Twitter es el secreto de los normies, la piedra de Rosetta de los troles, el altavoz de los woke, la esperanza de los rojipardos, el cáncer de los luditas, el chiquipark de los incendiarios, la herramienta de campaña de los políticos, el currículo de los periodistas, el desguace de los poetas y la peor pesadilla de la moderación. ¿Cuánto vale Twitter?, cabría preguntarse. Cómo responde Saladino en El Reino de los Cielos: “Nada…”, y se aleja. Acto seguido, da media vuelta y, apretando los puños contra el pecho, confiesa: ‘Todo…’.
Eso es Twitter, una red social que no vale nada para el entendimiento, que es estéril a la posibilidad del saber, pero que, por otro lado, se ha convertido en el gran baluarte de las ideas que pueblan nuestro mundo hiperconectado. Un oasis de ingenio amenazado por hogueras de vanidades preparadas para la manipulación y la satisfacción pueril de ser atendido. Escuchado, en un momento en el que todas las opiniones están llamadas a ser igual de válidas, por más que unas estén bendecidas con la madurez de la fermentación y otras con la verdosa impulsividad de la irreflexión.
En Twitter, podemos encontrar, tanto desfiles de egos y propaganda, al más puro estilo 70 aniversario de la República Popular de China, como discretos callejones, esquinas oscuras donde las comadrejas del vicio trafican con información demasiado jugosa para ser cierta. También suntuosas bibliotecas gótico-renacentistas donde se ocultan, bajo enlace, abadías de conocimiento. Saberes inteligentes y distinguidos, de padre y madre muy distintos, reunidos bajo el mismo techo. Sin olvidar los circos, de payasos tristes y risueños, que pueden invocar una sonrisa o el extraño sentimiento de que la raza humana se ha ido de rosca en su estupidez.
Y, lo cierto es que, todos encuentran refugio en la casa del Señor Tw., maldecida, eso sí, por algoritmos que esquivan la pluralidad, para entregarle al carnívoro siempre la carne que ansía, al vegetariano la verdura que desea y al vegano los videos de animales en granjas que lo reafirman en su altivez. Pero es que Twitter, además, es como la vida misma; nepotista. Más de uno sabe que, tras despachar con orgullo sus deposiciones mentales, podrá abrir el dique de su lubricación emocional con la llave de todos los acólitos que lo siguen y adulan religiosamente. Yo mismo confirmo mi salivada devoción por algunos…
Lo bueno de Twitter, no obstante, es que no da lugar a equívocos. A quién sigues o quien te sigue no es tu amigo, como ocurría con Facebook. Esta liquidez de la amistad se ha visto, afortunadamente, cada vez más desarticulada. Y, de entre todas las redes, Twitter nunca dio lugar a mucho error. Es más, antes que amigos, en Twitter se hablaría de tener enemigos, que es una condición mucho más impersonal y edificada sobre el castillo en el aire de las ideas.
Por eso Twitter es, a mi parecer, una red social fabulosa, porque dibuja un umbral de sensibilidad más radicalizado en el odio, que en el amor. Comprendo que para muchos esto sea, precisamente, lo que la convierte en un archipiélago de mala baba infumable, pero, el odio en Twitter es un instrumento de crecimiento personal impagable. Te hace tomar conciencia de lo fácil que es criticar, de lo barato que sale y de la poca importancia que hay que dar a aquellos juicios con un valor a la altura de ser servidos sobre la bandeja de plata de Saló o los 120 días de Sodoma (spoiler, la bandeja está llena de mierda).
Twitter es una cuna de perversión que, como nos enseña el psicoanálisis, no es otra cosa que la proyección sobre los demás de las carencias propias, de la mutilación propia, de la propia escisión. La casa del Señor Tw. curte y educa, invoca nuestro masoquismo y sadismo, nuestro Ello freudiano desatado, haciéndonos conscientes del sectarismo, de la soledad y de la falta de humildad que se apoltrona en la sociedad. Twitter es el espejo popular de nuestros deseos e identidades: ‘Periodista y escritor’, ‘Madre e ingeniera’, ‘Político y amante de mi patria’, ‘Profesora, a veces cinéfila’, y suma y sigue. En Twitter uno es quien desea ser, como en el WOW, sólo que aquí podemos decidir jugar con nuestra cara, o con el anonimato.
¿Son las barbaridades de Twitter lo que ha empujado a una sociedad más censora y cancelada? ¿O es una sociedad censora y cancelada la que ha empujado a soltar barbaridades? Se ha debatido bastante sobre la posibilidad de reglarla. Pero, domesticar la red social es como intentar ponerle vallas al campo. Twitter es un caballo desbocado, que diría Mishima, pero con demasiada egomanía y billetes como para acabar con un seppuku. Puede que sea esa incapacidad para aceptar su muerte o, mejor dicho, su deterioro, lo que lo empuja, poco a poco, a parecerse cada vez más a redes como Instagram o Tik Tok; luminosas prisiones adictivas que cautivan con la hiperactividad de sus imágenes y micronarrativas.
No afirmo que Twitter no esté detrás de esas pantallas que Steve Cutts representa tan agónicamente en sus ilustraciones. Sin duda, es parte del caprichoso candil que nos aísla del exterior dirigiéndonos hacia un precipicio (sin ser esto prueba de estoicismo alguno). Con todo, al menos Twitter ausculta el debate de las ideas, trafica con textos que pretenden dar puntos de vista antagónicos, pero desarrollados, y apuesta por la dilatación de tragaderas siempre que se esté dispuesto a ello.
En El paraíso perdido, Milton interroga a Dios. ¿Por qué si, en su infinito poder, puede erradicar el dolor, no lo hace? El príncipe de las tinieblas, sabio gurú, ¡el primer dandi de la historia!, se rebela así contra su padre y prefiere ‘reinar en los infiernos, a ser esclavo en los cielos’, dando así la primera prueba de individualidad, de autonomía e independencia de la creación. Twitter interrogó a la humanidad dándole un paraíso donde el debate podía ser universal, comedido, siempre enriquecedor y bendecido por el bienestar. Pero, como humanos, todos somos hijos de Caín… alumbramos, por lo tanto, una tierra de saqueo, pirata y peligrosa, donde florecen las más hermosas de las bondades, como las más creativas de las vilezas, que alcanza incluso a traducirse en vasectomías al ímpetu de seguir adelante. Así es la guerra, así es Twitter. Puede uno esquivarlo y vivir ajeno al bombardeo, o corretear por sus prados viendo generales relucientes, cadáveres en descomposición y hasta verdaderos asedios zombis sin otro leitmotiv que acabar con su objetivo.
En fin… Lejos de mí hacer proselitismo twittero. Yo rechacé la lucha durante años y viví cómodo, ausente a debates de los que ahora formo parte sin quererlo. Sin embargo, ahora, allí me veréis, recorriendo sonriente, pero con el fusil amartillado, las hermosas y peligrosas playas del pajarito azul.
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.