“Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”, afirmó el joven Tancredi Falconeri que, en el gran filme italiano El gatopardo (1963), es interpretado por el mismísimo Alain Delon. La frase ha marcado mucho una manera de pensar y de actuar muy made in Italy. A pesar de no creer mucho en los estereotipos, porque celan cierto tipo de racismo y de cierre mental, hay que reconocer que, a veces, son graciosos. Los italianos somos caóticos, pero con gran gusto estético, los españoles, muy amigables, pero gritones, los argentinos hablan por los codos, pero te pueden vender cualquier cosa, y un largo etcétera de lugares comunes que intentan estereotipar una cultura llegando al tópico y generalizando, como si millones de personas fueran esclavas de un pensamiento único.
En la novela homónima, El gatopardo, escrita por el autor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, esa frase ha marcado un antes y un después porque, a pesar de que el significado puede interpretarse de muchas maneras, se ha relacionado con una forma muy italiana de afrontar la vida. Mimetizarse y fingir apoyar una elección, para luego seguir apoyando, por intereses personales, la misma idea de siempre.
Es una manera que preserva el statu quo, aquí y en Pekín, y que es tan actual para describir lo que pasa en las esferas del poder que ha llegado a convertirse en un verdadero estereotipo de la gente itálica. Hasta el punto de que “ser un gatopardo” es una expresión creada para definir aquellas personas, como los nobles de la aristocracia del libro de Tomasi di Lampedusa, que aceptan la unificación de Italia bajo el reinado Saboya para preservar sus privilegios.
Mimetizarse es la acción que permite a muchas especies pasar desapercibidas para seguir avanzando sin muchos problemas ante una posible amenaza porque el riesgo de enfrentarse al peligro conlleva una mayor posibilidad de perder algo valioso. La humanidad es un tanto especial porque somos una especie que vive en una constante cuerda floja entre la añoranza del pasado y la seguridad que transmite la distorsión que hacemos de él y el anhelo por alcanzar un futuro nuevo, brillante y que nos dispara situaciones inesperadas y enriquecedoras. Sin embargo, De Lampedusa nos recuerda lo presente que es, en ciertas sociedades, la necesidad de preservar las cosas como son y como siempre se han hecho. En esencia, somos una especie que tiende a preservar y evitar que las cosas cambien. En ocasiones nos bloquea el miedo a avanzar, hasta el punto de que ser progre se ha convertido en un insulto muy común.
En el mundo creativo ese contraste es cada día más evidente, sobre todo en el momento de crisis profundas que atrapan a la creatividad haciéndola volver a hacer una y otra vez lo mismo, sin explorar, experimentar, fallar y aprender. Entonces ¿a qué viene la cita de un libro de mediados del siglo XX para hablar de creatividad? El mismísimo autor afirmó que decidió escribir el libro por un “cálculo matemático”. A lo mejor no sirve de nada. Puede que sea una simple estrategia para despistar al lector incauto y evitar que intuya que este es el enésimo artículo sobre la inteligencia artificial (IA).
Es la temática de moda, de la que todo el mundo habla, y que está empezando a cansar a la “aristocracia” creativa tras un verano de imágenes que se repiten bastante. Un cambio inevitable que puede modificar nuestras existencias y formas de pensar, al igual que hemos cambiado nuestra manera de memorizar y recurrimos a Google cada vez que necesitamos una respuesta. Aunque, más que un artículo sobre IA es uno sobre qué pasará con la creatividad ahora que parece que todo lo hacen las inteligencias artificiales. Porque todo el mundo habla de la máquina y de cómo sus capacidades eclipsarán al ser humano, pero nadie se ha parado a pensar qué nos depara el futuro ahora que los ordenadores son lo más potente que hemos tenido nunca en temas de elaboración, y ahora que la creatividad está muerta.
Sí, la creatividad está muerta y estamos a punto de sepultarla. Estamos en uno de los momentos más oscuros para tener ideas brillantes. La nostalgia ha vuelto y toda nueva idea es un refrito de cosas del pasado sin demasiada originalidad. En este bullicio donde la catástrofe es inminente, donde los creativos se sienten en una especie de infierno dantesco, hay esperanza para la creatividad; algo todavía identitario de los seres vivos y que las máquinas no pueden arrebatarnos.
