La mañana del martes se presentó nublada, lluviosa y fría, una meteorología óptima para encerrarse en un museo y dejar que el día pasase sin pena ni gloria. Salí del metro de Plaza España en Barcelona y me di de bruces con un imponente coloso acristalado, más feo que Picio, dicho sea de paso, que alberga algunas de las conferencias de mayor calibre que se celebran en la ciudad. Esta semana, al Palacio de Congresos de Barcelona le tocaba acoger la segunda edición del Barcelona Deep Tech Summit, un importante evento en el que se dan cita start-ups, empresas e inversores de uno de los sectores más estratégicos y prominentes de la ciudad y que recalca la importancia del momento histórico que estamos viviendo en términos de innovación tecnológica.
Barcelona se ha convertido en una suerte de Alejandría del deep tech. Hablan los datos: es la tercera ciudad europea preferida por los emprendedores tecnológicos después de Londres y Berlín, con una cuota del 13,2% de sus start-ups dedicadas al desarrollo de inteligencia artificial (IA), robótica, realidad virtual o biotecnología. Gracias a una organización ligeramente más pulida respecto a la del año pasado, el Barcelona Deep Tech Summit 2023 ha cerrado su segunda edición con 1.300 asistentes y una clara conclusión: la necesidad de descubrir tecnología rompedora para resolver retos globales. Eso sí, la acreditación había que llevarla impresa en papel. Paradojas de la vida.
Antes de llegar, sentía curiosidad por ver el tipo de público que asiste a una conferencia de este tipo. En mi cabeza se habían generado todo tipo de imágenes y expectativas y no me acababa de decantar entre los empresarios acelerados, los incels convencidos de las maravillosas ventajas de ser tu propio jefe, los frikis a los que el devenir de los tiempos ha empoderado más que nunca o los idealistas convencidos de que se puede hacer del mundo un lugar mejor. Al final, resultó que el público era de lo más variopinto; un ecléctico batiburrillo de personas interesadas por las tecnologías profundas y la investigación.
La conferencia empezó con una ceremonia de apertura a la que asistieron representantes políticos de relevancia como el cuarto Teniente Alcalde de la ciudad de Barcelona, Jordi Valls; el director general de Innovación, Economía Digital y Emprendimiento de la Generalitat de Cataluña, Lluís Juncà; y la secretaria general de Innovación del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades del Gobierno de España, Teresa Riesgo; además de los rectores de las cinco universidades públicas de Barcelona, que alternaban el catalán, el castellano y el inglés igual que la futbolista Aitana Bonmatí cuando recogió su merecidísimo Balón de Oro.
El congreso fue un ir y venir de conferencias, de conversaciones entre asistentes y charlas con futuros inversores, un termitero que me recordaba a mis años de instituto, en los que nos apresurábamos por los pasillos para llegar a clase, con la diferencia de que, en vez de lengua y literatura o geografía, las ponencias impartidas en iban desde la promoción del hidrógeno verde a la regeneración de tejidos mediante la inteligencia artificial.
SOY TU NUEVO COMPAÑERO DE TRABAJO. SOY UN ROBOT
Aunque de puertas afuera un evento como el Deep Tech Summit pueda parecer una suerte de congreso onanista de científicos chiflados en cuyos laboratorios se desarrolla alguna tecnología secreta cuya finalidad es erradicar la raza humana, lo cierto es que la realidad dista muchísimo de esta pérfida fantasía. Las tecnologías profundas han llegado para quedarse (así que acostúmbrense a ellas, señores y señoras) y los avances tecnológicos están pensados, precisamente, para mejorar la vida de la gente, no para inventar a Terminator. “La tecnología es una herramienta. Una herramienta como las ha habido desde que existe la humanidad. Un poco de miedo nunca está de más, pero hay que huir de los dogmatismos y los infantilismos y desarrollar un espíritu crítico. Por ejemplo, la estrategia de IA que estamos impulsando desde la Generalitat se basa en cuatro pilares y uno de ellos es el de la ética”, me comentaba Juncà.
Asimismo, existe un amplio consenso sobre la necesidad de regular los avances tecnológicos dentro de un marco legal y social. La CEO de Alinia, Ariadna Font, cuya start-up se encarga de implementar la inteligencia artificial a nivel empresarial de forma responsable, afirmó: “No será porque la tecnología despierte un día y diga, voy a matar a la humanidad. No es eso. El problema es la gente que hay detrás de esas máquinas, que pueden hacer bien o pueden hacer mal. Es cierto que no existe una ética universal, pero ese es un problema que no lo resolverán las máquinas. Lo tenemos que resolver nosotros, los humanos”.
En ese aspecto, es totalmente legítimo preguntarse también qué marca el camino de la investigación científica y tecnológica, si la agenda pública, los intereses del IBEX 35, el altruismo de unos pocos filántropos o los delirios de un megalómano sin escrúpulos. Ahora bien, al menos en España, “básicamente existen dos criterios, que vienen de las políticas que marca la Comisión Europea: tecnología y sostenibilidad, o digitalización y economía verde. Es decir, start-ups que tengan una motivación para resolver un problema real de nuestra sociedad”, (Juncà dixit).
