Esclavos de la pereza. Las ‘big tech’ nos quieren vagos

Cualquier cosa que diga hacerte la vida más cómoda te está condenando a una existencia más estúpida, manipulable y sedentaria, con más deudas y incluso con menos sexo. Esos son solo algunos de los efectos de la “economía de la pereza”, en la que la tecnología ya lo hace prácticamente todo por nosotros. Y creíamos que todo eso era bueno, pero resulta que no.

Ilustración generada con Stable Diffusion (qué pereza hacerla a mano, ¿no?).

No estoy de acuerdo con los que dicen que los jóvenes deberían vivir una guerra para curtirse, ¿desde cuándo la vida tiene que ser un reto extremadamente complicado? Para eso precisamente progresamos, ¿no? Desde el ascensor hasta la Thermomix, y desde Google Maps hasta ChatGPT, el catálogo de productos y servicios tecnológicos para que nuestro día a día sea más cómodo no deja de crecer. Dicen querer darnos más tiempo libre, hacernos la vida más fácil, democratizarlo todo, y lo hacen, pero ¿alguna vez te has preguntado si tanta comodidad tiene un reverso oscuro? ¿Si conlleva algún peaje individual o colectivo?

Como era de esperar, lamentablemente, la respuesta el sí. Es lo que tiene vivir en “la era de la hiperconveniencia” o, mejor dicho, en “la economía de la pereza”, como la definió Gartner en 2020. El ascensor es una bendición cuando te evita subir siete pisos, pero se convierte en enemigo de quienes viven bajo el yugo del sedentarismo. Pues lo mismo pasa con el resto de las cosas diseñadas para hacernos la vida más fácil. Porque, cuanto más cómodo es todo, más vagos nos volvemos, y resulta que los efectos negativos de tanta comodidad y tanta vaguería están por todas partes: los hay económicos, cognitivos, físicos, sociales… Voy a contarte unos cuantos, espero que no te dé pereza leer hasta el final.

Tal vez uno de los más graves y recientes sea el de que la salud mental de los adolescentes está empeorando a medida que conectarse a Internet se vuelve cada vez más fácil y rápido gracias a las paulatinas mejoras en la conectividad. “La penetración de fibra óptica, es decir, la posibilidad de acceder a redes sociales y contenidos audiovisuales de forma intensiva aumenta significativamente los casos de trastornos de salud mental en adolescentes”, alerta un reciente informe de la asociación Cyber Guardians. ¿Quién dijo que lo de poder acceder en segundos a todo el contenido de la red era todo ventajas?

El escritor Nicholas Carr lleva avisándonos desde 2008, cuando publicó su ya famosísima tribuna ¿Google nos está volviendo estúpidos? En ella, argumentaba que poder acceder al instante a las ingentes cantidades de información que contiene Internet reduce nuestra capacidad de procesar dicha información. Más de una década después, en una entrevista con la BBC en 2021, advirtió: “Los estudios que se han publicado en los últimos años respaldan lo que predije. De hecho, los efectos adversos de la tecnología en nuestra capacidad mental son incluso mayores de lo que esperaba”.

Se refiere a cosas como ‘el efecto Google’ que, según una investigación publicada en Science en 2011, consiste en que el hecho de saber que la información está permanentemente disponible reduce el esfuerzo que hacemos por recordarla. ¿Quién se aprendería de memoria la lista de los reyes godos sabiendo que puede consultarla en Internet en cualquier momento? Esto no tendría por qué ser malo per se, ya que “nos ayuda a ser inteligentes de cierta manera, a investigar más rápidamente, a encontrar información específica que buscamos, pero, a la larga, Google (y otros servicios de Internet) quebranta nuestra capacidad de pensar en profundidad”, advierte Carr.

Este mismo fenómeno se reproduce prácticamente en todas las demás situaciones en las que un nuevo producto o servicio nos hace la vida más fácil. A medida que la tecnología sustituye determinadas habilidades, perdemos la destreza que teníamos sobre ellas. Si no me crees, prueba escribir algo a mano o hacer operaciones matemáticas de cabeza. O a intentar manejarte por una ciudad sin mapa, ya que, como reveló una investigación publicada en Nature en 2020, recurrir constantemente al GPS afecta negativamente a nuestra memoria espacial.

