Vuelve el Sónar. Vuelve el mixtape más actual de música, tecnología y, gracias a Sónar+D, arte. Un escenario de alternancias donde el futuro se presenta como la condición sine qua non del presente. ¡Un paseo hacia el mañana! Aunque, bueno, tampoco es para venirse tan arriba… Aquí no hablamos de replicantes pintando cuadros de Monet, hologramas interactivos, una inteligencia artificial (IA) de Pollock devuelto a la vida como las cabezas de Futurama o readaptaciones sinápticas que nos permitan saborear, literalmente, la música -como aquel viajecito por el 2020 que se me hizo más largo que un día sin pan-. Aún queda para eso. Pero, de momento, se disfrutan los esfuerzos de la organización por democratizar la experiencia de tecnologe-arte (término de cosecha propia), con la que arte y tecnología habrían de aunarse en ese ya marcado sendero hacia la hibridación.
Antònia Folguera, una de las comisarías principales, explica: “El objetivo de Sónar+D es extender los tentáculos de todo lo referente a las artes visuales y la tecnología que no esté estrictamente relacionado con la música. Aunque, por supuesto, haya música de por medio. Desde ahí trabajamos elementos de relevancia ciudadana como el impacto tecnológico o la crisis climática, buscando mezclar formatos de forma que este programa de Sónar+D alcance la mayor divulgación posible”.
¿Qué misterios oculta esta gesta a favor de la popularización de la tecnología artística, o del arte tecnológico? Habiendo ya desvelado el secreto, hay que admitir que originalidad, lo que se dice, no falta. Muchas extravagancias podrían pasarles por la cabeza a los organizadores del festival. Sin ir más lejos, los ejemplos que antes se han mencionado serían un curioso punto de partida. Pero es complicado, ni puesto hasta arriba de la sangre de Cristo y colocado de botafumeiro, que a alguien se le ocurra la idea del ‘hiperórgano’. Así, como suena.
El órgano, instrumento de eucaristía por excelencia, digievoluciona en ¡hiperórgano!; una máquina perfecta ideada en las mentes del maestro organero de Blancafort OM Albert Blancafort y del tecnólogo de Playmodes Santi Vilanova. Interviniendo el magnífico órgano del Palau Güell de Barcelona, ambos ‘artesanos’ han logrado, a través de unos electroimanes, que el instrumento pueda tocarse con autonomía. Vilanova detalla: “Hemos hecho del órgano un sintetizador acústico”. Pero no sólo eso, a través de una placa MIDI (Musical Instrument Digital Interface), una serie de conectores que permiten que varios instrumentos musicales electrónicos y otros dispositivos relacionados se conecten y comuniquen entre sí, el Hiperórgano puede tocarse mediante aparatos como ordenadores y tabletas.
Blancafort se regocija en haber logrado, con esta intervención, “barrer los prejuicios que se imponen a este instrumento como un instrumento de iglesia” Y añade: “Se trata de un parto con el que abrir la vía a nuevas fórmulas de música electrónica. Además, la increíble sonoridad que nos permite el Palau Güell amplifica la fuerza y el valor del proyecto”. No se puede poner en duda semejante afirmación. Hay que admitir que la magnificencia de la obra de Gaudí, en la que un órgano gigante queda inmerso en lo alto de los muros, alzándose sus tubos al cielo y rebotando de manera mágica el sonido en sus paredes, merece un gesto de admiración. Recorrer las estancias palaciegas mecido entre los estruendos de ultratumba de un órgano de tal magnitud es, sin duda, una experiencia única.
Ahora bien, la teoría es un ejercicio impecable, siempre y cuando tenga una práctica a la altura. La música, que emanará del hiperórgano sin descanso hasta el día 18 de julio en el Palau, corre a cargo del grupo berlinés gamut inc. Los alemanes, quienes mandan un video en el que hablan brevemente de su revolucionaria obra, se enorgullecen de la oportunidad de componer una pieza para semejante acontecimiento.
Su propuesta visual encaja perfectamente con las armonías de su composición. Una breve pieza que bascula desde el histrionismo acelerado de los agudos, pasando por bizarros sonidos de lijado practicados con determinación. Transcurridos los dos minutos, resulta complicado creer que estos sonidos puedan acercar el instrumento al gran público, como afirman sus creadores. Si ya es difícil encontrar quien escuche a John Cage con regularidad, no parece fácil encontrar público festivalero emocionado ante los sonidos que despide el hiperórgano. Es más, de emocionarse alguno, iría siendo hora de llamar al Sámur.
Pero, lejos ahora de críticas superficiales, es cierto lo que afirma Santi Vilanova: “Esta intervención tecnológica abre la vía a un sinfín de posibilidades y sonidos. Arpegios imposibles que de otra forma no podrían escucharse, son ahora viables”. Si hablamos de cruzar límites y atacar imposibles, el Hiperórgano es una buena pieza de provocación. Un proyecto original que, aun estando lejos de esa democratización para las masas de la que hablan sus creadores, casa bien con la excentricidad del arquitecto catalán, y la inquietante suntuosidad del Palau Güell.
