Everybody knows that the dice are loaded
Leonard Cohen
Everybody rolls with their fingers crossed
Everybody knows the war is over
Everybody knows the good guys lost
Everybody knows the fight was fixed
The poor stay poor, the rich get rich
That’s how it goes, everybody knows
Guerra en Ucrania, inflación galopante. Los tipos de interés suben, las bolsas bajan. Los gigantes tecnológicos se tambalean, las criptomonedas se hunden. Tormenta perfecta macroeconómica. El fin de una abundancia que nunca existió. Policrisis con querencia a convertirse en permacrisis en un mundo, que en 2023, como decía Michel Houllebecq, “seguirá igual, solo que peor”.
Será un año en el que hablaremos mucho de fines y colapsos, de cambios de ciclo e incluso, de era. “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”, que decía Gramsci. Un fantasma recorre Europa y el mundo, el de la desigualdad que genera un pérfido bucle con la polarización. Hombres enfadados y asustados. El caldo de cultivo perfecto para los nuevos fascismos que amenazan el mundo. Pero no todo está perdido. Como escribía Cortázar en esos capítulos de Rayuela que podías no leer, “nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo”.
Mantiene la socióloga Eva Illouz que el amor romántico se basaba en la economía de la escasez, dotando de un carácter único a la persona amada. Tinder, epítome de las apps de citas, traía la disrupción de la abundancia, el “amor líquido” de obsolescencia programada del que hablaba Zygmunt Bauman. Pero la realidad es bien diferente. Los índices de actividad sexual han caído a su nivel más bajo desde hace 30 años. Un estudio publicado en Archives of Sexual Behavoir afirma que los millennials tendrán un promedio de ocho parejas por cabeza durante su vida, mientras que sus padres tuvieron entre 10 y 11. Según una macroencuesta de Match.com el 49% de los veinteañeros no ha tenido ninguna pareja durante el último año. En la presunta era del poliamor, los milenialls son los nuevos victorianos de la austeridad sexual.
En la alcoba, como en la economía, las promesas de abundancia de lo digital parecen ser un espejismo. La tecnología ha demostrado con creces su capacidad de crear exuberancia, muchas veces irracional, en todos los ámbitos, pero hasta ahora ha sido incapaz de repartir esa abundancia. Los ganadores se quedan con todo. Los ricos son cada vez más ricos, los poderosos, más poderosos. Apple, la mayor empresa de Estados Unidos, tiene una capitalización de mercado 120 veces superior a la de la empresa más grande de ese mismo país en 1962, AT&T, pero su plantilla apenas alcanzaba una quinta parte. Según la OCDE, desde 2001, en las economías de la organización, la productividad laboral de las denominadas «empresas-frontera» de alto componente tecnológico aumentó alrededor del 35%. Entre el resto, la subida no llegó ni al 5%. Según Oxfam, la fortuna de las diez personas más ricas del mundo se dobló durante la pandemia, mientras que el 99% de la humanidad es ahora más pobre que antes. Pero el colosal incremento de la desigualdad global no es el resultado de la pandemia, sino de la política.
Los datos del World Inequality Lab confirman que, en la actualidad y a nivel global, las desigualdades son tan extremas como lo eran en el momento más álgido del imperialismo occidental a comienzos del siglo XX. La participación en la renta global de la mitad más pobre de la población mundial es de aproximadamente el 50% de la que era en 1820, antes del gran desajuste colonial. Unos imperios, los de los gigantes tecnológicos, han sustituido a otros. El colonialismo es ahora digital. Sus efectos sobre la vida de las personas, pese a la deslumbrante exuberancia de la tecnología, no son tan diferentes. La abundancia, como decía Gibbson del futuro, ya está aquí pero muy mal repartida. La exuberancia irracional, esa de la que hablaba Greenspan para pinchar la primera burbuja puntocom convive con el crecimiento acelerado del precariado.
¿EL FIN DE LA ABUNDANCIA?
No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás, sucedió.
