Fuego ludita contra los imperios tecnológicos: ‘O que arde’ son los Waymos

Los coches autónomos con IA de Google arden en las calles de Los Ángeles. Estos vehículos son un símbolo de la vigilancia y del cambio de paradigma nacional que vive Estados Unidos. Además, no peligra ningún conductor y prenden que da gusto.

Lo bueno de un coche autónomo es que no tienes que preocuparte de matar a nadie cuando le prendes fuego. Tampoco lamentar heridos colaterales por una explosión del tanque de gasolina. Lo mismo, también son ideales para hacer barricadas o duraderas barbacoas para asar unos glutinosos marshmallows. Mmmm… Me encanta el olor a litio quemado por la mañana.

Si la kale borroka hubiera conocido los Waymos (coches autónomos de Google con IA), la Ertzaintza se las hubiera visto canutas de verdad. ¡Qué nivel de servicio a la revolución! Ahora mismo, en Los Ángeles, los insurgentes contra la dictablanda trumpista, opositores a las políticas de deportación y sus redadas en plan Gueto de Varsovia latino, están sirviéndose de ellos para organizar parte de la ofensiva.

Los Waymos son como grandes contenedores de mecha fácil, dirigibles vía smartphone. Los colocas en posición de cuña, y tienes una flota de buques con bandera estadounidense al servicio de la armada latinoamericana en un santiamén. Si Google fuera un poco más considerada, facilitaría en sus maleteros una botella de ginebra, un pañuelo y un mechero Zippo. El Kit Molotov. Oh, y el Zippo dorado, desde luego. Digno de una escena apoteósica de John McTiernan previa al fundido a negro. ¡Esto es Hollywood, muñeca! Y hasta las protestas hay que hacerlas con estilo.

El gigante de Silicon Valley, a pesar de su inesperado ingenio colateral para la guerra de guerrillas urbana, ha decidido retirar el servicio de los Waymos. Ir regalando antorchas por valor de 100 mil dólares no parece el negocio que ha convertido a Google en uno de los motores del tecnoautoritarismo: ese modelo económico-político, de hecho, idealmente encarnado por estos «carros espías» como los llaman algunos de los insumisos.

¿Por qué espías? Pues por lo mismo por lo que cuando las calles se llenaron de cámaras en esquinas, cajeros, garajes y portales, subiendo la apuesta con la masificación de los smartphones y las redes sociales, se comenzó a hablar de «la era del capitalismo de la vigilancia»; término extraído de un genuino mazacote, de título homónimo, publicado en 2013 por la socióloga Shoshana Zuboff. ¿Qué son los Waymos, sino moscardones de carretera con cámaras de 360 grados patrullando las ciudades? Como Torrente, pero sin ninguna gracia o ironía.

No es, por tanto, de extrañar que los guerrilleros angelinos hayan seguido los pasos de los pioneros de San Francisco, que ya hicieron una fogata en 2024, durante la celebración del Año Nuevo Chino, con un Waymo modelo Jaguar I-Pace. Las razones no distan mucho de las actuales, salvo por el contexto entonces festivalero, y ahora beligerante. Los taxis autónomos son un reflejo de la visión que las grandes tecnológicas tienen del futuro: un lugar donde no hay sitio para los trabajadores manuales y los precios son tan disparatados que o triunfas, o pereces.

Por supuesto, Elon Musk tampoco se ha quedado fuera de las hostilidades al motor. Casi podría decirse que las descorchó, cuando fueron pasto de las llamas muchos de sus Teslas plateados: los Cybertruck. Esos mini tanques que ya presagian el advenimiento de un Armagedón donde solo los elegidos —véase, los millonetis que se pueden permitir uno de esos bulldozers domésticos— sobrevivirán. Esta es la flamígera peineta ciudadana; el tecnorismo doméstico al rumbo marcado por los nuevos amos del cortijo internacional. Una ardiente provocación, a veces, con daños colaterales mortales como el Tesla que explotó frente al Hotel Trump en Las Vegas, Nevada, en enero de este año. Bromas las justas con los Unabomber del coche eléctrico.

Otra de las razones para la focalización pirómana contra los Waymos, más allá del citado voyeurismo urbano que practican, han sido las formas en que aterrizaron. Si bien Google ya empezó a trastear con los bólidos automatizados en 2009, le costó un tiempo hacerlo funcional. Unos 13 años, hasta que los sanfranciscanos pudieron hacer uso de ellos. Más de una década durante la cual la ciudad californiana se convirtió en el centro de la Gran Batalla por las carreras entre Uber y el taxi, que cuando ya parecía perdida para los taxistas, ahora también se vicia con los VTC.

Como suele ocurrir con la automatización, el robotaxi, convertido en una divertida y simpática atracción, es un caballo de Troya bastante cantoso. Una trampa disfrazada de esperanzadora seguridad, que reclama su lugar reivindicando que el conductor fantasma no pimpla, no se cansa y no molesta. Lo mismo, menuda ironía, que tampoco pide vacaciones, enferma o se sindicaliza…

Metafóricamente, las big tech le están diciendo, apoltronadas en la parte trasera de un Waymo, bye bye a la clase media a través del retrovisor. Estados Unidos está despertando del sueño americano. Y Trump, Musk, Bezos y Pichai son quienes lo zarandean.

La quema de coches autónomos es ahora el capricho de los focos, porque pocos símbolos ha habido a lo largo de la historia más significativos que el fuego. Pero la decadencia de Occidente, del poder de los Estados, del humanismo frente a la reverencia tecnológica y de todo lo que huela a cartismo y bienestar popular, es una debacle legible en los titulares matutinos desde hace años.

¿Son las protestas ígneas de California la chispa de una oposición victoriosa a la plutocracia digital invasora? No apostaría por ello. Si los luditas decimonónicos no acabaron con la mecanización de la primera revolución industrial, raro sería que los neoluditas de hoy acaben con la automatización de la tercera. De momento, los Waymos convertidos en antorchas iluminan las manifestaciones que pelean contra la indiferencia de un modelo político, encarnado por el 47.º presidente de los Estados Unidos, que ha encontrado la horma de su zapato en la violencia que despierta.

Confío en que no se deshagan de ellos como si nada. De los Waymos, digo. Ya estoy viendo esos bólidos calcinados como acero de museo. Quizás los protestantes puedan sufragar así los gastos legales de los arrestados. Y apostaría a que los mejores postores de esas singulares obras de arte serían altos ejecutivos de Google o Tesla. Al final, a toda revolución se le encuentra una forma de venderse.

Sobre la firma

Galo Abrain

Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.

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