Soylent Green o San Junipero: España 2050 no será país para viejos

Por mucho que nos neguemos a verlo, la población envejece sin remedio mientras nuestras ciudades, diseñadas por hombres blancos heteros, se convierten en un foco de edadismo cada vez mayor. Cuando ya no seamos tan ágiles y fuertes, ¿podremos seguir viviendo sin bancos, sin aseos públicos y con semáforos que obligan a cruzar a toda pastilla?

Ilustración creada con Midjourney.

Nadie quiere hacerse mayor. Es un hecho porque nos imaginamos que ser viejo equivale a ser incapaz, un peso para la sociedad. Pero ¿qué pasaría si fuéramos mayores y activos y aun así las ciudades nos expulsaran porque simplemente no interesamos? Es el planteamiento de “Next Gen: Seniors. Rediseñando la ciudad del futuro para la sociedad más longeva de la historia”, un proyecto sobre urbanismo llevado a cabo por Ikea y Soulsight, entre otras empresas, en el marco del Madrid Design Festival, La Barcelona Design Week y Valencia como Capital Mundial del Diseño en 2022.

La iniciativa ha abierto el debate sobre la relación entre el diseño urbano y la vida de los mayores activos. Lamentablemente, una de sus principales conclusiones es que muchas ciudades sufren de edadismo. Sí, el edadismo y la gerontofobia son un aspecto fundamental de nuestra sociedad cada vez más longeva.

Tememos volvernos decrépitos, atontados, incapaces y con un pie casi en la tumba. Un tema que se está volviendo tan tabú que en breve podríamos empezar a marcarnos un Soylent Green con la gente mayor, o como bien nos sugiere Black Mirror, enviarlas a realidades paralelas virtuales como San Junipero en vez de dedicarle cariño y esfuerzo a crear centros urbanos más inclusivos.

De momento el urbanismo y el diseño trabajan para expulsarnos de manera gradual. Así como Bruno Munari decía que “una semilla es una explosión lentísima de un árbol”, podríamos afirmar que un centro urbano como el de Madrid es una expulsión lentísima de una persona mayor. Y si le añadimos las fuerzas centrífugas de la gentrificación, esa expulsión puede ser aún más rápida. Si no puedes compartir piso o pagar un alquiler descomunal, tal como entras, te vas.

Más allá del alquiler, Madrid es un centro que no permite vivir sus espacios de forma sencilla. Es verdad que hay mucha libertad para tomar cañas, pero no hay tantos espacios públicos colectivos, ni kilómetros de carriles bici para ciclistas, que deben luchar para no ser atropellados por los agresivos SUV. Sin mencionar los parques. Antes de la pandemia eran lugares para niños, familias y gente que iba a correr, pero paulatinamente se están transformando en lugares con vallas provisionales, fuentes cerradas y árboles caídos. Sí, todavía es posible disfrutar de su verde césped y de la frescura de sus plantas, pero cada vez más se reduce la facilidad de tener actividades más allá de un simple paseo o de algo de deporte.

Para tratar el tema del envejecimiento en las ciudades, en Next Generation han coincidido consultoras como Soulsight y estudios como Espada y Santa Cruz para trabajar una idea muy clara: para 2050 España será uno de los países con la población más longeva. En una encuesta llevada a cabo durante la primera fase del proyecto, uno de los datos más destacables es que solo 1 de cada 10 entrevistados estaría dispuesto a pasar su vejez en una residencia. ¡Chorprecha! ¿A quién, en su sano juicio, le apetece pasar los últimos años de su vida encerrado en un lugar donde una pandemia como la de la COVID-19 ha hecho estragos? Otra de sus conclusiones es que la mayoría de los españoles afirman tener miedo a la soledad cuando piensan en su vida futura.

El planteamiento de Next Generation se basa en que, dentro de 30 años, un tercio de la población será mayor, pero las ciudades no están preparadas para fomentar una buena vivencia que trate mejor el envejecimiento activo. Los centros urbanos están diseñados para aislar, en vez de fomentar una vivencia colectiva agradable. Acciones tan básicas como cruzar un semáforo están estructuradas para una parte de la población, pero no para la sénior. Incluso la distribución y la cantidad de bancos a lo largo de un paseo puede transformar una caminata en una odisea, haciendo que las distancias entre un sitio y otro puedan convertirse en un vector de aislamiento y deshumanización.

No es un misterio que los centros urbanos están diseñados por hombres blancos heteros incapaces de tener en cuenta las necesidades de todo el conjunto de la población. Su escasez de puntos de vista genera un entramado que cumple bien algunos objetivos, pero que deja fuera a mucha gente. El análisis cualitativo llevado a cabo por Soulsight, por ejemplo, pone el acento sobre temas muy relevantes, como fomentar la integración intergeneracional para luchar contra el aislamiento, conectar a personas mayores de barrios distintos para promover sinergias a largo plazo y fomentar espacios de encuentro que reduzcan la sensación de soledad y aislamiento.

