Recientemente, el escritor Benjamín Labatut dijo: “La IA es una belleza y un terror nuevo”. Por norma general, coincido con la afirmación secundaria del autor de Maniac, pero me resisto a vislumbrar ese hálito de magnificencia con el que descorcha la cita. Entiendo que he sido una víctima más sensible de lo que estoy -estaba- dispuesto a reconocer públicamente, frente al alarmismo vociferado por tantas y tantos agoreros de la industria cultural. Yo mismo he sido parte de la liturgia condenatoria al demonio sin mando de la inteligencia artificial, como un tirano que no sólo aspira a comprar mi obediencia, sino también mi devoción. Pero, en palabras de John Von Neumann, “para el progreso no hay cura”, y darse cabezazos intentando drenar hacía el pasado los prodigios tecnológicos es como hacer alquimia en busca de la vida eterna. Quizás, la mejor forma de malgastar lo poco que dura la que tenemos.
Por eso, dispuesto a reconocer a los nuevos dioses -todavía menores, alelados y domesticables-, pero consciente de que, como sus padres, no debemos liberarlos de la correa, me vanaglorio encontrando ejemplos en los que la IA sirva a un fin mayor que la autocomplacencia de su agilidad o la singularidad de su chanza. Ya cansan los pimpollos emocionados con que ChatGPT sepa redactar sus trabajos universitarios, o los coros de risotadas ante la última canción de Bad Bunny creada artificialmente en la que reza: “mira mi pollica hermano que pequeña es/ intenta mirar pa abajo y te lo juro no la ves”, -sin negar, por cierto, que este artefacto sea de mayor calidad que su último álbum original-.
Lejos de usos algo distópicos, como el reconocimiento facial en tiempo real a través de la recopilación de datos biométricos, está claro que la inteligencia artificial nos permitirá la comunicación internacional fluida, esa a la que aspiraba el esperanto, gracias a traducciones instantáneas –una velita aquí para los traductores-, o cirugías punteras que disuelvan en el recuerdo las malas nuevas en las salas de espera de los hospitales. Pero también la cultura puede nutrirse de su ciencia, y no sólo para idear canciones chorras. En el espectro musical hay otros usos aplicados que plantean nuevos horizontes para la industria. Si los videos musicales y la MTV cambiaron la forma de consumir la música, añadiendo ojos a los oídos, la IA puede cambiar las expectativas de los directos. ¿Cómo? Prediciendo el futuro…
En la satírica película No mires arriba (2021), el gurú tecnológico de corte vistosamente stevejobsiano interpretado por Mark Rylance decía ser capaz de calcular el destino de las personas gracias a la datificación y la algoritmia. No entraré aquí a especular sobre la viabilidad o existencia de programas semejantes, pero sí puedo asegurar que en España existe una compañía que asegura hacer lo mismo respecto a los conciertos. Así es, a Break-Event todavía no les da para decirte si te va a caer una teja en el cogote de camino a un salón de masajes asiático, pero sí cuándo un bolo va a llenar una sala o un grupo va a tener buen saque en una ciudad.
A bote pronto, cuando escuché la idea se apoderó de mí antes un terror que una belleza nueva, como dice Labatut. Consciente de la personalización de los algoritmos en las plataformas musicales que se pasean por un complejo filo repartido entre la satisfacción del usuario y la doctrina manipulable, temí que la idea de Break-Event fuese destinada a engordar las filas de los grandes grupos, condenando al destierro a los pequeños. Que sólo sería un juguete nuevo para aumentar las desigualdades. En un arrebato de instinto espurio, intuí que lo que pretendía esta start-up en proceso de ignición era poner la bota comercial sobre el rostro de la industria, ahogando el riesgo y la pasión de la música en directo, si está no prevé hacer una caja jugosa.
Y, mira tú, así es. Salvo que no de la forma tan crítica en la que lo pensé originalmente. Porque como me explica la frontman de esta empresa, Lucia Martínez, con quien me encuentro en un bar céntrico de Madrid: “La idea no es que se dejen de hacer conciertos, sino que se hagan en el lugar y momento adecuados. Nuestra herramienta de datos permite dar esas respuestas, asegurando que las promotoras, o las salas, no vayan a pérdidas y puedan mantenerse”.
Tras un doble de cerveza alemana, Lucía, escoltada por el director de Ventas de la empresa, Berto Herrero, despacha seguridad, decisión y tablas en esto de la industria musical. Nada sorprendente, de no ser porque la tipa gasta apenas 30 años. Pero fue esa juventud la que logró refrescarle la mirada y parir esta empresa con la que “ayudar a la industria de la música en directo a tomar mejores decisiones a través de datos de los que no dispone con ninguna otra herramienta. Lo que hace la plataforma no es un reemplazo, en primer lugar, porque no hay modelo predictivo que acierte al 100%, y en segundo, porque la parte de intuición se debe mantener. Esto son matemáticas, y no deben sustituir al olfato y la experiencia”.
Tanto es así, que fueron esa experiencia y ese olfato los que encendieron la bombilla de la joven CEO cuando, trabajando para Doctor Music (promotora de conciertos), se percató de que toda la industria, desde los peces chicos a los ballena, tenían patinazos inesperados que podían resolverse con un poco más de concreción y seguridad estadística.
