Ha llegado el Apagón. Sí, amigos, así es, estamos ante el primer gran apagón tecnológico del siglo XXI. EL APAGÓN, así en mayúsculas y a lo grande, como nos gusta escribir a los de la Generación Z. Que llore desconsoladamente en su sempiterno lecho mortuorio Tutankamón, que se revuelvan en sus tumbas los temibles reyes mayas del Potonchán, que tiemblen los adventistas apocalípticos hippies que predicen el fin del mundo por culpa de las vacunas, las estelas con que nos fumigan desde los aviones y Taylor Swift, porque el Fin, ahora sí, ha llegado.
O por lo menos el fin del tótem de la televisión de nuestro país, ese gran ente que ha moldeado la programación de esta última década, chamán de tertulias políticas, programas de cocina, catástrofes varias y especiales informativos sobre los monstruos que habitan nuestros ríos, o sobre el valor que puede llegar a tener el contenido de un trastero de un pueblo remoto de California. Pastor de canales televisivos, cacique de la banda ancha, pachá de la fibra óptica, sultán de la parabólica. Así es, compadres y comadres, acogeos a lo más sagrado que tengáis a mano y rezad lo que sepáis, aunque sea el Jesusito de mi vida, eres niño como yo, pues ha llegado el fin de la Televisión Digital Terrestre, TDT para los amigos.
Hace unos días, cotilleando el Twitter (me niego a llamarlo X), me enteré de que la TDT tenía los días contados. ¡¿Cómo?!, exclamé, derramando el café torrefactado con leche sobre los papeles desparramados en mi escritorio, ¡ha muerto la tele! Vamos a ver, en realidad no es que esto sea del todo cierto, pero un poco de sensacionalismo apocalíptico sin maldad tampoco está de más. Y, si no, que se lo digan al bueno de Orson Welles. El caso es que, a pesar de que algunos medios de comunicación venden el fin de la televisión tal y como la conocemos, lo cierto es que el pasado 14 de febrero la TDT sólo cambió ligeramente su funcionamiento, pues desde ese día, los canales de televisión dejaron de emitir señal en calidad estándar (SD, por sus siglas en inglés), para emitir únicamente en alta definición (HD, por sus siglas en inglés). Es decir, que todos aquellos canales que no emitían en HD han desaparecido; así de sencillo.
Igual os preguntáis: ¿de dónde sale esto? ¿Cómo es que en la era de Internet hemos decidido tomar esta medida? Todo nace de un decreto-ley de enero del 2023 destinado a darle un empujoncito a nuestro modelo televisivo patrio, que se estaba quedando un poco atrasado respecto a las tendencias actuales de consumo de entretenimiento y ocio. El presidente de la Asociación de Usuarios de la Comunicación (AUC), Alejandro Perales, una asociación cuya existencia yo ignoraba por completo (igual que la infanta Cristina ignoraba las actividades de su ya exmarido), ha explicado que, “desde el punto de vista de la calidad, es un cambio positivo” y ha avisado de que algunos televisores “muy antiguos” (lo que él define como anteriores al gol de Iniesta, vaya) pueden no ser “compatibles con la calidad HD”.
Así pues, todo aquel que posea uno de estos televisores antiguos, que carecen de la posibilidad de emitir contenido sin píxeles, debería contemplar la adquisición de un dispositivo nuevo compatible con la tecnología HD, o bien un descodificador con capacidad HD, que se ve que se conectan al cable de antena y al televisor y permiten recibir la señal de TDT en formato de alta definición.
Pregunta: ¿a cuánta gente afecta realmente este cambio? Quiero decir, ¿cómo de gordo será el impacto del Apagón? Porque, a pesar del tono fatalista de los artículos que hablan del fin de la TDT, la transcendencia de este hecho me suscita algunas dudas. En primer lugar, ¿cuánta gente aún no tiene una smart TV o una televisión HD, si hasta los bancos las regalan como bolígrafo de congreso médico? Y, en segundo lugar, y aquí es adónde quiero realmente llegar en mi afán por entender a ésta nuestra sociedad, ¿cuánta gente sigue tirando del zapping cuando se aburre?