LO FÁCIL SALE CARO

Que todo sea cada vez más fácil incluso tiene efectos negativos en nuestra economía. A nadie le sorprende ya que la comodidad de comprar por Internet se asocie a mayores tasas de compras compulsivas y de gasto. No es que el comercio electrónico dé lugar a estos fenómenos, sino que los refuerza. “Es natural que los compradores compulsivos elijan voluntariamente las compras online debido al acceso ilimitado al mercado global”, señala una investigación publicada en PLoS One. Pero es que, además, a medida que los pagos presenciales se vuelven cada vez más sencillos, resulta que también gastamos más.

Hace solo unos meses, una investigación del MIT Sloan reveló que es precisamente la comodidad de las tarjetas de crédito la que nos impulsa a gastar más frente a los pagos en efectivo. No es que los billetes y monedas supongan un freno a nuestros gastos, sino que las tarjetas, con su sencillísimo uso, nos empujan a rascarnos más el bolsillo. Y si esto pasa con las tarjetas, ¿qué efecto estará teniendo la posibilidad de pagar con el móvil que ofrecen sistemas como Apple Pay?

Es posible que sea exactamente el mismo, ya que cuando se lanzó la función allá por 2014 fue acusada de resolver un problema que no existía. Vamos, que la experiencia de pagar con el móvil es más o menos la misma que la hacerlo con tarjeta, como sarcásticamente retrataba este artículo de The New York Times, en el que el autor se preguntaba qué pretendía Tim Cook con una función que nadie necesitaba.

Lo que veíamos entonces era la intención del gigante de parecerse cada vez más a los bancos, que no suelen encontrarse entre las tipologías de empresas más pobres, precisamente. Y es que, en otra reciente vuelta de tuerca y nueva oda a la comodidad, el año pasado Apple lanzó su servicio de microcréditos Pay Later, que permite a los usuarios comprar cosas, aunque no tengan dinero para pagarlas. ¿Ves ya por dónde van los tiros?

Puede que la compañía no estuviera ganando ni ofreciendo nada con su servicio de pago móvil, pero sí estaba granjeándose una base de usuarios a los que más tarde les ofrecería otro servicio muy cómodo y sencillo con el que sí puede ganar dinero. Y, como no podía ser de otra forma, la facilidad que supone el esquema ‘paga ahora, compra después’ también ha sido acusada de aumentar el nivel de endeudamiento de los usuarios.

MENOS SEXUALES, MÁS MANIPULABES

La información y las compras no son las únicas cosas que ahora tenemos a golpe de clic, es decir, a las que podemos acceder de forma terriblemente sencilla y cómoda, no. El entretenimiento, incluido el sexual, también se ha vuelto infinitamente más accesible. Y eso también tiene sus desventajas. En el lado del sexo, el hecho de que la pornografía esté tan a nuestro alcance parece estar reduciendo nuestra capacidad de practicar sexo real. No sé tú, pero para mí eso no supone ninguna mejora frente a tiempos más incómodos, por muy sencillo que resulte ahora acceder a material para toquetearse.

En el resto del espectro del entretenimiento, disponer de infinidad de plataformas de streaming, pódcast de todo tipo, videojuegos y cualquier cosa que se te ocurra de una forma tan sencilla y accesible está erradicando el aburrimiento. Esto a priori tampoco suena mal, ¿no? Pues resulta que el aburrimiento es clave para la creatividad. “En esos momentos que pueden parecer aburridos, vacíos e innecesarios, las estrategias y soluciones que siempre han estado ahí en estado embrionario cobran vida […]. Algunos escritores famosos han afirmado que sus ideas más creativas les llegan cuando están moviendo muebles, duchándose o arrancando malas hierbas”, explicaba la neurocientífica del Instituto Politécnico Rensselaer Alicia Walf a Forbes en 2020.

Luego está la cuestión del multitasking, la multitarea que se nos vende desde las mismas élites corporativistas que dicen que si no te levantas a las 4:00 de la mañana para hacer deporte mientras tienes una reunión en horario de Hong Kong e inviertes en cripto eres un loser. Pero si eso no era cierto en 2001, menos aún lo es ahora, cuando las constantes notificaciones e impactos de todas esas herramientas y plataformas diseñadas para ayudarnos a conectar más fácilmente con nuestros amigos (Facebook, Instagram), acercarnos a la información (Twitter -llámalo X-, TikTok) y acelerar nuestra productividad (correo electrónico, Teams) nos interrumpen constantemente.

