Si una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, ¿qué pasa cuando una verdad deja de serlo, pero la gente sigue repitiéndola sin parar? ¿Le suena aquello de que EEUU inventa, China fabrica y Europa regula? Pues cada vez más indicios sugieren que ninguna de esas cosas sigue siendo cierta. Por un lado, las innovaciones made in China hace tiempo que empezaron a conquistar el mundo en áreas tan estratégicas como la computación cuántica y la inteligencia artificial (IA), por no hablar del fenómeno TikTok. Pero lo más importante es que la influencia global de Europa como garante de la ética y los derechos de la ciudadanía a través de la regulación tecnológica parece tener cada vez menos peso en el panorama internacional. Así que tal vez haya llegado el momento de preguntarnos qué pasaría si el conocido como ‘efecto Bruselas’ deja de funcionar.
Acuñado en 2012 por la profesora de la Escuela de Derecho de la Universidad de Columbia Anu Bradford, el término plantea que la fuerza de la UE radica en su capacidad de crear un marco regulador común que acaba aplicado a nivel global, en mayor o menor medida, al obligar a las empresas extranjeras que quieren hacer negocios en nuestro continente a adaptarse a nuestras reglas. Un ejemplo claro fue el del Reglamento General de Protección de Datos, aprobado en 2016, que ha sido alabado internacionalmente y ha servido de inspiración para multitud de legislaciones en otros países.
Se suponía que el ‘efecto Bruselas’ iba a seguir operando sobre la inminente regulación en el campo de la inteligencia artificial, en la que la Comisión Europea trabaja desde hace un par de años. De hecho, su enfoque centrado en los posibles impactos de la IA sobre las personas también ha recibido elogios constantes. “Es probable que el régimen de la UE acabe siendo de facto la normativa mundial sobre IA, ya que las empresas de países que no pertenecen a la UE y quieran hacer negocios en este bloque comercial tendrán que ajustar sus prácticas para cumplir la ley”, decía MIT Technology Review este mismo año en su análisis de las distintas iniciativas para controlar la tecnología.
De las seis que la revista tuvo en cuenta, entre las que se incluyen los principios y valores adoptados por la OCDE (aunque de forma no vinculante), la normativa europea se alzaba con el mayor poder de influencia de todas, con una nota de cinco sobre cinco. Sin embargo, una serie de fenómenos ocurridos en los últimos meses parecen sugerir que el ‘efecto Bruselas’ ha perdido parte de su fuerza, si no, toda. El más reciente ha sido la sorpresiva regulación exprés para la inteligencia artificial que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, acaba de aprobar a golpe de decretazo, convirtiendo al país en uno de los primeros en disponer de leyes específicamente dirigidas a la tecnología de moda.
Se trata de “las acciones más importantes jamás tomadas por cualquier gobierno para avanzar en el campo de la seguridad de la IA”, afirma el comunicado de la Casa Blanca. Cierto o no, lo importante es que la medida “coloca a Estados Unidos en el centro del debate global sobre la gobernanza de la IA”, señala la BBC. Y es que la medida se ha adelantado por muy poco al gran congreso de seguridad sobre IA que arrancó el día 1 de noviembre en Reino Unido y con el que su primer ministro, Rishi Sunak, también intenta posicionar al país como líder del asunto, al menos a este lado del charco.
En medio de esta carrera por regular la IA no sorprende que ya existan “análisis que sugieren que la UE puede estar perdiendo su ventaja competitiva en la gobernanza digital a medida que otros países invierten en capacidad regulatoria digital y se acercan a la UE”, señalaba hace más de un año el experto en gobernanza de la Institución Brookings, Alex Engler. Y eso que en el momento de su publicación la inteligencia artificial generativa todavía no había pillado al mundo por sorpresa ni obligado a la Comisión Europea a introducir disposiciones adicionales para esta parte específica de la tecnología en el borrador de su normativa.
UNA IA SIN LOS VALORES EUROPEOS
Dado que la inteligencia artificial ha sido llamada a revolucionar el mundo entero, es lógico que se esté produciendo una carrera a marchas forzadas por regularla. Se supone que el objetivo principal es proteger a la ciudadanía sin frenar la innovación, pero es innegable que las primeras potencias que pongan en marcha sus normas serán las que más fuerza tengan para obligar a la industria a adaptarse a ellas, para definir los estándares internacionales bajo los que opere y para sentar las bases de la economía digital y de los valores éticos y democráticos asociados a los avances de la tecnología. Y aquí es donde está el meollo de la cuestión.
“No sólo habrá competencia estratégica entre naciones para desarrollar e implementar tecnologías de IA para promover sus intereses económicos y de seguridad nacional, también persiste la controversia en torno a los valores y principios que rigen el desarrollo y uso de la IA”, señala la investigadora de Desafíos Transnacionales del laboratorio de ideas australiano Lowy Institute Lydia Kahlil.
Es decir, quien lidere la regulación de la inteligencia artificial o de cualquier otra tecnología será quien más posibilidades tenga de atraer beneficios económicos y de imponer sus valores sociales y democráticos. Esto es especialmente importante si se tiene en cuenta que “se espera que tanto el enfoque estadounidense como el británico sean más favorables a la industria que la ley de Bruselas, que ha sido ferozmente criticada por la industria tecnológica”, advierte otro reciente análisis del Financial Times.
