Desde ‘La isla de las corrupciones’, al video de la visión de Donald Trump de una Gaza convertida en centro comercial, el uso en política del deep fake es un termómetro estético de la ideología de nuestra época. Una profecía de la indignidad a la que nos abalanzamos.
Por Galo Abrain
Informes de la CIA de los años 50 han revelado que Jackson Pollock, y su expresionismo artístico, fueron promocionados por la agencia de inteligencia como estrategia en la liza política occidental contra la URSS. Según parece, la materia díscola, arropada en el automatismo y esa mecánica del pincel como una prolongación del instinto, encarnó para los analistas de la CIA una ventana de oportunidad hacía expresiones liberales opuestas al dogmatismo soviético. Así, una población influenciada por el action painting, de Pollock, sería más proclive a la maravilla creativa del desmelene liberal. Y estaría más predispuesta a poner en duda el orden. Una acción con mal calado en los sistemas comunistas del Este, dominados por un realismo socialista amanerado y rígido.
En la batalla cultural, el expresionismo americano encarnaba la admiración por las pasiones y los nutrientes del pequeñoburgués respaldo de la individualidad. Y aunque suponiendo que a los cabezas cuadradas de la CIA; seglares de la patria, guardianes del orden e hinchas de Dios, la jugada les pondría de los nervios, el sacrificio merecía la pena. Un caprichoso medio visual para un fin.
Anécdotas como estas me hacen tener presente el valor de la imagen. Recuerdan que la estética es -como casi todo- política. Si no, que se lo digan a un candidato antes de encarar un mitin televisivo. Dice mucho de una ideología cómo se presenta. Desde los colores, hasta la tipografía, el corte del traje o la atmósfera; épica, sosegada, discreta, populista u holística de sus anuncios. Todo son bisagras engrasando la percepción de los espectadores. Cuentan las formas en el juego por el poder. Más aún cuando el marketing lleva más de medio siglo dirigiendo las riendas de las campañas.
Votamos menos a una idea que al papel de regalo que la envuelve. Una estrategia eficaz para tener al populacho amorrado al instinto básico. Al oropel. Convencido de que eso es sólo una piel de cordero. O embelesado con los embusteros aullidos del lobo. Mucho más un cómo, que un qué. Al igual que sucedía con el expresionismo americano. El arte de hacer de las emociones el leitmotiv de la obra.
Antes del amanecer digital, el set de herramientas para captar la atención del ciudadano estaba encañonado por lo analógico. Papel, radio o rayos catódicos en una caja con tripa de parroquiano del Burger King. Con la irrupción de internet y la democratización de su uso, por no hablar de las redes sociales, este cinturón de manitas electoral aumentó sus cartucheras. Las nuevas armas impusieron renovadas formas de captar la atención. Un sistema de microtargeting político, traducido rápidamente como el uso del big data para darle a cada cual el discurso que desea. Una campaña a puerta caliente digital, por así decirlo.
Ahora, lejos de esta ingeniería social, ha saltado al campo de juego un nuevo aliado del marketing electoral. Uno que ha recibido la mirada ojiplática de este país, y del mundo entero, por su cutrez irrisoria y su puerilidad manifiesta. Me refiero, huelga decir, al uso del deep fake y la IA por parte del Partido Popular en el video La isla de las corrupciones. Cuando el principal partido de la oposición -conservador, para más inri- se revuelca como los cerdos en las pobrezas infantiloides de su tiempo, en vez de combatirlas con formalidad, es que la sociedad ha pegado un profundo vuelco. En este caso, un vuelco estético. Me explico…
La Inteligencia Artificial es una caja de pandora. En según qué brigadas, un fuego capaz de encender los petardos más crueles, desafortunados o estúpidos del receptáculo. Y que su aterrizaje en política haya dado como resultado La isla de las corrupciones, es para tomar nota. Porque demuestra la inquietud que impregna el formato -la forma, volviendo al action painting– y que los arquitectos de una gran parte de la política creen identificar en el apetito de los electores. A saber; un chiste euforizante para catetos irrespetuosos. Para los que gritan en los trenes y se descalzan en los autobuses, con calcetines acartonados despidiendo olor a roquefort. Los que no callan ni amordazados, aun no teniendo nada que decir, ni una forma agradable de hacerlo.
La IA es material explosivo. Y no lo digo sólo porque estemos hablando de ella constantemente, sino porque su poder reside en la libertad que otorga. Una libertad que puede emplearse para la conquista de imposibles y como químico de revelado de lo que somos.
Según escribe Elsa Arnaiz, la IA generativa está convirtiendo el tinglado imperfecto de la mentira política en una distopía posmoderna, gracias a su poder de convicción. Para ella, el quiebro del ágora digital viene directamente ligado a un contexto en el que, gracias a los avances tecnológicos, la verdad se convierte en algo irrelevante. Para mí que el ágora se quebró, dentro o fuera, en el momento, no ya en que la verdad se ha hecho irrelevante, sino en el que los mejores mecanismos para descubrirla se dirigen, instintivamente, hacia la mofa. Me duele menos creer que el trolero de la clase ha descubierto cómo hacer sus patrañas más creíbles, que ver al abusón recibiendo el aplauso de sus acólitos por ir de graciosillo, metiéndose con los demás.
Gracias a Dios, no hemos tenido que lamentar avalanchas de apoyo a este puntero uso de la IA por parte de PP. Al revés. Lo que ha sido popular es la crítica a la cochambre propagandística. Porque vale que la política sea un circo pero, hombre, no podemos dejar que la dominen los payasos, por favor.
Hablando de payasos… de payasos diabólicos, en este caso. De clowns con felpudo de fibra y sonrisita luciferina. ¿Qué hay de lo que hizo Donald Trump con este uso de la IA? Su visión artificial de una Gaza convertida en un gran centro comercial urbano, donde una estatua de oro con su busto capitanea la plaza mayor, y un Elon Musk risueño se pone hasta el eje de humus. Eso sí es totalmente escalofriante. Ven, lo que les decía, la IA es material inflamable debido a la libertad que otorga de visibilizar nuestros deseos. Incluso cuando esos deseos legitiman, indirectamente, una carnicería eugenésica a un pueblo con tal de edificar rascacielos y parkings para carros deportivos. De verdad que el futuro no dará crédito a cómo pasamos por alto estas barbaridades…
Geoffrey Hinton, uno de los ‘padrinos’ de la Inteligencia Artificial, advirtió recientemente que la IA puede acercarnos a un fascismo renovado. Un escenario donde su poder de generación de riqueza no avance hacia una mayor redistribución, sino hacia una capitalización mayor del dinero por parte de las grandes fortunas. Lo que, para el científico, es el caldo de cultivo perfecto del fascismo. Un modelo ideológico en el que, como sucedió con la estética de Pollock para el liberalismo, el uso de la creación visual de la IA como herramienta para la mofa política chabacana, o la vanagloria de una sádica ficción plutocrática, es ideal para el discurso. Digamos pues, Geoffrey, que ya hay señales apuntando a tu inquietante teoría. El arte, como dicen algunos, es el mejor oráculo.
Insisto, los antropólogos del siguiente milenio van a flipar cuando tengan que explicar todo esto. Si no nos funde un Armagedón social autoinducido que borre todas nuestras huellas, este periodo de la historia será difícil de justificar.
Sobre la firma

Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.