Web3 y economía del token. ¿Nirvana de Internet descentralizado o infierno de especulación?

La industria tecnológica predica una revolución trimestral. Grandes titulares, mucho márketing y pocos milagros. El concepto de moda los últimos meses es la Web3 que promete descentralizar el intercambio de valor en la red con ‘blockchain’. Apocalípticos frente a integrados, ateos frente a creyentes, la panacea digital frente al ultracapitalismo especulativo.

Decía Carl Sagan que «la única verdad sagrada en la ciencia es que no hay verdades sagradas». Sin embargo, al adentrarse en el último hype de la industria tecnológica, la Web3, los sermones van desde el más puro enamoramiento hasta el rechazo más frontal. Desde quienes ven la herramienta que devolverá a los usuarios la soberanía de sus datos, hasta los aterrados por su capacidad de mercantilizar cada aspecto de la existencia humana.

A nivel técnico, la definición es sencilla: la Web3 descentraliza protocolos y servicios añadiendo una capa de tecnología basada en cadena de bloques (blockchain) a la centralizada Web2 que hoy conocemos y utilizamos. Sin embargo, su impacto es mucho más complejo y profundo. Es como si la relativamente pequeña industria del cripto invadiera, no solo toda la esfera digital, sino también los negocios y la sociedad en su conjunto.

«Cuando la mayoría de la gente piensa en la Web3 se centra en la arquitectura técnica actual y eso sería una cadena de bloques entre pares. Pero, además de la capa tecnológica, está la capa económica, la legal, la filosófica y la política, y sus implicaciones no pueden separarse», explica la profesora de Ética Tecnológica de la Universidad de Notre Dame (EEUU) y antigua asesora de identidad digital para el Banco Mundial y la Comisión Europea, Elizabeth Renieris.

El concepto Web3 tiene menos que ver con las tecnologías que lo habilitan (como blockchain y las criptomonedas) que con las nuevas cosas que permitirá hacer. De hecho, el sector cripto existe desde hace años y ha sido el término Web3 y su potencial impacto en nuestras vidas lo que está haciendo que sus promesas calen entre inversores y medios de comunicación, más allá del omnipresente bitcoin.

A pesar de que el término fue acuñado en 2014 por el cocreador de Ethereum y director de la Fundación Web3, Gavin Wood, las búsquedas de Web3 en Google Trends, oráculo de las tendencias, no empezaron a popularizarse hasta finales de 2021. La directora de Relaciones Públicas de la Fundación de Wood, Úrsula O’Kuinghttons, cuenta: «En Estados Unidos son muy marketeros y, como buenos inversores, ven la oportunidad de cambiar de color de acuerdo a la oportunidad financiera para su propio beneficio».

Se refiere a fondos capital riesgo como Andreessen Horowitz (a16z), cuyos millones fueron en parte responsables del enorme éxito de las plataformas centralizadas que dieron lugar a la Web2, como Airbnb, Facebook y Twitter. La firma cerró 2021 con nueve criptounicornios en su cartera, al igual que otros gigantes de la inversión, como Tiger y Sequoia, que en el último año también han hecho de todo para hacerse hueco en el mercado.

Pero no siempre fue así. «Los fondos de inversión se reían de los proyectos de cripto, no querían invertir. Así que los desarrolladores crearon las ICO [Oferta Inicial de Moneda, la versión cripto de la Oferta Pública Inicial o salida a bolsa] para poder financiarse. De repente, las ICO empezaron a levantar miles de millones de euros y apareció Web3, y ahora los fondos se quieren subir a la ola», resume el CEO de la empresa de servicios de cripto Carbono.com, Raúl Marcos.

Problemas reales

La fe de los inversores de capital riesgo en los dogmas de la Web3 están logrando una expansión del credo que se refleja en fenómenos como la final de la Super Bowl de este año. De los 64 anuncios emitidos, cuatro pertenecían a casas de cambio de criptomonedas. Aunque parezca poco, fue la primera vez que el evento incluía publicidad de este tipo. Y funcionó. En conjunto, ese día las descargas de las cuatro aplicaciones aumentaron un 279 % frente a la semana anterior.

