Hasta que la muerte nos separe

Hasta que la muerte nos separe por Cristina Almodóvar

 … al morir lo primero en irse es el corazón, no importa que busques de nuevo despertar la sangre, los colores no volverán, entonces lo que llega son los ultranegros, el oxígeno tartamudea, la sangre se atropella, por mucho que vuelvas a teclear, el cuerpo no se resetea, las válvulas, las costillas, todas las tuberías se paran, dejan de quejarse, dejan de apretarse, los códigos se quedan sin traducción, las vísceras sin resina, se escucha entonces, a voces, a gritos, chillar el silencio, por mucho que te palpen, por mucho que busquen escribirte, no dejarás de ser esa boca ciega, esos ojos sin manos, en el hospital las camillas se quedan repletas de cuerpos que no cesan, que no paran de enfriarse, cada uno tiene su nombre, su apellido, su matrícula, los cuerpos aquí huelen a cloro, a lejía, al que está muy cerca de morir, al que le echan con guantes en las bolsas de basura, las agujas atraviesan las carnes, los cuerpos atraviesan las habitaciones, el aire, el miedo, por todas partes los pantanos se abren de piernas, los valles se quedan sin acueductos, se derraman entre los vientres y los úteros, ahí donde antaño los cuerpos empujaban, ahí donde antaño la vida quería abrirse paso, ahí donde antaño la vida se ponía a llorar, a reír, a todo pulmón, ahora aquí me tienes, acostado, de lado, sobre esta cama, escuchando la escoba barrer las esquinas, como si ella también fuera una charla lejana, como si ella también fuera un amor que ha sido, y aquí estoy en medio de estos labios, de estas manos, de estas piernas, en medio de esta vida mía que están ahora borrando en la pizarra, oigo los monitores que silban, como si pasara delante una mujer llena de pechos y de nalgas, una mujer para dejar de morir, para respirar a cada minuto que pasa, con el pecho apretando todas las costillas, al borde del estallido, ella se asoma sobre mi, membrillo, colmena, todos los bosques se me levantan, ahora las horas caen a gotas, es tan poco lo que necesitamos, solo estar al lado el uno del otro, y dejar que la sangre deje de oxidarse, dejar que la marea vuelva, que el cielo dance, deje de llenarse de agujas, de plaquetas, de venas, mientras te asomas puedo verte el iris, ese espigón que se abre entre la blusa, el yodo entonces se me apura, del abdomen al hígado la muerte por todas parte retrocede, no sabe dónde meterse, si cerrar los ojos o abrir la boca, si meterle mano o dejarse llevar, los sueros ya dejan de hacer efecto, me quedan horas, apenas días, quizás segundos, entonces ella se inclina y la bata se abre, entonces ella me mira y el mundo se abre, entonces ella, cálida, dulce, rubia, sabe, qué ganas de sorberla, de respirarla, de decirle que el mundo no puede apagarse, de prisa, sin correr, me toma el pulso, me aprieta la muñeca, entonces los instrumentos se ponen a aullar, como si fueran árboles salidos de los bosques, como si fueran noches sin vientres, días llenos de hambre, entonces traen el desfibrilador, inician la presión, ella me mira como si el amor se hubiera terminado para siempre, como si nuestros cuerpos nunca más volvieran a rozarse, y le digo que se olvide, que no quiero morir, que no me voy a marchar, ni de broma, que esto es solo un pellizco, me toman el pulso, el latido, en la carótida, dicen que mis manos han dejado de respirar, que tengo los brazos entumecidos, por todas partes los fluidos dejan de fluir, mi cuerpo se hace pantano, empiezo a estar remojado como un renacuajo, empieza la sequía, primero los pulmones, luego los embalses, el verano deja entonces de gotear, por los conductos el aire deja de pasear, las entrañas ahora se me empapan, los dientes se me revientan, ella me sigue mirando y mis ojos son como bombas de hidrógeno, parpadean, se agitan, no quieren que ella se imagine que no la quiero, no quieren soltar esta vida que era un subir, un descender, un reventar, esta vida donde caben dos latidos, tres besos, cuatro manos, me gustaría decirle lo que ahora pienso mientras caigo dentro como un ancla, mientras el mar me hunde, mientras la tierra me traga, me quedan apenas una pizca, un sorbete, de limón, de aguarrás, algo muy ácido que me sube por los bronquios, me quedan apenas unos minutos, segundos, un puñado de nadas, la jeringa se llena, las manos presionan, las palabras se desordenan, y de pronto el gran salto, la luz de luna llena, el cielo que se revienta, de pronto todo cae a gajos, a rasgaduras, me echan una sábana encima, como si fuera el Cristo, como si me hubieran clavado en la cruz, y de pronto con tijeras me quitan la ropa, me quitan las manos, los brazos, las piernas, de pronto me quedo desnudo, con los muslos