Soy demasiado mayor para la segunda temporada de Euphoria. Casi me da un ataque de ansiedad cuando intenté verla. Las tres veces. Porque he probado en varios horarios y contextos. También me pasó con Requiem por un sueño, Kids y White trash. Estas obras maestras del cine y la televisión se emplean a fondo en subrayar el mensaje, siempre la misma historia con la misma moraleja. Empiezan de forma divertida, el Port Aventura de las neuronas, pero siempre acaban mal, no hay límite, no hay freno, y los protagonistas terminan destruidos sin remedio. Se puede hablar de sustancias siempre y cuando se recalque su poder destructivo.
Otro color tiene (aunque a mi parecer habla de lo mismo) Alicia en el país de las maravillas. Aquí se relata una experiencia reversible, benigna, emocionante, cargada de surrealismo y aventura. Se puede interpretar desde lo onírico y desde lo psicodélico, aunque para mí tiene demasiado de lo segundo para ser lo primero. Si lo vemos como una experiencia reversible e inocua, la percepción cambia, y ya apetece más la aventura. En los cómics de Astérix toda la tribu toma la pócima para ser más fuerte, y tan contentos, sin cara B.
Yo he viajado al espacio. Igual que Neil a Armstrong y Laika. He despegado sin cohete, he visto encogerse mi casa, mi barrio, mi cuidad, mi país, mi continente, la sombra que divide el día y la noche, se ha ido apagando la luz a mi alrededor hasta dejar paso a los satélites y a los planetas, a otras estrellas, galaxias y hasta algún agujero negro de lejos (no me atreví a acercarme). Y he ido sin la incomodidad de una escafandra y sin tener que hacer pis en un bote.
Mi tía en cambio, durante su operación a corazón abierto, vivió una experiencia psicodélica muy distinta, angustiosa y real hasta el punto del trauma y del estrés postraumático. Lo llaman anestesia disociativa, un efecto secundario por el que el uso de la ketamina se reserva en muchos casos a la práctica veterinaria. Pero este denominado efecto indeseable es en realidad la razón de que esta droga se use con fines lúdicos. Es un efecto psicotrópico por el cual se tiene una experiencia cerebral muy próxima a la experiencia consciente. Porque todos vivimos experiencias subconscientes trepidantes, cada noche, pero eso ya es otra historia y estas experiencias no se registran ni permanecen en la memoria.
En efecto, no hay garantías, la experiencia con sustancias psicodélicas puede tener colores muy distintos, aunque el común denominador es la ampliación del campo de la percepción. Hasta ahí todos de acuerdo. Tenemos miedo claro, miedo a perder el control, a perder la cabeza, a exponernos a situaciones de riesgo, a pasarnos de dosis, a no querer volver nunca a la realidad. Tenemos miedo por nuestros hijos, igual que lo tuvieron nuestros padres. Tenemos conocidos que nunca volvieron a ser los mismos, y personas que se quedaron en el camino, que se quemaron jugando con fuego.
Para la ampliación de la experiencia consciente en el mundo de lo políticamente correcto y de la seguridad del sofá, tenemos la realidad virtual, cada vez más convincente. En ese contexto hasta el más tradicional se anima a crearse un avatar joven y cachas para irse a explorar una realidad paralela, donde poder escapar de sí mismo, matar, follar, volar, respirar debajo del agua. Vivir sin las limitaciones de la propia realidad.
Escapar de la prisión de nuestra vida es aceptable, deseable, e incluso un nicho de mercado cada vez más explorado, deseado y explotado por las grandes corporaciones. En cambio, en cuanto a traspasar las fronteras de la conciencia con la alquimia del druida del barrio, aún estamos dentro del estigma, el miedo, el tabú, y la ilegalidad. Insisto, no es para menos, pero mi interés ahora mismo es puramente teórico.
Ampliar la experiencia consciente, aumentar el poder de los sentidos, la creatividad, incluso vivir experiencias directamente inexistentes es posible, es real. ¿Pierden valor esas experiencias por suceder dentro de nuestra cabeza? ¿Suena el árbol cuando cae si no hay nadie para escucharlo? La experiencia intrapsíquica no difiere mucho de la extrapsíquica, de hecho, cuando olvidamos, fabulamos con nuestros recuerdos y llegan a convertirse en realidad en muchos casos, ocupando el mismo espacio y teniendo el mismo valor que los recuerdos “auténticos”.
En la década de 1970, el LSD y las setas alucinógenas se encargaban de ampliar la experiencia consciente sin los melindres de las microdosis actuales. Auténticos viajes que, en muchos casos, sus participantes recordaban para siempre como promotores de un cambio de mentalidad, de una expansión de la mente. Se trataba de perder un poco el apego a nuestros pensamientos, a nuestro cuerpo incluso, y explorar desde la mente, sin el peso de nuestro yo, con sus frustraciones, miedos, complejos, y ver que existe vida más allá del cuerpo.
Las experiencias con ayahuasca están avaladas por publicaciones científicas como el New England Journal of Medicine, donde expertos y pacientes reportan beneficios psicológicos, muy pocos efectos adversos y un potencial adictivo casi nulo. Se usa para profundizar en psicoterapia e incluso para deshabituación de sustancias, por paradójico que parezca. El DMT promete una experiencia psicodélica transcendental que te acompañará toda la vida. Porque ese es otro dato que merece la pena repetir: estas experiencias no se olvidan, por su impacto e intensidad, por relevantes y reveladoras.
La investigación con euforizantes y estimulantes tiene fines terapéuticos y lúdicos. El famoso éxtasis, alias MDMA en el dialecto farmacológico, se remonta a principios del siglo XX. En la década de 1970 algunos psiquiatras sugirieron usarlo en psicoterapia, pero luego quedó restringido al marco de las fiestas techno y trance, y su adquisición al contrabando, a merced de las mezclas y los cortes. De la investigación en busca de la felicidad nació el uso lúdico. Pero hoy, después de muchos años en ese contexto, se retoma la idea original, y se investiga y propone nuevamente el valorar las sustancias psicoactivas en el mundo del tratamiento de ciertas patologías mentales.
Recientemente se ha aprobado en Australia el consumo de drogas psicodélicas; éxtasis y hongos alucinógenos bajo prescripción facultativa. El MDMA para tratar el trastorno por estrés postraumático y la psilocibina en el tratamiento de la depresión resistente. En España se ha aprobado la esketamina como tratamiento de la depresión resistente, su uso es hospitalario y de administración intranasal. El precio es desorbitado. Pero quizá llegará a democratizarse su uso si se abren otras líneas de investigación.
Mi feed de Instagram me propone “microdosing” con total impunidad moral y legal. La semana que viene tiene lugar la primera jornada del Grupo de trabajo sobre psicodélicos de la SCPiSM (Sociedad Catalana de Psiquiatría y Salud Mental), cuyo título es Psicodélicos y salud mental.
Es tendencia el uso terapéutico de estas sustancias, y además es claramente una mejoría en cuanto a ampliar el arsenal terapéutico dentro de la práctica médica. Y, si desestigmatizar su uso controlado y regulado puede ser de gran utilidad médica, ¿qué pasaría si se desestigmatizara también el uso recreacional? ¿Tiene lógica en cuanto a drogas hablar del todo o nada? ¿Por qué y en qué se basa la aceptación social de unas y el rechazo de otras? El eterno debate continúa. Por suerte, en este caso, la ciencia se ha sacudido los complejos y ha dado un paso adelante.