El saber no ocupa lugar, dicen. Quien haya hecho una mudanza, sabe que no hay mayor falacia. Las cajas de libros son, junto a los muebles de Ikea, los armatostes más susceptibles de desencadenar la desesperación individual, o el lanzamiento de platos en pareja. Siendo sinceros, la Playstation, el ordenador, el móvil o el e-book, salen mejor a cuenta. ¿Quién quiere rondar el drama transportando páginas como un mulo, pudiendo hacer como los norteamericanos en las películas, metiendo la vida laboral en una cajita de cartón?
Los libros parecían destinados a hacer la marcha de la milla verde con el auge digital. Las opciones de ocio se han multiplicado tanto… Parecía poco probable que algo como la tinta seca, tan atávico, tan vetusto, fuera a sobrevivir al parque de atracciones audiovisual. A esa tienda de golosinas para quedarse como una liendre; colgado cual jamón, durante jornadas de luz tintineante sin límite.
Pero los libros, como Pedro Sánchez, fajan en la resistencia. Cuando creemos verlos arrastrarse por el suelo, sometidos a la diabólica fuerza de la tecnología, se alzan; triunfantes, rudos, y recuperan el centro del ring. Contra toda lógica, se actualizan. Casi por embrujo. Como si su poder atravesara las crecientes paladas de tierra que se vierten sobre lo analógico.
Yendo al origen de la regeneración bibliófila en el siglo del despertar digital, sorprende saber que el primer amago de e-book tiene denominación de origen castellana. Leonesa, concretamente. La maestra, Ángela Ruiz Robles, patentó, en 1949, una “enciclopedia mecánica”. Algo así como un maletín, más cachivache que gadget -debido a la falta de financiación-, para permitir reducir la carga de los libros de texto en las mochilas de sus alumnos. Para desgracia patria, el prototipo no fue a más. Aunque a Robles se le ofreció, en los años setenta, desde el otro lado del Atlántico, comprar la patente de su idea. Oferta que rechazó, porque quería que la “enciclopedia mecánica” fuera desarrollada en Galicia, donde trabajó gran parte de su carrera.
Porque, a pesar de la negativa de Robles, fue allí, en las Américas, donde en 1971, Michael Hart, puso las primeras piedras del Proyecto Gutenberg, siguiente paso en la línea de hacer del libro una aplicación digital. Aunque, más que el libro, lo que se alumbró fue un arquetipo de biblioteca web (todavía disponible, y con unas 60 mil obras digitalizadas). Para no andarnos con tanta cháchara al respecto, saltemos, directamente, a 2007. Al nacimiento del Kindle de Amazon. La referencia absoluta en el imaginario cultural cuando se habla de libro electrónico.
Estas células evolutivas de la máquina de lectura, se construyen alrededor del objeto. Es decir, el libro, como tocho material, como ladrillazo arboleo salpicado de mordiente negro, encuentra en el universo digital un sustituto. Un sucedáneo, podría decirse; cómodo, práctico y barato -a fin de cuentas, por más que la broma salga cara en primera instancia, termina compensando visto el precio de las obras-. Sin embargo, sobar el cuero, oler el polvo, maltratar la página o mimarla como a un cachorrito, sigue imponiéndose frente a la fragilidad manifiesta del almanaque táctil. Hasta el punto de que Amazon, pionera en el e-book, confiesa vender tres veces más libros en físico que en digital. Sera por el espacio… será por la accesibilidad… será porque nos complace resbalar hasta los tomos, desvestirlos, acariciarlos, llevarlos del brazo durante las visitas a nuestra biblioteca, como si fardáramos de una atractiva pareja. Sea como fuere, ahí están. Resisten pesados y con el poder de sumergirnos en las cimas de la desesperación si hemos de someternos a un traslado.
Tanto es así, que en los últimos diez años el índice de lectura en España ha aumentado un 5,7%. Y, cabe destacar, que los jóvenes son quienes se han enganchado a la digestión de las palabras de forma más prominente desde el año 2020. La pandemia, vaya, con sus incontables dramas, también trajo alguna buena nueva. Pero, ¿acaso sólo el confinamiento puede justificar este rebrote lector? No parece -no del todo-, que una vuelta a la literatura en semejante selva del ocio digital nazca, únicamente, de un impasse de inmovilidad y encierro. Hay, sin duda, otros desencadenantes…
Huelga decir que una de las características más significativas de la juventud actual, en comparación con la generación de sus padres, es el trap… y las redes sociales. Ambas pueden criminalizarse. Sobran los motivos. Pero incluso en los secarrales brotan bellos y poderosos cardos, de hipnóticas flores moradas. Una de ellas, en la infinita estepa de las redes, son los booktubers, booktokers, instabookers, etc. La semántica es sencilla, cualquier red social a la que se le añade, muy apañadamente, la palabra “libro” en inglés.
Ya sólo en el mundo hispanoparlante, se cuentan por cientos, diría incluso miles. El doble filo de las redes es que cualquier hijo de vecino, tenga o no mucha idea de lo que dice, puede grabarse y colgar su opinión. Pero, por norma, mientras no hablemos de reaccionarios que buscan chorrear acelerante en las incomodidades inflamables de la actualidad, suele sobresalir el corte bueno. El jugoso. Aquel que, si no tiene mucho que decir, al menos lo hace con gracia y cierto magnetismo.