Joaquín Sabina
Parece una obviedad, pero para que algo acabe es imprescindible que haya empezado. Y seguro que a los 10 millones de franceses que viven bajo el umbral de la pobreza les sorprendió el fin de una abundancia que desconocían. Es innegable la capacidad de su presidente, Emmanuel Macron, para generar frases de esas que se suponen que han de pasar a la historia: “La fin de l’abondance”. Macron, cuyo mayor mérito es ser menos malo que Le Pen y que fue filósofo antes que banquero de inversión, conoce bien el poder de los eslóganes y los gestos. Aunque, como a Lotman y sus secuaces semiólogos, la obsesión por el signo le hace a veces errar el contexto.
El mejor sitio para sentirse en casa, en mangas de camisa, tal vez no sea la final de una copa del mundo manchada de sangre en una dictadura teocrática, ni el mejor momento para hablar de apretarse el cinturón sea después de conocerse que el Gobierno francés había gastado 375 millones de euros en consultoría estratégica. Macron es eso que Gilles Lipovetsky llama un político seductor, una máquina electoral de estudiados mensajes. Seducción y coherencia no suelen ir en el mismo sentido en este convulso mundo que vivimos. Esa abundancia que, según Macron, ya se ha acabado, nunca existió para millones de parados y precarios, como apuntó el secretario general de CGT, el principal sindicato francés, Philippe Martínez.
Hay que reconocer algo que subyace en su anuncio, el planeta ha vivido por encima de sus posibilidades, pero no todas las personas han consumido los recursos de este planeta al mismo ritmo ni de la misma manera. Oxfam estima que los 20 multimillonarios más ricos del mundo (y sus empresas participadas o propiedad de ellos) emiten 8.000 veces más dióxido de carbono que 1.000 millones de ciudadanos en condiciones de pobreza. Las 125 personas más ricas del mundo de los multimillonarios más ricos del mundo emiten, en promedio, 3 millones de toneladas de CO2 al año, más de un millón de veces la media de alguien en el 90% más pobre de la humanidad.
En la misma Francia de Macron y Martínez, Le Pen siembra la semilla del ecofascismo y promete convertirla en “la principal civilización ecológica del mundo”. Al otro lado de los Pirineos, nuestros patriotas, dispuestos a dar la vida por España, no resisten el sufrimiento de bajar un grado la temperatura del aire acondicionado. Desgraciadamente, como decía Galeano, algunos siguen confundiendo nivel de vida con nivel de consumo y, como ya explicó Serge Latouche, “es imposible el crecimiento infinito en un planeta finito”.
¿EL FIN DE LA EXHUBERANCIA IRRACIONAL?
30 de enero del 2000, menos de un mes después del apocalipsis digital del cambio de siglo que no fue, Los Rams de Sant Louis se enfrentan a los Titans de Tennesse en la que pasó a la historia como la Super Bowl de las puntocom. Más del 20% de los anuncios, los más caros del planeta, eran de empresas de Internet. La mayoría de ellas cerraron en los dos años siguientes. Entre ellas, Pets.com, una página web para comprar comida de mascotas. En su anuncio para el descanso del partido, una marioneta hecha con un calcetín cantaba Please don’t go. Diez meses después, la compañía cerró, a pesar de que en ese periodo el calcetín había dado entrevistas a las revistas y People y Time y fue el invitado estrella de Good Morning America y Nightline en la ABC.
En 2022 los Rams volvían a jugar la final, aunque ya no eran de Sant Louis sino de Los Ángeles. Volvieron a ganar, esta vez a los Bengals de Cincinatti en la criptoBowl. Matt Damon anunciaba Crypto.com. Coinbase mantuvo 60 segundos en las pantallas de todos los hogares de norteamérica un colorido código QR que rebotaba como el icónico meme de los DVD. Cuando se escaneaba, el código llevaba a los espectadores a una web promocional que ofrecía 15 dólares en bitcoins gratis para nuevos registros. Una versión criptográfica de esas drogas que, según las madres, regalaban los camellos en las puertas de los colegios en la España de la década de 1990.