Con los datos recogidos en Madrid, el proyecto ha planteado su segunda fase en Barcelona durante la Design Week, en el que La Casa de Pensar ha sido el lugar elegido para enseñar a la población los resultados y las consideraciones capaces de estimular una conversación abierta. Durante la tercera fase en Valencia, en el marco de la Capital Mundial del Diseño, se han presentado dos ideas de proyectos nacidos de la iniciativa de La casa de pensar de Barcelona. Por un lado, FRËSKA, un prototipo de servicio para compartir sillas ‘a la fresca’ y, por el otro, Arcadia, una iniciativa a largo plazo para crear un centro residencial futurista enfocado a la población mayor.

DISEÑAR LA CIUDAD DEL FUTURO PARA TODOS

Diseñar pensando en la variedad es como un anticuerpo natural contra el peligro de la historia única, un concepto definido por la maravillosa escritora africana Chimamanda Ngozi Adichie. Renegamos tanto de la idea de la vejez que hemos creado una historia única y sesgada, llegandoa pensar que ser mayor es algo que no existe y, si lo hace, la cosa no va con nosotros.

Si pensamos en la ciudad como un sistema de flujos con distintas velocidades, podemos plantear una propuesta basada en tres temas clave: la distancia, el sentido del tiempo y la seguridad. Las urbes generan distancias, modifican la percepción del tiempo con una visión únicamente utilitarista y productiva y promueven la inseguridad.

Si las ciudades se estructuraran de otra forma, podríamos conseguir que el hecho de estar solo no sea sinónimo de aislamiento, por ejemplo, fomentando el comercio local, que tiene una cercanía mayor con las personas, o pensando en las distintas maneras de recorrer la misma distancia en función de la edad del ciudadano.

Eliminar las distancias sociales también pasa por pensar en la inclusión de las personas mayores más allá de la vida útil laboral. En Estados Unidos, por ejemplo, los jueces jubilados tienen que seguir yendo al tribunal para ayudar en tareas administrativas cotidianas o para asesorar a jóvenes abogados. En Japón, los administradores de Tokio fomentan que los mayores sean agentes de tráfico peatonal. Cualquier cosa para reducir el aislamiento y fomentar una mayor integración intergeneracional.

Si a todo esto le añadimos la idea de seguridad, nos damos cuenta de lo importante que es fomentar la percepción de un centro urbano desde las oportunidades y no desde las carencias. El fulcro del imaginario colectivo consiste en pensar en una ciudad cuya esencia son las carencias, en vez de diseñarla para que transmita seguridad y calidad de vida.

Seguridad es pasear por la noche sin miedo, poder sentarse en un banco cuando se está cansado, poder cruzar el semáforo sin tener que correr para evitar un atropello, disponer de tiendas con alimentos saludables cerca de casa, subirse a un medio de transporte sin riesgo de caídas… Seguridad es también que las personas no tengan miedo a salir de casa a dar un paseo por si, durante el trayecto, sienten la necesidad de ir al baño, pero no pueden acceder a uno público cuando sea necesario.

Hay una frase maravillosa de la arquitecta Atxu Amann que me ha llamado la atención en este proyecto: “Los cuerpos vulnerables tienen que ser los empoderados”, cuya esencia ha sido remarcada por la arquitecta Marta Parra, entrevistada por el diseñador Anxo López y la diseñadora Patricia Izquierdo durante el último episodio del pódcast Diseño y todo lo demás. Si diseñamos las ciudades y sus servicios teniendo en cuenta las necesidades de las personas más vulnerables de nuestra sociedad, el resultado será un diseño más humano e inclusivo, y capaz de un urbanismo de forma diferenciadora.

Me aterra imaginar Madrid como un monstruo capaz de excluirme de la vida que he elegido, cual portero de discoteca con la mala hostia suficiente para decidir quién se queda y quién no en el after que más mola a las 7 de la mañana. Lo fuerte es que vamos en esa dirección cada vez que consideramos la mayor edad como un trasto ajeno.

Las ciudades son relatos espaciales que construimos cada día. Bien lo sabía Italo Calvino que, en su libro Las ciudades invisibles, recrea estructuras hiperbólicas de metrópolis inventadas, mofándose de las idiosincrasias de los centros urbanos reales. Lo sabía también el arquitecto Buckmister Fuller con sus diseños de ecosistemas urbanos capaces de mejorar la convivencia y promover otro tipo de urbanismo.

Al parecer la España de 2050 no será país para viejos a menos que decidamos utilizar el diseño para definir mejor el rol de los centros urbanos del futuro sin acabar todos como un gran Soylent Green.

*Francesco Maria Furno, es fundador del estudio de diseño  Relajaelcoco. También es profesor en el Instituto de Empresa en Madrid y en Segovia. Se ocupa del diseño de marcas y estrategia y le fascina la cocina como acto social.

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