Este éxito no sería un problema de no ser por la falta de conocimiento de los usuarios a los que se dirige este tipo de publicidad. En lugar de explicar su funcionamiento y sus riesgos, los anuncios se limitaron a contratar a celebridades y apelar al síndrome FOMO (fear of missing something, miedo ante la posibilidad de perderse algo importante). Nada que la publicidad no haya hecho miles de veces, cierto, pero de un riesgo especialmente alto al tratarse de productos complejos y altamente especulativos.

A estas prácticas, junto con las que directamente son estafas, hay que sumar el hecho de que las propias características de la tecnología han dado lugar a un sinfín de robos de criptomonedas. A excepción de la cadena de bloques Bitcoin, cuyo rígido diseño la hace virtualmente resistente a cualquier ataque, los hackers han sabido encontrar y explorar vulnerabilidades en innumerables protocolos y proyectos cripto, como ladrones que agujerean el cepillo de la iglesia para quedarse con la colecta.

En vista de todos los riesgos a los que se enfrenta el pequeño inversor, las autoridades europeas de supervisión del sistema financiero se han visto obligadas a lanzar un comunicado advirtiendo: «Los criptoactivos son muy arriesgados y especulativos y no resultan adecuados para la mayoría de consumidores minoristas. Se enfrentan a la posibilidad real de perder todo el dinero invertido y deben estar atentos a los riesgos de la publicidad engañosa, incluyendo la realizada a través de las redes sociales y por los influencers. Deben ser particularmente cautelosos en lo que se refiere a las promesas de una rentabilidad alta o rápida, especialmente aquellas que parecen demasiado buenas para ser ciertas». La abogada y CEO de la empresa de servicios legales en cripto ATH21, Cristina Carrascosa, confirma que el mundo cripto «está atravesando un momento de especulación evidente». No obstante, asegura que en España «todo está regulado» y que «si se compara con el salvaje Oeste es porque es libre mercado».

Toda inversión conlleva riesgos, pero no es lo mismo embaucar al parroquiano medio con promesas incumplibles y rendimientos imposibles que recurrir a fondos para intentar lanzar proyectos que podrían salir bien o mal. Para escapar de las posibles estafas sin perder el foco en las iniciativas con verdadero potencial, la experta alerta de que «hace falta menos hype, más formación, más información rigurosa y encontrar casos de uso reales». Si la Web3 promete milagros, hacen falta teólogos que identifiquen cuáles son.

La Web3 contra las Big Tech

«Web3 es un concepto de márketing para gente que ahora quiere subirse al carro, sí, pero es muchas más cosas. Tiene muchísimo potencial, y cuando lo usas y funciona ves que es maravilloso y ese es el futuro», opina Marcos. Para sus acólitos, como la antigua directora del Laboratorio de Investigación en Criptoeconomía de la Universidad de Viena (Austria) y autora de Economía del Token, Shermin Voshmgir, la Web3 representa «la solución a muchos de los problemas de la web actual».

Se refiere a que uno de sus principales dogmas es que redefinirá el sistema de incentivos actuales de la vida digital. Este milagro se basa en que la posibilidad de gestionar los datos generados por los usuarios en una cadena de bloques equivale a arrebatárselos a las grandes tecnológicas. «La portabilidad permite dejar de ser cautivos de plataformas como Facebook o Twitter que viven de no dejar que nos los llevemos con nosotros», señala Carrascosa.

Bajo este nuevo mantra, los modelos de negocio basados en monetizar la información personal a cambio de servicios gratuitos (eso que Soshana Zuboff llamó capitalismo de vigilancia) dejarían de tener sentido. Se produciría una obsolescencia que nos liberaría de los pecados de la Web2 y nos llevaría a una nueva era en la que los usuarios controlan sus datos y pagan por los servicios o se les retribuye por su actividad.

