Airpods para todo: la revolución empezó en tus oídos

Crecer a la sombra del producto más exitoso del siglo no es fácil. Aun así, los AirPods, un modesto accesorio, se han convertido en uno de los negocios más rentables de Apple. ¿Cómo ha llegado tan lejos?

Lo digo medio en broma, medio en serio, quizá los AirPods podrían salvar más de una relación. Imagínate poder modular la voz de tu pareja. Sin cambiar las palabras, solo ajustando el tono. Que nunca suene a enfado. Sería como crear un filtro emocional, como esos sistemas que usan en algunos call centers de Japón, donde las voces se suavizan para que los agentes no acaben agotados tras un día escuchando quejas.

Y no solo eso. Los AirPods pueden funcionar como audífonos en ciertas situaciones, amplificando sonidos cercanos sin recurrir a esos dispositivos médicos que delatan problemas de audición. Llevar los auriculares de Apple es otra cosa: un complemento con estilo, sin estigmas. Los nuevos modelos ofrecen hasta diez horas de autonomía en ese modo, convirtiéndolos prácticamente en un sustituto de los audífonos tradicionales, que además son más caros.

También filtran, son capaces de neutralizar el ruido y dejar que solo pase la señal. La última generación duplica la efectividad de la anterior en lo que se conoce como cancelación activa. Es decir, sería como caminar por un parque escuchando el canto de los pájaros y eliminando el sonido de la ciudad. Disfrutar del lujo del silencio.

No es un tema menor. El ruido no solo molesta, enferma. La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce la contaminación acústica como un problema importante de salud pública. La exposición prolongada al ruido no solo daña la audición, también aumenta el estrés, altera el sueño y se asocia con trastornos cardiovasculares y emocionales. En este contexto, reducir el ruido no es un simple capricho tecnológico, sino una herramienta que puede mejorar el bienestar físico y mental.

Pero su conveniencia tiene un precio. Si los auriculares nos protegen del ruido, también pueden aislarnos del mundo. Al eliminar el sonido que molesta también sacrificamos presencia. Cada decibelio que bloqueamos es un fragmento menos de realidad compartida. Nos encerramos en burbujas sensoriales personalizadas. En el metro, en la calle, en la oficina. Físicamente presentes, auditivamente ausentes.

Sin embargo, otros usos nos conectan. Uno de los más llamativos de los nuevos modelos es su función como traductores instantáneos, convirtiendo una conversación en otro idioma en algo casi mágico. Adiós al non capisco, al ich verstehe nicht, al wakaranai. El turista cuenta ahora con una herramienta que hace su viaje mucho más fácil. No es perfecta, pero es práctica.

Los AirPods permanecen a la sombra del iPhone. Pero ya no son un mero accesorio. Son uno de los negocios más rentables de Apple, con ingresos que superan a empresas tan reconocidas como Spotify o Airbnb. Si se separaran de su matriz, figuraría entre las mayores compañías del mundo, con más de cien millones de usuarios y una posición dominante en el mercado. En 2024, se estima que sus ingresos superaron los 22.000 millones de dólares. O, dicho de otra forma, más de un 5 % de los ingresos globales de Apple.

En realidad, parte de su éxito es que han mutado de simples auriculares a pequeños ordenadores que caben en el oído. Llevan chips propios, sensores avanzados y están dotados de inteligencia para interpretar el entorno. Es decir, no solo reproducen sonido: procesan información, ajustan frecuencias y filtran el ruido.

Cada versión amplía su campo de acción. La siguiente frontera no será escuchar lo que viene de fuera, sino mirar hacia nuestro interior: leer, interpretar e incluso intervenir en la mente. Los nuevos modelos ya incluyen un sensor de frecuencia cardíaca para distintos tipos de entrenamiento, un primer paso hacia esa exploración interior.

Pero quizá lo más inquietante es que Apple investiga la posibilidad de captar señales eléctricas del cerebro mediante pequeñas piezas de metal integradas en los auriculares. Algo que podría ayudar a entender patrones de sueño o niveles de atención. Aún falta recorrido regulatorio y de privacidad, pero la dirección está clara. La siguiente frontera es entrar en nuestro cerebro.

Los AirPods podrían aprender a interpretar nuestras emociones, anticipando cuándo necesitamos concentración o calma. Ya no solo editarían el mundo que percibimos, sino que moldearían cómo lo percibimos. Lo asombroso no es la tecnología en sí, sino la rapidez con que tendemos a aceptarla. Al fin y al cabo, es un artefacto cotidiano al que se añaden nuevas funciones. Y, sin embargo, sin darnos cuenta podríamos estar a las puertas de un cambio profundo en cómo experimentamos el mundo que nos rodea. 

Una cosa está clara: hay que desterrar la idea de que los auriculares solo reproducen sonido. A estas alturas quizá deberíamos inventarnos un nuevo nombre, uno que refleje sus verdaderas capacidades, esas que nos asombran y preocupan al mismo tiempo. ¿Avance o retroceso?