hechos fiambre, la enfermera cierra los ojos, los míos insisten en abrirse, quieren abrirse paso, como lo hacían antaño, volver hacia su blusa, volver hacia sus pechos, entrar en su carne, pero las pupilas ya no se me contraen, y por mucho que mi vida insista, la muerte aguanta, no se me quita de encima, presiona con todo su peso sobre mi pecho, que se hunde, la enfermera ya no sabe cómo actuar, en todos mis huecos, los rojos se hunden, voy perdiendo los colores a quilates, las proteínas, los glóbulos, los azules, los violetas, todo el arco iris se me disuelve, la sangre ha dejado de volar a través de las arterias, el corazón de cabalgar, la aorta ya no me baila, me he quedado sin riendas, en medio de este pasto que ahora se llena de vallas, ya lo sé, no saldré de esta, me quedaré aquí apretado a mi carne, pestañeando, pateando, por mucho que golpee la pared, el corazón no se moverá, se quedará quieto, y mis manos, imposible moverlas, imposible que se hagan pimienta, pólvora, azafrán, que vuelvan hacia ti que ahora me miras como si ya no existiera, como si solo fuera tiroides, glucosas, vísceras, una garganta que ya no buscará más el aire, que ya no encontrará nunca más tus labios, que ya no será diana, flecha, arco, animal lleno de tráqueas, de pieles, de emociones, y por allá te irás, por esos pasillos, usando tu bata blanca, buscando oxígeno, mientras yo me quedaré aquí, con las pupilas en el centro de los ojos, con los dedos al borde de las manos, y por allí tú te irás, con tu bata blanca balanceándose, llena de gargantas y de labios, repleta de besos que no serán los míos, de pronto desaparecen las sondas, los apósitos, las cobijas, de pronto limpian las flemas, me vacían las tripas, me cierran las mandíbulas, no dejan ni rastro de rojos sobre mi cuerpo, todo limpio, todo liso, me meten en un cajón, ni siquiera acero, chatarra, en algo muy frío, muy alejado de la vida, ya no queda nada, ni capilares ni arterias, sólo me queda este recuerdo sin vendajes ni jeringas, quisiera volver a saltarme los semáforos, a partir el tráfico como si fuera agua, a lidiar con las aceras, a torear el aire, quisiera volver a tragar kilómetros de vida para llegar hasta ti de nuevo, para subir de una en una las escaleras, sin pasar por el ascensor, atravesar las paredes, las puertas, los muros, y llegar, sano y salvo, por fin hasta ti, y allí apretarme contra tu cuerpo, espachurrarme contra tus labios, por fin a salvo, para que nunca más vuelva a morir, para que nunca más me vuelvan a meter en esta ambulancia, en esta habitación, en este ataúd, quisiera volver a entrar en esas sábanas mientras las calles se llenan de sirenas, mientras las mañanas vuelven a nacer, mientras estamos de nuevo de lunes, estamos de nuevo de mayo, de mundo, mientras el tiempo por fin deja de volar, y la vida pasa a cámara lenta, la vida que no se deja gobernar, que es libre como esa sangre que me haces, cuando te abres, cuando me recibes, con el corazón repleto de brazos, de ojos, de manos, y ahora me ponen las etiquetas, todo esto huele a formol, y yo lo único que quiero es estar contra ti, que no dejes que nunca me muera, que no dejes que me metan este frasco, que me abran con este bisturí, utilizando el índice, el pulgar, todos los dedos de la mano, y me cojan así, como tú lo hacías, pero mucho más suave, como si fuera un violín, como si mi carne fuera un instrumento que afilas, y que de pronto te pones a tocar, y que de pronto me haces volar, me haces por fin libre, por fin latiendo de nuevo, en medio de los tanques de oxígeno, de los tubos de suero, de los monitores, mientras el sol se fractura la clavícula, mientras salta por la ventana, el también quiere atrapar el aire, ser mariposa, y escribir algo que no sea una radiografía, algo que sea grande como una vida por delante, algo que sea grande como una noche contigo.

Hasta que la muerte nos separe por Cristina Almodóvar

Javier Santiso es fundador de La Cama Sol, editorial de arte y poesía, y autor de novelas, poemarios, cuentos, obras de teatro y lo que él llama “naderías”, textos breves escritos de un tirón. Su última novela en español es Vivir con el corazón, Madrid, La Huerta Grande, 2021. En enero del 2023 publicará otra, inédita, escrita en francés, en la colección de la NRF: La traversée, Paris, Gallimard, 2023.

Cristina Almodóvar es artista plástica. Estudió Bellas Artes en la UCM, con especialidad en escultura. En 2011 recibió el prestigioso Premio Internazionale Giovane Scultura de la Fondazione Francesco Messina. Su obra se ha expuesto en ferias nacionales e internacionales y se incluye en colecciones públicas y privadas de distintos países

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