Décadas antes de la entrada de las tropas rusas en Ucrania, una planta, venida también de Rusia y considerada “altamente preocupante” por la Unión Europea, invadió el territorio ucranio causando daños a ambos países hermanos y también al resto de Europa al traspasar la frontera alemana.
La planta se llama Heracleum sosnowskyi, o perejil de Sosnovsky, y en países como Polonia la apodaron la venganza de Stalin. Resistente y venenoso, este buscavidas vegetal es el heredero del imperialismo soviético, descuidado y abandonado a su suerte. Su historia, con mucha carga metafórica, inspiró al colectivo multidisciplinar Posthuman Studies Lab para crear una obra de arte que fusiona la tecnología con la naturaleza.
La planta crecía en el Cáucaso sin afectar al ecosistema hasta que fue descubierta en 1944 por la botánica Ida Mandenova. La bautizaron con el nombre del experto en flora de la zona, Dmitriy Sosnovsky, y la noticia sobre su hallazgo llegó hasta el mismo Stalin. A raíz de la guerra, la economía del país quedó maltrecha y la Heracleum sosnowskyi fue considerada un elemento clave para la reactivación del sector ganadero.
Stalin había leído que las plantas de la misma familia se utilizaban con éxito como forraje en América Latina, pero no tuvo en cuenta –y o no quiso escuchar a los expertos, o nadie se atrevió a contradecirle– que las características de cada especie eran completamente diferentes, y que esta variante en particular de la familia de las apiáceas provocaba profundas quemaduras a las personas que entraban en contacto con ella y dermatitis a las vacas que la comían. Además, la leche de estas vacas adquiría un regusto amargo.
Lo que admiraba el tirano era el gran tamaño de este vegetal, alto y fuerte como el héroe Heracles, pero de origen humilde, puesto que era una planta no cultivada, una especie de maleza. A la vez, era resistente a las adversidades y eficaz. Tenía mucha biomasa y proporcionaba grandes cantidades de proteína, glucosa y otros elementos nutritivos; un verdadero proletario verde.
Sus semillas se enviaban a los koljóz de toda Rusia y de allí al resto de las repúblicas de la Unión Soviética. Para complacer al líder sanguinario, los periódicos y la televisión entonaban ditirambos dedicados a la milagrosa planta. Es más, las quejas de quienes sufrían quemaduras por su culpa eran silenciadas por este coro de vasallos amedrentados.
Muy pronto, la astuta Heracleum sosnowskyi empezó a hibridar, a adaptarse al frío, a hacerse más fuerte y a aprender técnicas para reproducirse de forma espontánea en nuevas condiciones climáticas. Ya durante el comunismo, mostró su inclinación a la invasión de territorios. Desmantelada la URRS, aprovechó el desorden colectivo, se expandió, ocupó fábricas y zonas industriales también abandonadas y cruzó fronteras geopolíticas, dando el último coletazo del pasado soviético a sus deshilachadas exrepúblicas.
Desde entonces, la planta se ha convertido en una enemiga del pueblo. Su erradicación es objeto de investigaciones y experimentaciones científicas, y actualmente se detectan focos de población de la especie mediante drones. En algunas regiones, se llega a multar a los propietarios que no la han eliminado de sus fincas.
Y ahora empieza lo divertido. La planta invasora ha llamado la atención de los integrantes de la plataforma de investigación artístico-científica Posthuman Studies Lab y se ha convertido en una original – ¡y compleja! – instalación de arte tecnológico.
Posthuman Studies Lab es una hibridación de conocimientos y prácticas que estudia la interacción entre los sistemas vegetales y los computacionales en esta época de crisis ecológica provocada por el antropocentrismo y los avances tecnológicos. El colectivo está compuesto por cuatro artistas residentes en Moscú y San Petersburgo: una filóloga e investigadora en el campo de los animal studies, una compositora y artista multimedia, un filósofo y un biólogo y bioartista. Sus nombres son Ekaterina Nikitina, Maria Molokova, Nikita Sazonov e Ippolit Markelov.
Juntos, empezaron a recopilar información sobre el perejil de Sosnovsky en 2018 atraídos por su simbolismo, por su papel en la creación y mitificación del Homo sovieticus y también por su indestructible gen de planta obrera. Una vez desaparecidos todos los koljós, este vegetal sigue con su misión de multiplicarse, hibridar, reproducirse y, de paso, acumular los metales pesados de los suelos contaminados. Así que continúa trabajando.
