En 1956, Allen Ginsberg publicó un poema llamado Aullido que comenzaba con la frase: «He visto las mejores mentes de mi generación…». 34 años después, el replicante Roy Batty inmortalizaría un monólogo en Blade Runner comenzando con la frase: «He visto cosas que no creeríais…». 11 años más tarde, David Foster Wallace, encerrado durante una semana en un crucero tan blanco y limpio que parecía hervido, escribiría también: «He visto a quinientos americanos pijos bailar el Electro Slide. He visto atardeceres que parecían manipulados por ordenador…».
Así que ahora es mi turno. Vengo a deciros que he visto a Dios. El hombre debe perseguir lo que excede a su comprensión y yo, Galo Abrain, he regresado para contároslo. Sí, lo he visto. He visto a Dios y tiene cuernos transparentes de gas inflamable que avivan una obsesión onanista por su reflejo. He visto al conquistador de mundos; al Rey Sol del nuevo siglo meándose sobre el poder de los Estados de la Tierra y diseñando supernovas mecánicas para el control mental. He sabido de sus partidas de RISK humano, en las que menea las almas vivas de los continentes como figurines de plástico líquido, reduciendo su existencia a un universo binario. He sabido de su desacomplejada generosidad, como la de un dealer repartiendo micras para inducir a la adicción, y luego pedir la cuenta con intereses. He sabido por sus confesores que es un genio hecho hombre en los hostiles vergeles de Pretoria, Sudáfrica. Lo mismo que he sabido que es un completo gilipollas…
El nombre de este curioso dios de cabeza cuadrada -androide masculinizado extraído de la película Metrópolis– es Elon Musk, y se acaba de publicar su Biblia. El Nuevo Testamento que narra sus andanzas por la tierra ha sido escrito por Walter Isaacson. El simpático biógrafo, con aspecto de pertenecer a la mafia siciliana de Brooklyn o ser gobernador republicano (no sé si hay mucha diferencia), ha presentado al mundo un texto de casi 700 papeles en el que se narran las peripecias del mesías cristiano (porque, y a diferencia de otros credos, este es hijo de Dios y Dios al mismo tiempo). O, quizás, no sea tanto de Dios de quien hablamos, sino de su opuesto… Del inquilino principal del Paraíso Perdido de John Milton.
ELON, EL CAÍDO, MUSK
Su coronación inicial fue allá por 1999, cuando Elon Musk ganó 22 millones de dólares por vender su primera stratup.Con las perras, además de endosarse un carrazo deportivo de Lobo de Wall Street, fundó una nueva compañía. Como decía el título de aquella película tan chorra de Oriol Capel, No lo llames amor… llámalo X, porque así se bautizó a la empresa: X. Luego pasó a llamarse, muy acertadamente aunque por fagotización, PayPal. Los directivos de la que aún es una de las fórmulas de pago predilectas de criptobros y dependientes digitales, decidieron mandar a Musk a freír espárragos. Lo despidieron por brasas y zumbado, queriendo llevarlo todo al siguiente nivel, incluso a riesgo de pérdidas.
Tiempo después, cuando PayPal fue vendida a eBay, Musk se embolsó 250 millones de dólares. ¿Y qué se le pasó por la cabeza? Cabe imaginar que, ya que para ser astronauta se le había pasado el arroz, quiso convertirse en el tirachinas que los enviase al espacio. Mejor dicho, el artífice y dueño de los tirachinas. Y así nació SpaceX. Tal vez una nueva prueba de su condición de hermoso ángel caído. Si Satanás decía en el Paraíso Perdido que él prefería: “Reinar en el Infierno que servir en el Cielo”, Elon Musk dice: “Mejor comprar el cielo que servir para él”. Una versión más capitalista, aunque igual de válida si hablamos de autodeterminación e independencia.
Pero antes de adentrarnos en su oferta de la subasta por la parcelita azul que nos cubre, retraigámonos al pasado. A cuando el joven ángel meaba la cama, lejos de la divinidad que acabaría miccionando sobre el orgullo y la autonomía de los gobiernos del mundo entero.