“Las formas más elevadas de pensamiento -la contemplación, la reflexión, la introspección, incluso la respiración profunda- requieren que prestemos atención, que eliminemos las distracciones y las interrupciones. Sin embargo, la tecnología de Internet hace exactamente lo opuesto: nos interrumpe y nos distrae constantemente. Como consecuencia, estamos perdiendo nuestra capacidad de implicarnos en las formas más elevadas de pensamiento que tenemos disponibles los seres humanos”, lamentaba Carr en la BBC.

Como te puedes imaginar, que cada vez seamos menos aptos para reflexionar y ejercer el pensamiento crítico nos convierte inevitablemente en seres más manipulables, incapaces de analizar en profundidad la información que se nos ofrece. La cual, por cierto, cada vez es más superficial y está más descontextualizada a medida que los formatos ultracortos tipo TikTok se popularizan y van reduciendo nuestra capacidad de prestar atención. Es mucho más cómodo tragarse 50 videos seguidos de 30 segundos que ver Stalker de Tarkovsky, ahora bien ¿cuál es el precio que pagamos porque el entretenimiento se haya convertido en algo tan fácil de consumir?

¿QUIÉN SE LUCRA DE TU PEREZA?

Cualquier compañía que venda un producto para tu comodidad, ya sea la Thermomix, un smartphone o hasta el ascensor de tu casa, encontrará su incentivo en el precio que pagas por él, pero ¿qué ganan las compañías que dicen hacerte la vida más cómoda a cambio de nada? ¿Qué gana Meta permitiéndote usar WhatsApp sin pagar nada a cambio, o Alphabet con Google y Maps? Como no podía ser de otra forma, el beneficio más inmediato está en los datos que alimentan la economía de la atención.

Al simplificarte la vida, las herramientas digitales te atrapan de cierta manera y, mientras las usas, no puedes estar en otros sitios. Son ellas quienes captan tu atención y, en consecuencia, tus datos. Al mismo tiempo, cuanto menos capaces nos volvemos de hacer determinadas cosas por nosotros mismos, ya sea desplazarnos, comunicarnos, informarnos, orientarnos o incluso masturbarnos, más dependientes nos volvemos de las herramientas que sustituyen todas estas capacidades de las que antes sí podíamos presumir.

Al hacernos las cosas más fáciles, la dependencia que nos generan estos servicios acaban encerrándonos en la cárcel de la comodidad y nos vuelven esclavos de la pereza. Por supuesto, el hecho de que tu atención se concentre en cualquiera de estas funciones también se traduce en beneficios económicos para las plataformas que te las ofrecen gracias a los anunciantes pagan para aparecer en ellas.

Por no hablar de todo lo que ganan aquellos a quienes directamente les interesa construir una sociedad más estúpida con menor capacidad de cuestionar y juzgar los tejemanejes políticos y empresariales. Al igual que todavía hay gente que cree que Joe Biden no ganó las elecciones de EEUU de 2020, la falta de criterio impulsa teorías negacionistas como las del cambio climático, dando alas a las empresas y gobiernos cuyos modelos de negocio implican destruir el planeta.

¿Quiere decir todo esto que deberíamos sumarnos a los neoluditas, volver a segar los campos a mano, apagar Internet, recuperar los telegramas y erradicar las tarjetas de crédito? Para nada. En 1998, se estimaba que los teléfonos móviles nos ahorraban 16 kilómetros de paseo al año en busca de una cabina telefónica. Quien recuerde esos endiablados aparatos, seguro que no los echa de menos. Y, por supuesto, que Schneider Electric me libre de tener que subir cuatro pisos andando cargada con 20 cestas de la compra.

¿Dónde está el límite entonces? Esa es la gran pregunta, y tal vez no exista respuesta. Lo que sí está claro es que no quiero tener cada vez más deudas y menos capacidad de analizar las cosas, no quiero ser cada vez más sedentaria ni ser incapaz de aburrirme y, por supuesto, no quiero dejar de tener interés por el sexo. El problema es que no se me ocurre cómo remediarlo y, sea de quien sea la culpa, creo que hasta me da pereza pensarlo. Parece que yo también me he vuelto vaga.

Sobre la firma

Marta del Amo

Periodista tecnológica con base en ciencias. Coordinadora editorial de 'Retina'. Más de 12 años de experiencia en medios nacionales e internacionales como la edición en español de 'MIT Technology Review', 'Público', 'Muy Interesante' y 'El Español'.

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