En 2021, los artistas obtuvieron una beca del programa de cooperación artístico-científica Roots & Seeds XXI, impulsado por la Comisión Europea. Desde entonces, están dando una forma material a sus años de investigación, invitando a los ciudadanos de varias exrepúblicas de la antigua URRS a participar en el proceso creativo. La instalación se llamará Feral Automated System ULTB-1 y se podrá ver en septiembre en Linz, Austria, en el marco del festival Ars Alectronica, que desde 1979 atrae las propuestas más interesantes e innovadoras del campo de arte, la tecnología y la sociedad.
La hipótesis de partida para la creación de la obra es hacer un estudio detallado sobre las propiedades de fitorremediación de la Heracleum sosnowskyi, es decir, sobre su capacidad de acumular los metales pesados contenidos en el suelo –en particular, el vanadio– y su posterior extracción para un uso futuro. Otra tarea es crear un ordenador no convencional, de tipo biológico, que se comunicaría con los humanos. La pregunta que se plantean aquí los artistas es: ¿Qué pasaría si las plantas nos dieran órdenes? ¿Podríamos los humanos aprender algo de ellas?
El ordenador se alimentará con una batería de flujo, más longeva que la mayoría de los acumuladores recargables y basada en los principios de la ingeniería electroquímica. Los electrolitos de esta batería se obtendrán a partir del vanadio absorbido por la planta.
La obra pretende poner en contacto a diversos agentes, humanos, no humanos y tecnológicos, para reflexionar sobre un futuro común y colaborativo, donde los territorios estén conectados a través de redes de comunicación y del trabajo colectivo de las personas, plantas y ordenadores.
Para conseguir su objetivo, Posthuman Studies Lab acudió de entrada a la ciudadanía y creó una red de ciencia ciudadana. Así fue como el colectivo pudo recibir muestras de plantas de múltiples regiones postsoviéticas, desde Kamchatka hasta Ucrania y Bielorrusia, pasando por Kazajstán y Georgia.
Las plantas se recolectaron para ser posteriormente desecadas y trituradas según las instrucciones de los artistas. En Moscú, en los laboratorios de la Universidad de Tecnología Química Dmitri Mendeléyev, socio científico del proyecto, se estudia el contenido de los metales pesados absorbidos del suelo y se extrae el vanadio.
Otro colaborador en esta iniciativa es el investigador británico Andrew Adamatzky, autor de numerosos artículos y libros sobre la computación no convencional. Desde el departamento de Ciencias Computacionales y Tecnología Creativa de la Universidad UWE de Bristol, que dirige, este versátil profesor está guiando a los artistas en la creación del ordenador biológico, basado en los procesos bioquímicos de la hoja de la Heracleum sosnowskyi.
Para construir el esqueleto de la instalación final, o sea, su estructura, se usará el material vegetal recolectado en las afueras de Linz unos días antes de su exhibición pública. El ordenador presentado allí se convertirá en el centro de mando conectado, a través de las placas de red, con los voluntarios que enviaron muestras de las plantas. Todo ello generará, sin duda, un diálogo impredecible entre ellos.
No querría acabar este artículo sin una reflexión personal. Como persona nacida en Rusia, emigrada al principio del milenio y nacionalizada española en 2005, no puedo dejar de decir que me siento profundamente afectada por la invasión rusa de Ucrania y que espero que iniciativas culturales y científicas tan brillantes como la que acabo de describir no se vean truncadas por los delirios imperialistas de unos agentes que jamás en la vida se han interesado por la cultura ni por las personas que se dedican a ella. También quiero remarcar que el tema de este artículo ha sido elegido por mí y que el paralelismo entre la planta invasora y la situación actual entre Rusia y Ucrania es una reflexión personal y subjetiva. Los artistas no tienen nada que ver con esta interpretación de su investigación y obra, iniciadas mucho antes de los últimos acontecimientos. Que la Heracleum sosnowskyi nos ayude.
Sobre la firma
Es comisaria de arte, directora de la fundación de arte y ciencia Quo Artis e investigadora del paisaje. Vive y trabaja en Barcelona.