Eran otros tiempos… El euro no había conquistado nuestros bolsillos. Sabina estrenaba Y nos dieron las diez, uno de sus futuros himnos. El glam metal seguía tan de moda como Sergio Dalma y España estaba a la cabeza del mundo. La Exposición Universal de Sevilla, la Cumbre Iberoamericana de Madrid, la Conferencia de Paz para Oriente Medio y los JJOO de Barcelona azuzaron su lucecita en el mapa internacional con tanta fuerza como en sus años dorados. También fue el año de la cristalización de las carantoñas entre la Casa Real y el Gobierno de Felipe González, frente al lodazal en donde empezaban a meter la garra ambos. Pero de haber un acontecimiento internacional que lo cambiase todo, y no lo digo por decir, ese fue la felicitación de navidad que Neil Papworth, programador de Reading, envió a Richard Jarvis, de Vodafone. No fue un Christmas al uso. Una tarjeta con un muñeco de nieve de gesto inquietante o un Papá Noel de sonrisa encogorzada al que habría que quitarle puntos del carnet de trineo, no… Aquel sencillo ‘Merry Christmas’ fue el primer SMS de la historia y cumple ahora 30 años.
Hoy en día, se nos hace difícil concebir una comunicación que no esté, al menos mínimamente, aliñada con un pliegue cervical y el espídico movimiento de nuestros pulgares sobre un lecho luminiscente. Por aquel entonces, todavía vistiendo chaquetas de pana que no habían alcanzado la condición de vintage, los móviles ni tan siquiera tenían donde teclear. ‘Dado que los teléfonos móviles aún no tenían teclados’ afirmó Papworth ‘escribí el mensaje en un PC’. Básicamente, como la mayoría de los avances humanos, el mensaje de texto nació, no como un proyecto sesudo de mercado con el objetivo de revolucionar el gallinero de la comunicación, sino como un experimento sorprendente. Más un reto, que un negocio.
Papworth aseguró en una entrevista: ‘En 1992, no tenía ni idea de la popularidad que tendrían los mensajes de texto, y de que esto daría lugar a los emojis y a las aplicaciones de mensajería que utilizan millones de personas. Hace poco les conté a mis hijos que envié ese primer mensaje. En retrospectiva, está claro que el mensaje de Navidad que envié fue un momento crucial en la historia del móvil’. Y vaya si lo fue, Neil, vaya si lo fue… Cuesta, además, imaginar a Papworth entusiasmado frente a su ordenador, maquinando el futuro de la comunicación, consciente de que algún día su alquimia binaria valdría la friolera de 107.000 euros. Porque así es, no hace ni un año aquel primer SMS fue vendido por semejante cantidad, en formato NFT, a un canadiense anónimo. De lo cual deducimos dos cosas. La primera, la importancia tan medular de la ‘obra’ hasta convertirla en un fetiche digno del precio de un Porsche Cayenne. La segunda, que en este mundo hay gente con mucho dinero, tal vez demasiado…
Pero volviendo a temas más antropológicos, la invención del mensaje de texto, con todo lo que ello supondría para la tecnología de los teléfonos portátiles, sería casi como un nuevo paso en aquello que nos hizo alcanzar la condición de Homo sapiens. Como bien señala la paleontóloga Katerina Harvati: ‘El aumento de la destreza manual, resultado de una oposición eficiente del pulgar, fue una de las primeras características definitorias de nuestro linaje que proporcionó una formidable ventaja de adaptación a nuestros antepasados’. Ni que decir tiene que el uso de la mensajería instantánea ha sido otro de esos procesos de evolución, acompañado de su consiguiente obsolescencia social, que se ha venido a instalar en nuestra tecnocracia. Quien no sabe desenvolverse en estos bailes de pulgares, suele quedarse atrás, bien porque su jubilación se lo permite y ‘ya está mayor para esas cosas’, porque disfruta de un existencia rural anclada a urgencias menos digitales o, directamente, porque no tiene los medios para acceder a ellas.
El despegue de esta nueva forma de concebir la interacción humana no fue, sin embargo, automático. Como quien dice, no fue llegar y ¡pum! Hicieron falta alrededor de ocho años para que las orejas fueran abandonando la titularidad de la comunicación, que poco a poco, y en cuanto se consiguió una monetización eficaz, pasó a abanderarse en la mirada. Desde entonces, la generación de los noventa hemos desarrollado desde la infancia, casi como si fuésemos prestidigitadores expertos a lo Carl Herrmanns, habilidades manuales próximas al baile de pies de Cassius Clay.