En este contexto, la pérdida de fuerza del ‘efecto Bruselas’ podría provocar que los principios y valores europeos dejen de tener peso en los estándares internacionales. Y esta ni siquiera es la peor consecuencia que podríamos sufrir. Si nuestras leyes no se imponen y acabamos solos a nivel legislativo, también corremos el riesgo de que nuestro panorama económico e innovador se resientan aún más si las compañías extranjeras directamente optan por salir de nuestro mercado para evitar tener que adaptarse a nuestras reglas.
Esa es justo la advertencia que lanzó en mayo el director ejecutivo de OpenAI, Sam Altman, cuando dijo que, si no podían cumplir con la normativa de la UE en materia de inteligencia artificial, dejaría de operar en nuestro territorio. Hace unos años a nadie se le había pasado por la cabeza que ninguna gran empresa estuviera dispuesta a dejar de comerse el enorme trozo del pastel que corresponde al mercado europeo. El problema es que es este trozo se muestra cada vez menos apetitoso.
“Los países pueden confiar en su fuerza de atracción debido a la fortaleza de sus economías, un factor que tradicionalmente ha jugado a favor de la UE, que sigue siendo el mercado integrado más rico del mundo. Sin embargo, es probable que con el tiempo esto se convierta en una fuente de influencia más débil, ya que se espera que el peso de la UE en la economía global se reduzca gradualmente”, señala un análisis publicado el año pasado por el laboratorio de ideas europeo Fundación de Estudios Progresistas Europeos.
HUÉRFANOS O AISLADOS
Menos peso económico equivale a menos poder de influencia y un menor interés de las empresas por adaptarse a nosotros, y ya hace tiempo que hay pruebas de esta tendencia. Mientras que la amenaza de Altman de momento no es más que eso, algunas de las grandes tecnológicas del mundo ya han dado un golpe sobre la mesa al negarse a jugar según las últimas reglas que hemos lanzado en el ámbito digital: la Ley de Servicios Digitales (DSA) y la Ley de Mercados Digitales (DMA).
Es lo que ha hecho Meta con Threads. Lanzada en julio, su nueva red social con la que aspira a competir con Twitter (o X) todavía no está disponible en Europa, precisamente, por “la inminente incertidumbre regulatoria”, dijo el portavoz de la compañía Matt Pollard en declaraciones a Politico, refiriéndose a la DMA. Y lo mismo pasó durante unos meses con Bard, la versión de ChatGPT de Google, que tardó un tiempo en llegar a nuestro territorio mientras el resto del mundo ya disfrutaba de ella.
Incluso el lanzamiento en Europa del último modelo de iPhone, el 15, fue cuestionado previamente por Apple después de que el Parlamento Europeo aprobara una ley que obligará a que los todos teléfonos móviles, tabletas y cámaras vendidos en el territorio incorporen con un puerto de carga USB tipo C para finales de 2024. Cuando la norma fue presentada en 2021, Apple, mundialmente conocida por imponer sus propios cables y puertos, emitió un comunicado en el que decía: “Seguimos preocupados de que una regulación estricta que exige un solo tipo de conector sofoque la innovación en lugar de fomentarla, lo que a su vez perjudicará a los consumidores en Europa y en todo el mundo”.
Aunque el gigante finalmente hincó rodilla ante las exigencias europeas, cada vez más indicios sugieren que nuestro poder de influencia en el sector tecnológico es cada vez más pequeño y que los grandes actores de la industria cada vez están menos dispuestos a seguirnos el juego. Y, eso, a su vez, supone una amenaza para los propios europeos, que corremos el riesgo de que sean otros quienes decidan cómo funcionan las principales redes sociales, plataformas y herramientas más populares y relevantes. “Para que la democracia sobreviva en el próximo siglo, regular la seguridad de las tecnologías de IA es primordial, pero también lo es regularlas sobre la base de los principios democráticos”, advierte Hill.
Y existe un riesgo aún peor, que directamente nos quedemos huérfanos de todas estas tecnologías: “Si empresas como Meta se ven obligadas a irse, Europa quedará aislada del sector más dinámico de la economía global, dejándolo en manos de los estadounidenses y los chinos. Las ideas no se incubarán y los consumidores no tendrán acceso a la tecnología más avanzada. Por último, es casi seguro que sentará un precedente para los demás gigantes de Internet. Si Meta desaparece, puede que no pase mucho tiempo antes de que le sigan Amazon, Apple y Alphabet, el propietario de Google”, afirmaba el año pasado el escritor especializado en financias Matthew Lynn.
Por muchos aplausos que haya recibido el borrador que la directiva europea de inteligencia artificial, de poco servirán si las normas que acaban imponiéndose a nivel global se alejan de los valores y principios de las nuestras. Para evitar estos riesgos, el informe de la FEPS propone cinco líneas de acción en las que la UE debería empezar a trabajar, que van desde dejar de confiar en el poder del ‘efecto Bruselas’ y revisar el concepto de soberanía digital, hasta reforzar sus propias estructuras tecnológicas. Quién sabe, aunque el mantra de que Europa legisla el mundo haya dejado de ser cierto, tal vez aún estemos a tiempo de no convertirnos en los parias de la tecnología, porque es mucho lo que hay en juego.
Sobre la firma
Periodista tecnológica con base en ciencias. Coordinadora editorial de 'Retina'. Más de 12 años de experiencia en medios nacionales e internacionales como la edición en español de 'MIT Technology Review', 'Público', 'Muy Interesante' y 'El Español'.