Twitter, TikTok y el algoritmo polarizador. Nostalgia de la cámara de eco

Estamos más polarizados que nunca y se suponía que la culpa la iban a tener las burbujas ideológicas en las que nos estábamos quedando encerrados. Pero la moderación algorítmica nos ha expuesto a nuestros contrarios, generando una cultura en la que gran parte del éxito y la popularidad de la gente se basa, única y exclusivamente, en atacar al contrario.

Saber que una ardilla muere en tu jardín puede ser más relevante para tus intereses que saber que muere gente en África”.

Mark Zuckerberg

Las primeras semanas de Elon Musk como dueño de Twitter nos han dejado muchos titulares. Pero, de entre todas las reacciones, hay dos especialmente destacables. Una es la de Donald Trump, cuya cuenta fue rehabilitada, pero que no ha vuelto a tuitear a pesar de disponer de más de 87 millones de seguidores. El expresidente de EEUU se mantiene en su propia plataforma, Truth Social, y de momento no parece interesado en regresar, por mucho que la aplicación del pajarito azul fuera clave para su victoria electoral.

La otra reacción es la de un amplio grupo de usuarios que, ante las decisiones y el estilo que está imponiendo Musk, se han desencantado de Twitter. Hay quienes simplemente han dejado de participar, pero también hay muchos que se han ido a Mastodon, una alternativa libre y descentralizada. El perfil de esta oleada de emigrantes es marcadamente progresista, gentes de izquierda que temen la permisividad de Musk con cierto tipo de mensajes que hasta ahora Twitter había vetado, y que rechazan su estilo explícitamente jerárquico.

No es la primera vez que vemos un fenómeno similar. En los últimos años Twitter ha vivido intentos de escisiones, aunque casi siempre por el flanco conservador. Fue el caso de la derecha populista estadounidense con la aparición de Parler, cuya promesa se basaba en la no moderación del contenido, algo que sus promotores consideraban censura. Pronto aprenderían que por encima de ellos están las tiendas de aplicaciones móviles, dispuestas a controlar este tipo de foros sin límites.

En territorio nacional tuvimos experiencias similares con el amago de Barbijaputa yéndose a Quitter y el ilustrativo desembarco de miles de tuiteros españoles (en su mayoría conservadores) en Mastodon en 2018, cuya causa variaba en función de a quién le preguntaras. Había quien decía que se trató de una “invasión trol” que tuvo que ser atajada con el cierre de nuevos registros (muchos mensajes se debían a que el creador de Mastodon, Eugen Rochko, habría llamado “genocidas” a los españoles). Pero también había quien defendía que fue causa de una reacción intolerante desde una plataforma que presumía de ser muy abierta, pero que luego no admitía la llegada de inmigrantes con otra lengua, otras ideas y un alto interés por reírse de su filosofía.

En todos estos movimientos migratorios hay una aparente búsqueda de una cámara de eco, un interés por encontrar una plataforma donde poder expresar sin cortapisas las ideas propias, pero imponiendo restricciones a las del contrario. Sin embargo, todos ellos se han sucedido con decepciones. Desde la de darse cuenta de que uno no tiene el suficiente tirón para que le sigan, hasta la de descubrir que en la nueva plataforma se censura o modera todavía más que en Twitter, porque en el Internet de hoy no cabe otro escenario.

Es por ello que he regresado a la muy celebrada charla TED de Eli Pariser, aquella en la que hace 11 años denunciaba la burbuja de los filtros y el peligro de que el Internet que entonces emergía nos acabaría recluyendo en cámaras de eco, que son una de las piezas más influyentes a la hora de crear un marco de entendimiento respecto a los medios digitales y sus efectos en la sociedad.

Hay aspectos de la ponencia de Pariser que, pasado el tiempo, resultan visionarios. Por ejemplo, acertó en su lectura de la centralización de Internet con un traspaso de poder desde los grandes medios a las plataformas agregadoras. Algo más discutible es su idea de que si nos ofrecen “snacks” de contenido basura nos acomodaremos a su consumo. Por un lado, es cierto que vivimos una eclosión cierta de piezas ligeras, frívolas o estúpidas, pero conviven bien con piezas largas, mientras explotan pódcast de horas de conversación. Además, añade la idea de que los editores que hacían de salvaguardia en la era del mass media tenían una ética que “los algoritmos no”, cuando en realidad lo que tenían era un efecto moderador, como comentamos cuando la foto del rey Juan Carlos cazando elefantes.

Pero donde cabe más discusión es en la tesis principal de Pariser. Sostenía que Internet iba a propiciar que viviéramos en una continua cámara de eco porque los filtros algorítmicos se iban a dedicar a darnos lo que queremos y a ocultarnos lo que nos molesta. Y que eso, precisamente eso, era lo que nos empezaba a llevar a la polarización. Lo bueno es que tenemos datos en la mano para discutir su intuición. Once años más tarde disponemos de abundante literatura y estudios que discuten si las redes sociales crean cámaras eco y burbujas de información, como recoge Carlos Guardián en una excelente recopilación.

El Internet que analizaba Pariser era uno en el que nuestro grafo social (los “amigos” en Facebook y a quien seguimos en Twitter) era lo que hacía de filtro de nuestra dieta de contenidos. Y es cierto que mantiene su peso como puerta de entrada a la información y que nuestra selección de contactos influye en la experiencia. Pero también lo es que todas las plataformas, con TikTok como principal referente, se han movido hacia un filtrado algorítmico en el que la capacidad de desencadenar reacciones, elevar el umbral de lo llamativo y atraernos al clic se imponen a nuestra selección de seguidos.

Es en ese salto donde se acaba perdiendo la cámara de eco. Es más, el éxito de muchos usuarios militantes en estas redes sociales se basa en dar visibilidad a ideas contrarias. Es el llamado nutpicking: mostrar, señalar, criticar, “ganar” a los del otro lado tiene un gran premio en estas redes. Los nuestros dan like, retuitean, nos alaban por tremendo zasca al rojo, al facha, a la feminazi o al señoro. Como se trata de utilizar lo más extremo, tonto y despreciable de las visiones contrarias a la nuestra, la cámara de eco no se produce, sino que revienta.

Y así avanzamos hacia lo contrario de lo que profetizaba Pariser. No estamos llegando a una mayor polarización social porque Internet y los medios sociales nos hayan encerrado en cámaras de eco. Estamos más divididos y enfrentados por lo contrario. Como apunta Petter Törnberg en su último estudio, “no es el aislamiento de los puntos de vista opuestos lo que impulsa la polarización, sino precisamente el hecho de que los medios digitales nos llevan a interactuar fuera de nuestra burbuja”.

Me acuerdo mucho de aquel profesor del colegio que nos recomendaba leer al menos dos periódicos para formarnos una visión propia de la realidad, “por eso yo leo siempre el As y el Marca”, nos decía. Tras muchos años de máxima exposición digital a multitud de puntos de vista, sentimos una nostalgia, individual y colectiva, por una sencilla, confortable y cálida cámara de eco en la que descansar.

Sobre la firma

Antonio Ortiz

Ingeniero Informático, pero de letras. Fundador de Xataka, analista tecnológico y escritor de la lista de correo 'Causas y Azares'

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