CRIARSE EN LA SELVA HUMANA
Dice el refrán que quien a su padre parece, honra merece. No sabemos todos los secretos del interior de su actual hogar, pero sí de los fantasmas que aúllan en los armarios de su infancia. Entre ellos un progenitor, según se ve, amante de practicar al joven Elon insanas sesiones de violencia psicológica. Y como ya nos lo advierte el psicoanálisis, los traumas de la infancia son una ventana al carácter de la madurez. A eso sumaremos bullying (aunque parece que no hay alma en este mundo que ahora, de repente, no lo haya sufrido) por parte de los púber cretinos de su instituto, y una consecuente radicalización en sí mismo, sumada a un sumergimiento en el vasto mundo de la ciencia ficción.
Que era un chaval agudo nadie lo puso en duda. Sumar, sin embargo, un coeficiente intelectual disparado con una educación de empatía escasa suele labrar fuertemente la sociopatía. Integremos en la ecuación la lectura compulsiva de las novelas de Asimov, los videojuegos y el descubrimiento de la programación. Nadie que auné la efervescencia testosterónicas de esos tres elementos, sumado a un ambiente de intensidad dramática familiar, puede salir rectilíneo y sosegado. Así lo expone Isaacson, su particular apóstol, como un Mateo y Juan bíblico, que no se corta un pelo en colgarle los adjetivos de mentiroso, obsesivo, confabulador y adicto al riesgo ya desde sus estudios de física en Estados Unidos. Por fortuna para Elon, el sistema en el que estamos envueltos prima con displicencia moral a los adanistas cretino-egoístas mientras sean genios. Al fin y al cabo, son las máquinas que más dinero producen. No obstante, también, los que más fácilmente lo despilfarran.
HASTA EL INFINITO Y MÁS ALLÁ
Para el profesor de Innovación en IE Business School, Enrique Dans (en este caso, más seguidor en el sentido que lo fueron Marcos y Lucas, que el apóstol Isaacson antes citado), Musk es, ante todo, un visionario divino por su iluminación aeroespacial y automovilística. Si lo comparamos con Toy Story, Musk quiere ser Woody a lomos de un caballo mágico, y Buzz Lightyear surcando el espacio a voluntad.
Por eso, tanto en su logística de Tesla como de Space X, fuerza la maquinaria hasta dejar en la comedia de la alienación los Tiempos modernos, de Charles Chaplin. Unos engranajes compuestos de ingenieros a los que presiona más que las tuercas de un submarino, logrando deadlines imposibles. Por lo menos, como se viene comentando, para el común de los mortales. Su fórmula es, a priori, sencilla, una economía de escala. Más a más, a más a más, y si se patina, se vuelve a invertir más. Elon Musk es, empresarialmente, como un docto jugador de ruleta que sabe que si le sale negro apostando al rojo, debe doblar la apuesta en el mismo color. E insistir. Y mantener. Por eso su constelación de satélites llamados Starlink planean en el espacio a un precio ridículo para todo lo que se había concebido con anterioridad. Eso le permitió colgarse la medalla de salva patrias -nunca mejor dicho- en el conflicto ucraniano.
Si lo rusos habían reventado los satélites de los que disponía el gobierno de Zelensky, Musk el divino se propuso para mantener el statu quo comunicacional en el conflicto. Ahora, no a cualquier precio. Cuando las tropas ucranianas comenzaron a emplear los satélites de Starlink para guiar drones llenos de explosivos a las costas de Crimea, el mesías se vio menos como el salvador de la humanidad y más como el sucesor de Arimán. Cosa mala… Musk hizo entonces la marcha atrás. Starlink no cayó, se tumbó. Los ingenieros frenéticos de StarLink comenzaron a darle al off. Su empresa no sería parte de una ofensiva. Los ucranianos se tiraron de los pelos y pidieron cuentas, pero el dios Elon, en su magnificencia, no quería sangre manchando sus manos. Al menos, no de forma tan clara.