Esta es «la principal aplicación de la Web3, el potencial de revolucionar los contratos y los intercambios de valor», afirma Voshmgir. En ella, cada elemento, acción y concepto se puede monetizar e intercambiar para redefinir el contrato social de los servicios digitales. Una red social podría premiar a los usuarios que detecten bulos y un artista podría conceder accesos especiales a los miembros de su comunidad más activos.

Podríamos monetizar todos los elementos abstractos intangibles de las relaciones de la existencia humana y convertirlos en productos comercializables… capitalismo con esteroides

Elizabeth Renieris

Pero, como cualquier otra fe, llevada al extremo, la redención que ofrece la Web3 se convierte en fanatismo. «Podríamos monetizar todos los elementos abstractos intangibles de las relaciones de la existencia humana y convertirlos en productos comercializables», advierte Renieris, lo que conduciría la economía a una especie de «capitalismo con esteroides».

Entre los ateos, el novelista de ciencia ficción Robin Sloan, quien se autoproclama como «un completo enemigo de la Web3», lo define así: «Todo se convierte en una especie de juego de casino extraño en el que hay que pensar constantemente en el precio de los diferentes servicios que se utilizan y buscar los que te dan más valor». Y avisa: «Si entramos en el mundo de los tokens, con los que se puede negociar y especular, ya no podremos salir».

Y es que el token no es otro simple término de moda en la biblia del cripto, sino el átomo del universo Web3. O, como explica Voshmgir, «los tokens son a la Web3 lo que los sitios de internet fueron para la Web1″. Y dado que los sitios de internet funcionan de distinta forma y ofrecen distintas cosas, también existen distintos tipos de token en función de para qué sirven, qué tecnología incorporan y qué representan

Los tokens son a la Web3 lo que los sitios de internet fueron para la Web1

Shermin Voshmgir

Los de pago equivaldrían a las propias criptomonedas, los de bienes o NFT representan la propiedad digital de un objeto físico o digital, los de recompensa conceden permisos y funciones específicas y podrían comprarse con los puntos de los programas de fidelización, y por último están los que equivalen a las típicas acciones de una compañía.

Esta clasificación no es estática, sino que evoluciona a medida que el sector se enfrenta a nuevos retos e idea nuevas funciones. De hecho, los ahora famosísimos NFT existen desde hace años y no fue hasta 2021 cuando empezaron a venderse por miles de millones gracias al impulso de celebridades y artistas. Carrascosa admite: «Si me hubiesen preguntado en 2017, ¡jamás habría pensado que los NFT iban a tener tanto éxito!».

Descentralizar o no descentralizar

Su actual popularidad se debe, en parte, a que el mundo de la creación ha visto en ellos su vía para escapar de las garras, términos y condiciones que les imponen las grandes plataformas, como Spotify, Netflix y YouTube. Es el creador quien decide cómo gobierna, cuánto cobra y a quién da acceso a sus obras. La pregunta es: ¿hace falta la Web3 para eso?

El rechazo a los gigantes tecnológicos ya estaba empezando a encontrar soluciones descentralizadas en la Web2. Es el caso de plataformas como Patreon y Qultu, donde los creadores suben sus contenidos y cobran a sus seguidores distintas tarifas a modo de suscripción. Al igual que Blablacar y Airbnb, se trata de ejemplos perfectos de economía descentralizada entre pares que nada tienen que ver con blockchain ni los tokens.

Así que, ¿cuál es la ventaja de trasladar este mismo esquema a la Web3 descentralizada? O’Kuinghttons responde: «Aun es muy pronto, porque todavía no es una tecnología de masas y resulta complicada. Está en fase de desarrollo, pero cada nuevo desarrollo implementa nuevas funciones».

Aun así, tampoco todo está descentralizado en el valle de blockchain. El sector cripto ya ha creado sus propios dioses corporativos, como OpenSea, el principal portal de compra-venta de NFT, y Binance, la casa de cambio de criptomonedas con mayor volumen de transacciones. Y, por si fuera poco, parece que será imposible echar del templo de la Web3 a algunos de los grandes mercaderes de la Web2, como los proveedores de servicios en la nube y centros de datos.

