El motor de la economía global se alimenta de un incesante flujo de bienes, servicios, capitales, personas, datos e ideas entre diferentes regiones del mundo. Durante la última década, la tendencia ha sido un aumento sostenido de estos intercambios. Una serie histórica elaborada por McKinsey lo corrobora. Además, destaca que, entre todos los intercambios, los datos son los que han experimentado un mayor crecimiento, con un promedio superior al 40% anual.
Del mismo modo que el comercio internacional de mercancías se realiza a través de puertos y rutas marítimas, el intercambio de datos se sustenta en una red de cables submarinos. Por estos cables viaja más del 97% de la información que circula a nivel mundial. Actualmente, hay aproximadamente 500 de ellos en el mundo. Su extensión es variable. Mientras que algunos recorren varios continentes y superan los 20.000 km de longitud, otros, como el que conecta España con Estados Unidos, tienen una longitud de 6.600 km. Incluso los hay, como el que une el Reino Unido e Irlanda, que apenas recorren 131 km. En total, sumándolos todos, hay más de 1.4 millones de kilómetros de cable, lo que equivale a unas 35 vueltas a la Tierra.
Estos cables, recubiertos por una gruesa capa aislante, contienen en su interior fibra óptica, por lo que la información fluye a gran velocidad. Un correo electrónico enviado de Londres a Nueva York tarda aproximadamente 70 milisegundos en llegar, cubriendo en este lapso una distancia de 5.500 km. Es fácil deducir la importancia de esta infraestructura para el desarrollo económico. Según estimaciones de TeleGeography, a través de estos cables se realizan transacciones financieras por valor de 10 billones de dólares al día. Además, las ciudades y países a los que llegan dinamizan su actividad económica. Por ejemplo, la llegada de cables como Medusa o Africa2 a Barcelona va a permitir que la ciudad se convierta en una plataforma para el intercambio de datos y servicios digitales en la cuenca mediterránea.
A pesar de la importancia de esta infraestructura digital, solo nos acordamos de su existencia cuando, por alguna razón, deja de funcionar. Según un informe de International Cable Protection Committe, la principal causa de roturas de cables submarinos, más del 40%, se debe a la actividad pesquera, aunque en un 17% de los casos se desconoce la causa. A principios de año, se produjo un corte de uno de los cables que atraviesan el Mar Rojo, frente a las costas de Yemen, una zona en conflicto que ha dificultado su reparación. Precisamente, esta zona tiene mucha importancia en el mapa mundial de flujos de datos, ya que por allí se conectan Asia, Europa y el norte de África. De hecho, es un lugar clave para las aspiraciones de China de convertirse en la principal potencia económica del mundo.
En 2013, Xi Jinping lanzó una estrategia, con un horizonte temporal de 2050, para aumentar la influencia económica del gigante asiático en el mundo. Esta estrategia, bautizada como la «Iniciativa de la Franja y la Ruta», hacía referencia a la necesidad de desarrollar una infraestructura de comunicación tanto terrestre (Franja) como marítima (Ruta), con el objetivo de reforzar los lazos económicos de China y el resto del mundo. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que este ambicioso plan solo tendría éxito si se acompañaba de inversiones en infraestructura digital. Por eso, en 2015, comenzaron a invertir en cables submarinos bajo una nueva iniciativa que denominaron «la ruta de la seda digital».
En ese momento, tres empresas de distintas nacionalidades dominaban su despliegue: la estadounidense SubCom, la japonesa NEC Corporation y la francesa Alcatel Submarine Networks. Sin embargo, paulatinamente, HMN Tech, anteriormente parte de Huawei, comenzó a ganar cuota de mercado instalando cables principalmente en Asia. A medida que las tensiones con Estados Unidos aumentaban, disparando acusaciones de espionaje, el recelo de ambas superpotencias crecía. Así, en febrero de 2022, HMN Tech fue expulsada de un proyecto que unirá Asia con Europa a través de África y Oriente Medio conectando una docena de países. Finalmente, el consorcio de empresas que participan en el proyecto, entre las que se encuentra Microsoft, han cedido a las presiones del gobierno de Estados Unidos para encargar su despliegue a SubCom. No es la primera vez que esto sucede. De hecho, HMN Tech ha sido expulsada de al menos otros seis proyectos en la región Asia Pacífico durante los últimos años.
Ahora bien, de entre todos los casos, si hay una situación que puede calificarse de guerra fría es la que se vive en Taiwán. La isla se comunica con el resto del mundo a través de 16 cables submarinos. En caso de una potencial invasión, su corte sería una de las primeras acciones de China. Taiwán sabe muy bien qué efecto causaría, dado que en 2006 un terremoto cortó media docena de cables sumiendo a la isla en un caos de comunicaciones. Pero no hace falta pensar en escenarios bélicos en los que se ataque a las infraestructuras digitales. El pasado mayo, The Wall Street Journal publicó un artículo de investigación sobre la actividad de SB Submarine Systems, una empresa controlada por el gobierno chino, encargada de reparar cables submarinos en Asia. En el artículo se revelaban serias sospechas de que esta empresa podría estar realizando labores de espionaje.
Hasta ahora, los cables submarinos habían permanecido en un segundo plano, mientras las tensiones en la superficie, como las restricciones a las exportaciones de chips, acaparaban nuestra atención. Sin embargo, ahora reconocemos tanto su importancia como su vulnerabilidad. Quizá por eso, el 26 de febrero pasado, la Comisión Europea emitió un conjunto de recomendaciones clave para asegurar la seguridad y resiliencia de estos cables, reconociendo la urgente necesidad de protegerlos frente a amenazas emergentes. Esta infraestructura es una pieza clave en el tablero por la hegemonía económica mundial. Al fin y al cabo, lo que está en juego es quién controla Internet.