Es inquietante pensar que todo está predeterminado, que todo es un efecto consecuencia de una causa, que cada cosa que hago o que pienso, incluso esto que escribo, incluso esta duda que tengo está escrita en un Gran Plan General del Cosmos. Que puedo intentar hacer algo impredecible, dar una voltereta, escupir al cielo, ponerme a gritar en la calle, tratando de engañar al plan de las cosas, pero que incluso ese intento de engañar al destino está predestinado. Que no somos libres.
Hace unos años caí en una curiosa miniserie de ciencia ficción llamada Devs (2020), de Alex Garland. A pesar de que el producto pasó bastante desapercibido entre crítica y público, me enganchó la historia y, sobre todo, me inquietó el argumento. Es la historia de un emprendedor alucinado de Silicon Valley, llamado Forest, de esos que conjugan el éxito en los negocios y cierta genialidad con unas maneras desenfadas y contraculturales (lo que se ha llamado la Ideología Californiana). Luce melena, barba, camisas de cuadros, como se espera, lo que no se espera es que, dentro de su empresa tecnológica, Amaya, mantenga un departamento ultrasecreto, llamado Devs, cuya actividad recluta a los mejores cerebros y de la que no se sabe absolutamente nada.
Los protagonistas de la serie (a través de los cuales, por cierto, se conocen algunos aspectos de la competitividad extrema en el Valle, de la gran desigualdad y del problema de la vivienda en San Francisco) se ven inmiscuidos en el proyecto y acaban descubriendo de qué se trata: no es que estén fabricando armas raras ultrasecretas o novísimos gadgets tecnológicos, es que Forest está intentando reconstruir el pasado basándose en un potentísimo ordenador cuántico. Ese pasado donde fallecieron trágicamente su hija y su mujer, en un accidente de coche, cuando la madre se distrajo al responder una llamada telefónica del propio Forest. La horrible culpa. Un trance que, comprensiblemente, el emprendedor, a pesar de su éxito descomunal y su descomunal fortuna, no consigue superar. Los muy ricos lo tienen todo, solo les falta manipular el tiempo o abolir la muerte, y en eso andan.
Forest es un ferviente creyente en el determinismo: la teoría filosófica según la cual todo está determinado y no existe el libre albedrío. Este pensamiento se basa en que, si conocemos el estado de un sistema en un momento (en este caso el sistema es el universo entero), aplicando las leyes de la física podemos conocer su estado en un momento anterior o posterior. Por ejemplo, el Sistema Solar: podemos saber dónde estará o ha estado cada planeta en cada momento del tiempo, y podemos predecir eclipses con una precisión asombrosa. Como si todo funcionase como un reloj.
El problema no es tanto la predicción, sino la capacidad de obtener la suficiente información sobre el mundo y procesarla. Por eso surgen los sistemas caóticos, como el atmosférico: todo en la atmósfera sucede de manera determinista, cada molécula se mueve como mandan las leyes físicas, pero el sistema es tan grande, complejo e intrincado que nos cuesta predecirlo, sobre todo más allá de cierto horizonte de tiempo (por eso las predicciones meteorológicas son más precisas cuánto más se aproxime uno al momento que se predice). Entramos dentro de la teoría del Caos, donde se da el famoso efecto mariposa: una pequeña variación en las condiciones iniciales puede dar grandes cambios en la evolución del sistema a lo largo del tiempo.
Si el determinismo es fundamental en la física clásica, es materia de debate en la física cuántica, donde se introduce la incertidumbre y la aleatoriedad. La interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica, defendida por Niels Bohr, cree que la teoría no es determinista en el sentido clásico, que hay espacio para lo aleatorio, y que, de hecho, lo aleatorio es fundamental en la naturaleza del mundo. Otras visiones, como la de David Bohm, que implica las llamadas variables ocultas, unas que no conocemos, sí que contemplan un determinismo en el mundo cuántico. La aparente aleatoriedad, según Bohm, es consecuencia de nuestro desconocimiento de las variables ocultas. Es una medida de nuestra ignorancia.
Para Forest, el CEO de Amaya en la serie Devs, pese a todo, nuestra existencia consiste simplemente en discurrir por unas vías que ya están puestas, sin desvío posible, aunque tengamos la sensación de poder tomar decisiones que nos hacen dueños de nuestro destino. Pero es solo una ilusión: hasta nuestras decisiones están predeterminadas en un juego infinito de causas y efectos del que no podemos escapar. Es el llamado determinismo fuerte, que cree que el libre albedrío (ese que garantiza el dios cristiano, que permite la libertad y que permite el mal) es ficticio, y plantea algunas cuestiones éticas: ¿somos responsables de nuestros actos si todo está predeterminado? ¿Son justos los castigos?
Es una idea que resuena desde los clásicos grecolatinos; de hecho, las tragedias suelen contar la historia de un héroe que se rebela contra su Destino y es aplastado por este. Tal vez el ejemplo más famoso sea el de Edipo: deja Corinto para evitar la profecía que anuncia que matará a su padre y se casará con su madre. En el camino hacia Tebas mata a un hombre en el camino. No sabe que es su padre. Cuando llega a la ciudad, tras derrotar a la esfinge, se casa con Yocasta. Sin saber que es su madre. Cuando se entera se arranca los ojos. Nadie escapa a su Destino.
La versión débil del determinismo cree que, a pesar de que muchos procesos en el mundo estén determinados (por la física, por la genética, por nuestra experiencia, por la cultura, etcétera), sigue habiendo un espacio significativo para nuestros deseos y decisiones. La libertad es posible. Sin embargo, Forest quiere creer, tal vez por su trágica circunstancia, en el determinismo fuerte: con su megaordenador cuántico, con su proyecto Devs, busca captar toda la información del universo y hacer rewind o fast forward. Y así, recuperar a su familia perdida, evitar aquel suceso aciago.
Le doy muchas vueltas al asunto del determinismo. Es agobiante pensar que todo está planificado desde un principio, que no soy libre para tomar mis decisiones, que solamente transito por un devenir que ya existe en su actual forma desde un primer momento, que casi no me distingo del paisaje. Por otro lado, también es un alivio pensar que nada de lo que haga tiene mayor importancia porque no queda otra opción o que en realidad las cosas que hago no las hago yo, sino que, de algún modo, ya están hechas por una inexorable cadena causalidad. En cualquier caso, da un poco igual, porque sea como sea, no nos damos cuenta, y nos empeñamos en creer que somos libres e, incluso, a luchar por nuestra libertad, aunque esa libertad sea la de tomar cañas en las terracitas.
Sobre la firma
Sergio C. Fanjul es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados (Pertinaz freelance, La vida instantánea, La ciudad infinita). Es profesor de escritura, guionista de tele, radiofonista y performer poético. Desde 2009 firma columnas, reportajes, crónicas y entrevistas en EL PAÍS y otros medios.