La cosa no pinta bien. Admitámoslo. Miramos a un lado y al otro, como John Travolta en Pulp Fiction, y nos topamos con guerra, subidas de precios, escasez, desastre energético, activismo patético, yonquis de las redes, maquinamusculados con mancuernas para todo salvo para el cerebro… En fin, un festival de plegarias atendidas que se nos ha ido de las manos. Atendidas, sí. Ya lo decía Santa Teresa, “se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas, que por las no atendidas”. Hemos consumido con la pasión de las termitas, deseando alcanzar un cielo que mucha gente nos dijo que podíamos teñir de azufre si intentábamos acariciar tan rápido. Y vaya si se ha logrado… Le hemos dado con el tampón de clonado de nuestros deseos hasta la saturación.
En 40 años, la historia ha recibido un patadón a lo Jonny Wilkinson. Aun habiendo atinado en el centro de los palos, el melón se ha ido casi fuera del campo. Ahora, el árbitro se debate concienzudamente entre si la hiperconexión está bien o nos deshumaniza, entre si la escasez de combustibles fósiles asfalta el camino para la búsqueda de las energías renovables o sólo va a incrementar el conflicto internacional, entre si le prestamos más atención a nuestra salud o la hemos convertido en una cruzada religiosa en estos tiempos de debilidad espiritual… Picamos piedra en una traidora realidad y, ¿qué hace la mente cuando lo que la rodea no está cocido a su gusto? Mira hacia el siguiente plato. Babea con la perspectiva de escalar en la pirámide de Maslow hasta su vértice superior. Se excita con el apetito disparado por nuevos horizontes…
Y, ¿cuáles son esos nuevos amaneceres? Alejandro Jodorowsky le aseguró a Jesús Quintero, en una entrevista, que las metas que anhelamos son aquellas de las que carecimos durante nuestra crianza. Si no tuvimos felicidad, la ansiaremos, si no fuimos libres, ese será nuestro propósito. A la humanidad se le lleva resistiendo el deseo de inmortalidad desde que adquirió conciencia sobre la muerte. En ese instante, se encomendó a la metafísica, que es una forma práctica de alcanzarla puesto que es imposible de comprobar. Pero este nuevo milenio, con todos sus dramas y debates, abre la puerta al materialismo. Se ha quebrado la confianza en la eternidad dentro de lo desconocido, ansiando ahora la perpetuidad del cuerpo caliente. El sendero hacia dicha mutación es ese nuevo plato, ese deseado horizonte.
En el encuentro Año Cero organizado por Retina, Mark O’Connell, autor de Cómo ser una máquina, presentó esa idea de resurrección perdurable, de neo-humanidad desvestida de la pesada carga de la parca. El transhumanismo, resumido fácilmente en cómo “subir nuestra mente a una máquina”, en palabras de O’Connell, no es un grupo de frikis-viciados al WOW, con ritualística ciencióloga, adoradores de la máquina como el Ministerio Post Natural Valenciano y sus Advenimientos Sónicos. El movimienEl movimiento transhumanista cuenta entre sus filas con cabecillas de la talla de Peter Thiel, Elon Musk y Ray Kurzweil, verdaderos coroneles de Silicon Valley (EEUU). Un oasis de ricos, riquísimos, en todo lo que importa; ambición y dinero, inteligencia y dinero, contactos y dinero, locura y dinero… Los titanes del Valle de Silicio poseen tanto de todo ello que hasta algunos se pueden permitir la bizarrada, como contaba O’Connell, de montar instalaciones criogénicas en Phoenix (EEUU), donde ya hay unos cuantos visionarios metidos en el congelador a la espera de un futuro en el que se pueda extirpar su cerebro, escanearlo y subirlo a un terminal robótico. Algo muy similar a Ghost in the Shell o a los, ahora no tanto, delirios ficticios de Arthur C. Clarke.
