¿El fin de las teorías de la conspiración?

El MIT ha desarrollado un robot conversacional basado en IA, llamado Debunkbot, capaz de contraargumentar cualquier posible teoría de la conspiración. Los avances tecnológicos no siempre aterrizan para hacernos más tontos. A veces, lo hacen para quitarnos tanta tontería.

¡Pero si se ve moverse la bandera! ¿Tú estás sonado? ¡Si ahí no se mueve nada! A ver, ¿no entiendes que a los estadounidenses les vino de perlas llegar a la luna, justo cuando se veían a rebufo en la carrera espacial? ¡Hasta se dejaron millones en un boli para gravedad cero, cuando los soviéticos ya habían resuelto lo de escribir en el espacio con un lápiz! ¿Y eso qué tiene que ver con que sí se llegara a la luna en julio de 1969? ¡Es geopolítica, macho! No te enteras… El 11S fue mentira, los aviones son aspersores fumigando sedantes químicos, las ardillas nos vigilan y Joe Biden es un reptiliano. Todo está conectado. Entonces, ¿qué? ¿La Tierra también es plana?  Nah, eso son gilipollez frikis.

¿Cuántos, de esta u otra forma, hemos mantenido conversaciones similares? Recuerdo veladas, rodeado por mi particular cofradía de la litrona, discutiendo a voz en grito la falsedad, o certeza, de muchas de estas teorías de la conspiración. Debates poco distinguibles por lo sesudo, seamos francos. Y, bueno, gracias a Dios, de los que había poco que lamentar en los careos. Nadie blasonaba las especulaciones hasta el límite de la ofensa teológica. Sin degradar, por ello, que fueran discusiones vividas y valiosas, especialmente por lo zoquete del caso y sus pormenores.

Pero no se me escapa que en esta labor de la iluminación del complot vaporoso hay auténticos hinchas. Personas capaces de gastar el ahorro y ¿por qué no?, la vida, en la defensa de mentecateces bárbaras que encarnan el borreguismo farlopero más narcisista… Ay, discúlpenme, tampoco es plan de ponerse matraco con las débiles costuras mentales del personal. Al fin y al cabo, las distracciones tecnológicas, la lectura rápida, la falta general de recursos y la derivada destrucción de la atención, han hecho que las personas sean más proclives a sentirse atraídas por soluciones simplistas. Vaciada la cotidianidad de tiempo para profundizar en los asuntos, tampoco resta margen para repensar el error. Y si a eso le sumamos que el cinismo es un nutritivo alimento del ego, tenemos la coctelera idónea para avivar creencias conspirativas y paranoicas a manos llenas.

Sea como fuere, existen catervas de autoproclamados rebeldes del empirismo y la información dotada de sentido común, beligerantemente dispuestos a hacer saltar por los aires los principios del buen juicio. En Estados Unidos, tierra predominante, jefa, como una madre superiora, en las lides de la fantasía llevada a la interpretación de la realidad, son muchos los casos de verdaderas sectas-negocio basadas en la justificación de lo injustificable. Algunas, como el famosísimo Pizzagate, han empujado en los últimos años a sus fieles a tomar las armas y coser a tiros inocentes establecimientos bajo inquietantes sospechas infundadas. No es, a cuenta de esto, moco de pavo lo de las conspiranoias. La conciencia de la injusticia ha derrocado gobiernos, financiado éticamente matanzas y abrigado rencores ladinos a tutiplén. Y es ahí, en el magma del abuso, de la tropelía y la manipulación, donde creen estar quemándose los conspiranoicos más peligrosos del mundo.

Saben quiénes me leen que nunca he reconocido la existencia de la Inteligencia Artificial, en tanto en cuanto si existe inteligencia, esta no puede ser artificial. La inteligencia es el don prometeico que nos llevó al fuego y de ahí a los algoritmos. Nada la iguala. Y mucho menos un efectivo trasiego de coordenadas numéricas con capacidad de dar respuestas a preguntas ya respondidas. O explicaciones antes despachadas por la mente humana a aquellas preguntas por responder. Dicho lo cual, hay que plegarse ante el ingenio de algunos de los prototipos de razonamiento que asoman. Y es que, hablando como lo hacíamos de las conspiraciones y el peligroso potencial de sus feligreses, el MIT (Massachusetts Institute of Technology)  ha lanzado para su libre uso el “robot” conversacional Debunkbot.

