El término sostenibilidad se utilizó por primera vez en 1987 en el Informe Brundtland, nuestro futuro común. El estudió confirmó que el desarrollo humano no puede realizarse a expensas de la realidad física del planeta y sus recursos finitos sin comprometer las necesidades de las generaciones futuras. Surgió así la definición de sostenibilidad como un punto de equilibrio entre desarrollar y brindar bienestar en el presente sin impactar en un futuro que habitarán otros seres.
Pensar y actuar de forma sostenible implica conservar y generar más valor del que encontramos. No se trata exclusivamente de un término verde o un concepto medioambiental, sino de hallar un equilibrio entre los elementos que la habitan. La sostenibilidad debe ser ambiental, económica y social. El planeta es un sistema completo donde no hay pirámides jerárquicas, sino un tejido de red.
Al mundo en su realidad material le es indiferente esa estructura piramidal, en la que el hombre se ha autosituado en la cúspide. Funciona como una estructura compleja con capacidad de regeneración y reequilibrio (homeostasis), pero avocada inevitablemente al colapso si la propia capacidad autoregeneradora falla. De ahí la importancia de incorporar la noción de pensamiento sistémico o comprensión de un sistema mediante el examen de los vínculos e interacciones entre los elementos que lo componen.
La bióloga Lynn Margulis, formuladora de la teoría de la simbiogénesis, dedicó su carrera a investigar y demostrar cómo la vida no conquistó el planeta mediante enfrentamientos, sino gracias a la cooperación. De no haberse producido ese fenómeno, la vida sería probablemente un conglomerado de bacterias. La cooperación ha sido una estrategia adaptativa también para muchas especies. Si algún tipo de literatura científica ha destacado tanto el hecho de la supervivencia del más fuerte -el pez grande comiéndose al chico- quizás sea porque esa interpretación justifica una organización social que naturaliza y legitima comportamientos abusivos.
La química, biofísica e investigadora del MIT Donella Meadows sostiene en su obra Thinking in Systems (2008) que no existen sistemas separados. El mundo es un continuo. También asegura que, «en los sistemas físicos de crecimiento exponencial, debe haber al menos un ciclo de refuerzo que impulse el crecimiento y al menos un ciclo de equilibrio que lo limite, porque ningún sistema físico puede crecer para siempre en un entorno finito«. Es la realidad física, estúpidos.
Meadows venía hablando desde 1992 de la necesidad de poner un límite al crecimiento. Llevar al extremo a la homeostasis, esa capacidad del medio natural para autorregularse propiciando nuevos equilibrios, forzaría inevitablemente un colapso sistémico. El pensamiento sistémico supone también aceptar que habrá que hacer renuncias y establecer compensaciones. En el trayecto hacia la sostenibilidad con la transición energética, la economía circular y la transformación digital como aliadas habrá pérdida de empleo, industrias que rocen la obsolescencia y resistencia entre políticos, empresas y agentes sociales.
En nuestro país, y ante cuestiones como si la digitalización puede generar una brecha laboral en el tejido productivo español, el director de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en España, Félix Peinado, afirma que el reto es muy importante: “En la medida en que se vaya incrementando la digitalización de los sectores económicos, la automatización y la aplicación de la inteligencia artificial, se van a producir cambios en la estructura de las ocupaciones y se van a plantear numerosos retos de futuro para el empleo”. Pero, matiza: “Si se afronta con eficacia la cuestión de la mejora permanente de las competencias digitales, el problema se minimizaría. En el caso concreto de España los interlocutores sociales están tratando esto con el Gobierno, afrontándolo de la forma en que la OIT lo plantea: negociada y, a ser posible, consensuada”.
17 COLORES PARA ELEGIR
La Agenda 2030 de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible trata precisamente de evitar ese indeseable colapso apelando a la acción desde el pensamiento sistémico. Es una hoja de ruta planetaria que custodia un inmenso trabajo técnico detrás de cada colorín de la rueda que iconiza los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), 17 puntos de intervención medioambiental, económica y social que impactan entre sí de múltiples maneras.
La agenda también es la prueba de que los nerds han hecho el trabajo, pero eso nunca será bastante. Sin voluntad política y permeabilidad social, traccionar la Agenda 2030 es complejo. La UNGA (United Nations General Assembly) la aprobó en septiembre de 2015 y desde entonces los países se someten cada año a informes voluntarios de evaluación y seguimiento de su aplicación. La propia Naciones Unidas comparte los avances en sus informes de progreso global de los ODS.
En el verano de 2018 España presentó su Primera Evaluación Nacional Voluntaria en el Foro Político de Alto Nivel (HLPF). Estas reuniones tienen lugar en la sede de Nueva York (EEUU) durante el mes de julio y en ellas los Estados miembros presentan sus informes de progreso a partir de una serie de indicadores. La próxima: del 5 al 18 del mes que viene.
