No más Zuckerbergs. Se buscan científicos para crear empresas ‘deep tech’

El mundo no necesita más tiburones digitales sino innovadores con ganas de resolver los grandes desafíos y generar bienestar y empleo de calidad. Eso es justo lo que consiguen las tecnologías profundas, pero su desarrollo requiere un cambio de mentalidad radical entre investigadores, inversores y la propia sociedad. Dejemos de aplaudir el mal y demos paso a la era de los buenos empresarios.

El CEO de Meta, Mark Zuckerberg, ilustrado por Stable Diffusion

‘Falta de respeto’: indignación por la muerte de un empleado de Amazon en un almacén”, decía hace poco un titular en The Guardian. Y es que casi no hay semana en la que las big tech no sean noticia por sus prácticas anticompetitivas, sus abusos hacia los empleados y sus estrategias para aprovecharse de sus clientes. Sin embargo, el club de los milmillonarios de la tecnología, con el difunto Steve Jobs a la cabeza, suele figurar como el ejemplo a seguir, el modelo al que aspirar en los típicos cursos y congresos de emprendimiento, con su tufillo neoliberal.

Su revolución digital ha generado muchos beneficios, sí, pero la mayoría se los han quedado ellos. Y su cultura de moverse rápido y romper cosas nos ha inundado de productos que a veces generan más problemas de los que solucionan. La situación ha llegado a tal punto que Alphabet ha adoptado informalmente un eslogan que dice: “No seas malvado”. Pero limitarse a no hacer el mal no es lo mismo que promover el bienestar, la igualdad y la justicia social. ¿Dónde están los inversores, las innovaciones y los emprendedores capaces de construir un mundo mejor? La respuesta está en las deep tech o tecnologías profundas.

Descritas por primera vez en 2015 por la CEO y cofundadora de la plataforma de inversión en tecnologías profundas Propel (X), Swati Chaturvedi, “las empresas de tecnología profunda, basadas en descubrimientos científicos tangibles o innovaciones de ingeniería, tratan de resolver los grandes problemas que afectan al mundo que les rodea”. Así lo demuestra el hecho de que el 97% de las empresas de deep tech a nivel mundial contribuyan a mejorar, al menos, uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, según un informe de Hello Tomorrow y Boston Consulting Group.

¿Acaso no es eso lo que necesitamos en lugar la enésima empresa de reparto ultrarrápido, otra app de fintech y más negocios basados en pagar por alquilar desde un barco hasta un amigo? Nadie lo diría si tenemos en cuenta que en 2020 sólo el 24% de los fondos de capital riesgo en Europa fueron a parar a empresas de deep tech, según DealRoom. “En España se ha implantado un modelo de emprendimiento no tan innovador porque no es lo mismo emprender con tecnología ajena que con el desarrollo de tecnología propia”, advierte la profesora de economía en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM, España) Oihana Basilio, quien acaba de publicar un informe sobre el emprendimiento español en tecnologías profundas gracias a una beca del MIT y la Fundación Rafael del Pino.

Antes de leer sus conclusiones ya se intuye que ni España ni Europa están especialmente bien posicionadas en lo que a empresas de tecnologías profundas se refiere. A nivel internacional, los 9.400 millones de euros de capital riesgo invertidos en 2020 en compañías europeas deep tech palidecen ante los 33.000 millones de euros que se llevaron las de EEUU. Y, aunque los fondos privados para empresas chinas solo superaron ligeramente los 6.000 millones de euros, el Gobierno del país complementó ese presupuesto con otros 10.000 millones de euros de su propio bolsillo.

En España, más de lo mismo. A nivel europeo, Reino Unido se alza como la principal potencia inversora en tecnologías profundas con 12.600 millones de euros entre 2015 y 2020, seguida de Alemania con 5.400 millones de euros. Frente a ellas, los 700 millones invertidos en nuestras empresas nos hacen descender hasta la décima posición de la lista, según DealRoom. Y, aunque en 2021 nos colocamos en séptimo lugar en cuanto a generación de unicornios de base tecnológica, según Atomico, sorprende que seamos el primer país de la clasificación en el que la mayoría (casi dos tercios) han nacido gracias a fondos que no proceden del capital riesgo. En Alemania, donde la creación de unicornios fue cerca del triple que la nuestra, dos tercios tuvieron el respaldo de este tipo de inversiones.

Basilio opina: “En España, muchos emprendimientos dependen de ayudas públicas porque hay pocos inversores especializados y porque a los investigadores les cuesta saltar de los fondos públicos a las rondas de inversión privadas, no sé si por falta de ambición o de capacidad”. Para responder a esta pregunta, su investigación analiza precisamente las debilidades del sistema español y ofrece una serie de recomendaciones para cada una de las cinco partes que componen el ecosistema: Gobierno, emprendedores, empresas, inversores y organismos públicos de investigación.

