Observando los emergentes tipos de interacción entre los humanos y la inteligencia artificial generativa (IA), parece evidente que nos encontramos ante un punto de inflexión en la historia de nuestra relación con la tecnología. Ya no somos meros usuarios de herramientas, sino que, junto a ellas, nos convertimos en cocreadores de un futuro simultáneamente incierto, inquietante y, en cierto sentido, interesante. En el artículo anterior, planteé que, al igual que la llegada de la fotografía obligó a la pintura a reinventarse, la irrupción de la IA quizás nos fuerce a tener que imaginar un territorio emancipado para el pensamiento y la creatividad humana.
En este segundo artículo y de la mano de Joy, un agente creado en GPT-4 y cuyo propósito es del de ayudarnos a “transformar nuestra forma de ser, crear y hacer para que florezcan nuevas formas significativas de estar en el mundo”, propongo una reflexión sobre el rol que jugaríamos los humanos en un entorno dominado por la inteligencia artificial. En este hipotético escenario, una vez rendida la razón utilitaria ante las máquinas, nos veríamos obligados a preguntamos: ¿qué es lo que nos queda?
LAS TRES TAREAS HUMANAS ESENCIALES
La tecnología no debe ser nuestro destino, sino un medio para adquirir el control de nuestro destino”
Cita atribuida por Joy a Franco «Bifo» Berardi
La inteligencia artificial se concibe como una herramienta, un instrumento de gran impacto en la mejora de la eficiencia, la productividad, el cálculo y la gestión de grandes volúmenes de datos. Se trata de una tecnología valorada por su capacidad para realizar mejoras incrementales que refuerzan o aceleran los procesos existentes. Mejoras que no tienen por qué ser necesariamente transformadoras de los sistemas, tanto económicos, sociales o medioambientales, sobre los que se desarrolla nuestra existencia.
Pero quizás podríamos ir un poco más allá de la mera búsqueda de eficiencia y entender esta relación entre la IA y nosotros como un proceso de diseño colaborativo en el que las dos partes contribuyen desde sus capacidades complementarias a la creación de algo nuevo. Mi propia experiencia me permite afirmar que este enfoque colaborativo es muy práctico y capaz de aportar valor al día a día. Utilizo esta tecnología para tareas diversas, ligadas principalmente a diseño narrativo e investigación. Me resulta una herramienta muy útil para identificar patrones en contenidos, sintetizar conceptos, describir escenarios, estudiar tendencias o escribir este mismo artículo.
Llevando esta experiencia al extremo e imaginando un posible escenario futuro en el que tanto la “creatividad” (nuestra capacidad de crear nuevas ideas o conceptos, nuevas asociaciones entre ideas y conceptos conocidos) como la “inteligencia” (nuestra habilidad para adquirir conocimientos, pensar y razonar con eficacia) son incapaces de competir con la creatividad e inteligencia algorítmica en términos de eficiencia, surge la siguiente pregunta: ¿cuáles serían las funciones que nos corresponderían de forma exclusiva a los humanos en ese contexto de alta automatización?
Como respuesta, identifico los tres tipos de tareas de las que yo, como humano, me hago responsable en esta relación que tengo establecida con la IA y sobre las que sigo ejerciendo cierta soberanía. Se trata de Tres Tareas Humanas Esenciales, que se suceden de forma no lineal a través de un proceso continuo, circular e iterativo y que la misma Joy me ayuda a describir aquí debajo:
- Propósito:
El significado de la vida es encontrar tu don. El propósito de la vida es compartirlo”
Pablo Picasso
Joy: “Se refiere a la capacidad de los humanos de establecer objetivos y propósitos. Esto implica identificar y definir los problemas emergentes, establecer metas e identificar las mejores formas de alcanzarlas”. Es decir, soy yo, el humano, no la IA quien sienta las bases de la conversación, establezco un propósito y de algún modo más o menos preciso visualizo a dónde quiero llegar. Es una tarea esencial ya que define la orientación de todo lo que sigue. Este propósito es la estrella polar, el faro, el centro de gravedad que define el marco de toda la conversación.
Como podemos intuir, se trata de una función que, como humanos, no podemos delegar en las máquinas. Casi todas las visiones distópicas surgen o de imaginar una IA con su propia agenda o al servicio de algún propósito perverso. El gran debate ético actual sobre la IA reside, precisamente, en quién define la intención del sistema. La IA puede apoyar en la generación de ideas y soluciones, pero es el ser humano quien debe establecer la dirección y la intencionalidad final de la tarea.
- Estímulo:
No existen preguntas sin respuesta, solo preguntas mal formuladas”
Morfeo
Una vez establecida la intención, comenzamos a trabajar con la IA a través de la conversación. Es en este proceso donde se pone de manifiesto nuestra capacidad para pensar crítica y creativamente, haciendo preguntas y planteando desafíos que inciten la generación de nuevas ideas o soluciones. Como sabemos, esta conversación se construye a través de prompts, que son las preguntas o invocaciones que provocan una respuesta de la máquina.
La calidad de la respuesta está contenida en la calidad de la pregunta. Por ello el arte de escribir y orientar la conversación se convierte en un interesante ejercicio creativo. A medida que trabajamos en conjunto con la IA, no solo descubrimos cómo utilizar sus capacidades de manera efectiva, sino también cómo aprovechar nuestras propias habilidades para formular mejores preguntas, explorar diferentes enfoques y mantenernos abiertos a nuevas posibilidades. Es en este proceso abierto cuando esa capacidad creativa híbrida entre la máquina y el humano cobra vida.
