La economía del espacio está creciendo rápidamente, abriendo oportunidades que hace apenas unos años eran inimaginables. Algunos ejemplos:
- Desarrollo de fármacos en condiciones de microgravedad. La startup LambdaVision está aprovechando que en el espacio la cristalización de proteínas es óptima para crear una retina artificial destinada a tratar la ceguera. Asimismo, grandes farmacéuticas están investigando cómo reformular medicamentos ya existentes (ej. anticuerpos monoclonales de los tratamientos contra el cáncer).
- Seguimiento de emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. La española Satlantis utiliza imágenes de alta resolución por satélite para identificar y monitorizar fugas de metano. No es la única que lo hace. La británica Terrabotics, la francesa Kayrros o la canadiense GHGsat, ofrecen un servicio similar con bastante éxito. El mercado para la observación de la tierra está encontrando una gran utilidad en el ámbito de la sostenibilidad medioambiental.
- Conectividad en lugares remotos. Matty Jordan, un investigador en la Base Scott, una instalación científica en la Antártida, se ha convertido de forma repentina en un fenómeno de masas al poder mostrar vía satélite en redes sociales su actividad diaria en condiciones extremas de -50 grados Celsius. Esto demuestra que cualquier lugar de la tierra, por muy remoto que este sea, ahora tiene conectividad.
- Turismo espacial. Aunque el multimillonario japonés Yusaku Maezawa haya cancelado la misión «dearMoon», que lo iba a convertir en el primer turista en el espacio junto con ocho invitados, estamos cada vez más cerca de que esto sea una realidad. Quién sabe si el próximo año este sueño se materializará.
Estos son solo algunos ejemplos de lo que la OCDE define como economía del espacio, que abarca “todas las actividades y recursos que, mediante la exploración, comprensión, gestión y explotación del espacio, generan valor o brindan beneficios a la humanidad”. El detonante de esta inmensa oportunidad económica ha sido la reducción del coste de lanzamiento de cohetes y satélites al espacio. Después ha venido todo lo demás: observación terrestre, turismo espacial, fármacos experimentales o minería de asteroides, entre otros. Aunque de entre todas las oportunidades de negocio, el internet satelital a través de constelaciones LEO (Low Earth Orbit) es lo que, según Morgan Stanley, encierra mayor potencial de crecimiento. De hecho, estima que en la próxima década representará el 50% de toda la economía espacial. Quizá por eso, Andy Jassy, CEO de Amazon, recientemente declaraba que en el futuro el internet por satélite será una «nueva pata» sobre la que se asiente su negocio.
El nacimiento de una industria: Internet en el espacio
En 2015, Elon Musk anunciaba un ambicioso plan para «construir Internet en el espacio» apoyándose en una constelación de satélites. Ese año la valoración de SpaceX, en ese momento más conocida por la fabricación de cohetes, era de 12.000 millones de dólares. Actualmente, según Bloomberg, esta cifra habría ascendido a 180.000 millones. Basta pensar que esta valoración es más de 7 veces la capitalización bursátil de Telefónica para hacernos una idea del potencial y velocidad a la que se mueve el mercado.
Es difícil saber exactamente el número de satélites que están orbitando la Tierra en este momento. La cifra aumenta cada día, pero se estima que son aproximadamente 7.500. De estos, 5.600 son operados por SpaceX a través de su división de satélites Starlink, con los que proporciona internet de alta velocidad a más de 2.6 millones de clientes. Darse de alta en el servicio como particular es muy sencillo. Prueba de ello es que la antena que conecta con los satélites tiene como instrucciones tres simples dibujos. Además, el servicio también está dirigido al segmento empresarial. Por ejemplo, a principios de año, la empresa firmó un acuerdo con John Deere para desarrollar la agricultura de precisión, gracias a la conectividad que ofrece en zonas rurales donde otros medios tradicionales de telecomunicaciones no llegan. Por último, y este es el uso más conocido, algunos ejércitos lo están utilizando en zonas de guerra como Ucrania.
Aunque con cierto retraso, Amazon también está trabajando en su propia constelación de satélites LEO bajo el proyecto Kuiper. Antes de 2026, podría tener 3.000 satélites operativos. Los proyectos Starlink y Kuiper por sí solos ya podrían crear una industria, pero no son los únicos. China está desarrollando una constelación de 13.000 satélites a través de CASC (China Aerospace Science and Technology Corporation) mientras que Europa en 2023 lanzaba la iniciativa IRIS2 con el objetivo de tener 7.000 satélites operativos en 2027.
Houston, tenemos un problema: una proliferación descontrolada de satélites
Antes de terminar la década, el número de satélites orbitando la tierra habrá superado los 20.000. Este volumen plantea múltiples desafíos. Por ejemplo, los astrónomos ya están alertando de un deterioro en las imágenes del telescopio Hubble. Otros problemas más mundanos tienen que ver con su impacto en servicios esenciales tanto meteorológicos como los que dependen de la navegación GPS.
Sin embargo, la principal preocupación es saber cómo gestionar la basura espacial para evitar lo que se conoce como el síndrome de Kessler. Un círculo vicioso donde desechos chocan con satélites en uso, generando nuevos desechos que a su vez chocan con otros satélites y así sucesivamente. Por ejemplo, cuando en 2009 dos satélites chocaron, más de 2.200 piezas quedaron flotando en el espacio. Tampoco ayuda que algunos países eliminen satélites obsoletos mediante misiles. De hecho, la NASA estima que la basura acumulada en la órbita LEO es de 34.000 piezas mayores de 10 cm, 900.000 entre 1 cm y 10 cm, y más de 128 millones de fragmentos entre 1 mm y 1 cm. Aunque estas últimas parezcan inofensivas, al moverse a gran velocidad también tienen un efecto destructivo si alcanzan un satélite.
Actualmente, distintas empresas están trabajando en soluciones para “limpiar el espacio”. Por ejemplo, la española GMV recientemente se unía a Net Zero Space para combatir la basura espacial. Además de este tipo de iniciativas, también están surgiendo startups, como la noruega Solstorm, cuya misión es conseguir hacer una explotación del espacio responsable.
Y es que el modelo actual no es sostenible: si privatizas los beneficios y socializas las pérdidas, tienes la receta para lo que los economistas llaman “la tragedia de los comunes”. En este caso, una sobreexplotación de los recursos del espacio. A pesar de que hablar de tragedia da una idea de inevitabilidad, lo cierto es que es un problema que se puede gestionar. Pero, para ello, es necesario que se alcancen acuerdos internacionales. Algo, que dado el contexto geopolítico actual parece muy complicado. De hecho, hasta el tratado de 1967 sobre el uso del espacio para fines pacíficos hoy se ve amenazado.
Hasta que se logren acuerdos vinculantes, habrá que encontrar formas para que las empresas privadas que explotan los recursos del espacio internalicen todos sus costes. Al menos, hoy existe conciencia del problema que se está generando, lo cual es un primer paso hacia su solución.