La mayoría de los jugadores profesionales de hockey estadounidenses nacieron en el primer trimestre del año. Desde luego, tienen grandes condiciones para ese deporte y han trabajado duro, pero el azar les ha beneficiado: como las ligas de hockey infantil se organizan por años, en la misma competición hay niños nacidos en enero y en diciembre. Y los primeros son más grandes, rápidos y espabilados que los segundos. Esa desigualdad se irá apuntalando con el paso de los años, incluso cuando las mentes y los cuerpos de los nacidos antes y después se equilibren: los niños más aventajados desde el principio desarrollan más seguridad, tienen más experiencia y son mejor cuidados y entrenados. Una persona nacida el 1 de enero lo tendrá mucho más fácil para despuntar en este deporte que una nacida en Nochevieja (cuyo cumpleaños, además, pasará bastante desapercibido entre la orgía popular de langostinos y omeprazol).
Es una de las formas que el doctor en física australocanadiense Derek Muller, creador del canal de YouTube Veritasium, tiene de explicar cómo muchas veces el éxito no depende tanto del esfuerzo o del talento como de la suerte. La meritocracia es una idea que dice que algo así como que cada uno tiene lo que se merece según sus méritos: los que trabajen más duro, los que se esfuercen más, los que lo den todo, llegarán a los mejores puestos de la sociedad. Los que no lo hagan, no tanto.
El filósofo estadounidense Michael J. Sandel ha explorado el concepto de meritocracia en su libro La tiranía del mérito (Debate). Para Sandel, la meritocracia no solo no existe (cosa evidente a poco que mire uno a su alrededor), sino que ni siquiera es deseable: es una idea que dice a los privilegiados que merecen sus privilegios (cosa que les gusta mucho oír) y, en cambio, a los desfavorecidos les dice que también se merecen su situación: haber estudiado, haber emprendido, haber trabajado más. Eso provoca rencores sociales que pueden acabar en derivas populistas y totalitarias aupadas por que se sienten no solo excluidos, sino despreciados por el sistema.
A quien no tiene nada que decir la meritocracia, a los que no da explicación, es a los que se esfuerzan al máximo y tienen un talento extremo y, sin embargo, no consiguen triunfar, signifique eso lo que signifique, porque tienen mala suerte. Que los exitosos crean que son especiales, y que de ahí deriva su éxito, es malo para los demás, según explica Muller: no se dan cuenta de la suerte que han tenido. La mayor suerte puede ser nacer en un país próspero con una buena educación, sanidad, buena convivencia, con carreteras y medios de comunicación, sin guerra ni hambruna ni enfermedad. Imagínense el más exitoso emprendedor que le venga a la cabeza. Y ahora imagínenlo naciendo en Burundi, uno de los países con menor renta per cápita del planeta. Seguro que su prosperidad no sería la misma.
Pero, probablemente, y he aquí el problema, una persona exitosa preferirá pensar que todo es mérito suyo. De modo que hay probabilidades de que no quiera contribuir a mantener ese país que ha tenido tanto que ver en propiciar su éxito. Esa puede ser una de las razones por las que últimamente vemos tanta reticencia por parte de las personas de rentas altas a pagar una parte proporcional de impuestos. Lo dijo el otro día en la tele la socialité Carmen Lomana, a la que tanto le ha dado España y que tan poco le ha dado de vuelta: “Las personas normales estamos pagando las subvenciones a los desfavorecidos: eso es una vergüenza”.
Sobre la firma
Sergio C. Fanjul es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados (Pertinaz freelance, La vida instantánea, La ciudad infinita). Es profesor de escritura, guionista de tele, radiofonista y performer poético. Desde 2009 firma columnas, reportajes, crónicas y entrevistas en EL PAÍS y otros medios.