Pero el Sónar+D no sólo nos reserva la automatización electrónica del órgano, y su sonido sintetizado para que salga en el próximo álbum de C. Tangana, sino también, como recordaba Antònia Folguera, arte visual. Conviene, pues, darse una sana pateada, procurando hidratarse bien para evitar el golpe de calor de Barcelona, ¡alguien se ha dejado la puerta del horno abierta estos días en la Ciudad Condal!, desde el Palau Güell hasta el Hotel ME Barcelona.
Allí, Davide Quayola, todo un parroquiano del Sónar, ha realizado una instalación performativa de lo más relajante. Tres grandes pantallas nos acogen al entrar en una sala oscura y fresca (muy recomendada para secar el sudor de la espalda). Composiciones de música instrumental marcan el ritmo de agitadas pinceladas que se deslizan a capricho a través de los monitores. Paletas de colores vivos, danzando en un vaivén hipnótico que parece inspirado en un viaje de ácido. Dan ganas de tumbarse en mitad del lugar y encapricharse de los estallidos cromáticos que se escupen desde la nada con los crescendos, y se desvanecen en las pausas. Sin embargo, a pesar de lo obnubilante de la instalación, pasados cinco minutos uno no puede evitar pensar que está ante un fondo de pantalla gigante.
Pero la fantasía funciona. Quayola, quien afirma que “el proceso de creación, aunque sea a través de herramientas tecnológicas, es bastante parecido al del artesano clásico”, entra en esa dinámica ya bien instalada del artista como ingeniero informático. Al fin y al cabo, son algoritmos los que definen el vals de las pinceladas multicolor. No obstante, el artista italiano insiste: “Yo no veo la tecnología como una herramienta, sino como un cómplice. Se trata de una cooperación. La idea no se crea antes y luego se lleva a cabo con la tecnología. El intercambio que realizo con la tecnología es lo que crea la idea”. Asegura también que esto no desplaza en absoluto la labor del artista pictórico tradicional, del que bebe constantemente.
Aun así, su obra recuerda un poco a esa cita de Foucault en El orden del discurso, para quien, “hay una dominación tradicional de la originalidad individual y el tesoro indefinido de las significaciones dispersas”. Porque en el significante disperso de la experiencia visual es donde se instala el núcleo de la obra de Quayola. Tanto es así, que el creador italiano se reafirma en el hecho de que las variaciones que presenciamos no obedecen a patrones definidos. No hay, en la fuerza de los trazos, su densidad o su color, una relación estrictamente directa con la música que los acompaña. Existe, según él, “una aleatoriedad que evoluciona por encima de la sinestesia, para convertirse en un motivo en sí mismo”. Y añade: “La psicomusicalidad es demasiado compleja como para domesticarla. La clave está en la interpretación relativa de cada espectador, que puede ver distintos parámetros según su foco de atención”.
Resulta imposible, sabiendo la técnica informática que emplea, no interrogar a Quayola sobre la IA y sus nuevas expresiones creativas, pues, en cierta forma, él también juega con programas automatizados para crear sus obras. Ante esto, su respuesta es clara: “Hay un debate eterno sobre si la IA va a ocupar el lugar del humano en el arte, pero es un debate que siempre choca con un hecho, y es que la esencia humana, el valor otorgado por la unidad mental de un artista, no puede percibirse en una inteligencia artificial. Hay cosas en las que la tecnología destaca por encima de lo humano, pero hay otras en las que el humano es mejor. En lo referente a la sensibilidad, el ser humano domina con creces a las capacidades tecnológicas. Hay cosas que, todavía, son inexplicables”.
Pero el Sónar de este año no sólo se abre a estas boutades tecnológico-artísticas, por otro lado, tan bien financiadas. Folguera detalla: “También pretende reconfigurar conceptos como las conferencias que, gracias a un escenario nuevo multipantalla, se verán más próximas a lo que sería un concierto. De esa manera, acompañando el debate con música y carga visual, se convierte en algo mucho más atractivo. También hemos creado SonarMàtica, que es una muestra de arte digital donde se dan cita piezas de realidad virtual, varias instalaciones y una exposición de NFT”. Todo un guiño a los nuevos tiempos creativos que, desde el Sónar+D, pretenden aproximar al gran público del festival. Para eso, en cambio, habrá que desplazarse a las instalaciones de día en la Fira Montjuïc, y de noche en la Fira Gran Via L’Hospitalet.
Aun así, si uno no está de humor para las masas, siempre puede pasearse hasta el Palau Güell, a conocer el hiperórgano, o hasta el Hotel ME Barcelona, a relajarse con los pinceles algorítmicos, crisoles danzantes de color, de Davide Quayola. Ambos originales ejercicios de reinterpretación híbrida entre arte y tecnología, que son sólo la punta del iceberg cultural contra el que ya chocamos, poco a poco, sin poder asegurar cuáles serán las consecuencias.
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.