Toda guerra promueve genios, pero también pillastres. No hay contienda física, social o virtual que se quede sin mañosos dotados de neuronas alteradas o sin charlatanes que, no sé sabe muy bien cómo, acaban rajando la bolsa de las circunstancias y poniendo sus bolsillos debajo. Y en la arena de gladiadores que es el mundo influencer, donde los combatientes están dispuestos a todo por captar la atención de las masas technoempanadas, lo mismo sus jugadores se tragan avispas vivas, que se polioperan hasta las costuras de la ingle o golfean (des)información política para azuzar la crispación social.
El parvulario del entretenimiento digital está plagado de legos con poca chicha y nada de limoná, pero al menos se tiene la conciencia de que, aun no siendo la mayoría poco más que carne con ojos, hay carne y unos ojos detrás. La epifanía de lo inconsistente encarnada por la virtualidad va dando traspiés acusados en cuanto a lo de la carne y lo de los ojos. Pulpa y luceros ahora con tantas papeletas de ser de pixel como fachadas de un alma. Lo que se parió para estar más cerca de las personas, se convierte en la herramienta idónea para alejarse de ellas acercándose a la virtualidad.
La sorpresa falleció hace tiempo. Primero fueron los contestadores automáticos, los teleoperadores y luego hasta el servicio doméstico, que en vez de personificarse en el cliché de una Flor María de las Azores peruana de metro 50 o en una Jenica rumana con temple de guerrillera de Dios, pasó a ser una impersonal Alexa o Siri. Un par de muchachas que te ponen música y te dicen el tiempo, pero que por lo demás son tan útiles como una lanzadora de bolos sin brazos. Nada manualmente meritorio.
Ahora le ha tocado el turno a los influencers. Por si no bastara con la estrategia mayoritaria de filtrar las instantáneas, limándose impurezas hasta parecer perlas-espejo, avivar el deseo de experiencias inaccesibles para el 90% de sus seguidores o promocionar artículos en los que depositan tanta confianza como cifras depositan las empresas en sus cuentas corrientes, la artificialidad total empuja al humano al cementerio de lo obsolescente. El meteorito de los influencers virtuales propaga la toxina lenta, pero segura, de llamar la atención de las masas digitales sobre creaciones con ADN binario. Y lo hace con botines astronómicos de doblones…
Pongamos ejemplos concretos en el ranking de los piratas virtuales más codiciosos. Lu do Magalu, una “influenciadora virtual 3D” es la primera de la lista, con 6,4 millones de seguidores en Instagram y una estimación de casi 15 millones de euros de caja anuales. Y sí, efectivamente, esto es como el chiste de las mil palomas mensajeras, pues “no te exagero nada”. Esas son las cifras que ofrecen… Y resulta muy sorprendente seguir con el listado. En los siguientes puestos descendentes nos encontramos con Casasbahia, un “niño” influencer virtual que parece el hermano brasileiro de Jimmy Neutron, contando con 3,4 millones de seguidores y una renta anual de 7,5 millones de euros. Pasando a la tercera posición, tenemos a Any Malu, quien da un bajón a la cifras con medio millón de seguidores pero que, no obstante, cotiza unos nada despreciables 561 mil anuales.
Estos tres ejemplos tienen la particularidad, ¿quién lo diría? de ser influencers virtuales brasileños… Cuando uno bucea en la piscina de las excentricidades tecnológicas, suele prejuzgar que estas estarán escritas con ideogramas; chinos o japoneses. Otra prueba de que el universo digital está totalmente plagado de sorpresas es que las de estos influencers virtuales se acentúen con el hablar de Carmen Miranda.
En cuanto al contenido de las tres cuentas… es de lo más melifluo. Poco incisivo. Hueco. Son imágenes de yoga, de sus protagonistas caminando por praderas, abrazando cachorritos, comiendo palomitas 3D y bizarradas que me cuesta clasificar y que pasan perfectamente cualquier filtro salvo el del aburrimiento. Su oferta de cuadros muy disciplinaditos, de catequesis posmoderna, hace dudar de la legitimidad de la mano tan profunda que extienden a la plataforma llenándosela esta de perras. Porque, como he dicho, funcionar, en cifras, funcionan. Ahora, si me preguntan cuál es el interés… ¡Prrrr! De ponerme chandleriano, diría que parece una tapadera. Como esos bares chinos en los que no ha entrado ni Dios, ni Buda, desde su apertura en 2005.