Resuenan, en este mundillo, nombres como los de Raiza Revelles (@soyraizarevelles), con 1,97 millón de suscriptores en YouTube, Raquel Brune (@raquelbrune), con 528 mil suscriptores en YouTube, Paola Boutellier (@paolaboutellier), con 45,4 mil seguidores en Instagram, Javier Ruescas (@javierruescas), con 110 mil seguidores en Instagram o Maryam Assakat (@maryam.and.books), con 1,9 millones de seguidores en Tik Tok.
Y toda esta retahíla de nombres, se caracteriza un poco por lo mismo. A saber; una exposición ágil, sincera y personal, que por esas mismas razones suele quedarse en lo visceral. Por lo general, estos divulgadores se centran, especialmente, en exponer su opinión, sin poder entrar a desgranar los libros con una profundidad que el formato -especialmente en Tik Tok e Instagram- no les facilita. Una lucrativa paradoja, ya que una de las claves de su triunfo, claro, es su permeabilidad a la naturaleza hiperactiva de los consumidores. Estos influencers se adaptan con soltura flamenca a la expresión acelerada, tajante y rematada que exigen los límites, cada vez más reducidos, de la atención en los nativos digitales.
Tampoco podemos decir que exista una jerarquía plana. Los títulos que más pueblan los canales de estos creadores de contenido corresponden a novela juvenil, fantástica o de ciencia ficción. Tomos de lectura-manzanilla. Fáciles de digerir, en su mayoría, y, por tanto, de abordar. No obstante, para quien se sienta tentado de minusvalorar, en su conjunto, el trabajo de estos jóvenes, debería achantar la mui. Pues si bien sus videos más visualizados, efectivamente, corresponden a esa literatura -quizás mal llamada- “menor”, estos creadores son lectores empedernidos, a los que no les tiembla la mano si han de enfrentarse a cientos de lecturas anuales. Y, por supuesto, de entre todas ellas, asoman como topos obras que rompen con el canon antes citado.
Porque, así es, si alguien, de pronto, ve a su prima pequeña, de unos 18 años, empuñando el Ulises de Joyce, Carta a un joven poeta, de Rilke, o algo de Kafka, sepa que si no es porque frecuenta amistades peligrosas, o viene de un entorno familiar con ambientador de pergamino, lo más seguro es que se haya topado con la recomendación de alguna de estas cuentas. Así tenemos casos como el del canal de YouTube: Essentia Libris (@EssentiaLibris), que con apenas un año de vida, acumula la nada desdeñable cifra de más de 10 mil seguidores, abordando tomos como los antes citados, e incluso clásicos filosóficos, desde una crítica dotada de una honestidad intelectual atinadamente analítica.
También es difícil pasar por alto que el grueso de estos divulgadores son mujeres. Mujeres jóvenes, de hecho. Con lo que se confirma, una vez más, esa preponderancia de la lectura en el género femenino, frente al masculino (un 10% más según el INE). Las redes, en esta clase de comparativas, suelen ser un termómetro eficaz.
Siguiendo con las particularidades de los book(algo), una estética cuidada es otro de sus atractivos. Hablando, como lo hacemos, de un cosmos audiovisual, los videos están salpicados de música, una buena iluminación e incluso llamativas animaciones. Puestos a criticar, se podría hablar de frivolidad. Pero, ¿qué es una portada fardona si no? La atención es un bien por explotar, se hable de lo que se hable. Oh, y puestos a explotar, también es menester destacar que existe una gran interseccionalidad en los canales de comunicación de estos neo-críticos. Es raro que sólo frecuenten una única red, pues suelen expandirse por varias al mismo tiempo. Bien lo saben quienes han estudiado economía, la diversificación asfalta las carreteras del éxito. Sobre todo, en el entorno digital.
Resuena de fondo, al hablar de los booktuber, booktok…, en fin, de estos influencers, el castañeteo de dientes por el entierro de la profesión del crítico tradicional, en medios tradicionales, que parecen profetizar estas desorbitadas cifras. Cuesta creer que, sólo en España, y con más de cuarenta libros, Harold Bloom haya conseguido los casi dos millones de lectores que recogen algunos de los nombres antes citados. En el mundo, vaya, la etiqueta #Booktok suma 131 billones de visualizaciones… ya le hubiera gustado a Harold darse semejante chapuzón de masas. Sin embargo, la industria apunta a que hay espacio para todos. Para la crítica sesuda, quizás graciosilla, bien escrita, centrada en la pluma, que para algo debe criar lo que come, y para la crítica amena, quizás pueril, bien comunicada, centrada en el audiovisual, que para algo es lo que le da de comer.
En cualquier caso, lo esencial, puestos a resumir, sería regocijarse en que, contra viento y marea, en un vergel tan caótico y superdotado de estímulos agresivos, constantes y adictivos, la literatura se revela resiliente. Tal vez haya quien huela a distopía cuando entra en una librería y ve un cartel, grande y reluciente, donde se indican los libros recomendados por booktokers, o cuando se entera de que de entre los tomos más vendidos de no-ficción, el día del libro, se encuentra uno de Jordi Wild.
Sea como fuere, el hábito, el interés por la lectura puede germinar en los más insospechados atolladeros. Provenga de donde provenga, bienvenido sea. Una chispa de curiosidad, puede prender el incendio de la pasión. Un arrebato hambriento, al que merece la pena rendirse, si lo que hablamos es del placer, promiscuo y proteínico, de la lectura.
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.