El grinch de las vacaciones

Amado septiembre. Por fin estás aquí, tan corto como de costumbre. Llevo todo agosto esperándote, entre chicharras y tardes lánguidas, hielos derretidos y vacaciones de verano.

Jornadas exigentes las de verano. Hay gente que MUERE de verano. Hay mucha tensión en esos días interminables, descansar al máximo, y aprovechar al máximo, la tiranía de salir al sol, de excursión, a visitar un país, o de cena en el chiringuito. Es incomprensible quedarse en casa, no hay decisión más valiente que la de ver una peli una noche de verano, cuando el calor empieza a bajar y todas las almas salen a dar el paseo con helado.

Yo soy como una japonesa, incapaz de bajar el ritmo, me pierdo en ese tiempo sin obligaciones, pero con la obligación de estar feliz y pasarlo bien. En mi caso esa diversión está monopolizada por la familia. Diversión EN FAMILIA; la propia, la política y la nuestra. Diversión para todas las edades, cuando no nos ponemos de acuerdo ni en qué nos apetece para desayunar, pero 24 horas.

Los solteros deben pensar que están mucho mejor, pero los viajes con amigos también tienen lo suyo, por no hablar del tedio de las horas en las terrazas, en las que hay que beber para olvidar, porque eso no hay quien lo aguante. De afterwork, de descompresión, el fin de semana, después de hacer deporte y antes de ir a una exposición o un concierto, eso es soportable, pero cada tarde, sin excepción, pasarmhoras sentado en esas sillas que se quedan clavadas a la carne sudorosa, eso es la mecha de la depresión estival y postvacacional.

No me atrevo a hablar de esto porque me siento como el Grinch. Pero he decidido salir del armario de una vez, y confesar que no me gustan las vacaciones, que me aburro, y como tengo tendencia confundir aburrimiento con depresión la cosa se complica. Me viene de nacimiento, ya de pequeña me gustaba el colegio, y estaba deseando que empezase el nuevo curso. Agosto es el domingo del año, y a nadie le gustan los domingos. No sólo tiene que ver con el trabajo, la vida social se para en verano, siempre he echado de menos a mis amigos en julio y agosto, esos meses en lo que te ves forzado a relacionarte con quien sea que se ha quedado a mano en la ciudad, extrañas juntiñas que son a veces como citas tinder, hasta que te vas y ya ni esos te quedan, 24/7 con tu marido y tus hijos, en el mejor de los casos, si no en la casa familiar compartiendo espacios reducidos con numerosos miembros de tu familia, sobrinos, hijos de otros, amigos de tus tíos, tu prima segunda. Cualquier cosa, las variantes son infinitas, pero el resultado es el mismo, el infierno en la tierra, las sobremesas infinitas, los chistes malos y los gin tonics, la misa de algo, la fiesta del pueblo, los mosquitos, las excursiones con bocadillo de chorizo o filete empanado, la arena en el culo y la cola para la ducha.

Tenemos el modo visita al pueblo, con mucha televisión y algunos paseos, fiesta mayor y villas colindantes. La versión apartamento en la playa, con colchones de muelles en somieres de los años 70, colas en el restaurante y calamares fritos congelados. Y la versión verano en la ciudad. Los más intrépidos se montan un viaje internacional, para el cual hay que actualizar el calendario vacunal, hacer un máster en la gastronomía local y puntos de interés, reservar hoteles tras horas de comparaciones de precios y prestaciones, transportes, para lidiar luego con la diarrea del viajero. ¿cómo te lo has pasado estás vacaciones? Super bien era precioso ó (una semana después) ya ni me acuerdo. 

Tengo que decir que existe una excepción y es la adolescente, primeras fiestas y amor de verano. Ese recuerdo romantiza de por vida la fantasía vacacional, pero es solo eso, un recuerdo, un momento vital que ya pasó, y que tampoco era garantía de nada, porque quizá tu prima se enrolló con el que te gustaba a ti, y no lo pasaste bien ni entonces.

Mucho tiempo libre para pensar en nada, bajar el listón de la literatura y el cine que consumimos, bajar el listón de la alimentación y subir el número de UBES. y lo último, en verano  el chocolate no se puede comer. 

Llega septiembre, yo noto la energía volver a mis células, y leo que la mayoría del planeta está en depresión posvacacional. Francamente, no me extraña que estemos todos de tratamiento con psiquiatras, si lo mejor del año es este mes aceitoso y soporífero. Cuán alejados debemos andar de nuestro propósito vital y de nuestras necesidades humanas y biológicas, en términos de descanso, activación, dirección y propósito.

En este nicho florece la espiritualidad new age y la adicción a la dopamina, o quizá es esta adicción a la dopamina y esta espiritualidad new age la que no me deja disfrutar del soñado descanso.

Este año en particular me he planteado hacer el experimento de tomar antidepresivos para las vacaciones, lo he descartado por absurdo, pero me he planteado qué pasa para que unos no puedan lidiar con el aburrimiento y otros con el trabajo. Me ha llevado todo septiembre resolver esta diatriba, y he concluido lo de siempre, que estamos hecho para cazar y sobrevivir, y tanto confort nos confunde.

Pues ya estaría, he vuelto a salvar el mundo.

Nos vemos en próximas misiones.

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