EL LADO OSCURO DE LA CIENCIA

En lo que a capital humano se refiere, su informe detalla: “La educación superior, aunque de alta calidad en la formación teórica, carece de un enfoque práctico en la resolución de problemas del mundo real y muestra muchas limitaciones en cuanto a la formación en innovación y emprendimiento. Este escaso enfoque práctico se da también en el ámbito científico, ya que los investigadores no suelen prestar suficiente atención a las aplicaciones de sus resultados”. O, como lo resumió ya el año pasado la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, en el foro El futuro del trabajo y el trabajo del futuro, organizado por Retina, se trata “del problema histórico de que la universidad viva de espaldas al mundo de la empresa”.

“Si el sistema solo anima a publicar resulta imposible generar esa transferencia, muchas veces los científicos ni se plantean el pasar del momento ‘eureka’ al modelo de negocio”, lamenta Basilio. Y, para más inri, la falta de una cultura emprendedora en el ámbito académico hace que “muchos investigadores consideren el emprendimiento como ‘pasarse al lado oscuro”, añade. En su opinión, “la falta de visibilidad de científicos que crean empresas de impacto hace que su aspiracional principal sea el del premio Nobel, que tiene muchas patentes, pero le da más igual si llegan al mercado”.

El responsable de Protección de Resultados y Promoción de Empresas de Base Tecnológica del CSIC, Javier Etxabe, lo confirma: “Sobre todo antes, se veía como una perversión, una degeneración, especialmente en biomedicina, por la visión mercantilista que se le podía dar y por si les distraía de su línea de investigación, ya que la forma de promocionar y lo que se valora el mundo académico son las publicaciones, las tesis, los seminarios…”. No obstante, asegura que “esa mentalidad ha ido cambiando en los últimos 20 años” y que “muchos investigadores han visto que hacer investigación básica y aplicada puede ser compatible”.

Aun así, el problema persiste. Etxabe destaca los esfuerzos del CSIC para fomentar la internacionalización de las patentes de sus investigadores y ponerlos en contacto con inversores y emprendedores. Sin embargo, carece de datos específicos que confirmen la tendencia positiva y menciona que la última encuesta elaborada por el organismo para entender la relación de sus investigadores con el mundo empresarial se remonta a 2012. Aquel año, de los cerca de 1.000 científicos que respondieron, “solo un 25% o 30% se sentían cómodos en el ámbito del emprendimiento” y asegura que “solo hay cuatro gatos interesados en convertirse en empresarios”.

Para reducir esta aversión, Basilio recomienda crear una “escuela oficial de emprendimiento e innovación en deep tech liderada por la Academia y una “cumbre de emprendimiento liderada por emprendedores” que permita poner en común todos los problemas y necesidades del ecosistema y encontrar un lenguaje único para que inversores, científicos y empresarios aprendan a entenderse mutuamente. “Una start-up de deep tech necesita conocimientos científicos, pero también necesita visión de negocio para escalar”, sentencia.

Afortunadamente, cada vez hay más ejemplos de empresarios capaces de crear empresas deep tech de éxito, incluso sin formación científica. Ya en 2017, el 60% de los fundadores de empresas tecnológicas europeas (tanto profundas como no profundas) carecían de conocimientos técnicos, según el informe de Atomico de aquel año. De hecho, para Etxabe, aunque los científicos deben mejorar su capacidad de traducir sus investigaciones en negocios, considera que son los empresarios quienes deben llevar las riendas.

Un ejemplo es el CEO de PhagoMed, Alexander Belcredi, quien, armado con licenciaturas en Historia, Economía y Empresariales y cierta experiencia en consultoría, en 2017 lanzó una start-up biotecnológica, según otro informe de Hello Tomorrow y Boston Consulting Group de 2019. En él, Belcredi cuenta: “Pude hacerlo gracias al fácil acceso a publicaciones e investigaciones anteriores, a la secuenciación genómica barata y eficaz, y a la facilidad para contactar con expertos de todo el mundo”.

Esta visión, sumada al apoyo de la aceleradora europea EIT Health, logró que la compañía no dejara de crecer hasta que en 2021 fue adquirida por BioNTech, que ya ha pasado a la historia por sus vacunas de ARN mensajero contra la COVID-19. Pero, además de su cuasi-milagrosa innovación contra la pandemia, que ha disparado su valor de mercado desde 2019, lo interesante de este gigante alemán que empezó a base de papers está en todas las investigaciones que están surgiendo a partir de su primer gran éxito.

Una de las características de las deep tech es su capacidad de abrir el espectro en muchos ámbitos en lugar de centrarse en un único producto”, explica la experta. Del mismo modo que la tecnología de ARN mensajero ya se está estudiando para crear vacunas contra varios tipos de virus e incluso contra el cáncer, la empresa española Next-Tip, spin-off del CSIC, ha desarrollado un sistema capaz de multiplicar la resolución de algunos de los microscopios más potentes del mundo y que, según Oihana, “puede aplicarse en un montón de ámbitos, desde la neurología hasta la industria aeroespacial”.