Pero ¿cómo funciona el artilugio? “Analizamos datos de festivales, conciertos, etc., no sólo en España si no a nivel internacional para buscar trazabilidad, y los cruzamos con datos de Spotify, Instagram, Twitter; redes externas…”, afirma Lucia. Y, tras pedirle algo más de concreción, me responde: “Hemos desarrollado un modelo predictivo a través de inteligencia artificial, en este caso a través de machine learning, y analizamos patrones de conducta. Vemos patrones en un mismo género, mismo rango de escuchas, popularidad, seguidores, tipos de aforo, precio… y, una vez hallados, se realizan las propuestas”.
Porque, claro, me da por pensar, no todo lo marcan las escuchas… Recuerdo entonces grupos que lucen millones reproducciones en sus cuentas, y a los que he visto en directo junto a cuatro pelagatos, y viceversa. Auténticos parias que han hecho de la sala de conciertos un gallinero con las hormonas cacareando sin control. “Ese es el punto”, asegura Berto Herrero, quien parece aportar las canas y la calle (tan indispensables en la derramada industria musical) a esta joven propuesta tecnológica. “Todo el mundo está viendo que el consumo de música actual es extremadamente rápido. Eso ha provocado nuevas realidades, como un tipo haciendo un tema en su casa que se convierte en un éxito viral. Pero muchas veces este bombazo no se resuelve en positivo de cara a los directos. Y lo mismo a la inversa. Hay bandas de rock o electrónica muy nicho, que tienen escuchas estancas, pero luego funcionan espectacularmente en concierto. Es ahí donde entra la IA, permitiéndonos dar respuesta a esto”.
Poniendo a Lucia y a Berto en un brete, les planteo el caso, no sé, de una banda de country-folk con pocas escuchas que acaba de salir al mercado. ¿Cómo ayudaría su herramienta a estos pobres diablos quienes, a priori, no se van a comer un colín?
Herrero se lanza a tumba abierta a responder. No por nada este rockabilly es el gerifalte de las ventas. Lleva su discurso como si leyera un teleprónter tras de mí: “Lo nuestro es una experiencia que empieza con una idea por parte de un promotor, que decide pensar en tal o cual artista, género o fecha, y nosotros venimos a darle una herramienta para que tome con mayor seguridad su decisión. Y da igual lo grande o pequeña que sea la empresa. Desde la promotora recién llegada, al máximo exponente. Porque no es lo mismo llenar un WiZink que una sala de conciertos en Badajoz, y seguramente sea más difícil esta segunda. Por eso conviene tener un mapa de calor respecto a todas las variables, y hacer coincidencias. Dicho esto, esa banda de country quizás no vaya a tener ninguna posibilidad en un estadio de, pongamos, Granada, pero quizás haya un fanatismo grande y recién nacido por el género en Galicia. Sabiendo eso, la promotora tiene más posibilidad de que esa banda que le ha hecho tilín monetice y pueda seguir funcionando”.
Con mayor visión de conjunto, la idea de Break-Event me recuerda un poco a la película Moneyball (2011), protagonizada por Brad Pitt, donde se explica el cambio que vivió el béisbol en Estados Unidos cuando se descubrió cómo la estadística avanzada era una herramienta predilecta a la hora de fichar jugadores. Hoy el método, que se vivió como una perversión, es el presente del deporte y, oye, se sigue jugando y disfrutando con niveles de calidad inusitados. La historia, bueno, me parece más o menos homologable para puristas criticones y cínicos como yo.
Me escama, en otro orden de cosas, un poco la privacidad y los pormenores de la datificación de la que hacen uso en Break-Event. Para resolver esto, aparece al final del encuentro el ingeniero informático y desarrollador full stack de la empresa, Eduard Aymerich. “Los primeros datos eran todos públicos, lo que hacía difícil predicciones certeras”, me confiesa a renglón seguido de mi duda. “Cuando empezamos con clientes, ya comenzamos a tener datos fiables, porque en la industria de la música siempre se maquilla la información para que quede bien. Además, así podemos hacer un mapeo particular para cada uno. En cuanto a la privacidad, como toda pequeña empresa basada en big data e IA, los datos se anonimizan en cuanto los recibimos, así que no hay ningún problema de confidencialidad. La privacidad es total e imprescindible para nosotros, además de ser algo muy controlado porque la industria musical en España es, al final, un lugar donde todos nos conocemos”.
A modo de conclusión, comparto con el trío los recientes chivatazos de varios músicos que han llegado a mis oídos de cara a la sobreocupación de las salas de conciertos. Siendo así, les digo, ¿para qué haría falta su herramienta si la gente va como loca por acudir al directo?
Martínez, estoica, pero decidida, no duda en responder: “Después de la pandemia ha habido un bum del directo muy grande. Muchos clientes, ya te digo, se quejan de la falta de salas. Pero creo que aquí la clave es ser inteligentes y saber analizar toda la información, para que cuando la montaña rusa entre en bajada tengan todos los datos disponibles. La herramienta que ofrecemos es a largo plazo”.
Break-Event es uno de esos casos de uso, sino responsable, al menos prometedor, de la inteligencia artificial. Aunque por desgracia temo que, seguro, algún buen samaritano se las vaya a ver canutas en su trabajo de toda la vida al amanecer de una empresa como esta. Ahora, de cara a la creación, no deja de ser una forma de convertir lo que huele a terror nuevo en belleza. Y confío en que, poco a poco, no dejen de asaltarnos ejemplos de esto; casos donde la IA esté totalmente al servicio de mejorar la industria del arte perpetrado por el ser humano, y no arriesgando con sustituirlo.
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.