Imagina poder controlar un dispositivo solo con tu mente para, por ejemplo, escribir mensajes o mover un brazo robótico. Lo que antes parecía ciencia ficción, ahora está cerca de ser realidad gracias a la neurotecnología. Elon Musk es el rostro más mediático, pero no es el único en esta carrera por descifrar nuestra mente. Tiene competidores incluso en España. Su empresa, Neuralink, realizó el año pasado el primer implante en el cerebro de un paciente tetrapléjico, quien ahora es capaz de “tener control sobre una computadora usando solo sus pensamientos”. Recientemente, ha recibido una autorización que le permite iniciar ensayos clínicos en Canadá para que los pacientes puedan controlar con la mente un brazo robótico.
Es fascinante pensar cómo, a corto plazo, esta tecnología puede transformar la vida de personas no solo con impedimentos físicos, sino también con enfermedades mentales como la depresión, la esquizofrenia o el Alzheimer. Por ahora, los procedimientos utilizados son invasivos y por tanto se limitan a entornos clínicos. Sin embargo, también se puede captar la actividad cerebral sin necesidad de implantes, por ejemplo, mediante gorros sensorizados. Esto está abriendo un abanico de aplicaciones fuera del ámbito hospitalario, tal y como ilustran los siguientes casos de uso reales:
- Informes policiales: determinar la culpabilidad de un sospechoso de asesinato analizando su actividad cerebral mientras se recrea el escenario del crimen.
- Viajes por carretera: alertar a los conductores cuando alcanzan niveles peligrosos de fatiga, utilizando información precisa en tiempo real.
- Entorno de trabajo: mejorar la productividad de los empleados evaluando su atención o grado de estrés causado por una nueva herramienta de trabajo.
- Campañas de marketing: personalizar un perfume o fragancia para que se ajuste al gusto individual de cada persona.
De momento, estos casos de uso se limitan a situaciones concretas y no forman parte de nuestra experiencia cotidiana. No obstante, esto cambiará pronto gracias a tres factores que ya están en movimiento.
En primer lugar, la tecnología comienza a ser accesible para cualquiera. Los sensores se van a integrar en dispositivos de uso cotidiano. Al igual que los relojes inteligentes, que además de dar la hora monitorizan nuestras constantes vitales, una nueva generación de auriculares, que utilizamos para escuchar música o comunicarnos, ya son capaces de captar datos de nuestra actividad cerebral. De hecho, los AirPods de Apple ya cuentan con distintas patentes relacionadas con la electroencefalografía (EEG).
Lo segundo es que los datos cerebrales eléctricos, ópticos, acústicos, magnéticos o químicos, ahora pueden analizarse utilizando la IA generativa, de tal forma que las señales cerebrales se van a poder interpretar de nuevas formas para convertirlas en información útil. En concreto, ha surgido una nueva generación de modelos generativos, llamados BrainLM, que están siendo entrenados para decodificar el cerebro humano y cada vez serán más potentes.
El último factor es el desarrollo de un caso de uso tan atractivo que personas de todas las edades quieran adoptarlo, y eso ya está al alcance de la mano. Para lograr una adopción masiva, no bastan aplicaciones de nicho como la meditación o los videojuegos, se necesita algo más. Un caso de uso universal es «enchufar» el cerebro a un ordenador para convertirlo en su interfaz de acceso (BCI). Ya somos capaces de mover un cursor en una pantalla, y estamos muy cerca de poder transcribir nuestros pensamientos al ordenador. Esto también podría ir acompañado de la posibilidad de verificar nuestra identidad mediante una especie de huella digital cerebral.
La combinación de estos tres factores es suficiente para desencadenar una revolución hasta hoy inimaginable. Pero que sea posible no significa que vayamos a vivirla. Aún quedan algunos flecos sueltos que hay que resolver: ¿estamos dispuestos a compartir datos sobre nuestra actividad cerebral para interactuar con un ordenador, obtener una fragancia personalizada o mejorar nuestra concentración en una tarea? En otras palabras, ¿estamos preparados para abrir nuestra mente a un uso comercial?
En 2017, un grupo de neurobiólogos, encabezado por Rafael Yuste, publicó un artículo en la revista Nature en el que planteaban prioridades éticas en el uso de las neurotecnologías. Su tesis era que los avances en este ámbito permitirían no solo medir la actividad de nuestro cerebro, sino también alterarla. En algún momento, sería posible intervenir en nuestro cerebro, lo que permitiría influir en nuestros pensamientos, imaginación, comportamiento y decisiones, tanto de manera consciente como inconsciente. Esto, que parece un futurible, nos aclara Yuste: “ya se puede hacer con ratones, y lo que hoy se puede hacer con ratones, mañana se podrá hacer con seres humanos”.
Ante este escenario, distintos científicos e intelectuales están promoviendo la inclusión en los derechos humanos de la privacidad mental, la capacidad de tomar decisiones sin interferencias, el acceso equitativo a las neurotecnologías y la protección contra los sesgos cognitivos que pueden crear. En países como Chile, estos neuroderechos están contemplados desde 2021 en su constitución, y tanto en Europa como en España se está trabajando activamente en desarrollarlos.
El 9 de agosto de 2023, la Corte Suprema de Chile ordenó a la empresa Emotiv eliminar los datos recopilados del exsenador Guido Girardi mediante un dispositivo de escaneo cerebral. Este fallo, es el primer reconocimiento legal de la privacidad de la actividad cerebral. Al fin y al cabo, no es una categoría de datos más. Estos definen cómo pensamos y percibimos el mundo.
Las neurotecnologías ahora tienen la llave para acceder a nuestra mente. Y con ello, el último bastión de la privacidad pronto estará sometido a un asedio. Parece sacado de un libro de ciencia ficción, y sin embargo es real.
Los beneficios son extraordinarios: un futuro de capacidades cognitivas y sensoriales aumentadas. Pero, antes de comprar este futuro, ¿no deberíamos negociar qué parte de nuestra mente, si es que alguna, estamos dispuestos a vender y a qué precio?