El ordenador cuántico es la nueva carrera a la Luna. ¿Puede Europa llegar primero?

Tras décadas dejando la fabricación y la innovación en manos extranjeras, lo poco que queda de nuestra maltrecha industria amenaza con irse a pique. La buena noticia es que la UE está recuperando su impulso soberanista y que hay un sector tan experimental y prometedor que podría dar la vuelta al tablero geopolítico: la computación cuántica se alza como el viaje a la Luna de nuestra era.

Hay discursos tan inspiradores y potentes que quedan atesorados en la memoria colectiva y sacuden el curso de la historia. Dos de ellos tuvieron lugar en el mismo país y en la misma época. Uno fue el de “I have a dream” de Martin Luther King en 1963, que influyó de forma decisiva en la aprobación de la Ley de derechos civiles de 1964 en Estados Unidos (EEUU). El otro había tenido lugar un año antes y, aunque entonces nadie podía predecirlo, cambió para siempre el rumbo del mundo y sus efectos siguen vigentes en la actualidad: el alegato del entonces presidente Kennedy para defender las tremendas inversiones que el país estaba destinando a la carrera espacial.

“El programa Apolo fue un ejemplo de lo que se puede hacer si la ambición es inspiradora y concreta. Kennedy admitió que el presupuesto sería enorme para los estándares de la época. Pero […] sostenía que los beneficios harían que cada centavo gastado valiera la pena. […] Lo que se conocería como ‘programa Apolo’ costó al Gobierno de Estados Unidos 28.000 millones de dólares, 283.000 millones en dólares del 2020. Supuso el 4% del presupuesto estadounidense e implicó a más de 400.000 trabajadores”, afirma la famosa economista británica Mariana Mazzucato en su libro de 2019 Misión economía: Una guía para cambiar el capitalismo.

60 años después de aquella apuesta, la carrera espacial está viviendo su segunda edad de oro y nadie duda de su potencial para impulsar el progreso, pero eso no es lo único que consiguió: “El discurso de Kennedy también demostró que la innovación nace del Estado. Aunque el viaje a la Luna hubiera fracasado, su capacidad tractora generó unas capacidades que luego convirtieron al país en líder del mercado civil”, afirma profesor del Departamento de Operaciones, Innovación y Data Sciences y decano asociado del Executive MBA en Esade, Xavier Ferrás. Y es que, aunque EEUU lleve décadas defendiendo la filosofía del free market y presumiendo de sus Google, Amazon, Facebook, Microsoft, Tesla y demás, “esas empresas jamás habrían nacido sin el impulso nacional que el país dio a la I+D para la carrera espacial durante la Guerra Fría”, añade.

Estos gigantes obtienen enormes beneficios a partir de tecnologías creadas con el dinero de los contribuyentes. El algoritmo de Google se desarrolló con fondos de la Fundación Nacional para la Ciencia de Estados Unidos, e Internet provino de los fondos de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA, por sus siglas en inglés). Y lo mismo pasó con de las pantallas táctiles, el GPS y Siri”, advirtió también Mazzucato en su libro de 2016, Rethinking Capitalism: Economics and Policy for Sustainable and Inclusive Growth.

Ese “impulso nacional” coordinado que menciona Ferrás representa lo que la economista define como “pensamiento moonshot”. “Consiste en establecer objetivos ambiciosos e inspiradores, capaces de catalizar la innovación entre múltiples actores y sectores de la economía. Se trata de imaginar un futuro mejor y de organizar las inversiones públicas y privadas para lograrlo. Esto es, al final, lo que llevó a un hombre a la Luna y lo trajo de vuelta”, escribió en 2019. Pero mientras Estados Unidos se aplicaba la lección y China seguía su ejemplo, en Europa “nos hemos pasado 70 años con la casa sin barrer y ahora estamos pagando las consecuencias”, lamenta el experto de Esade.

LA MENTIRA DEL LIBRE MERCADO

Chips, paneles solares, baterías, servicios en la nube, ¡incluso algoritmos!, cualquier cosa relevante en la industria 4.0 suele venir con sello extranjero. Y los pocos sectores en los que todavía despuntamos amenazan con irse a pique a medida que nuestra “debilidad tecnológica permea por la industria”, advierte el informe Asegurar el futuro de Europa más allá de la energía: Abordar su brecha corporativa y tecnológica publicado por McKinsey hace menos de un año. Y añade: “La falta de escala de Europa en tecnologías transversales pone en peligro su posición en casi todas las industrias, incluidos sus bastiones actuales, como la automoción”.

