El teatro de la lucha intergeneracional, con todo su dramatismo, se escenifica en cada fase de la historia. Existen documentos desde la época de los caldeos, que eran unos señores y señoras que vivían por la zona de Mesopotamia, que acreditan el desprecio de los mayores por los jóvenes hace 3.000 años. La juventud de aquel momento, ya se sabe, iba como pollo sin cabeza. Sin embargo, el ciclo sigue repitiéndose: es un ciclo natural, claro, pero es extraño que no hayamos generado plena consciencia de él y lo sigamos reproduciendo con la inocencia de la primera vez.
Sucede así: los jóvenes vienen a comerse el mundo, a vivir la vida en sus propios términos contra el estado de cosas que han heredado de sus mayores. Se rebelan, innovan, pero solo lo consiguen en cierta medida: llegarán a implementar ciertos mínimos y tendrán que renunciar a los máximos. De modo que el tiempo pasará, se templarán los ánimos y llegará cierto desencanto y aburguesamiento, porque la vida ya no es nueva y, ay, nos lleva por otros derroteros. “Eso no es música, eso es ruido”, dirán, diremos, decimos. Así, esos jóvenes se convertirán en mayores que, oh sorpresa, serán retados por unos recién llegados, llenos de insolencia, que vendrán a vivir la vida en sus propios términos y que, al cabo del tiempo, serán de nuevo llamados a conservar lo suyo frente al ímpetu de una nueva juventud (“eso no es música, eso es ruido”), en un bucle sin fin.
Dicen que uno vive dos vidas. La primera es la vida de su juventud, cuando el mundo le resulta a uno familiar y efervescente, e incluso consigue operar con nuevas ideas sobre él. La verdad, se está como en casa en la época de uno. La segunda vida llega cuando uno se va haciendo viejo y el mundo le va pareciendo cada vez más extraño y hostil, como si en vez de en su hogar estuviera viviendo un exilio en un país muy lejano en el que todo le es ajeno. Dicen que esta segunda vida llegaba en la senectud, pero ahora, que todo cambia tan rápido, se empieza a sentir antes. Yo, que estoy en la edad de los que dominan el mundo, empiezo a percibir ese sentimiento de extrañeza, de estar fuera de casa en una pensión húmeda y sórdida, de vivir una vida que no es como era la mía, de estar de prestado en el mundo de otros. Un mundo lleno de píxeles y colorines, una distopía ciberpunk. Me esfuerzo por no caer en la queja y la incomprensión que abundan en las redes sociales, que solo me enterrarían más profundo. No siempre lo consigo.
En esto de la incomprensión intergeneracional creo que la principal responsabilidad es de los mayores. Al fin y al cabo, los jóvenes hacen lo que tienen que hacer, están llenos de ímpetu y, lo que es más importante, no tienen otro marco con el que comparar. Son (somos) los mayores los que tenemos que esforzarnos por comprenderles (o darlo por imposible), dejarles hueco, y dejar de juzgar las cosas que no entendemos porque no son como eran en nuestra época. Los ejemplos son manidos, pero podemos convertirnos en aquellos que decían que el jazz era puro ruido, que los Beatles eran unos melenudos satánicos o que mostrar el tobillo constituía una forma de inmoralidad. Es un ejercicio de narcisismo generacional eso de pensar que las cosas mejores son las que nosotros vivimos: los revolucionarios degeneran en reaccionarios.
Son aquellos que se jactan de que no les gusta el reguetón, de que no entienden las aplicaciones tecnológicas emergentes o las letras de Rosalía, de que los youtubers son una frivolidad o de pensar que todas esas nuevas orientaciones e identidades sexuales son una tontería. Tienen todas las de perder y acabar siendo aplastados por la inexorable rueda de la Historia, como, por lo demás, siempre ha pasado. La juventud vencerá, hasta que deje de serlo. Pero cuando deje de serlo, probablemente estemos muertos.
Sobre la firma
Sergio C. Fanjul es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados (Pertinaz freelance, La vida instantánea, La ciudad infinita). Es profesor de escritura, guionista de tele, radiofonista y performer poético. Desde 2009 firma columnas, reportajes, crónicas y entrevistas en EL PAÍS y otros medios.