Me he aburrido antes de empezar a escribir, sólo de pensarlo.
Padre de las buenas ideas. Los deseos, las aventuras. A veces también de las malas. De los mensajes inapropiados. La culpa y el arrepentimiento. Motor de búsqueda, de toma de decisiones. El aburrimiento es un estado que invita a evitarlo, de ahí su superpoder. Es el ambiente explosivo antes de la chispa.
La energía mental es una fuente incansable, y luego está la energía física, ambas abocadas a la innecesariedad, pues ya no hay que buscar alimentos, ni cosecharlos, ni reparar la casa, ni cuidar al ganado. Tampoco tenemos que preocuparnos por el frío, ni tejernos la ropa, casi ni cocinar. Queda el trabajo, para conseguir dinero, como manantial de para alimentar la sed de utilidad y de propósito, y hasta eso parece extinguirse. Vivimos en una era de sequía, también de propósitos y vocación. El trabajo es el último mohicano. Y tras eso la nada, sólo quedará espacio para el entretenimiento.
Naces, te entretienes, mueres. Algo así entonaba la famosa canción “amused to death” (entretenido hasta la muerte, que a mi siempre me ha sonado parecido a “I’m used to death”, acostumbrado a la muerte)
La vida está cada día más enfocada al entretenimiento. Se venden experiencias, viajes, gastronomía, aficiones, deportes, variados y novedosos. Se huye del aburrimiento como de la peste, se llena un vacío de pasatiempos. La falta de propósito deja un agujero que el entretenimiento distrae. La dopamina sustituye la serotonina.
Sin cazar para comer, sin trabajar para vivir, sin familias que cuidar ni mantener. Sólo queda el entretenimiento en millones de variantes; deportes locos, en todas sus versiones, solo entre en surf y el windsurf ya ha salido un amplio surtido de híbridos; wake board, paddle surf. En el formato paseo tenemos desde la marcha nórdica hasta la marcha acuática (caminar largas distancias con el agua hasta la cintura), por supuesto senderismo, montañismo, running, trail running, creo que la lista de nuevos deportes es ya como un diccionario enciclopédico. También la de aficiones artísticas y manualidades, canto y baile, gastronomía y cocina. Pintura de flores en el café. Hazte famoso haciendo macramé. Experiencias para compartir, desde vestirse de época, hasta un club de swingers para los más atrevidos. Todos los formatos de viajes que podamos imaginar. Tantos como imagines, y si no lo hay, se puede hacer a medida. Todo pensado para llenar el tiempo, y mover el dinero. Crucigramas sociales y vitales. Series, cómics, libros, disfraces y fiestas, que ya no apetecen, por hartazgo, de tantas que hay.
La economía entera está enfocada al entretenimiento, y a producir dinero para sostenerlo, no se autoriza el aburrimiento ni la nostalgia.
Paradójicamente cuanto más hacemos para escapar del aburrimiento, más tristes estamos, o quizá es que se confunde el aburrimiento con tristeza. El aburrimiento es importante. Imprescindible. Sentarse mirando las hojas de un árbol o las nubes, las motas de polvo, el techo. Buscar un libro por las estanterías de tus padres, acercarse a esa vieja guitarra. ¡ordenar! pintar, escribir, cocinar. y una vez está todo hecho, fantasear, crear, inventar.
Mi psicólogo me dijo que tengo que aprender a tolerar el malestar que provoca aburrirse, y dejar de buscar emociones que proporcionen esa gratificación cerebral inmediata; llamar a tu ex, tomarte un vino, invertir en bolsa, comprar cosas de mierda que no sirven para nada, ver series en cadena, colgar una foto sexy en redes sociales. Porque es alimentar al monstruo de la necesidad, de la hiperdemanda, de la insuficiencia, como opuesto a la satisfacción y autodeterminación.
Pero ocuparse, encontrar un propósito, una ilusión, en un momento dónde ya está todo dicho, todo dado, todo pensado antes, es fácil dejarse atrapar por el qué más da, y optar por esconderse detrás del entretenimiento, para no mirar al vacío a los ojos.
Nos tenemos que encontrar más pronto que tarde con el fin de la globalización y el capitalismo. Todos los sistemas políticos tienen su final, como todas las cosas en el universo, y este sistema terminará con nosotros si no decimos ponerle remedio. Parece imposible porque la bola de nieve es muy grande, pero lo vivimos con la experiencia COVID, es posible parar, es deseable, y aún diría más, es incluso liberador.
Me encuentro cada día con personas que recuerdan con cariño esas semanas de encierro, la libertad de no tener la obligación de divertirse, de hacer algo extraordinario. el goce de poder quedarse en casa sin sentimiento de culpa, sin FOMO . Evolucionar al JOMO, el “joy of missing out”, disfrutar de todos esos estímulos que te estás perdiendo . Todos pudimos experimentar en nuestras carnes primero el bloqueo, luego el pánico, luego el aburrimiento, y luego la energía que nace de eso, ya fuera hornear un pastel o hablar con el ser humano más cercano, redecorar nuestra casa, hacer esas tareas para las que nunca encontrábamos tiempo, arreglar la terraza y sentarnos a disfrutar de ella por primera vez en años.
Es hora de volver a hablar con el vecino de al lado, para pedirle un huevo, en vez de llamar un Glovo, creo que hay que volver a sentarse en la terraza y recoger la casa escuchando la radio. Creo que hay que volver a la realidad, y salir de la fantasía, y vivir cuanto más local mejor. Vivir tu vida con lo que tengas al lado, nuevo reto para estos locos años 20, vivir con lo que sea que hay en un kilómetro a la redonda, y mirar mucho el cielo. Es hora de empezar a admitir que no todos podemos tener la vida de Paris Hilton. Es liberador y además ecológico. Dando la vuelta al conocido eslogan, os comparto mi nuevo “motto”: Piensa localmente, actúa globalmente.
*Elvira Herrería Martínez es licenciada en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, especialista en Psiquiatría por la Universidad de Alcalá de Henares y máster en Longevidad y Antienvejecimiento por la Universidad de Barcelona.