Paralelamente a las conferencias del evento, en el hall había un espléndido despliegue de start-ups mostrando a los asistentes sus productos o tecnologías. Bastaba con echar un vistazo para darse cuenta de que la agenda pública influye, y de qué manera, en la agenda de las start-ups de deep tech, pues la mayor parte de ellas trabajaban en sectores como la salud, el medio ambiente, los cuidados, el trabajo, la energía o incluso la vivienda, como es el caso de Additive Spaces, una start-up especializada en aplicar la impresión 3D al mundo de la construcción; de Sixsenso, que permite detectar la contaminación en el agua de las playas; de KIIN Tech, una experiencia de realidad virtual que busca simular situaciones de abuso con ánimo de generar una realidad más inclusiva; o de Nimble Diagnostics, que se llevó el premio del Deep Tech Summit y que permite proporcionar un diagnóstico precoz a los pacientes cardiovasculares.
EL ‘DEEP TECH’ NO NECESITA OTRA GUERRA FRÍA (O SÍ)
Nos pensábamos que con el fin de la historia se acabarían las guerras, y la hostia resuena todavía como un gong malayo. 8 de la mañana, las 7 en Canarias, Àngels Barceló en la Cadena Ser y guerra en Ucrania, en Gaza y Cisjordania y en Sudán, tremendo misil nuevo en Corea del Norte, y China esto, China lo otro. Es decir, la geopolítica existe y también marca la agenda y el devenir de la innovación tecnológica. Por mucho que tengamos a nuestras ratas de laboratorio encerradas en (valga la redundancia) los laboratorios, la cuestión es eminentemente política y, de alguna forma, el futuro de las deep tech se decidirá en función de los actores que entren al ruedo.
Para el fundador de MOV.AI, Limor Schweitzer, a día de hoy, existen tres bloques claros: China por un lado, Estados Unidos por otro y Europa en medio: “Las tecnologías profundas no necesitan otra Guerra Fría. China es el motor mundial de la robótica; ellos ganarán. Copan un 70% del mercado, así que, inevitablemente, tendremos que trabajar con ellos y aprender. Para empezar, necesitamos repensar nuestro modelo de financiación. El modelo europeo se está quedando atrás y no puede competir con el chino, porque allí las decisiones se toman en cuestión de horas (la famosa velocidad de Shenzhen) mientras que aquí tenemos que hacer malabares y crear lobbies para poder conseguir capital riesgo”.
No obstante, este humilde servidor no puede evitar pensar en la carrera armamentística del siglo XX y en los importantes avances que se consiguieron en parte por el famoso “pues yo más” entre Estados Unidos y la Unión Soviética. No creo que el futuro de las deep tech pase por una competitividad extrema, pero es obvio que necesita una mayor inversión para poder competir y ser algo tangible más allá del mundo académico y la investigación. Las tecnologías profundas necesitan recursos (pasta, chasta, mosca, money, para que nos entendamos), porque el sector privado no puede asumir de forma exclusiva esa inversión. Las deep tech necesitan a Papá Estado y debemos hacer de la innovación tecnológica una causa nacional para reducir el tiempo que las tecnologías necesitan para entrar al mercado antes de quedarse obsoletas y para abordar asuntos globales como el cambio climático, la salud y la pobreza.
DE BARCELONA AL CIELO (LITERALMENTE)
Estamos viviendo un momento histórico, clave para el devenir del mundo, y hemos de aprovecharlo. Para ello, es necesario que se construya un relato efectivo en torno las deep tech y a la innovación tecnológica que lo acerque a la gente y muestre sus beneficios para la humanidad. Por mucho que el evento fuese un éxito, 1.300 personas son pocas si las comparamos con la población de Barcelona (el evento era totalmente gratuito). Más allá de los intereses que pueda tener cada uno, es imperativa una democratización de la tecnología para su correcto desarrollo e implementación en la sociedad. El Deep Tech Summit necesita un lavado de cara que nos permita ser conscientes de lo necesaria que es la innovación tecnológica y que permita deconstruir ciertos mitos y fake news que existen en torno a este sector.
El marco y el relato son importantes; hacer que la tecnología parezca más amable también. ¿Mejora la tecnología la vida de las personas? Indudablemente, a pesar de nuestros miedos y reticencias, sobre todo si se invierte en las start-ups adecuadas. Por eso, es más necesario que nunca que los gobiernos destinen un mayor porcentaje del presupuesto público a la investigación y, para ello, debemos verlo como una absoluta prioridad. Ahora bien, lo que estás más claro que el agua, y que pude comprobar de forma empírica en el cóctel posterior a las conferencias, es que, independientemente de los avances tecnológicos, todo el mundo es más feliz con una cerveza y una croqueta en la mano.
*Este artículo no ha sido escrito por una inteligencia artificial. O sí. Quién sabe.