De las vacunas a la carne artificial. ¿Puede la biotecnología salvar el mundo?

Los grandes desafíos del mundo requieren el tipo de soluciones complejas que surgen al combinar tecnología y biología. Pero el proceso para lograrlas está plagado de baches en forma de tiempo, dinero e incertidumbre. La buena noticia es que España está muy bien posicionada en cuanto a ciencia básica y que tanto el Gobierno como los inversores empiezan a apoyar este potencial.

¿Envidia del Rolls-Royce de más de 300.000 euros que Papá Noel le ha traído a Cristiano Ronaldo? Para nada. El mejor regalo de navidad que la humanidad ha conocido llegó hace dos años en forma de primeras vacunas para la COVID-19. Y, aunque los bulos en torno a la pandemia se llevaron a unos cuantos al lado oscuro de las teorías de la conspiración y el extremismo, la lucha contra el coronavirus se convirtió en un ejercicio público de ciencia en tiempo real que ayudó a gran parte de la población a entender el enorme impacto positivo que la biotecnología puede tener en nuestras vidas.

“El sector que más reforzado ha salido de la pandemia ha sido el de la biotecnología vinculada a la salud”, confirma el director General de Barcelona Activa, Félix Ortega. Gracias a este impulso y a “su capacidad para responder a los mayores retos que tenemos entre manos, la tecnología aplicada a las ciencias de la vida va a ser una de las industrias más dinámicas en 2023”, coindice la directora general del Instituto Tecnológico de Aragón, Esther Borao.

Las vacunas de ARN mensajero son solo un ejemplo del enorme abanico de tecnologías que pueden compatibilizarse con la biología para mejorar el mundo. En el ámbito sanitario, la inteligencia artificial ha cosechado varios éxitos en el diagnóstico de enfermedades a partir de imágenes médicas, y se prevé una revolución científica inminente gracias a su capacidad para predecir la estructura de las proteínas. Por su parte, la tecnología de edición genética CRISPR, merecedora del premio Nobel de Química en 2020, ha llegado a ser definida como el mayor hallazgo biotecnológico del siglo XXI por su potencial para tratar enfermedades mortales asociadas mutaciones en el ADN.

Salvar vidas y mejorarlas, ¿podría pedirse más? Pues hay más. Resulta que la biotecnología también es un sector clave en la lucha contra la emergencia climática. La mejora genética de los cultivos, el secuestro de carbono con minerales, el desarrollo de alternativas a la carne más sostenibles y el uso de organismos vivos para tareas de biorremediación ambiental son solo algunas de las muchas líneas de investigación biotecnológica que podrían ayudarnos en la titánica tarea de lograr el mundo libre de emisiones de CO2 que tan desesperadamente necesitamos.

En España, la biotecnología “es un sector que no ha parado de crecer en las dos últimas décadas y que está trabajando en soluciones para construir un futuro sostenible y una verdadera salud de vanguardia”, resume la presidenta de AseBio, Ana Polanco, en el último informe anual de la asociación. En 2020, las empresas biotecnológicas españolas facturaron más de 12.000 millones de euros, lo que representó un 1,1% del PIB del país, y generaron 121.755 empleos, el 0,7% del total nacional.

Se trata de las mejores cifras jamás registradas, pues prácticamente no han dejado de aumentar desde 2010, según Statista. Lamentablemente, a pesar de la cuasi continua tendencia positiva del mercado y de casos de éxito internacionales como la farmacéutica española Grifols, que se alza en cuarta posición a nivel mundial en cuanto a número de empleados con casi 24.000 trabajadores, España ni siquiera figura entre los 24 primeros países del mundo en biotecnología sanitaria, según Nature. Y eso que la salud humana es el principal foco de nuestra industria biotecnológica, con el 47% de las compañías dedicadas a ella, frente a los menores porcentajes en alimentación, agricultura y medio ambiente, entre otros.

CARRERA DE OBSTÁCULOS

Una de las razones de nuestra posición rezagada incluso en las áreas en las que más somos fuertes consiste en que el viaje necesario para convertir los resultados de laboratorio en modelos de negocios rentables es mucho más largo y caro que el de prácticamente cualquier otro sector. Por ejemplo, aunque el término ARN mensajero ya está plenamente asentado en nuestros cerebros como artífice del milagro sanitario, este no habría sido posible sin la década de trabajo previo que hizo falta para dar con el diseño de la cápsula necesaria para envolver las instrucciones genéticas que nos confieren la inmunidad. El equipo de la Universidad de Pensilvania (EE. UU.) responsable del avance tuvo que experimentar con unas 40 opciones hasta que logró encontrar una capaz de mantener estables los fragmentos de ARN sin producir efectos nocivos en el organismo humano.

