Algunos problemas son tan complicados y difíciles de resolver que tienen nombre propio. Al menos eso pensó el filósofo Timothy Morton cuando en 2013 publicó en su libro Hiperobjetos: Filosofía y ecología después del fin del mundo. El pensador acuñó el término hiperobjeto para describir precisamente eso, cosas que se distribuyen de forma masiva a través del tiempo y el espacio y cuya totalidad es prácticamente imposible de comprender y abordar por la mente humana.
Se tata de objetos enormes, intrincados y difíciles como los agujeros negros, los vertidos de petróleo, y por supuesto, el cambio climático. “Los urgentes retos actuales son fundamentalmente complejos y sistémicos y no podrán ser resueltos por agentes, regiones o territorios individuales de forma aislada”, alertaba la comisaria Europea de Innovación, Investigación, Cultura, Educación y Juventud, Mariya Gabriel, en el prefacio de la Encuesta sobre los Ecosistemas Europeos de Innovación elaborada por CE en 2021.
¿Quiere decir eso que lo único que podemos hacer es tirar la toalla y rendirnos al derrotismo? Para nada. Según la comisaria, del mismo modo que la colaboración entre empresas, administraciones públicas y centros de investigación fue fundamental para llevar al hombre a la Luna, resolver retos como el cambio climático, la seguridad alimentaria y la creciente desigualdad global solo “puede lograrse con ecosistemas de innovación que aprovechen e interconecten los puntos fuertes de los ecosistemas nacionales, regionales y locales, fomentando la participación de todos los agentes y territorios y aprovechando mejor todos los talentos de toda Europa”.
“Los ecosistemas permiten a las empresas crear un valor que ninguna podría lograr por sí sola”, adelantaba ya en 2006 el experto en estrategia, negocio e innovación de la Universidad de Dartmouth (EEUU) Ron Adner en un icónico artículo publicado en Harvard Business Review. Pero ¿cuáles son esos ecosistemas? ¿En qué tecnologías y áreas de conocimiento se especializan? ¿Mediante qué mecanismos se define su colaboración? Y, lo más importante, ¿cómo evolucionarán en los próximos años?
Esas son justo el tipo de preguntas que se intentarán responder en el inminente Ecosystems 2030 que se celebrará en A Coruña los próximos 4 y 5 de mayo. El encuentro aspira a “explorar los ecosistemas que surgirán en los próximos 10 años a partir de tecnologías como la inteligencia artificial, los sistemas autónomos, las tecnologías financieras, la impresión 3D, la robótica y la realidad virtual y aumentada”. De ahí su nombre.
Y es que, frente al mantra de la competencia extrema que solo busca el beneficio propio, la colaboración entre empresas, Academia y gobiernos a través de los ecosistemas de innovación es “la única vía para poder frente a los mayores retos de hoy y de mañana”, afirmó el año pasado la antigua miembro del Consejo de Asesores Presidenciales en Ciencias y Tecnología de EEUU Shirley Ann Jackson, cuya trayectoria en investigación está plagada de reconocimientos, premios y distinciones.
ECOSISTEMAS PARA UNA NUEVA EUROPA
Apostar por los ecosistemas innovadores también se vuelve especialmente urgente a medida que Europa se va quedando cada vez más rezagada del liderazgo tecnológico y los grandes retos se agravan. Según la encuesta de la CE, los dos principales motivos para impulsarlos son “aportar innovación que contribuya a la ambición política de la UE para la transición ecológica y digital de Europa” y “promover las innovaciones tecnológicas profundas y revolucionarias y el papel de las empresas emergentes como agentes dinámicos clave e impulsores de la innovación”.
Y para demostrar su potencial como eje tractor del progreso, en el capítulo dedicado a los ecosistemas de innovación del Informe sobre la competitividad mundial 2020: Cómo están actuando los países en el camino hacia la recuperación, el Foro Económico Mundial afirma: “Se calcula que en las economías de la OCDE se crean cinco nuevos puestos de trabajo por cada millón de dólares invertido en I+D pública, y el doble cuando la inversión se canaliza a través de instituciones de enseñanza superior. Esta cifra es superior a la creación de empleo desencadenada por la inversión en cualquier tipo de infraestructura en las economías avanzadas (electricidad, carreteras, sanidad y educación, agua y saneamiento)”.
No obstante, advierte de que “los proyectos de investigación a largo plazo financiados con fondos públicos que pueden generar el tipo de innovación arriesgada y rompedora que el mundo necesita se han ralentizado, ya que los gobiernos se han alejado del tipo de programas de investigación intensiva que fueron la base de la carrera espacial y de otros enfoques de la innovación impulsados por misiones”.
Con esta coyuntura en mente, la tercera revisión de la iniciativa de la Nueva Agenda Europea de Innovación, presentada en enero de este año, se centra en “la aceleración y el fortalecimiento de la innovación mediante los ecosistemas europeos de innovación en toda la UE para desbloquear la excelencia en todo el continente y conectar los valles regionales de innovación que implican regiones con un menor rendimiento en innovación, en apoyo de las prioridades clave de la UE”.
La idea tiene ya unos cuantos años de trayectoria, como demuestra que en 2017, el recién elegido presidente francés, Emmanuel Macron, comenzara a utilizar el término “soberanía europea” en sus discursos y a plantear la creación de una “Agencia europea para la innovación disruptiva” que tendría un papel similar a DARPA en Estados Unidos. Pero los años fueron pasando sin que la DARPA europea viera la luz y con nuestro porcentaje del PIB para I+D cada vez más alejado del de las grandes potencias.
Es en este contexto en el que iniciativas como Ecosystems 2030 pueden aportar su grano de arena para revertir la situación. Ante el innegable poder del trabajo conjunto, el programa de la edición de este año incluye a algunos de los principales líderes del mundo empresarial, político y académico, como la vicepresidenta de Redes de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de la ONU, María Cortés Puch, el director de Información del Imperial College de Londres (Reino Unido), Juan Villamil, y la directora sénior de Ingeniería, Estrategia de Investigación de Inteligencia Artificial de Google, Pilar Manchón.
Ninguna empresa será capaz de resolver el cambio climático por sí sola. Ningún gobierno en solitario podrá defendernos a todos de los crecientes riesgos de ciberseguridad. Ni siquiera los impresionantes avances más recientes de la inteligencia artificial habrían sido posibles sin la cantidad ingente de datos que la humanidad genera cada segundo, ni sin las décadas de investigación previa por parte tanto de empresas como de instituciones del conocimiento. Y, por supuesto, tampoco seremos capaces de abordar sus riesgos más perniciosos sin una suma global de fuerzas. Si los grandes problemas del mundo se han convertido en hiperobjetos, debemos darles una hipersolución. Larga vida a los ecosistemas de innovación.