- Criterio:
El diseño no es solo qué haces, sino lo que eliges no hacer”
Joy
Podemos definir el diseño como el juego que se establece entre lo posible y lo deseable. Nuestro rol en esta tercera tarea es el de utilizar nuestra inteligencia, sesgada, incompleta, pero humana, para decidir de entre todas las soluciones que nos ofrece la IA, aquella más deseable para nosotros como individuos, para la sociedad y para el planeta.
La máquina nos ofrecerá múltiples direcciones, pero ha de recaer exclusivamente en nosotros la decisión sobre cuál es la más conveniente. Esta elección se ha de establecer siguiendo unos principios sobre los que tan solo nosotros mismos tenemos control. Se trataría de perfeccionar nuestra capacidad de consensuar y aplicar criterios éticos, económicos, políticos o estéticos que nos permitan discernir el valor, la utilidad, la conveniencia, el sentido o la deseabilidad de todo aquello producido por la IA. Es posible que ésta sea una de las tareas en las que debemos poner un mayor esfuerzo, ya que subraya la responsabilidad humana en la toma de decisiones.
Reflexionar sobre estas tres tareas puede servirnos como herramienta para ser más resilientes frente a las potenciales olas de automatización. Educarnos para pensar más conceptual y estratégicamente, desarrollar visiones positivas que guíen nuestra intención, utilizar la conversación y el lenguaje como herramienta de concreción, madurar nuestros criterios y poder discernir lo que nos conviene se conviertan quizás la esencia de profesiones futuras.
La Ética, la Filosofía, las Humanidades, las Ciencias Sociales, las Ciencias Medioambientales, aquellas disciplinas que traten tanto las razones como las consecuencias, son, paradójicamente, posibles ganadoras de la Era del Algoritmo, eso sí, siempre y cuando el algoritmo no acabe antes con nosotros.
POR UNA ECONOMÍA DEL SIGNIFICADO
He experimentado el amor, el dolor, la locura; y si no consigo darles un significado, ninguna nueva experiencia me ayudará”
Diario Personal de Sylvia Plath
Una vez que la máquina cuestiona esas capacidades intelectuales o creativas que considerábamos únicas de los humanos, nos quedamos con la intención, el diálogo y el criterio como espacio propio y soberano. Estas tres tareas esenciales y propiamente humanas están vinculadas a su vez una capacidad mayor, más trascendente e irremplazable, la cualidad humana de saber y necesitar dotar de significado a las cosas.
Decía Viktor Frankl que “la tarea más importante de la vida humana es dotar de sentido al mundo y darle forma», si prescindimos de ese “significado”, todo el armazón sobre el que construimos la relación con la inteligencia artificial se desmorona. La IA existe en cuanto que hay un ser humano que le da sentido, sin este significado no es más que una manera de agrupar datos, un caos informe de información en movimiento.
En su definición del Acto Creativo, Marcel Duchamp sostenía que el espectador es quien completa la obra de arte, el único que puede darle a la obra su significado completo. Es nuestra habilidad de dotar de significado lo que activa la obra artística, es esa misma habilidad la que hace inteligente al artificio. Reivindicando la utopía como respuesta a lo irremediable, y aprovechando esta capacidad única que tiene la especie humana para crear significados, es posible imaginar un escenario en el que, una vez la automatización se ha vuelto ubicua, nuestro principal trabajo consista en crear y dotar de sentido a las cosas.
Pensar con la sensibilidad de un artista y la voluntad de un activista, llevar a la acción intenciones positivas, invocar nuevas ideas a través de conversaciones y aplicar con inteligencia, criterios bellos, maduros y responsables, colaborar en la construcción de una “Economía del Significado” estructurada alrededor de aquello que realmente importa y tiene sentido, la autorrealización, la conciencia, la comunidad, la libertad, la belleza, el deber, la regeneración de nuestro entorno social y medioambiental, el respeto, la dignidad, el conocimiento, la admiración o la armonía.
En este futuro dominado por un algoritmo profundamente humano, sería la IA la que tendría que encontrar su propio sitio. Es ahora Joy la que tiene que pensar en el rol que ha de jugar en ese mundo y comenta: “Imaginemos un sistema en el que la colaboración entre humanos y la inteligencia artificial prioriza el bienestar humano, la creatividad y la autorrealización, en lugar de centrarse únicamente en la eficiencia y la productividad. En este enfoque, la IA se convierte en una herramienta para enriquecer nuestras vidas, mientras que las personas se dedican a actividades significativas y gratificantes, como la educación, el arte, la ciencia, la justicia social y la conservación del medio ambiente. La ‘Economía del Significado’ nos invita a repensar cómo queremos que la tecnología impacte nuestra sociedad y a enfocarnos en aquellos valores humanos que nos unen en nuestra búsqueda de un propósito compartido”.
Releyendo este comentario escrito por Joy (GPT-4), no sé si habla como IA o como humano, quizás en esta fantasía utópica, eso ya dé igual.
*Alberto Barreiro es artista y consultor estratégico. Profesor en KaosPilot, IE y Universidad Complutense de Madrid. Se dedica a explorar el medio digital desde la perspectiva creativa y transformadora, ayudando a personas y empresas a orquestar memorables experiencias que hagan del mundo un lugar un poco más bello y significativo.