Este tipo de situaciones explican por qué las start-ups de biotecnología son las que más tiempo y dinero necesitan para construir su primer prototipo y llevarlo al mercado. Frente a los casi 220.000 euros y 2,4 años que requiere lanzar un negocio basado en blockchain, las cifras ascienden a los casi 1.300.000 euros financiación y a 4 años de trabajo en el caso de la biotecnología, según un informe de Boston Consulting Group. Y estos plazos y presupuestos ni siquiera son los únicos involucrados. Mucho antes de poder comercializar un nuevo modelo de negocio biotecnológico, el primer paso necesario es la fase de descubrimientos científicos.

Es aquí donde Europa exhibe su principal músculo, con 43 de las 100 mejores universidades del mundo en ciencias de la vida, frente a las 34 de EEUU, y el doble de su producción científica, según McKinsey. En España, aunque solo tenemos una de esas grandes universidades, la Universidad de Barcelona, nuestra biotecnología representa el 2,8% de la producción global en el área y se cita un 30% más que la media mundial, según Asebio. El gran problema llega a la hora de traducir ese conocimiento en patentes y de utilizarlas para crear empresas, encontrar financiación en fase inicial, escalarlas y, finalmente, empezar a lanzar productos al mercado. Vamos, que la investigación básica se nos da fenomenal, pero lo de utilizarla para emprender y crear riqueza y puestos de trabajo, ya no tanto.

La buena noticia es que, a pesar de los peores resultados europeos en las últimas fases del proceso, McKinsey señala que todas ellas han ido mejorando en los últimos años, en algunos casos, a velocidades superiores al resto de geografías. En el caso de España, entre 2016 y 2020, el capital privado recaudado por nuestras empresas de biotecnología aumentó en más del doble y en 2021 volvió a batir su récord con más de 180 millones de euros captados. De hecho, Asebio asegura que el sector biotecnológico español “está en el punto de mira de las corporaciones internacionales” y que “mantiene el interés de los inversores extranjeros”.

A este viento de cola hay que añadirle una nueva fuente de impulso: la cada vez mayor conciencia entre el sector investigador y emprendedor español de la necesidad de traducir las investigaciones científicas en soluciones de negocio. “La comunidad investigadora empieza a tener en cuenta el mercado para entender cómo su investigación va a contribuir a mejorar el crecimiento económico”, nos dijo el año pasado el presidente del Centro de Emprendimiento e Innovación y vicepresidente Económico de IE University, Juan José Güemes.

‘DEEP BIOTECH’

Puede que haya quien no esté de acuerdo en añadir la dimensión mercantil a la ciencia. Sin embargo, dado que el dinero para investigar y emprender es finito, y que los retos a los que se enfrenta la humanidad son cada vez más complejos, afinar el tiro y centrar los recursos para maximizar el impacto de las soluciones más útiles se torna imprescindible. Y es aquí donde la biotecnología vuelve a ponerse bajo el foco por su potencial para resolver los grandes desafíos sanitarios y ambientales que nos acechan.

Problemas hipercomplejos como el cambio climático y el cáncer, provocados por múltiples causas entrelazadas, requieren el tipo de soluciones multidimensionales que ofrecen las deep tech. Bajo este término se esconden procesos de I+D muy intensivos en tiempo y capital y sin avales inmediatos de retorno económico. Es decir, justo lo que le pasa a la biotecnología. Y, dado que cada vez hay más miradas dirigiéndose al amplio abanico de tecnologías profundas, “España podría centrarse en biotecnología, porque la biotecnología española es super buena”, nos dijo el autor del estudio Una estrategia nacional de Deep Tech para España, Faÿçal Hafied.

Gracias al paulatino cambio de mentalidad, a nuestra buena base científica y a recientes novedades legislativas, como la reforma de la Ley de Ciencia y la nueva Ley de Start ups, “el panorama ya está cambiando” y “vamos a estar bien dentro de muy poco”, nos confirmó poco antes de cerrar el año la secretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial, Carme Artigas, en el encuentro ‘Deep tech’ y soberanía digital, organizado por Retina. De hecho, para demostrar el compromiso del Gobierno con el potencial de la biotecnología y su comprensión de los retos a los que se enfrenta, la nueva ley de empresas emergentes ofrecerá dos años extra de exención fiscal a aquellas que se dediquen al sector biotecnológico.

El 2022 acaba de cerrarse como el año más caluroso en España desde que existen los registros al tiempo que descubríamos que la influencer Elena Huelva fallecía con tal solo 20 años por un cáncer tipo sarcoma de Ewing. Ambos problemas son tan urgentes y amenazantes como difíciles de resolver, y los dos podrían beneficiarse de una apuesta más seria por la biotecnología. Gobierno, inversores e investigadores parecen ser cada vez más conscientes de su importancia y en España estamos bien posicionados para aprovecharla. Así que tal vez 2023 nos sorprenda con otro gran regalo de navidad en forma de solución a alguno de los grandes retos del mundo y que además tenga sello made in Spain.

Sobre la firma

Marta del Amo

Periodista tecnológica con base en ciencias. Coordinadora editorial de 'Retina'. Más de 12 años de experiencia en medios nacionales e internacionales como la edición en español de 'MIT Technology Review', 'Público', 'Muy Interesante' y 'El Español'.

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