También dimos el pistoletazo de salida a todo un nuevo universo de neologismos que premiaron nuestra capacidad para la vagancia. Nacieron LOL o WTF, diminutivos anglófonos que integramos en nuestro vocabulario con mayor éxito que la tarta de manzana. Les siguieron expresiones artísticas ¡verdaderos retratos emocionales! como XD o ;), que se fueron profesionalizando hasta verdaderas virguerías visuales que solían llegar de Japón, y de las que nos enterábamos por los viejos blogs o, posteriormente, un Facebook cavernario.
Todo esto se desarrolló en la década de los 2000, que fueron la campanada absoluta del SMS. Desde sus inicios, en los que había que desplazarse a supermercados, quioscos o tiendas de telefonía para recargar el famoso ‘saldo’, sin el cual te quedabas más colgado que un piojo, hasta el despertar de los privilegiados que disfrutaban de una tarifa plana. Estos reyes del teclado, eran venerados por todos y lograban amigos sólo bajo la premisa de decir: ‘toma, no gastes saldo, tengo SMS ilimitados’. Grosso modo, la versión móvil del niño con más tazos del recreo.
Hace diez años, cumplidos veinte del despertar del invento, los SMS seguían a la cabeza de los trapicheos de información. Como bien señalaba el artículo conmemorativo de esos veinte años de The Guardian: ‘El SMS sigue siendo la forma más popular de enviar mensajes a pesar de la competencia del correo electrónico y los servicios de mensajería de las redes sociales, ya que el 92% de los usuarios de teléfonos aún prefieren enviar mensajes de texto’. Ah, pero todo lo bueno se acaba…
Michel Onfray decía que, en Occidente, no sabemos morir, pero inevitablemente vamos reptando hasta la culminación de una degradación que a cada paso se hace más grande. Lo mismo le ha ido ocurriendo al SMS. El arma definitiva, la lanza del destino que atravesó su costado irremediablemente, tiene nombre y forma; ‘smartphone’. Los teléfonos inteligentes abrieron el melón del acceso portátil a internet lo cual, inevitablemente, avivó la creatividad de los druidas de la ingeniería informática. El hechizo que desfalcó con mayor contundencia al SMS fue uno llamado WhatsApp, que se popularizó masivamente allá por 2012 (cosa que no supieron premonizar en el citado artículo de The Guardian). Se calcula que, en la actualidad, más de 2.000 millones de pares de manos bailan un vals sobre el teclado de su móvil con esta aplicación. Según Messenger People un 91% de los usuarios de internet españoles usa la red social de Meta.
Hoy, 30 años después de aquella felicitación navideña tan novedosa, el SMS ha encontrado la horma de su zapato y ahora, en estas sus horas bajas, se usan, principalmente, para recibir información bancaria o empresarial. También se ha puesto muy de moda su uso para el phishing, precisamente porque el ostracismo que han sufrido también los ha dignificado, erróneamente, en cuanto a su ‘seguridad’. Damas y caballeros, no caigan en la trampa. Si les escribe un SMS un banco que no es el suyo, es trampa. Si su banco les escribe un mensaje en el que les pide sus datos, es trampa. Básicamente, todo lo que no sea para informarles, viene siendo una estafa morrocotuda en la que están cayendo muchos más despistados de los que nos imaginaríamos.
Quién sabe qué nuevos hitos de la comunicación nos esperan a la vuelta de la esquina… Todo parece apuntar que, en no mucho, el uso de las manos se habrá quedado obsoleto, haciendo de nuestra mente la herramienta que plasmará la información que deseamos transmitir, sin necesidad de intermediarios físicos. Puede que, dentro de treinta años, el SMS vuelva a ponerse de moda como una actividad romántica, añeja, con el mismo perfume a anacronismo que despacha hoy la correspondencia epistolar. O puede también que, habiendo evolucionado el ser humano más allá del uso de nuestros pulgares oponibles, el SMS quede como una anécdota graciosa, como esas inexplicables costumbres que narran los abuelos a su descendencia.
Y, sinceramente, no cuesta verme en un futuro, a lumbre de un holograma, gritándoles a un grupo de pequeños maniacos: ‘Venid corriendo, mis nietos cabezones, poneros sobre mis rodillas y dejad que os cuente cuando, antes de que existiera la telequinesis, pagábamos por comunicarnos con aparatos parecidos a piedras de plástico en los que teníamos que escribir con un teclado’ y a ese grupo de risueños enanos borrachos diciéndome: ‘Ala, abuelo, venga ya, que se te ha olvidado tomarte las pastillas…’
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.