El profesor de Estudios Legales y Ética de Negocio de la Universidad de Pennsylvania (EEUU) Kevin Werbach explica: «Si quiero hacer algo que almacene una gran cantidad de datos, necesito discos duros que se conecten a una red con suficiente ancho de banda y robustez. Siempre va a ser más fácil hacer eso en un centro de datos en la nube que ya existe que tratar de construirlo todo desde cero».

«Seguirá habiendo intermediarios», confirma Marcos. Por eso, considera que la ventaja reside en la redundancia o resiliencia que aporta la descentralización de las propias cadenas de bloques. Dado que no se ejecutan en un único ordenador, sino que hay copias en todas las máquinas que la soportan, si la nube de Amazon se cae, el fallo afectará a quienes estén conectados a ella, pero seguirá funcionando en los demás.

«Los sistemas basados en blockchain siempre tienen puntos de centralización, algo que no es malo», añade Werbach. Para él, este es «uno de los problemas sobre la idea que la gente tiene de la Web3», y detalla: «Afirman que la descentralización es siempre buena y la centralización es siempre mala, y luego definen blockchain como algo que siempre está descentralizado. Pero ninguna de esas cosas es universalmente cierta».

Democracia según se mire

Que las cadenas de bloques estén distribuidas entre miles de ordenadores por todo el mundo tampoco es sinónimo de que se gobiernen de forma descentralizada. Al fin y al cabo, por muchas copias de la Biblia que haya repartidas por el mundo, el control de la fe católica se concentra en el Vaticano. «Es bastante complejo pues existen muchísimas estrategias y mecanismos para diseñar los modelos de gobernanza», indica Carrascosa.

Los hay totalmente descentralizados, como Bitcoin, de la que nadie es dueña ni (en teoría) tiene más capacidad de decisión que los demás; hasta los 100 % centralizados, cuyo liderazgo se regiría igual que en cualquier empresa privada. A medio camino surgen las DAO (organizaciones autónomas descentralizadas) en las que el poder se reparte entre determinados miembros de la comunidad, quienes votan mediante tokens para tomar decisiones y el resultado se ejecuta de forma automática con contratos inteligentes, otra de las funciones estrella de las cadenas de bloques.

Gracias a ellos, «dentro del mundo Web3 también surge la posibilidad de tener una democracia abierta, como tienen los suizos, que se pasan todo el día votando», afirma O’Kuinghttons. Lamentablemente, la realidad puede acabar bastante alejada de la teoría. Frente a su idílica sociedad suiza, el CEO de Carbono.com lo compara con «una comunidad de vecinos» y añade: «Todos los que hablan muy bien de las DAO jamás han usado una. Yo sí, y es el horror». Aunque coincide en que «la gente se siente involucrada» gracias a este enfoque participativo, por caótico que pueda llegar a volverse.

Más allá del caos, este modelo de gobernanza participativa de la Web3 también se enfrenta al problema de que cada voto suele estar asociado a un token, los cuales pueden ser acumulables. A diferencia de nuestra política, en la cada persona representa un voto, esto se traduce en que las personas con más capacidad de adquirir tokens tienen un mayor poder de decisión.

Voshmgir recuerda: «Tuvimos el mismo problema con la llegada de la democracia. La gente más rica solía tener más poder de voto. No tenemos que reinventar la rueda, sino aprender de la historia y adaptarla para introducir un diseño de tokens de inteligente y que refleje nuestros valores sociales. Si nuestro valor social es el capitalismo, tendremos capitalismo».

La posible perversión de este nuevo sistema de incentivos ha provocado que uno de los profetas más importantes del cripto se haya posicionado en contra de las DAO. Se trata del otro cofundador de Ethereum, Vitálik Buterin, quien acaba de protagonizar la portada de la primera revista Time publicada íntegramente en formato NFT. El texto afirma que «desprecia el predominio de la votación de monedas», al que compara con «una nueva versión de la plutocracia, en la que los ricos capitalistas de riesgo pueden tomar decisiones interesadas sin apenas resistencia».