NEGOCIOS CUESTIÓN DE ESTADO

Es más que simple buenismo. Además de contribuir a los ODS y promover el desarrollo de un tejido industrial con empleos de calidad, su ubicación en la frontera de las ciencias convierte a las deep tech en la última opción de Europa para recuperar su soberanía tecnológica. Basilio es más rotunda y considera que no apostar por ellas sería como “quedarse fuera de la Revolución Industrial”, y añade: “Los países que llegaron tarde generaron una serie de dependencias que han lastrado su desarrollo. Si no empezamos a emprender e innovar con nuestra propia tecnología no sé cuál será el panorama a futuro”.

Aunque las deep tech abarcan áreas tan diversas como la ingeniería aeroespacial, la biomedicina y la computación cuántica, algunas como la seguridad alimentaria y los semiconductores resultan tan estratégicas a nivel geopolítico “que no podemos permitirnos quedarnos fuera”, señala. De lo contrario, advierte de que podríamos enfrentarnos a “serios problemas de autonomía y ciberseguridad en el futuro”.

Por ello, su investigación también recomienda crear “una estrategia explícita de deep tech por parte del Gobierno, que haría de faro para señalar hacia dónde debemos ir como país, y atraer, incentivar y aglutinar al resto de stakeholders”. Y el primer paso de dicha estrategia debería centrarse en “definir qué es una deep tech para saber de qué hablamos y cuáles son sus particularidades para poder crear medidas de apoyo y regulaciones adecuadas a su casuística”, añade. Porque ya sabemos que no es lo mismo invertir en nuevos modelos de negocio basados en software de terceros que arriesgarse a fabricar un nuevo tipo de vacuna o un nuevo modelo de ordenador cuántico.

Dada su orientación a resolver problemas complejos y generar impacto positivo, “estas empresas se enfrentan a incertidumbre, altos niveles de riesgos tecnológicos y comerciales, complejidad y a un conjunto específico de retos, como el acceso a la financiación”, detalla la investigación. Igual que la nueva Ley de Start ups ofrece dos años extra de exención fiscal a las que se dediquen al sector biotecnológico al entender su mayor necesidad de fondos y tiempo para salir adelante, las empresas de tecnologías profundas necesitan el mismo tipo de comprensión para que las ayudas y regulaciones las impulsen sin imponerles aún más trabas.

Para apoyar estas medidas desde el ámbito privado, la profesora propone “un listado de clientes industriales de deep tech” que asegure la demanda de tecnología, y “un club de inversores” que favorezca la lluvia de dinero. Aunque en los últimos años han surgido los primeros fondos de inversión españoles con foco específico en las tecnologías profundas, como BeAble y Bullnet, parte de la culpa de nuestra maltrecha posición en cuanto a deep tech, por supuesto, la tienen quienes manejan la pasta, que a la deriva nos llevan.

Cuales cripto-bros seducidos por los cantos de sirena de las criptomonedas, los inversores buscan el bajo riesgo y los beneficios a corto plazo, una tendencia, que en España nos ha regalado innovaciones tan trascendentales y de impacto positivo como Glovo e Idealista. La buena noticia es que la filosofía de crear empresas para hacer el bien, resolver problemas complejos y aumentar nuestra soberanía tecnológica está empezando a calar. El mismo informe de DealRoom que señala que los fondos de capital riesgo para empresas de deep tech europeas fueron de unos 9.400 millones de euros en 2020 también indica que en 2010 esa cantidad fue tan solo de 700 millones de euros, lo que supone un aumento de más del 1.300%.

“En los últimos cinco años han aparecido cada vez más fuentes de financiación pública y privada. A más financiación, más publicaciones, más dinero público, más investigación básica y más spin-offs. Todo está floreciendo”, confirma Etxabe, aunque recuerda que “esto no se cambia de un día para otro”. Aun así, la semilla parece estar plantada entre todos los actores del ecosistema y tal vez solo falte que seamos nosotros, los ciudadanos, quienes empecemos a demandar y apoyar más buenos patrones en deep tech y menos empresarios como Mark Zuckerberg, porque, como le dijo el personaje de Rooney Mara al principio de La Red Social (David Fincher, 2010), “seguramente llegarás a tener mucho éxito como experto informático, pero vas a ir por la vida pensando que no gustas a las chicas porque eres un friki, y yo quiero que sepas de todo corazón que eso no será verdad, será porque eres un gilipollas”.

Sobre la firma

Marta del Amo

Periodista tecnológica con base en ciencias. Coordinadora editorial de 'Retina'. Más de 12 años de experiencia en medios nacionales e internacionales como la edición en español de 'MIT Technology Review', 'Público', 'Muy Interesante' y 'El Español'.

Más Información