Desde finales de los años noventa, Internet ha ido evolucionando hasta convertirse en lo que conocemos hoy. Muchas cosas han cambiado, pero hay una que ha permanecido intacta: el buscador de Google. Durante dos décadas, ha sido la puerta de entrada a la red. De hecho, si su página no se cargara, parecería como si se hubiera apagado todo Internet. Es el punto de partida para buscar noticias, restaurantes, empresas o recetas de cocina. Todo pasa por su caja de búsqueda. No aparecer en sus resultados equivale a no existir. Te hace invisible, incluso aunque seas el mismísimo Donald J. Trump quieres salir bien.
A simple vista el buscador no ha cambiado nada, sigue igual. La misma caja y el mismo fondo blanco. Un diseño de una simplicidad pasmosa. Entonces, ¿qué lo hace tan especial para que nadie haya sido capaz de cuestionar su posición?
El motivo es que Google ha logrado una proeza: mantener la relevancia de los resultados que ofrece a los usuarios, mientras el universo digital crecía de forma exponencial a su alrededor. Y ahí radica su poder, en ser capaz de encontrar una aguja en un pajar. Algo que hace mejor que nadie. Durante años ha invertido millones de euros en perfeccionar el algoritmo que encuentra esa decena de enlaces azules. Esto lo convierte en algo más valioso que la fórmula de la Coca Cola. Con cada nueva búsqueda, el algoritmo aprende más sobre el comportamiento del usuario para ofrecerle un mejor resultado. Lo hace tan bien que ningún competidor, incluido Microsoft, ha podido hacerle sombra.
Si el buscador de Google no ha cambiado por fuera es sencillamente porque no ha necesitado hacerlo. Con el paso del tiempo, quienes sí lo han hecho han sido sus usuarios. Se han adaptado a su lógica, formulando las preguntas según los parámetros del buscador. Es decir, utilizando palabras clave, sin tener que construir frases completas. Algo poco natural a lo que ya nos hemos acostumbrado.
A principios de siglo, Google encontró una forma de monetizar todas estas consultas por medio de la publicidad, dando forma a un modelo de negocio basado en AdWords y coste por clic (CPC), que con el tiempo ha resultado ser una fabulosa máquina de fabricar dinero. Lleva tantos años engrasándola que ningún competidor puede frenarla. Sin embargo, la IA generativa cambia las reglas del juego y da una oportunidad a nuevos entrantes. Eso sí, la imagen recuerda al enfrentamiento de David frente a Goliat.
Perplexity es uno de esos nuevos entrantes. Se define como un buscador conversacional que genera respuestas, citando fuentes confiables que verifican la información. Es algo así como una combinación entre ChatGPT y la Wikipedia.
A diferencia de los buscadores tradicionales, no ofrece un extracto de la respuesta y unos enlaces con la información que se está buscando. Perplexity lo hace al revés, elabora la información a partir de distintas fuentes que cita y referencia. Además, las preguntas se formulan como frases enteras, en lugar de palabras clave. Por ahora, el sistema responde bien a cuestiones sencillas, incluso sobre temas de actualidad. La idea es que con el tiempo consiga abordar preguntas cada vez más complejas.
Durante este año ha triplicado su valoración hasta alcanzar los 9 mil millones de dólares en la última ronda de financiación. Por cierto, entre sus inversores se encuentra Telefónica. La empresa cuenta con 15 millones de usuarios activos mensuales, principalmente en Estados Unidos, con un porcentaje de ellos pagando una cuota de suscripción. Todavía no ha encontrado una fuente de ingresos alternativa y está experimentando con la publicidad como medio para generarlos. No es el único, OpenAI también están explorando esta vía.
A diferencia de grandes competidores como OpenAI, Microsoft o Google, Perplexity no desarrolla sus propios modelos de IA. En su lugar, licencia una combinación de ellos. Su baza para competir está en centrarse en la experiencia de usuario y convertirse en la forma más rápida de obtener información, creando un puente entre el conocimiento y el usuario. En su página web la empresa aclara que son “una herramienta que utilizas, no una inteligencia artificial con la que hablas. No antropomorfizamos la tecnología, sino que te la damos para que la manejes”.
Google enfrenta un dilema complejo. Si pierde usuarios, aunque sea de forma gradual, mientras incrementa la presencia de anunciantes en sus resultados, corre el riesgo de acelerar esa fuga. Sin embargo, adoptar a gran escala el cambio de paradigma que implica la IA generativa supondría un aumento significativo en sus costes y un impacto directo en su modelo de negocio. Es irónico que, justo cuando los reguladores buscan limitar su posición dominante, surjan nuevos competidores que están transformando las reglas del juego. Veremos si esta vez un confiado Goliat se deja sorprender por David, o si logra defenderse, incluso a costa de reinventar un negocio que domina a la perfección.