Nunca encontré al camello ni me funcionó el QR. La web de la compañía recibió 20 millones de visitas en el minuto que duró el anuncio. Se cayó y este pequeño inconveniente técnico tuvo su réplica en el mercado bursátil, pues las acciones de Coinbase cayeron un 1,7% en el premarket. Sin embargo, el anuncio más recordado será el de FTX. Mostraba al cómico Larry David en distintos momentos de la historia desacreditando algunos de los inventos que revolucionaron la humanidad: la rueda, el tenedor, el inodoro, el café. Ya en el presente, el actor también descarta la app de FTX, asegurando que no se equivocaba en sus instintos. El anuncio se cerraba con la frase: “No seas como Larry, no te quedes fuera”.
Era febrero y FTX era tan importante para la humanidad como la rueda. El 11 de noviembre se declaró en bancarrota. Su CEO, Sam Bankman-Fried, está en arresto domiciliario en casa de sus padres tras pagar una fianza de 250 millones de dólares. Entre los ocho cargos que se le imputan figuran los de fraude electrónico, lavado de dinero y violación de las leyes de financiación de campañas políticas, además de malversación. Cuando salga de la cárcel tal vez pueda hacer un dúo con el calcetín de Pets.com, como ese que hicieron los Ojete Calor con el Agapimú de Ana Belén.
El paralelismo entre Bankman-Fried y el calcetín más famoso de la historia de la televisión no es el único que une al 2022 con la explosión de la burbuja puntocom. El Nasdaq, cargado de tecnología, terminó 2022 en números rojos por cuarto trimestre consecutivo, la peor racha desde esa fatídica de 2000 a 2001. El índice cayó un 33% en 2022, no muy lejos del 39% que perdió en el 2000. Aquel año, Amazon descendió al 80% de su plantila, Cisco cayó un 29% y otro 53% al año siguiente, Microsoft se desplomó en más del 60% y Apple lo superó con una caída de más del 70%.
Los paralelismos con la actualidad son bastante marcados. En 2022, Meta, la empresa antes conocida como Facebook, perdió aproximadamente dos tercios de su valor tras sus millonarias inversiones en el fallido metaverso. Tesla cayó en una cantidad similar tras estrellarse contra la realidad, mientras su fundador, Elon Musk, se embarcaba en el culebrón del año, la compra de Twitter, y confirmaba algo que muchos sospechábamos: se puede ser el hombre más rico del mundo y, a la vez, uno de los más bobos. Hasta la todopoderosa Amazon cayó casi un 50% en un año en el que los gigantes tecnológicos demostraron tener pies de barro. Las salidas a bolsa fueron prácticamente inexistentes, pero las empresas que lo hicieron en 2021 con valoraciones astronómicas perdieron el 80% o más de su valor.
Pero, sin duda, la analogía más cercana al crash tecnológico del 2000 son los criptomercados. Bitcoin y eterum se desplomaron más del 60%. Más de 2 billones de dólares en valor se esfumaron cuando los especuladores huyeron de las criptomonedas. Numerosas empresas quebraron con corralito inluido. FTX se derrumbó después de alcanzar una valoración de 32.000 millones de dólares a principios de año. En nuestro país, la estrella fugaz de Mundocripto, se tambalea. La única empresa importante del sector que cotiza en Nasdaq, Coinbase, que salió a bolsa en 2021, perdió en 2022 un 86% de su valor, dejando por el camino 45.000 millones de dólares en capitalización.
No hay dos crisis iguales y esta es muy diferente a la del 2000, pero los inversores han dejado de creer en expectativas y valoran hoy, como nunca, los flujos de caja. Cierto que Uber, con sus 30.000 millones de dólares perdidos desde que salió a bolsa, es un ejemplo extremo, pero la carta de su CEO, Dara Khosrowshahi, es un buen anticipo de lo que está por venir. Van a ser muy duros a la hora de examinar costes, congelar las contrataciones: “Ahora se trata del flujo de caja. Podemos (y debemos) llegar rápido”.
2023 va a ser, sin duda, un año de demostrar cosas. En el entorno global y en el local se ha acabado el café para todos. Pocos esperan una gran recuperación en 2023. Tras la explosión de las puntocom se necesitaron dos años y siete meses para pasar del pico al valle. Han pasado poco más de 13 meses desde que el Nasdaq alcanzó su precio récord.