Red Velvet gana a Dua Lipa. El K-pop ya es cabeza de cartel pese a Pablo Motos

Las bandas coreanas están a la última. Su exotismo pulcro y aniñado, junto a su potencia en Internet, levanta pasiones más allá de sus fronteras. Un maridaje ‘gourmet’ que aparca en España, haciéndonos mirar al lejano Oriente.

Letras bien grandes para los sospechosos habituales en cartel del Primavera Sound 2023:  Blur, Depeche Mode, Rosalía… Sin embargo, no todos los artistas necesitan salir en Arial 48 para que las redes se tambaleen. En menos de 24 horas, el anuncio en Instagram de que las divas del K-pop Red Velvet también actuarán en el festival ha acumulado más de 400.000 me gusta, y la cifra aumenta por minutos. “Se ha convertido en uno de los posts con más likes de la historia de nuestro canal, lleva más del doble que el del lanzamiento del cartel de este año”, dice el director de Comunicación del mítico evento, Aleix Ibars.

Las coreanas jovencitas de falda corta están de moda. Frente a las 4.200 menciones que logró Dua Lipa el año pasado en los varios meses que pasaron desde que se anunció su actuación hasta que se celebró, las Red Velvet han rozado las 5.000 en cuestión de un día. Caras de porcelana reluciente, pelo como de peluca sintética, ojos negros, profundos, de cuervo recién comido, y labios disfrazados del rojo suave de un atracón de tarta de fresa. Risueñas, estilosas, sin desatender cierta infantilidad, cierta inocencia descarada, atraen las miradas cada vez más avariciosamente. 

Y no solo ellas. El K-pop ha trascendido hasta tal punto, que hace un par de semanas la masa tuitera más joven enfureció cuando el boomer Pablo Motos trató cual donnadie al ídolo de masas y exmiembro del grupo de pop coreano BTS J-Hope. Y es que el fenómeno coreano hace una década que abandonó la condición de novedad, experimentando en estos años un auge desaforado. Como es el caso de las cinco intérpretes de Red Velvet quienes, con esos morros a lo terciopelo rojo quirky, han dejado a Dua Lipa mirando sus luces traseras en la carrera por las visualizaciones online, y prometen dar una campanada galáctica en el Primavera Sound 2023.

Los gritos cervales rozando agudos de castrati de las fans occidentales han abandonado los pelos cacerola Beatles en los 70, la melena bullanguera de Wham! de los 80, las coreografías paqueteras de los Backstreet Boys en los 90 y las miraditas candorosas de Britney en los primeros 2000. Ahora se estilan los ojos achinados. Los trajes de Yakuza de BTS y las botas perneras de Blackpink. Según los doctos en la materia, como el crítico musical Kim Young-dae, existe una fecha a la eyección internacional de esta cultura neo-pop que tan incómodo pondría al protagonista de Gran Torino.

Concretamente nació de la mano de Park Jae-sang… ¿Le suena? Bueno, puede que si hablamos de Psy se aclare el asunto. ¿Tampoco? Sin problema, resolvamos la intriga con un estribillo: “¡Oppa gangnam style!” Aquí ya no cabe duda. El himno, con el que cabalgó medio planeta, se llevó la medalla al primer video de YouTube con más de 1.000 millones de visualizaciones (hoy supera los 4.700 millones) y quedó grabado en la retina global como un antes y un después en la capacidad de internet para inducir a pandemias musicales. De ahí, como se dice de Madriz, al cielo…

El desconcierto sobre el exitazo tan volcánico de la canción de Psy, del que no se llega a determinar muy bien si fue debido al ritmo, el estribillo, el baile, la voz, los tiempos o al sacrosanto cúmulo de todos, sumado a la buena suerte (o mala, según se vea), sigue tamizando el auge del K-Pop. Lejos del epítome de estrella fugaz que supuso Psy para Occidente, los grupos que llevan la batuta de la escena están en su momento de gloria planetaria y las razones son, como poco, eclécticas.