ACEPTO QUE ME PEGUES PORQUE TE QUIERO
Elon Musk podrá tener mucha mala baba con sus parejas -así lo aclara su biógrafo- pero su aura sigue atrayendo creyentes devotos; directos e indirectos. Adoradores de su valentía, quizás temeraria, quizás alocada, pero sin duda electrizante. Tesla no pretendía ser líder en la venta de vehículos eléctricos, sino forzar al sistema a convertirse en lo que Musk desea; un negocio sin contaminación por consumo -por producción, otro gallo canta- ¿Ha logrado un imaginario cultural en torno a la descarbonización del mundo automovilístico? ¡Claro! ¿Por qué lo ha hecho? ¿Por humanismo? ¿Por ecologismo? Cuesta creerlo… Más parece que por pedantería y obsesiones. Si su visión se homologa con intereses, aparentemente, de valor global: a caballo regalado no le mires el diente. De ahí se extrae su fetiche tuitero: el patio de su casa que quiere hacer particular.
La compra de Twitter por Elon Musk se promovió como una inversión en pro de la libertad de expresión, ¡casi como un sacrificio!, en favor de la democracia. Luego vemos como la actual X parece caer por la trampilla, cada vez más claramente asfaltada, de regresar a ese viejo sueño suyo de x.com: una mezcla de red social y banca digital. Cobrar por su uso será, seguramente, la sorpresa final.Desde luego, existe en Elon Musk una voluntad de poder hormigonar las bases de una plataforma donde seguir con sus chistes rancios y pueriles, que el Gran Divino justifica en una lucha contra el “virus woke”. No seré yo quien le niegue el sacrosanto apetito de recrearse en el paganismo de la chorrada, de la coña por bandera, pero vender el chiste libre en portada maquinando usuras en su beneficio por detrás, suena perverso, como poco.
KETA PARA TI, PARA MÍ
Aunque su apóstol Isaacson niegue que las drogas han emparanoiado a Elon Musk, otros, como el escritor Roman Farrown, sugieren que quien se fumó un porrazo de tamaño familiar en mitad de una entrevista de radio (no sé a quién le sorprendió; el incienso siempre ha sido parte de los sacramentos divinos) ha perdido el norte por la ketamina. Este anestésico disociativo, aparentemente más propio de una rave clandestina que de las altas esferas, es azuzador de ansiedad, disociación de la realidad, así como de una gustera que te hace caer placenteramente fuera del tiempo y de la vida. Es fácil pensar que un personaje como Musk se ha rendido al consumo de todos los estimulantes artificiales habidos y por haber. Sobre todo, teniendo en cuenta su disposición a la sobreestimulación, bien sea propia o ajena. Es cierto, algunos de sus tweets e intervenciones dan fe de estar más colgado que un jamón. Pero, seamos sinceros, siendo Dios -o por lo menos creyéndotelo- ¿cómo no vas a dar rienda suelta a tu locura de cara al mundo? Al fin y al cabo, lo consideras tuyo, ¿no?
DIOS O HOMBRE, TUYO ES EL MUNDO
Max Weber habló de especialistas desprovistos de espiritualidad, y de gozantes desprovistos de corazón, que creían haber escalado una nueva etapa de la humanidad. Fuera de coñas e hipérboles divinas antes descritas, es indiscutible, se lea a su biógrafo o sus seguidores, que Elon Musk es un gurú con sobredosis de poder de paranoia renacentista. Aunque, ¿quién no se creería el rey del mambo en su situación? Si pienso en él, veo a Sean Connery en esa película tan cojonuda llamada El hombre que pudo reinar, de John Huston. Un hombre dotado y valiente, pero no por ello libre de autopercepciones mesiánicas desubicadas. Porque siempre se ha dicho que quien merece reinar es quien menos lo desea y, Musk, visto lo visto, lo desea a toda costa. Finalmente, cabe preguntarse, ¿acaso hay otra forma de liderar el mundo que no sea creyéndote por encima de él? Seguramente no sea la disposición ideal, pero sí la que nos ha acompañado a lo largo de la mayor parte de la historia. Un relato, el de la Tierra tal y como la conocemos que, se quiera o no, llevará el apellido Musk grabado en los años venideros.
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.