Hablando de conspiraciones peliculeras, conviene atender a los protagonistas que pueblan las posiciones tras el pódium con sabor a samba. Aquí sí, influencers virtuales como Luo Tianyi, Ayayi o Angie, con un número menor de seguidores pero con una cantidad elevada de imitadores dentro de las fronteras de su China natal, cumplen con el cliché asiático. Y aunque cabría suponer que sólo para un gobierno tan predispuesto a la ingeniería social como el de Xi Jinping, diseminar un interés nacional por creadores de contenido e influencia hackeables con un portátil es ventajoso a rabiar, otros diseños de terruños con fisionomía ocular rasgada superan en cifras a los “made in China”.
Imapoki, sin ir más lejos, es una muñequita pelirosa con ojos como bandejas de jade que causa furor en Corea del Sur. Con 150 mil seguidores y cifras de 90 mil anuales, le hace la competi en la rapsodia de obsesión digital que son los jóvenes surcoreanos a Rozy.gam, una muñaca digital de gesto chulesco en su captura de perfil, pero con imágenes en las que parece haberse tragado un kimchi con demasiado jengibre antes de un selfi. Su inmutabilidad alienígena, la imperecedera planitud de su tez inspirada en la porcelana buena y el colorido outfit desenfadado que luce, la han convertido en un referente de los críos (en Corea del Sur este apelativo se extiende hasta los 35 años) que se pirran por sus huesos sintéticos.
No hace falta que incida en lo preocupante que es está pasión por el vacío. En lo sencillo de la manipulación psicológica que se oculta, por no hablar de las consecuencias del aislacionismo social tan descarado y creepy que se avecina mutilador para la demografía del Este asiático. Sociedades que, o comienzan a copular como zorras rojas japonesas sin profiláctico y a curarse su endogámica xenofobia cultural, o van camino de esfumarse en cosa de un siglo.
Pero es que incluso desde costas caucásicas se encuentran ejemplos de gerifaltes virtuales en las redes como puede ser Noonoouri, de Warnermusic; diva peliazul cuadrifacial y mofletuda con 403 mil seguidores y 158 mil euros anuales. Porque en el salvaje oeste de la rentabilidad digital se ha logrado uno de los hitos anarquistas por antonomasia, ¡la destrucción de fronteras! No hay límites al movimiento de los bichos de plastilina digital y sus atracos de seguidores hambrientos de sus exóticos (y no por ello menos planos) contenidos. Oh, exóticos, y algunos increíblemente mal-rolleros. Véase Realqaiqai, que no sé bien si es un niño o una niña afroamericana con tutú, y con una calva llena de tatuajes a lo Mike Tyson alrededor del cogote y de ese merendero que le han puesto por frente. No sé si por curiosidad, morbo o perversión (no sabía que había tantos frikis de los bebés reborn), pero son más de 304 mil personas las que se dejan embriagar por las monerías de Qai Qai, al que ya sólo personificar llamándolo por el nombre me pone los pelos como escarpias.
Hasta aquí la imagen de conjunto. Este es el presente de los influencers virtuales, algunos creados ya por IA, que se envalentona vikingos hacia la conquista del mercado de las redes. Tras estos curiosos humanoides digitales, nos encontramos con empresas que perciben millones y millones por, básicamente, diseñar un contenido de lo más insustancial. Una apuesta por la frivolidad que se enroca todavía en la curiosidad que despierta pero que, poco a poco, convierte a esos seres inexistentes en sujetos protagonistas de la cotidianidad de mucha gente. Individuos que se fregotean los ojos diariamente con los contenidos de estos seres virtuales alimentando aspiraciones, códigos de atractivo y personificaciones que, sabe Dios, quizás acaben desplazando a los humanos no-virtuales en apoyo social y, esperemos que no, en derechos…
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.