Que salvo el simpático monta pencos invisibles del Gangnam Style todos sean guapetones, desde luego, ayuda. Me cuesta pensar en una boy o girl band compuesta por barrigudos y barrigudas alopécicas con estrías y dientes de caballo estropeado machacando las listas de éxitos. La condición pop es sine qua non, huelga decir, aunque su sonido se descuelgue por eclecticismos de hip-hop, e incluso drill, que refrescan el sonido de cara a viejas glorias. Se decantan cada vez más por el inglés como idioma, lo que suele ser una buena apuesta en vista a la internacionalización. Aunque, siendo sinceros, para el oyente medio español, el karaoke matutino en la ducha vaya a tener la misma entonación en un idioma que en otro, rozando en ambos la poliglotía de Chiquito de la Calza puesto de anís.

Parte de su beneficioso estatus occidental podría enfocarse también en el exotismo del producto. En los tiempos que corren, cambiar y adaptarse es una digestión cotidiana. Tal vez los blancos ya nos habíamos cansado de los ojos caucásicos en las bandas adolescentes y ansiábamos un lavado de cara, una tirantez en los rabillos del ojo. Igual que hemos ido pasando, a discretos pasitos, del cocido al ramen. Porque cada vez estamos más globalizados, somos más ciudadanos del mundo, que pueden ser ciudadanos de ninguna parte, o de todas.

A nivel logístico, las redes sociales son una ciencia en sí mismas, y los coreanos, si de algo pilotan, es de tecnología. Sus secretos les han sido avariciosamente revelados, y los adalides del K-Pop saben cómo promocionarse. Internet arde en foros de discusión sobre las más pejigueras idiosincrasias de las bandas antes mencionadas, a lo que habremos de sumar su capacidad para convertir la cotidianidad un videoclip ininterrumpido de la MTV, donde todo es divino, divertido, ligero… Excepto, atención, si plantan a alguno a hacer un discurso en la ONU, como a BTS, entonces son psicólogos de autoayuda con la fórmula privilegiada para la salvación juvenil: ‘Amarse a uno mismo’.

Atrás quedaron los inocentes y bobalicones alegatos de las mises de belleza, ahora hasta los ídolos adolescentes han de despachar sesudos compromisos sociales, como si Bono hubiera inseminado los jóvenes cerebros de todos ellos. Es lo que está de moda. Fanfarrones andróginos con clase y conciencia, sumados a videoclips de estética vigilada hasta los pelos enquistados de la nariz. Caja asegurada.

La capa de resonancia de este nuestro pálido punto azul al que llamamos planeta destila cultura coreana cada vez con mayor apremio. Desde Parásitos, como los de Bong Joon-ho, que se cuelan en los palmares cinematográficos de Occidente, hasta aficiones culinarias que dejan el pulpo sin apalear y retorciéndose en el plato. El soft power surcoreano se lleva dando un buen atracón que tiene pinta de escurrir el vomitorium varios años más. Tanta es su apuesta por la cultura de masas, y su internacionalización que, cuando en junio de este año BTS anunció su separación, la bolsa coreana se resintió fuertemente y hasta hubo quien acusó al Gobierno del drama, poniendo en duda su legitimidad.

Esa es la fuerza del K-Pop, la de azotar los mercados y hacer tambalearse al poder. Si Mick Jagger aseguró en los 70 tener más fuerza de movilización que cualquier Estado del mundo (y tal vez la tuviera), las cabezas de esta moda musical la tienen, indudablemente, en Corea, en Asia, y parece que, poco a poco, en el mundo entero.

De exportar móviles Samsung a importar Oscars y Grammys, Corea del Sur entendió con Psy que su jugada no estaba sólo en dominar las máquinas de las que dependemos, sino también las pasiones que nos mueven, excitan, intrigan y hacen que nuestra curiosidad por su pequeño terruño se multiplique. La punta de lanza de esta estrategia tiene nombre de marca de patatas fritas y alimenta, cada día, con mayor descaro y alevosía los oídos internacionales.

En una era digital, el K-Pop, como una música nacida de una placenta binaria, escrita en el código informático de las redes y su hiperactividad, está naturalmente preparada para triunfar. Su duración, ¿quién sabe? Lo que es seguro es que, al igual que uno mira ahora con cariño I want it that way, de los Backstreet Boys, una nueva generación, de aquí a 20 años, mirará con la misma ternura a sus, ya maduritos, ídolos coreanos.  

Sobre la firma

Galo Abrain

Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.

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