Aunque los datos sean complicados de medir, por el recelo que siempre ha caracterizado al sector audiovisual a la hora de compartir sus audiencias, según algunas consultoras (Barlovento o Statista, por poner un ejemplo) hay una tendencia a la baja más que evidente, que únicamente consigue remontar (ligeramente) el vuelo con choques deportivos de gran calibre, como la final de la Champions League o del Mundial, o eventos universales como Eurovisión. Es decir, la gente ha dejado de ver la tele.
Es cierto que hubo un tiempo en que la televisión no vivía únicamente de grandes ocasiones. De hecho, no deja de ser indicativo que, aún hoy día, sigamos con la parrilla televisiva de antaño grabada a fuego en la mente: a las 14:00, Los Simpson en Antena 3; a las 14:30, el telediario de La Sexta, y a las 15:00 el de TVE; Alerta Cobra por las mañanas en Cuatro, Los Serrano por la noche en Telecinco y La Que Se Avecina a todas horas en FDF; Kristian Pielhoff, de Bricomanía, eterno rival de Karlos Arguiñano durante los mediodías, y Jordi Cruz pintando las mañanas con su gorda brocha en Art Attack los días en que te ponías enfermo y no tenías por qué dar la cara en ese centro penitenciario para menores al que llaman colegio.
Empero, realmente hace varios años ya que el paradigma cambió. Y, de hecho, el propio Perales (Alejandro, no José Luis) opina que “este cambio no afectará a una gran cantidad de usuarios y, en todo caso, será más acentuado en dispositivos de segundas residencias, no en el televisor principal”. Todo puede resumirse en esa canción que sacó hace unos años el gran rapero Kase.O, “perdona, pero es que yo no veo la tele”, incluyendo la coletilla, eso sí, “más bien consumo YouTube, plataformas de pago como Netflix, Filmin o HBO, y estoy suscrito a contenido en Twich”.
GENERACIÓN TDT, LA DE LOS SUEÑOS ROTOS
Más allá de lo necesario de la renovación de la TDT (si es que se le puede llamar renovación a un cambio que llega años tarde), es innegable que la noticia tiene un fuerte componente nostálgico. Igual es que soy único en mi especie, pero en casa no tengo ni tele (las plataformas funcionan la mar de bien en un ordenador) y no recuerdo la última vez que me puse un telediario. De pronto, la muerte de nuestro pequeño amigo de tres letras trajo a mi memoria una infinidad de recuerdos que creía perdidos en algún recóndito lugar de mi memoria y es que, no en vano, la TDT nos ha acompañado fielmente durante los últimos años.
La historia de la Televisión Digital Terrestre se remonta a principios de siglo, cuando entró en funcionamiento la primera plataforma comercial de nuestro país, Quiero TV, una plataforma de pago que no alcanzó la rentabilidad esperada y que cerró el chiringuito el 30 de junio de 2002. Tres años después, el 30 de noviembre de 2005, se produjo el relanzamiento del proyecto de la TDT. Para ello, se adjudicaron nuevas licencias para la explotación de las frecuencias abandonadas por QuieroTV y se llevaron a cabo varias campañas promocionales, además de aprobarse un paquete de medidas legislativas de la televisión digital.
El cambio total tardó unos años más en llegar, pues el apagón analógico (el de verdad) no tuvo lugar hasta 2008, empezando en el municipio de Fonsagrada, en la provincia de Lugo. Según el plan de transición elaborado por el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, se planificó que el cese de las emisiones analógicas se efectuara gradualmente y por regiones, siendo el 30 de marzo de 2010 la fecha límite para el cese definitivo. Así, el 30 de marzo de 2010 se realizó el apagón analógico en toda España, excepto en varios municipios que tuvieron que esperar al 2 de abril para dar el adiós definitivo a la televisión analógica.
