Philip K. Dick es uno de los autores de ciencia ficción más leídos, pero también de los peor leídos. Muchos comentaristas ven un sentido trascendente, cuando no religioso, en sus obras. Cuando las abrimos, sin embargo, lo que leemos son narraciones materialistas, cien por cien inmanentes. La fuente última de este malentendido probablemente sea el propio Dick. En febrero y marzo de 1974 padeció unas alucinaciones místicas, se vio en una reencarnación pasada como seguidora y coetánea de Jesucristo. Hasta la fecha de su muerte comentó Dick esa visión en un diario que escribía compulsivamente, emborronando hasta ciento cincuenta páginas en un solo día. El manuscrito íntegro, con varios miles de folios de extensión, sigue inédito en la actualidad, pero hay fragmentos de él dispersos por su obra tardía, especialmente en la trilogía VALIS. Haciendo de la biografía virtud, los comentaristas no solo han interpretado dicha trilogía a la luz de la «2-3-74», como llamaba Dick a su anamnesis cristiana; también han aplicado esa lectura a su obra previa, en una reconstrucción retrospectiva que seguramente le habría divertido al autor.
Ubik, por ejemplo, ha sido interpretada como una alegoría de la omnipresencia, de la ubicuidad de Dios, lo cual suena extrañísimo si uno la ha leído de hecho. Publicada originalmente a finales de la década de los sesenta, la trama se sitúa en un entonces futurista año 1992. En la novela tenemos colonias lunares y compañías especializadas en el espionaje y contraespionaje psíquico. Quienes se dedican a esto último llevan el nombre de «inerciales». Por un módico precio puedes descubrir lo que la competencia piensa o, por el contrario, blindarte frente a la precognición y la telepatía ajena. Una de esas compañías acaba de contratar a una nueva empleada, Pat Conley, con una capacidad psíquica insólita: puede cambiar los hechos del pasado. Ella y un grupo de inerciales son enviados en una peligrosa misión a la Luna, a resultas de la cual fallece Glen Runciter, el dueño de la compañía. O eso es lo que piensan sus empleados.
En verdad, quienes han fallecido son ellos, pero no se dan cuenta del porqué sus cadáveres han sido trasladados a un moratorio que los mantiene en un estado de semivida. Los semivivos empiezan a notar que ha ocurrido algo raro, pues a su alrededor parece que el tiempo ha invertido su marcha. Los alimentos recién comprados ya están podridos, el dinero que guardan en los bolsillos se halla fuera de circulación, pues pertenece al futuro, y la tecnología que les rodea vuelve a formatos más antiguos. Los televisores se transforman en radios y las naves espaciales en biplanos. Pero no todo son desventajas en el pasado: la comida sabe mejor y los electrodomésticos ya no piden monedas a cada interacción. Desgraciadamente, las personas también envejecen a pasos agigantados. Varios de los inerciales se descomponen en un abrir y cerrar de ojos. Lo único que puede detener esta regresión temporal es Ubik, un aerosol que se anuncia al comienzo de cada capítulo, prometiendo solucionar todos tus problemas, desde los sexuales hasta los gastronómicos, «si lo usas con responsabilidad y moderación».
A lo largo del libro se sospecha que Conley es la responsable de este viaje al pasado. Finalmente, se revela que todo es una ficción elaborada por un vampiro psíquico, por un semivivo llamado Jory, que para parasitar a sus huéspedes primero tiene que hacerles creer que siguen en un mundo de carne y hueso. Dado el gasto de energía que supone mantener una alucinación históricamente muy avanzada, Jory tan solo se puede reconstruir realidades tecnológicamente atrasadas, previas a la Segunda Guerra Mundial. Y hasta aquí la trama de Ubik.
Resulta sorprendente que ningún comentarista, que yo conozca, haya visto la metáfora sobre el proceso creativo que subyace a esta trama. El escritor es un vampiro, un parásito de los personajes que crea y, a la hora de pergeñar una historia, es más difícil imaginarla en el futuro que en el pasado, que para algo ha pasado y no se puede cambiar. Además, nada envejece peor que nuestras expectativas acerca del futuro. La mayoría de los desarrollos históricos que Dick fantasea para 1992 siguen siendo una fantasía en 2022: el espionaje psíquico, la semivida, las colonias en la Luna… Otras ideas, como la de periódicos individualizados para cada lector, solo con las noticias que a uno le interesan, han quedado rebasadas por el carnaval narcisista de las redes sociales. Pero lo que sigue siendo verdad, en la época de Dick y en la nuestra, es que, quien algo quiere, algo le cuesta.
El escritor es un vampiro, un parásito de los personajes que crea
Ubik no es una metáfora sobre Dios, sino solo sobre el dios del capitalismo: el dinero, aquello que está por todas partes, aquello que resulta ubicuo, aquello que solucionará todos tus problemas, «siempre y cuando sigas las instrucciones». No en balde, la primera señal de que estás muerto en la novela es que nadie acepta tus billetes y que los bienes que consumes hace tiempo que caducaron. Tú mismo has pasado de moda. Te has descapitalizado. Por ese motivo Runciter les recuerda a sus empleados que él está vivo y ellos muertos, en una de las escenas más memorables del libro: porque él (el empresario) posee los bienes de capital y ellos (los asalariados) no. Si esto no es una narración anticapitalista, que venga Dios y lo vea.
Ubik no es una metáfora sobre Dios, sino solo sobre el dios del capitalismo: el dinero
Y por ese motivo, cuando todos los cachivaches tecnológicos regresan a sus prototipos, lo único que queda en su forma ultradesarrollada es una puerta que exige cinco centavos cada vez que alguien la atraviesa. «Por lo menos había algo que seguía igual», escribe con ironía Dick. «Aquella puerta de peaje tenía una testarudez innata; probablemente resistiría más que todo. Desde hacía un tiempo, todo, toda la ciudad, si no el mundo entero, había sufrido una regresión. Todo, excepto aquella puerta». Esa puerta es el aro por el que debe pasar quien quiera participar en el mundo capitalista contemporáneo, al que hacía implícitamente referencia el novelista William Gibson cuando dijo que el futuro ya está aquí, solo que muy desigualmente repartido. El futuro que nos presenta Ubik hace treinta años que forma parte de nuestro pasado, pero parece que las enseñanzas materialistas que se extraen de ese libro siguen sin repartirse con equidad.