¿Cómo hemos dado lugar a esto? Para Ferrás, todo se resume en que “hemos sido el continente ingenuo”. Mientras “Europa se creía el cuento del libre mercado”, ese que dice que la oferta y la demanda lo resuelven todo mágicamente sin ayuda de papá Estado, explica que el resto de las grandes potencias “han estado jugando con otras reglas, solo que no lo decían”. El caso del gigante asiático es el más evidente: su Gobierno se ha pasado las últimas décadas invirtiendo fuertemente en todas las industrias y tecnologías estratégicas actuales y en generación de conocimiento. De hecho, mientras que la inversión de la UE27 en I+D fue del 2,19% de su PIB en 2020, la de China (que ya nos había adelantado en 2015) llegó hasta el 2,4%, y no se encuentra ni cerca del espectacular 3,45% de EEUU, según las últimas cifras de la OCDE. Por no hablar del triste 1,4% que invertimos en España.

¿Necesita más pruebas de la importancia que las actuales potencias del mundo le están dando al papel del Estado en la innovación y el progreso? Pues sepa que el actual presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha tomado otra drástica medida de impulso nacional cuyo impacto comercial amenaza con sentirse internacionalmente: la Ley de Reducción de la Inflación. Dotada con 369.000 millones de dólares, esta ofensiva soberanista no ha sido recibida con agrado por la élite europea. “Con sus enormes subvenciones a las tecnologías verdes y sus cláusulas Buy American, los líderes europeos temen que el paquete atraiga cada vez a más de sus empresas al otro lado del Atlántico”, señala un análisis de Politico.

Bonito panorama, ¿verdad? Recuérdeselo al próximo que se le caiga la baba con las bondades del capitalismo extremo. “El porcentaje del PIB que España y el conjunto de la Unión Europea [UE] deberían destinar a I+D tendría que elevarse hasta al 3% mediante colaboración público-privada. Europa tiene que recuperar la política industrial”, sentencia Ferrás. “El sector empresarial no entrará en el mercado hasta que no se hayan hecho las inversiones más arriesgadas y de mayor demanda de capital, o hasta que no se hayan comunicado señales políticas coherentes y sistemáticas. Los gobiernos deben actuar de manera decisiva para hacer las inversiones necesarias y ofrecer las señales correctas”, explicaba Mazzucatto en 2016.

La buena noticia es que parece que por fin lo estamos empezando a hacer. En marzo, la Comisión Europea presentó sendas propuestas para la Ley de Industria Cero Emisiones Netas y para la Ley de Materias Primas Críticas. Junto al Nuevo Pacto Verde y a la Ley Europea de los Chips, ambas medidas podrían sentar las bases de lo que Mazzucato define como “proyectos misión”, es decir, iniciativas de gran envergadura, similares al programa Apolo de EEUU, capaces de sentar las bases legales y económicas en torno a un gran reto para que toda la industria trabaje en él de forma coordinada.

El problema es que establecer los objetivos económicos es casi la parte más fácil. Lo difícil viene a la hora de encontrar los fondos, y dirigirlos y repartirlos entre los distintos países y sus empresas para generar un ecosistema innovador con una escala suficiente como para competir a nivel internacional. El experto de Esade confirma: “Las subvenciones no bastan. Necesitamos un proyecto único, una misión que integre todo el conocimiento hacía un único objetivo”. Es decir, una lluvia de dinero por sí sola no sirve, hace falta coordinación y foco, o, como suele decirse, hace falta una carrera espacial 2.0 para Europa.

La gran pregunta es: ¿por qué misión apostamos? La UE ya ha empezado a recordar distancias en cuando a semiconductores, tecnologías limpias y nuevos materiales, pero se trata de carreras empezaron hace ya tiempo y en que tendremos que correr mucho para volvernos competitivos. Afortunadamente existe otra industria emergente muchos menos definida y con un potencial tan grande para transformar el mundo de arriba a abajo que hace años que acapara inversiones millonarias en todos los rincones del planeta. Por supuesto hablamos de la computación cuántica.

LA REVOLUCIÓN DE LOS CÚBITS

“A pesar de la incertidumbre en torno a cuándo los ordenadores cuánticos estarán listos a escala, gobiernos y empresas deben actuar ahora, ya que sus riesgos para la seguridad y sus oportunidades de negocio no pueden ignorarse. Este es un momento único en la historia moderna en el que todo el mundo puede prepararse para la tecnología a medida que va tomando forma y madurando”, avisa el informe Estado de la Computación Cuántica, publicado por el Foro Económico Mundial a finales de 2022. ¿Entiende ahora por qué se la compara con el viaje a la Luna de nuestro tiempo?