Por aquel entonces, este cambio suponía un avance sin precedentes, a la altura de la entrada en la Comunidad Económica Europea, el pan Bimbo sin corteza o la Eurocopa de Luis Aragonés. Abrazar la modernidad, la entrada en el nuevo milenio por la puerta grande, una revolución que cambiaría el devenir de la historia para siempre. O eso pensábamos, porque la supuesta revolución de la TDT nunca fue tal (la revolución de verdad fue la de aquel vecino que se pirateó un descodificador y tuvo acceso a 999 canales) y todo quedó en una televisión bastante normalita. Se esperaba que la TDT trajese una TV más interactiva que nunca, pero eso no solo no pasó, sino que se incumplieron otras promesas: servicios interactivos, juegos, visión multicámara, tecnología Multimedia Home Platform (MHP), tecnología HbbTV (no hace falta ni buscar las siglas), discos duros integrados, TDT en el teléfono móvil y canales de pago de calidad.
Más allá de la posible importancia de estas aplicaciones, las promesas incumplidas de la TDT sirven para ilustrar el espíritu de toda una época bastante cutre, plagada de marrones, engaños y estafas. Y es que, en la época en la que empezó la TDT, camparon a sus anchas por el país las tramas de corrupción, la crisis financiera y económica, los problemas con la vivienda, las modas más cutres que han pisado nuestras calles (esos peinados, esas camisetas, esos pantalones, por favor), las promesas laborales que acababan en papel mojado, los proyectos universitarios que se quedaban en nada…
El flamante ganador del premio Herralde 2023, Luis López Carrasco, el concurso que organiza la editorial Anagrama, describe, sin quererlo, en su novela El Desierto Blanco, el retrato de aquella generación que vivió el nacimiento de la TDT y sus mentiras. A partir de una serie retratos de lo que yo querría bautizar como la Generación TDT, queda patente que aquella época que nos provoca nostalgia fue, en realidad, uno de los momentos más cutres vividos en nuestro país. El paradigma de la eterna promesa incumplida, de los sueños rotos de una generación que vivió una vida de expectativas nunca conseguidas, siempre al borde del fracaso.
La España de la TDT es la España del 2011, la España de la Troika, un país en transición, que salía de los locos años 90 y se metía de lleno en una crisis total, un país de pantalones arrastrados y engaños vitales, de fuga de cerebros y crisis existenciales, que ahora ha quedado totalmente sepultado por las plataformas de streaming. Así que, pensándolo mejor, por mí que le den a la TDT; muerte a la televisión que pudo haber sido y nunca fue, a ese país infantiloide de perennes sueños rotos.
TELEVISIÓN, ‘QUO VADIS’?
- ¿Viste el otro día lo del Broncano con la Bad Gyal?
- ¿El qué, la entrevista? No pude, tenía el cumple de una amiga. ¿A qué hora fue? Bueno, es igual, cuéntame, ¿algún titular digno de mención?
- Estuvo bien. La verdad que la tía “sirvió coño” un par de veces. El Broncano no sabía cómo manejarla, estuvo más soso que nunca. Pero bueno, también te digo, no sé muy bien de qué habló la pava, porque sólo me vi un par de clips en Twitter. Lo que nos comparte el rancio del Pinacho.
He aquí, señoras y señores, el presente de la televisión. Sí, es cierto, sigue existiendo gente que se apoltrona en el sofá, agarra el mando y pone la 2 para ver qué peli echan, o puretas que siguen aguardando a que sea la noche del domingo para ver Lo de Évole. Empero, para poder subsistir, la televisión se ha tenido que reinventar, porque ya no podía competir con el formato YouTube. A día de hoy, los principales programas han empezado a adoptar el lenguaje de las plataformas, ya sea en términos de contenido o de publicidad, porque el telespectador se ha dado cuenta de que la televisión a la carta casa mucho mejor con su actual modelo de vida; si llegas tarde a la emisión, la vuelves a empezar (mi madre es una especialista); si únicamente quieres ver un trozo, lo buscas en Internet; y si en ese momento te tienen que operar del menisco y tienes que verte las recetas de la abuela tres días más tarde, pues tampoco pasa nada.
Así las cosas, no sé hacia dónde va la televisión y tampoco me atrevo a predecir cuál es su futuro. De lo que puedo hablar es de lo que ven mis ojos y, como todo el mundo, posicionarme a favor o en contra, y aceptar lo que hay. Ciao, TDT.