Sí, porque tras trastear un tiempo con las IA generativas, resulta importante entender que la labor creativa y el estímulo lo realizan las personas que interactúan con el Midjourney de turno. No existe expresión artística sin ser humano, al menos de momento. Si entramos en esa óptica, el futuro es más brillante de lo que imaginamos. Pasó con la realidad virtual (RV), donde todo el mundo gritaba “hereje” encogido en el miedo de acabar como en Matrix, controlados por una tecnología distópica que acabaría con nuestra esencia.
Recordar la enseñanza del gatopardo puede ser también una manera de acercarnos de nuevo a clásicos que nos enseñan mucho sobre cómo somos y cómo reaccionamos ante un posible nuevo escenario. Porque repetimos siempre lo mismo y reaccionamos delante de un nuevo descubrimiento como si fuera a aniquilarnos. Lo fascinante del ser humano es esa idiosincrasia entre la necesidad de no cambiar y el impulso a buscar nuevas maneras de existir; esa cuerda floja que nos empuja a tender hacia dos extremos, el tradicionalismo y la innovación. Algunos tendemos a ver la tradición como hogar seguro para sentirnos mejor, otros queremos romper todo el tiempo con el pasado para sentirnos distintos, y otros nos tambaleamos en el medio alternando un momento con otro porque creemos que ahí está el equilibrio de la vida.
Al usar Midjourney y Dall-e 2, además de GPT3, uno se da cuenta de lo importante que está siendo la tecnología para romper el conservadurismo y explorar nuevas vías creativas. El cambio de paradigma impulsado por la llegada de cachivaches como el ordenador y la cámara de fotos ha implicado un antes y un después a lo largo de nuestra existencia. La fotografía como evolución natural de la pintura, el cine como evolución del teatro, y Photoshop y los ordenadores como evolución natural del aerógrafo, nos han empujado a salir de ese caldo confortable que es la rutina de hacer las cosas siempre de la misma manera y romper moldes, abrir, democratizar y llegar a lo que somos ahora. Por supuesto hay problemas que no hemos resuelto todavía, pero porque, en vez de pensar en cómo sacarle provecho de la mejor manera posible, nos hemos resistido hasta el infinito buscando sobre todo un retorno económico, explotando a los demás o difundiendo el relato de que las desigualdades las crea la innovación.
En los últimos años, las artes visuales como el diseño gráfico están viviendo una crisis profunda donde lo único que cambia es el uso de un estilo visual respecto a otro. Pero, en cuanto a las ideas, el río de oro de la creatividad se ha secado porque todo está más que inventado y manido. La llegada de tecnologías innovadoras como la RV, la realidad aumentada o las mismas IA consiguen abrir la mirada, jugar en entornos inexplorados empujan a pensar de manera diferente. Lo podemos ver en cómo la narrativa está cambiando gracias a los entornos virtuales, donde el espectador ya no tiene un rol pasivo y su mirada no está centrada en una sola pantalla. El reto que eso implica es completamente nuevo, al igual que nueva fue la manera de narrar cuando pasó del teatro al cine. Ahora mismo estamos en ese punto exacto en el que la RV emula narrativas cinematográficas, mientras los creativos buscan ese nuevo lenguaje que hará de las experiencias virtuales algo nuevo y completamente distinto respecto a lo anterior.
La belleza de lo inesperado reside en la capacidad de evolucionar y tener nuevos escenarios que nos acompañan en el cambio de paradigma, donde la relación ser humano-máquina puede llevarnos a alcanzar experiencias enriquecedoras y maravillosas si dejamos de tenerle miedo a lo desconocido y proyectamos nuestros esfuerzos en conseguir la belleza. En ese escenario, estar abiertos al cambio y rechazar la comodidad aristocrática de lo de siempre son la clave para entender cuál es el futuro de la creatividad y cómo encontrar nuevos caminos para alcanzarla.