¿Es posible una empresa sin empleados? Sam Altman cree que sí

La inteligencia artificial está empezando a tomar decisiones por su cuenta y a actuar de forma autónoma dentro de las organizaciones. Esto promete cambiar la forma de trabajar tal y como la conocemos. ¿Estamos preparados para esta revolución?

¿Es posible que una persona gestione una empresa de mil millones de euros sin empleados, solo asistida por inteligencia artificial? Esta pregunta, lanzada por Sam Altman a un grupo de amigos, nos transporta a un futuro en el que las empresas, sin importar su tamaño, serán dirigidas por personas con «superpoderes» capaces de abarcar funciones desde el marketing hasta las finanzas. Aunque hoy esto no sea factible, nos ofrece una pista clara de lo que vislumbran los gurús de la inteligencia artificial.

Estos «superpoderes» se materializan a través de agentes de IA, una evolución de los asistentes virtuales que conocemos. Además de ofrecer respuestas, razonan, planifican y toman decisiones para llevar a cabo tareas complejas de forma autónoma en nuestro nombre. En versiones más avanzadas, incluso pueden anticipar necesidades y encontrar soluciones creativas.

En realidad, los agentes no buscan reemplazar a las personas, sino potenciarlas. Sin embargo, a medida que estos se vuelvan más sofisticados y numerosos, la productividad de los trabajadores crecerá exponencialmente. Como resultado indirecto, habrá un número cada vez más reducido de empleados, que tendrán «superpoderes» gracias a la posibilidad de trabajar junto a un enjambre de agentes que se coordinan para completar tareas.

Por el momento, esto es solo una conjetura… ¿O es algo más?

A principios de año, recibimos una señal de que los agentes autónomos no estaban tan lejos como podríamos pensar. De hecho, ya están ganando terreno en empresas con una fuerte base tecnológica, como las fintech. Así, en febrero, Klarna nos sorprendió con un anuncio muy revelador. Dentro de su servicio de atención al cliente, había conseguido que una inteligencia artificial gestionara con éxito dos de cada tres interacciones con sus usuarios. Esto equivale al trabajo de 700 empleados a tiempo completo durante un mes. Al día siguiente, las ondas sísmicas de este terremoto provocaron una abrupta caída en bolsa de las acciones de Teleperformance, una de las mayores empresas de subcontratación de centros de atención al cliente. ¿Estamos viendo el comienzo de una nueva era que dejará obsoletas a industrias enteras?

El caso de Klarna ha supuesto un punto de inflexión en el mercado, comparable al lanzamiento de ChatGPT. Una nueva ola de optimismo tecnológico vuelve a atraer a los inversores. Un claro ejemplo de ello es el interés que ha suscitado la startup francesa H, que en mayo pasado consiguió recaudar 220 millones de dólares en su ronda de financiación inicial. Si uno entra en su página web, encontrará un escueto mensaje: «H está trabajando en “frontier action models” para impulsar la productividad de los empleados». Esta es una dinámica a la que nos estamos acostumbrando: inversores que apuestan por exempleados de empresas como DeepMind y OpenAI.  Entre sus socios capitalistas se encuentran los multimillonarios Eric Schmidt, Xavier Niel, Yuri Milner y Bernard Arnault.

Si alguien quiere prever el futuro de la inteligencia artificial, solo tiene que seguir el flujo de dinero, que ahora se dirige masivamente a la creación de agentes autónomos. Startups como Artisan AI o Imbue también han captado millones de euros. Artisan AI, que recibió una inversión inicial de 7,3 millones de dólares, ya cuenta con más de 100 clientes, mientras que Imbue, rodeada de secretismo, tiene una valoración superior a los 1000 millones de dólares. Un caso particular es el de Adept, que fue absorbida por Amazon mediante una nueva fórmula de «adquisición»: en vez de comprar la empresa, fichó a directivos y empleados para integrarlos y potenciar su división «AGI Autonomy».

Los principales competidores de Amazon, Microsoft y Google, no se han quedado de brazos cruzados y también están invirtiendo. Microsoft ha anunciado una alianza con Cognition AI, cuyo agente, Devin, ha llamado la atención por su capacidad de gestionar procesos de desarrollo de software completos. Por su parte, Google trabaja en el Proyecto Astra, un asistente de IA de su unidad DeepMind que trabaja no solo con texto sino también con audio y vídeo.

De momento, nos encontramos en una etapa marcada por el entusiasmo por la tecnología. Los modelos son cada vez más capaces y los agentes constituyen un paso natural en la evolución de la IA, pero no será el último. Aún queda camino por recorrer. El siguiente paso será dotarlos de la capacidad de innovar, de resolver con creatividad nuevos problemas y de hacer descubrimientos.  Finalmente, en el nivel más avanzado, una colmena de agentes con todas esas capacidades se constituirá como una entidad. En ese momento, la visión de Sam Altman se habrá hecho realidad: las empresas ya no necesitarán empleados.

Pero antes de dejarnos llevar por el entusiasmo, hay que hacer una pausa. Estas entidades que toman decisiones de forma autónoma y creativa plantean cuestiones éticas importantes: ¿qué pasa si se equivocan o si sus decisiones son injustas? ¿Quién asumirá la responsabilidad? El reto no está solo en desarrollar estos «superpoderes», sino en cómo se implementan y gobiernan. Aunque hablemos de un futuro incierto, mejor no esperar a que suceda para reaccionar. Hoy no estamos preparados. Quién sabe si algún día lo estaremos. El tiempo lo dirá.

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