El catedrático de filosofía y experto en transhumanismo Antonio Diéguez nos recuerda, sin embargo, que ya hay una importante dosis de esta extravagante alucinación en la actualidad. “En un sentido amplio”, afirmó en esta entrevista, “ya tenemos a nuestro alrededor muchos seres transhumanos. Cualquier persona que tome medicamentos que potencien su vigor físico o sexual, su capacidad de atención o su memoria, o que tome antidepresivos, sería un ser humano biomejorado, y en tal sentido, un transhumano”. Lo cual no quiere decir, no obstante, que se haya alcanzado el verdadero objetivo, que es la posthumanidad. Una teoría configurada, más allá de su viabilidad, casi como una fe. Un cientifismo religioso, por así decirlo. No olvidemos que la fuente más rica del transhumanismo se fortalece en los muros norteamericanos, una tierra donde las nuevas religiones proliferan como los caracoles en los días húmedos.
El Destino Manifiesto de los estadounidenses estructura todo un sistema de pensamiento que los hace dignificar como operativas historias disparatadas. El transhumanismo, por mucho que se base en tesis mucho más materialistas, y practicables, que creer en el advenimiento de Xemu, dictador de la ‘Conferencia Galáctica’ y en el que confía gente como Tom Cruise y Elizabeth Moss (cienciólogos), no deja de ser una paranoia particularmente deshumanizada. Ya lo decía Aquiles en Troya: “Te contaré un secreto, algo que no se enseña en tu templo: los dioses nos envidian. Nos envidian porque somos mortales, porque cada instante nuestro podría ser el último, todo es más hermoso porque hay un final. Nunca serás más hermosa de lo que eres ahora, nunca volveremos a estar aquí…”.
Desear la eternidad es el síntoma de una élite demasiado acostumbrada a tenerlo todo. Incapaz, como son los poderosos, de someterse a nada, incluso a los designios de la muerte. A esa muerte que expulsa a los muchachitos obscenos que somos y nos deja con lo que queda de nosotros. Algo inerme. Algo, en cierto sentido, puro. O también puede ser un reto. Un pulso egómano a la creación. El escupitajo definitivo a la cara de los dioses. Como bien apuntó O’Connell durante la charla, un ejercicio de sublimación freudiana; la reconducción de las pulsiones hacia objetivos más allá de lo sexual que en estos gerifaltes de la eternidad se materializa en deificarse.
La idea, sea como fuere, es buscar un Plan B. Una alternativa a la finitud. Hacerle un quiebro al colapso. Existe, no obstante, una bifurcación. Dos senderos en la premonición del futuro. En uno, el destino está sembrado de optimismo, de buena vibra ante los avances de la humanidad que dignificarán la vida hasta su eternidad. En otro, el sino es la putrefacción planetaria, ¡el apocalipsis!, un concepto que, como bien mencionó la artista María Arnal al principio de Año Cero, significa “levantar el velo”; básicamente una revelación de la verdad. La certidumbre abstracta, pero clara, acerca de los porosos devenires de la humanidad.
De ahí que, para los optimistas, la idea sea enfocar los esfuerzos en una metamorfosis superior de lo humano. Mientras, los pesimistas se recrean en buscar escondites para su salvación. Ya sean estos búnkeres bajo tierra o colonias en planetas que aún no han tenido la desafortunada chance de tenernos sobre ellos. Es más, cabe sospechar que quienes son optimistas porque tienen el capital para poder pensar más a largo plazo de la mortalidad, también tienen el As en la manga del sendero pesimista, haciendo que la continuidad de su pasión por la perpetuidad no se vea decapitada con la nimiedad de la mutilación de la Tierra. Algo que, como bien recordó O’Connell, están llevando a cabo Elon Musk y otros tantos, que ya son incapaces de visualizar como triunfal el dominio del presente y requieren de la conquista del absoluto que es el insondable horizonte futuro.
Los profetas han tendido a provocar, desde su nacimiento, la llegada de los designios que predican. No se sabe muy bien si porque han sido mágicamente capaces de preverlos o porque se han esforzado en hacerlos realidad. Sea como fuere, el mañana lleva tiempo absorbiendo las idiosincrasias del presente, y la batuta que marca el ritmo de su antropofagia carga las huellas dactilares de los ‘genios’ o ‘visionarios’ que se encomiendan a cosas como el transhumanismo y las colonias en Marte. Es difícil aseverar que la implosión de la vida tal y como la conocemos esté orquestada desde sus manos, pero sí cabe, al menos, dudar de la buena fe de quien encuentra viciosos beneficios en que las cosas salgan tan terriblemente como profetizan.
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.