De Baudelaire a Midjourney: los nuevos “enemigos mortales del arte”

Cuando apareció la fotografía, los pintores no tardaron en rebajarla a disciplina no artística. Ahora, las imágenes producidas a través de inteligencias artificiales generativas como Stable Diffusion y Dall-e sufren los mismos ataques. Muchos ya las disfrutamos aplicando parte de nuestra creatividad y técnica al resultado final, pero ¿realmente somos creadores o simples clientes?

Desconozco si usted (lector, lectora) está al tanto de la comunidad online Fur Affinity, una de las más activas promotoras de fotografías y arte de y sobre furries. Como otras plataformas en las que los usuarios comparten sus creaciones, han tenido que dilucidar qué hacer con las obras generadas mediante Midjourney, Stable Diffusion y Dalle-2, esas inteligencias artificiales (IA) generativas que tan entretenidos y asombrados nos tienen este año. Los gestores de Fur Affinity han tomado una decisión: no permitirlas por “carecer de mérito artístico”. 

En el anuncio en el que explican su postura hay un matiz en el que se dirime un asunto capital para los próximos años. “El contenido creado POR inteligencia artificial no está permitido en Fur Affinity”. Al decir “por IA” y no “con IA” están reforzando el marco defendido por gran parte de los ilustradores, dibujantes y fotógrafos: cuando utilizas Stable Diffusion asumes el rol del cliente, no estás creando nada y es la tecnología y su capacidad de agregar el trabajo de los verdaderos creativos la que genera una imagen derivada del mismo.

Un punto de vista diferente es el asumido por el concurso de bellas artes de la feria del estado de Colorado (Estados Unidos). Jason Allen venció en el certamen y se llevó el premio de 300 dólares por una obra que, tomando en consideración al jurado, desarrolló CON Midjourney. En el Washington Post se puede ver la creación en una pieza en la que entrevistan a Allen, que pasó de ser escéptico respecto a las inteligencias artificiales generativas “por razones espirituales” a obsesionarse con los resultados que ya son capaces de ofrecer. Un proceso de conversión que no será el último.

En la búsqueda de un paralelismo podemos bucear en la aparición de la fotografía. El siglo XIX fue un momento de intenso debate, desde Baudelaire, que la consideró “el enemigo más mortal del arte”, a los temores de Henrietta Clopath: “A veces se ha expresado el temor de que la fotografía sustituya con el tiempo al arte de la pintura. Algunas personas parecen pensar que cuando el proceso de tomar fotografías en colores se haya perfeccionado y hecho lo suficientemente común, el pintor no tendrá nada más que hacer”.

La fotografía no podía ser calificada como un arte por derecho propio porque carecía de “algo más allá del mero mecanismo” o “de esa sensación refinada y el sentimiento que animan las producciones de un genio”. Eso decían algunas de las calificaciones a los primeros fotógrafos con pretensiones, un debate de hace más de 100 años en el que los defensores de la creatividad fotógrafa también expresaban sus argumentos: también hay técnica y hay genio artístico en la fotografía.

En el eterno debate de qué es arte tuvimos un episodio interesante hace unos años. El ya fallecido crítico de cine Rogert Ebert postuló que los videojuegos nunca podrían llegar a serlo, posición que más tarde matizaría en una discusión con Clive Barker. Por supuesto los desarrolladores, creativos y directores narrativos de estudios de videojuegos se llevaron las manos a la cabeza. El problema era, a sus ojos, que Ebert no entendía sus obras, se había quedado desfasado. Para el crítico de cine, las obras artísticas eran aquellas que “podrían hacer mi vida más profunda, plena y gratificante” y, a sus ojos, eso no pasaba con el Street Fighter 2.

Pero hacer arte y crear algo son dos escalones diferentes en el estatus cultural. En el segundo, si los pintores del siglo XIX despreciaron la fotografía porque se les antojaba que consistía en pulsar un botón, algunos ilustradores, dibujantes y fotógrafos señalan ahora que en el uso de IA generativas no hacemos de creadores, sino de clientes. La idea es fácil de asumir en tanto en cuanto al usarlas describimos una idea, la solicitamos y esperamos el resultado.

En el otro escalón hay una primera defensa de que los que usamos de Stable Diffusion y Midjourney también estamos creando. Por un lado, hay un trabajo técnico más allá de pedir lo que queremos, las mejores obras suelen venir de procesos complejos que implican el uso de varias herramientas y un trabajo de composición y elaboración. Hay que aprender a utilizar bien los prompts, evaluar resultados, ajustar, iterar. Por otro, ciertamente hay creatividad humana en la ideación de la imagen. Si hay algo que permanece exclusivamente humano es esa voluntad, esa idea y deseo de plasmar, crear algo.

Es probable que gran parte de estos argumentarios se diluyan los próximos años. Puede que las IA generativas sigan mejorando y el proceso se haga todavía menos “artesanal”, que la adopción sea tan masiva que nos encontremos en un debate entre dos generaciones de creadores, que la reacción sea tan contraria por parte de todo el mundo creativo (véase lo sucedido al autor que se atrevió a introducir una imagen generada con Midjourney en The Atlantic) que se genere el consenso social de repudiar las obras generadas con IA.

Aunque la unión de la clase creativa al respecto puede ser intensa y su postura, feroz, si tuviera que apostar por algo sería por los dos primeros escenarios, con más dudas sobre el tercero. Hay algo enormemente satisfactorio en el hecho de tener la idea y en pocos segundos conseguir varios resultados plasmándola. Una vez que has jugado con el fuego de los dioses resulta inconcebible renunciar a él. Hay también una sensación de pérdida, como si el proceso de crear algo de manera más lenta y elaborada fuese un elemento crucial de la creación y no sólo un requisito penoso por el que pasar.

Este debate alrededor de la creación, la técnica y la inteligencia artificial es el árbol en el bosque de uno mayor. Conforme facetas cada vez más importantes de nuestras vidas y de nuestras sociedades se digitalizan, conforme la inteligencia artificial nos iguala en destrezas que, creíamos que nos hacían únicos, se consolida una conciencia de que lo que anticipó Günther Anders en La obsolescencia del hombre se va cumpliendo. Como si necesitáramos que el arte y la creación siguieran siendo exclusivamente humanas para no acabar cediendo, como anunció el filósofo alemán, el papel de sujeto principal de la Historia a la técnica.

Sobre la firma

Antonio Ortiz

Ingeniero Informático, pero de letras. Fundador de Xataka, analista tecnológico y escritor de la lista de correo 'Causas y Azares'

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