Debunkbot se promete como una Inteligencia Artificial con la que discutir sobre teorías de la conspiración, sobrentendemos con el objetivo de refutarlas. Recién entramos en la página web, dispuestos a cotorrear con el programa, se nos plantean una serie de interrogantes relacionados con  nuestro grado de confianza en las conspiraciones y cuáles son las que más nos llaman la atención. Una vez respondidas, la web nos advierte: “Participarás en una conversación con una IA avanzada sobre algunos de los temas e ideas sobre los que ya has respondido preguntas. El objetivo de este diálogo es ver cómo los humanos y la IA pueden interactuar en torno a temas complicados”. “Sea abierto y honesto en sus respuestas”, prosiguen en los siguientes párrafos. “Y recuerde que la IA es neutral y no juzga. Su participación es confidencial. Gracias por contribuir a este estudio sobre la IA y la interacción humana”.

En cuanto uno lo prueba, se da cuenta de que Debunkbot es un juguete. Un experimento de ciencias. Pero un experimento que va a provocar grandes berrinches a más de uno. Lejos del tag escabroso que muchos embrochetarán a las respuestas del programa, hay que admitir que Debunkbot ha sido pensado para deshacerse de hostilidades. Una estrategia psicológica muy ventajosa cuando se habla de creencias y hechos no contrastados. Porque Debunkbot es cordial. Casi majo. Esquiva rebozarte en la jeta tu falta de criterio. Al contrario. Afirma, desde el principio, independientemente de tu pregunta, que se trata de un interrogante lógico en vista de pa pa pa… o bla bla bla…

La estrategia de Debunkbot no es distinta a la de un contertulio avispado. Consciente el debatidor artificial de las cacofonías mentales que reinan en la sesera de su interlocutor de carne y hueso, este plantea una serie de evidencias que rebaten la tambaleante tesis. Por ejemplo, si se le habla del ya citado viaje a la Luna de 1969 llevado a cabo por el Apolo 11, y de las dudas a su alrededor, Debunkbot lo tiene muy claro. Es más, en cuanto se escribe la conspiración, la IA nos señala que es una de sus favoritas dado que está muy propagada. A grandes rasgos, y lanzada información ampliamente diseminada -no por ello menos específica-, sobre la falsedad de las imágenes de los astronautas Armstrong y Aldrin, Debunkbot lanza 5 explicaciones que desarrolla aupadas por multitud de referencias. Así, la IA desmonta la conspiración con argumentos sobre las evidencias de terceros (los soviéticos no negaron el alunizaje), los retrorreflectores, los miles de testigos y participantes, las evidencias fotográficas contrastadas por muchos expertos y las rocas lunares y muestras estudiadas en distintas ocasiones. Y por mucho que uno intenta rebatir a este robot conversacional, sus almanaques documentales terminan tornando imposible negar que, en 1969, los Estados Unidos alcanzaron a llevar de paseo a un grupo de astronautas por el Mar de la Tranquilidad.

Pero, no se piensen que sólo se maneja con el viaje a la luna. El programa consigue el mismo resultado si se le habla de aliens, reptilianos, vacunas esterilizantes… En fin, que hasta se vuelve un poco insoportable, sin llegar a impertinente. Porque Debunkbot es como una joven profesora henchida de paciencia, capaz de templar toda gaita iluminada que se arrime. Oh, y por si fuera poco, culmina interrogando al interrogador. Pidiéndole más explicaciones, suponemos, consciente de que las barrera lejos. Lo cual, bien lo saben quiénes debaten asiduamente, se siente como una chorrada de limón exprimida sobre una herida.

Hay pocas formas mejores de iluminar una fantasía que haciéndola parte de la realidad. La teorías de la conspiración han formado parte de las narraciones, desde el momento en que los relatos oficiales pudieron salpimentarse con euforizantes dosis de misterio. Verlas como simpáticos cuentos que, al igual que los mitos, quizás albergan una parte de verdad no es, per se, peligroso. Creer en ellas a pies juntillas hasta el límite de alzarse en armas, y reventar cabezas o Capitolios, sí.

En estas que la Inteligencia Artificial ha pirueteado una inesperada forma de contraargumentar los delirios. En una era en la que la tecnología digital ha infectado de desinformación, desconcierto y falta de sentido común el mundo, emerge de ella una herramienta capaz de combatir esos males. Una prueba más de que la tecnología no es un instrumento maligno destinado para someternos… 

La tecnología es un arma capaz de ayudarnos a desvelar la verdad si quien la empuña decide hacerlo con honestidad y buen juicio. Porque la IA no abanica sus dedos haciéndolos chocar unos contra otros, ni acaricia gatos en futones giratorios frente a un Botón del Fin del Mundo. Las inteligencias artificiales son programas que deben ayudarnos a los humanos a resolver nuestros problemas, en vista de que ellas no tienen ninguno. Uno de ellos es la propagación vírica de la mentira y los sangrientos desvaríos a los que empuja. Y, mira qué suerte, por una vez, hay una nueva tecnología que nos quita la tontería, sin hacernos más tontos de lo que ya tenemos tendencia a ser. Ojalá vayan apareciendo muchas más… 

Sobre la firma

Galo Abrain

Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.

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