La Segunda Evaluación Voluntaria se presentó en 2021, al tiempo que desde el Ministerio de Políticas Sociales y Agenda 2030 se lanzaba la Estrategia de Desarrollo Sostenible 2030, entendida como un proyecto de país para hacer realidad la Agenda 2030. Según datos del INE, España ha alcanzado una tasa de cobertura del 60 por ciento sobre el total de 232 indicadores que sirven de referencia para conocer el cumplimiento de los ODS. De los 17 objetivos, 12 disponen de una cobertura igual o superior al 50 por ciento.
Las mejores notas son para el ODS 15, Proteger, restablecer y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, gestionar sosteniblemente los bosques, luchar contra la desertificación, detener e invertir la degradación de las tierras y detener la pérdida de biodiversidad, con una cobertura del 86 por ciento.
En la cola, el objetivo 14, Conservar y utilizar sosteniblemente los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible, con un 10 por ciento de cobertura de los indicadores.
Los representantes de Naciones Unidas en España a los que Retina ha tenido acceso insisten en que los 17 ODS deben abordarse sinérgicamente, nunca uno a expensas de otro. “Es necesario desarrollar conciencia de cómo cada acción impacta en el todo. Existen palancas potenciales para una mejora que cree círculos y redes virtuosas si se elige el punto de intervención adecuado”, señala la jefa de la Oficina de ONU-Hábitat en España, Carmen Sánchez-Miranda, cuyo programa trabaja para que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles, como indica el ODS 11.
Un ejemplo: la creación de infraestructura digital (ODS 9) fomentada desde el Gobierno (ODS 16) en colaboración con el sector privado (ODS 17) favorece la inclusión y la reducción de las desigualdades (ODS 10), la creación de empleo (ODS 8) y un acceso telemático universal a la sanidad (ODS 3) y la educación (ODS 4).
SECTOR PRIVADO
En la reunión del Foro Económico de Davos (Suiza) de 1999, el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan, hizo un llamamiento al sector privado para sumarse a compartir los retos globales. Un año más tarde la idea tomó cuerpo en Global Compact. El objetivo: aplicar los principios universales de sostenibilidad a la lógica corporativa, una meta que ya comparten cerca de 16.000 empresas de 162 países.
En España la red local está a punto de atravesar la barrera psicológica de los 1.000 miembros, la mayoría empresas privadas, aunque también trabaja con la academia, sindicatos y organizaciones empresariales, creando esas alianzas necesarias para lograr los objetivos de las que habla el ODS17.
“En los últimos 10 años el crecimiento había sido estable y siempre en torno al 7 por ciento, una cifra muy respetable para una organización sin ánimo de lucro que habla de temas a veces poco tangibles. En 2021, en plena crisis pandémica y económica, el crecimiento de socios fue de un 20 por ciento, lo que es muchísimo. Dentro de toda la estructura de Naciones Unidas costó que todas las agencias, programas, fondos y actores internos reconocieran el papel fundamental que tenía el sector privado en el desarrollo sostenible. Afortunadamente, ya está consolidado, pero no ha sido una guerra fácil ni dada por obvia”, señala la directora de Pacto Mundial en España, Cristina Sánchez.
Hasta hace poco el debate se centraba en hablar de filantropía, en devolver a la sociedad lo que la sociedad daba a la empresa, “pero en estos dos o tres últimos años el nivel técnico de la conversación se ha elevado muchísimo”, señala Sánchez, y añade: “Si antes no se cuestionaba que este tema debía ser voluntario, ahora son las grandes empresas las primeras que reclaman la obligatoriedad de ese compromiso en algunas áreas”.
Prueba de ello es la nueva Directiva de Debida Diligencia de la UE. Aspectos como la obligatoriedad de compartir información financiera, reducir emisiones, garantizar unas condiciones de trabajo dignas y asegurar la igualdad de género son las empresas las que los promueven. Desde hace años están impulsando que se legisle en ese sentido para poder jugar en igualdad de condiciones que aquellas empresas que no lo hacen.
“Hemos pasado de la filantropía a la responsabilidad social corporativa y, ahora, al propósito que tiene que estar definido en los estatutos de la empresa y que se considera una ventaja competitiva y una demanda de los empleados, los consumidores y los propios accionistas e inversores”, indica Sánchez. Otro indicador muy interesante es que las áreas de sostenibilidad corporativa empiezan a reportar directamente al CEO, que incorpora a la estrategia y la gestión de riesgos esa visión de sostenibilidad. “Si el de arriba no está concienciado, esto no permea”, concluye.
Los retos “históricos” que vivimos de forma muy consciente desde los últimos dos años son ejemplos que refuerzan la noción de pensamiento sistémico bajo el que somos una red interconectada en múltiples nodos. El enunciado desde los organismos públicos o las recomendaciones de la ciencia y la academia no tendrán sentido si la iniciativa privada no contempla asumir unos principios comunes más allá del ideario corporativo. El compromiso del sector privado con una agenda global aporta una consistencia y una densificación a ese tejido de red y supone un gran paso adelante para alcanzar una sostenibilidad real.
Sobre la firma
Ana García Huerta es periodista y creadora de contenidos estratégicos para organizaciones públicas y privadas. Ha colaborado con múltiples medios - Cinco Días entre ellos- y tras un paso por Naciones Unidas escribe sobre tecnología, innovación, sostenibilidad y propósito.