Ante esta visión apocalíptica, Werbach es más moderado: «Muchos proyectos blockchain tropiezan con la gobernanza porque no pensaron en la importancia de la separación de poderes. Están intentando averiguar cómo gobernar sin ciertos tipos de centralización, y no hay una solución. Con el tiempo, veremos qué es eficaz y qué no».

La tecnología no hace milagros

Ante esta falta de estándares, el riesgo está en que algunos de los grandes males de la Web2, como la desinformación y el odio, podrían puedan replicarse y amplificarse. El académico advierte: «Al construir un modelo que no se basa en la publicidad dirigida puedes alejarte de la radicalización, pero es muy fácil de usar las mismas tecnologías de la Web3 para construir un sistema aún más radicalizado».

La polarización, las noticias falsas y el acoso online son problemas que surgen de la naturaleza humana. Por eso, Renieris alerta de que «no podemos afrontar los retos de las tecnologías digitales con el mismo tecnosolucionismo y optimismo acrítico que nos ha fallado en el pasado y creyendo que los problemas de la tecnología se solucionan con más tecnología».

Pero, en lugar de reparar todo lo que se ha roto en la Web2, algunos de sus gigantes están intentando saltar del barco antes de que se hunda para empezar una nueva vida libre de cargas en la Web3. El ejemplo perfecto sería Mark Zuckerberg. Acosado por los crecientes escándalos de su red social, ya nunca menciona Facebook y ha cambiado todo el sermón de su compañía e incluso su nombre para centrarse en el metaverso.

Google y Facebook aman la Web3 porque es la mejor distracción que tienen para que los políticos se olviden de todos los problemas que han causado

Elizabeth Renieris

«Google y Facebook aman la Web3 porque es la mejor distracción que tienen para que los políticos se olviden de todos los problemas que han causado. Es un movimiento completamente estratégico. Pero la historia ha demostrado que es un error. Da igual cuál sea la tecnología que nos vendan, nos enfrentaremos a los mismos problemas porque la naturaleza humana es fundamentalmente la misma», añade Renieris.

Para Marcos, «es como la gente que pensaba que Internet iba a solucionar el mundo y que Twitter iba a ayudar a que todos nos entendiéramos. Al final Twitter es una herramienta y lo que hay detrás son personas, eso no cambia». Aun así, tanto él como Carrascosa y O’Kuinghttons inciden en que la Web3 está en una etapa incipiente y que hace falta experimentación para encontrar lo que funciona y lo que no.

De hecho, todos los expertos consultados, tanto ateos como creyentes, valoran algunas de las aplicaciones y funcionalidades de la Web3 en mayor o menor medida. Renieris opina que «puede ser útil en las cadenas de suministro, en máquinas y datos de tipo industrial, en activos no humanos». Y Carrascosa asegura que «el sector genera muchísimos rendimientos y representa un mercado considerable», aunque admite que «aún es pronto para poder predecir el futuro».

La que sí se atreve con los oráculos es la directora de Relaciones Públicas de la Fundación Web3, quien vaticina que «se convertirá en una realidad masiva dentro de unos cinco años». De momento, poco más 10 % de la población mundial maneja criptomonedas, muy lejos de los 1.000 millones de usuarios necesarios para considerarlas masivas. No obstante, la similitud de su curva de adopción con las de Facebook y el propio iPhone sugieren que O’Kuinghttons podría acertar.

Si su profecía se cumple, dentro de un lustro empezaremos a comprobar si la Web3 ha obrado su milagro y nos ha librado de los problemas de su predecesora o si, como opinan otros, nos ha condenado al infierno del extremismo y el capitalismo más salvajes. Ante este esta posibilidad, Renieris advierte: «Debemos poner límites morales a la mercantilización o la vida acabará siendo insufrible», y esto sí es una verdad sagrada.

Sobre la firma

Marta del Amo

Periodista tecnológica con base en ciencias. Coordinadora editorial de 'Retina'. Más de 12 años de experiencia en medios nacionales e internacionales como la edición en español de 'MIT Technology Review', 'Público', 'Muy Interesante' y 'El Español'.

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