. Como creer que el mismo presidente que ganó unas elecciones en un país al borde de la ruina, material y emocional, llevando una motosierra en ristre e insultando a los “zurdos de mierda”, iba a dar buenos consejos. Milei ha tenido, desde que se tiene constancia de su facha, cara de mafioso. En una versión de Los Soprano argentina, Milei sería un capo; un alto mando de la familia conocido por su habilidad para trampear al personal. Cualquiera con dos dedos de frente lo sabía. Leñazo de $LIBRA mediante, por fin, ahora se va haciendo cargo el mundo entero.

Bien visto, quizás antes que mafioso, a Milei habría que darle el título de gurú. De gurú financiero, pero de gurú sea como fuere, compartiendo la cualidad de casi todos los cantamañanas y oráculos de la historia: tener mucho morro. Esa ha sido la conclusión de los damnificados, el iracundo Ape incluido. Milei es un caradura de libro.

La excusa, por otro lado, que ha dado el presidente a su poco ética jugada no decepciona. Manteniendo el rol de iluminado, el destino ha querido que él no sea el malo, sino la víctima. Milei fue igual de engañado que quienes se arruinaron. Una teoría que, aun aparentemente lejos de ser cierta, de albergar algo de verdad destaparía la irresponsabilidad e ineptitud del presidente. Por su bien, confiemos en que se haya financiado la jubilación. A los malos se les tiene más respeto que a los estúpidos. Si hablamos de anarcoliberales, la afirmación se galvaniza.

Refugiado en la condición de víctima, escudado en el argumento de la “difusión”, que no de la “promoción”, Milei se sintió fuerte para coronar su patética defensa. Habló de la inversión en $LIBRA como de una apuesta en el casino. Para el presidente argentino, su responsabilidad en el desfalco millonario es la misma que la del dentudo fumador de Ducados que te lía para que apuestes todo al negro en la ruleta, porque él ha visto salir el rojo ya tres veces. Milei, el jefe de Estado de la 3º economía de América Latina, considera sus recomendaciones financieras, aupadas en el podio de la conquista de “¡la libertad, carajo!”, el consejito de un crupier en el Casino de Torrelodones. El comentario ha invocado autopalmadas en la frente a lo largo de todo el planeta. Sin embargo, siento decirlo, pero Milei tiene parte de razón. Tal vez el desorbitado montante en juego haga dudar a la mayoría. La actualidad financiera, no obstante, ha convertido la inversión millonaria en criptomonedas -y derivados- en una apuesta de casino online. El bet365 magnificado.

La accesibilidad inmediata ha banalizado las decisiones. El inversor ya no es un encorbatado zutano con traje italiano y gesto de marrajo, sino una ristra de lo más variopinta. Desde el soñador que pulsa impaciente el botón al ático del ascensor social, al joven pringado crédulo; gobernado por un narcisismo del todo injustificado, hasta los clásicos darwinistas vitales. Esos emperifollados buitres que miran por sus cuentas bancarias más que por su salud mental. Se ha hecho carne el marxismo de Groucho, cuando decía que la felicidad no se compra con dinero, pero que siempre es mejor llorar en un yate. Las criptomonedas han plantado el escurridizo espejismo de la riqueza, frente a los incautos traders con una dosis antes cargada de temeridad que de cerebro.

El dinero ha quemado su materialidad. Se ha elevado a la mutación líquida, transformado en un tránsfuga con altas dosis de adaptabilidad. ¿Cómo si no puede explicarse que los estoicos de hoy sean gymbros ortoréxicos, a la vez que adinerados operadores de capital riesgo? Los american psycho de la actualidad siguen siendo plebeyos del anabolizante, encargados de la sublimación del físico apolíneo, pero ya no tiene por qué ser hijos de. Ni cultivar la ambición trasladándose al epicentro de los negocios. Les basta un perfil en las principales redes sociales, un móvil y una cuenta en la banca online. El bueno de Ape es el perfecto ejemplo. También el perfecto majadero que le toma la palabra a alguien como Milei, jugándose la ruina por una ‘recomendación’. Porque no sólo la forma del dinero ha cambiado, también cómo relacionarse con él.

Lejos quedó el tierno ahorro de la paga. La sagrada hucha del cerdito; la hucha de Schrödinger, esperando su inevitable resquebrajo. El dinero de hoy, si no se mueve, se estanca. Hiede. No vale con rendirlo a un consumo responsable. O aparcarlo en una cuenta bancaria, pasmado, capacitando la libertad en un futuro que se ha vuelto tan difuso que parece un recuerdo borroso. Si el dinero no baila y se multiplica como una pareja de conejos en celo, se pudre. El precio de las cosas ha hecho que el ahorro clásico esté más pasado que las chaquetas de pana. Contando con que las chaquetas de pana ya nacieron pasadas. La clase media ha muerto. Si no vamos a poder comprar una casa nunca, tenemos dos opciones: o disfrutar, y que nos quiten lo bailado, o aspirar a una fortuna. Una elección transparente para muchos, que deciden frotar la lámpara del genio cripto con la esperanza de subir peldaños sociales a zancadas, aunque los riesgos de trompazo mortal se multipliquen.

Ape, el pobre Ape, ha experimentado en carnes los peligros del cripto-casino. Se la ha pegado. Como dice al comienzo de su congojoso video-selfi, ha tenido que vender su Rolex. Todos lloramos tu pérdida, bro.

Sin desdeñar su doloroso duelo, Ape ha permitido, con su desplome, desvelar a un presidente con alma de estafador, y un modelo de inversión que efectivamente funciona como una casa de apuestas. Se ha montado un ‘tremendo quilombo’, pero así aprendemos las masas: a tremendos quilombazos. Muchas gracias por tu sacrificio, Ape. Confiemos que no sea en vano.

Sobre la firma

Galo Abrain

Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.

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