El experto de Esade detalla: “Se trata de una industria con un potencial disruptivo incalculable, pero de extrema complejidad y muy experimental que requiere un gran ecosistema en el que toda la tecnología, desde el primer tornillo al último cúbit tienen que ser europeos. Si el chip viene de Taiwán ya tienes un problema. Si queremos que Europa sea líder en computación cuántica, toda la cadena de suministro debería ser europea”. De hecho, aunque no lográsemos “convertirnos en líderes, el consorcio de compañías que están trabajando en computación cuántica habrán desarrollado capacidades en mecánica, en óptica, en láseres… en un montón de cosas que ahora el mercado no pide, pero que luego podrá integrar”, añade.

Las empresas están salivando ante las enormes oportunidades de mercado que podrían abrirse. Por ejemplo, el modelado del transporte de carga en el negocio de la tecnología de baterías podría suponer al menos 5.000 millones de dólares anuales. Las grandes farmacéuticas podrían aplicar la computación cuántica a la estructura y las interacciones de las proteínas, una oportunidad valorada en 200.000 millones de dólares. Las empresas de telecomunicaciones podrían utilizarla para optimizar sus gastos de capital, con un potencial de entre 50.000 y 70.000 millones de dólares. Estas aplicaciones son sólo una pequeña muestra del valor que hay en juego”, señala el informe A quantum wake-up call for European CEOs de McKinsey.

Ante estas cifras no sorprende que “los países ya estén tomando posiciones, China está apretando el acelerador y parece que ya va por delante de Estados Unidos”, detalla Ferrás. ¿Quiere decir eso que hemos vuelto a llegar tarde a la enésima carrera tecnológica de la historia? Según se mire: aunque las máquinas más potentes y las principales inversiones se concentren en esos dos países, la Unión Europea lidera la producción científica en computación cuántica desde 2010, según el informe de McKinsey.

Frente a las 2.403 investigaciones que la UE ha publicado en este tiempo, la cifra de EEUU es de 1.916 trabajos, seguidos por los 914 de China. Eso sí, por mucho que los europeos “generemos mucha capacidad científica e ingeniera y mucho conocimiento, las políticas se han limitado al laboratorio y no a la industria, y si nadie aglutina esto en un gran proyecto de ingeniería, ese conocimiento no sale de la pizarra”, advierte Ferrás, en referencia a nuestra conocidísima dificultad de traducir las investigaciones en innovaciones reales, especialmente en España.

Aun así, afirma: “La Unión Europea se está poniendo las pilas con planes muy ambiciosos, como los Next Generation, para recuperar el tiempo perdido, y gracias a ellos España va a acoger dos ordenadores cuánticos el Centro de Supercomputación de Barcelona, que también lidera la red europea de computación cuántica, y en el País Vasco se va a instalar otro de IBM”. Y, por si fuera poco, al tratarse de “un campo donde aún no hay ganadores y perdedores, aún hay espacio disponible para crecer”, según explicó la secretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial, Carme Artigas, en el encuentro ‘Deep tech y soberanía digital organizado por Retina.

“Dado el potencial revolucionario de las aplicaciones cuánticas en determinadas industrias, nadie quiere encontrarse en una situación en la que su competidor sea de repente capaz de sintetizar nuevos compuestos para fármacos potenciales en días en lugar de años. Invertir en una empresa que desarrolla ordenadores cuánticos o asociarse con ella es básicamente comprar acceso prioritario a la tecnología cuando esté lista”, concluye el informe de McKinsey. Así que no hay excusas para no apostar por la computación cuántica.

“Si perdemos este carro acabaremos en manos de empresas extranjeras a todos los niveles. Perderemos una oportunidad de participar en el nacimiento de esta industria transformadora. Surgirán clústeres de computación cuántica en otras partes del mundo y todo el conocimiento que tenemos aquí nunca se convertirá en empleo ni en crecimiento económico”, concluye Ferrás. O, dicho de forma, si no apostamos fuerte en la carrera por la computación cuántica nunca lograremos revertir la trayectoria de la Unión Europea como paria de la innovación, España incluida. Adiós soberanía, adiós crecimiento, adiós a los futuros inspiradores y brillantes como aquellos por los que lucharon Kennedy y King.

*‘200 millones de segundos’ es un proyecto de Esade y ‘Retina’ para entender algunos de los cambios tecnológicos más importantes del presente, como la inteligencia artificial y la computación cuántica, y el impacto que tendrán en la vida, la economía y la sociedad de aquí a 2030.

Sobre la firma

Marta del Amo

Periodista tecnológica con base en ciencias. Coordinadora editorial de 'Retina'. Más de 12 años de experiencia en medios nacionales e internacionales como la edición en español de 'MIT Technology Review', 'Público', 'Muy Interesante' y 'El Español'.

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